Cómo la derecha española odió al papa Francisco
Las formaciones ultras interpretaron la apuesta por la justicia social, que forma parte del magisterio eclesial anterior a Francisco, como una toma de partido del Papa por el progresismo
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Seis meses después de degradar al papa Francisco a simple "ciudadano Bergoglio" para rechazar aquellos pronunciamientos del pontífice sobre la acogida a los migrantes, a los gais, el cambio climático o el rostro inhumano de un capitalismo que destilaba precariedad, y que chocaban de frente con el discurso del líder de Vox, Santiago Abascal se plantó en el Vaticano y lo recorrió de arriba abajo.
Se asomó a la plaza de San Pedro desde una terraza del edificio de la Secretaría de Estado y le fotografiaron también descorriendo una cortina desde una dependencia del mismo edificio para observar la cúpula de la icónica basílica que desde este miércoles acoge los restos fúnebres del jesuita argentino. Otra imagen le mostraba meditabundo por los pasillos de la Terza Logia, con los famosos frescos de los hemisferios al fondo, y resultaba difícil alejar de la mente la secuencia de Chaplin y el globo terráqueo en El gran dictador.
Fue lo más cerca que estuvo jamás de Abascal del ahora difunto papa, porque aquella visita no tenía como objetivo un acercamiento de un católico confeso al líder de la Iglesia católica. Aquella 'travesura' era para mostrar a las claras cuál era su opción eclesial y entrevistarse con quien ya entonces era uno de los principales críticos de ese pontificado y hoy aparece como papable para los grupos más ultras, el cardenal guineano Robert Sarah.
La culpa de aquel desencuentro entre el Papa de los católicos y el nuevo paladín de un nacionalcatolicismo 2.0 la tuvo en realidad Jordi Évole, que consiguió entrevistar en su programa Salvados a Francisco —y enrabietar de paso a Cope y Trece— y sacarle un buen fajo de titulares. Entre ellos, algunos por los que se dio por aludido, mientras el gobierno de Pedro Sánchez hacía como que el asunto de las concertinas en Melilla o la retención administrativa del barco humanitario Open Arms en el puerto de Barcelona no iba con ellos y se aprestaban ellos mismos a desembarcar en procesión en el Vaticano.
Pero Santiago Abascal se lo tomó a pecho. Se sintió señalado ante los cuatro millones de españoles que aquel 31 de marzo de 2019 escucharon las sorprendentes declaraciones de un Papa que ya tachaban de peronista y comunista. "Es lo más inhumano que hay", afirmó Bergoglio, refiriéndose a la instalación de concertinas en la valla de Melilla para impedir la llegada de inmigrantes. "Si mi mamá, mi hijo o mi hermana se arriesga y le pasa eso, lo viviría con mucho dolor. Y cada uno que lo sufre es mi hermano, mi madre… Nos hemos acostumbrado a esto. El mundo se olvidó de llorar", le dijo al periodista catalán, quien, hurgando un poco más, le preguntó qué diría a los católicos que rechazan a esos inmigrantes. Es decir, por ejemplo, a los de Vox, con su líder a la cabeza. "Si son católicos, que lean el Evangelio, que sean coherentes".
"Si habla el ciudadano Bergoglio y da sus opiniones políticas, las respeto, pero no tengo por qué compartirlas; de hecho, no las comparto". Así le respondió Abascal al Papa, al día siguiente de la entrevista en La Sexta, desde los micrófonos de EsRadio, recalcando que sentía por él "un profundo respeto como católico" y que "trató de escucharle cuando habla ex cathedra". Otra cosa era cuando daba entrevistas, venía a decir, de las que Francisco, por otra parte, pronto entendió que amplificaban sus mensajes mucho mejor que sus discursos, que solo leían los convencidos y en escasa cuantía.
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Acompañó Abascal su enojo con unos tuits de unas grabaciones en vídeo del cardenal Sarah —luego su anfitrión en el Vaticano— en donde el purpurado africano, entonces destacado miembro de la Curia como prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, criticaba las reformas aperturistas de Francisco y anunciaba el declive de Occidente.
"Hay infinidad de señales: la natalidad está en declive, estáis siendo invadidos silenciosamente por otras culturas, por otros pueblos, que progresivamente os dominarán en número y completamente cambiarán vuestra cultura, vuestras creencias y vuestra moral", decía Sarah. "Qué importante es escuchar a la Iglesia en África. El cardenal Robert Sarah denuncia la inconsciencia de quienes alientan el tráfico de personas", apostillaba Abascal en un primer tuit. "Aún estamos a tiempo de que los peores presagios de quienes conocen lo que ocurre en África no se cumplan en Europa", añadía en un segundo tuit, donde compartía el vídeo del cardenal.
Cóctel de religión y antiwokismo
Más allá de reivindicar la figura de Isabel la Católica y la causa de su beatificación —que reabrió el arzobispado de Valladolid hace pocos años tras décadas aparcado por el tufillo que desprendía a Iglesia de Cruzada y porque en el Vaticano querían evitar cualquier malentendido con Israel, que no olvida la expulsión de los judíos en 1492 por los Reyes Católicos—, no se le ha conocido una gran significación religiosa a Abascal.
Pero sí comulgaba con el antiwokismo que hace unas décadas comenzó a germinar, vehiculado también en España por algunos obispos que hablaban de un complot globalista de la misma ONU para imponer la ideología de género y de pagar los abortos en los países en vías de desarrollo. Empezaba a extenderse también la teoría conspirativa del Gran Remplazo, donde la Europa cristiana sería arrasada por la musulmana, a la que la ‘élite’ de Bruselas abría las fronteras de par en par.
Era la guerra cultural, que amalgamaba a obispos y cardenales muy conservadores con formaciones políticas donde no era difícil encontrar tintes supremacistas. Y en esa galaxia ultra político-espiritual Vox encontró su humus, y con otros correligionarios como Matteo Salvini, en Italia; Javier Milei, en Argentina; o Donald Trump, en Estados Unidos, coincidían además en su oposición a Francisco, algunos —como en el caso del argentino— de una manera histriónica y visceral.
No ayudó tampoco en la ultraderecha española que el Papa franquease las puertas al gobierno de coalición de Sánchez. En realidad, Bergoglio se las abrió a cuantos políticos españoles pidieron audiencia por los cauces reglamentarios. Lo saben todos los presidentes autonómicos, la mayoría del PP. Y algunos repitieron. Pero claramente llamaba la atención —y escocía en el PP y en Vox, aunque aquí menos— que el Papa recibiese hasta en dos ocasiones a Pedro Sánchez (la primera vez, Bergoglio le mandó un recado, pero Sánchez volvió a ponerse de lado y a sonreír para la foto), y otras dos a la vicepresidenta Yolanda Díaz, que por un momento parecía que había competencia en la Moncloa por mostrarse más 'francisquista'.
Y aquí, es verdad, ganó la gallega, que acabó convertida a este Papa y a la llamada Economía de Francisco, un sistema que preconizaba un sistema económico que pusiese en el centro a la persona. Díaz confesó tener con el Papa "una magnífica relación y ciertas coincidencias, sobre todo en la lectura que hace de la emergencia climática o la lectura que hace de la paz en el mundo, o también la defensa del derecho al trabajo digno". Y el propio Pontífice quiso que ella le presentase en la iglesia de San Antón, en Madrid, el libro "Os ruego en nombre de Dios". Por un futuro de esperanza (Mensajero), donde aparecen las líneas maestras del pensamiento económico y social del Pontífice, de los que abomina Abascal y que llevó a Milei a calificarlo de "representante del Maligno".
Ya como presidente, el argentino no tardó en invitar al Papa a visitar el país que no pisaba desde 2013, año en que fue elegido Pontífice. En cuanto pudo, corrió a abrazarlo en el Palacio Apostólico del Vaticano, a escasos metros del lugar donde no hace tanto se fotografiaba Santiago Abascal. El líder de Vox, que este 21 de abril, publicó un escueto tuit de pésame –"Nos unimos a las oraciones de millones de católicos por el alma del papa Francisco. Descanse en paz"–, quedó muy lejos del tono emotivo mostrado por Félix Bolaños, con corbata negra, en una declaración institucional: “Nos quería y nosotros le queríamos a él y a lo que ha significado su papado”, lamentó el ministro socialista. A Abascal, al menos, le queda una esperanza: que aquel cardenal que le coló casi de polizón por los pasillos del Vaticano hace cinco años acabe convirtiéndose en el sucesor del "ciudadano Bergoglio".
Seis meses después de degradar al papa Francisco a simple "ciudadano Bergoglio" para rechazar aquellos pronunciamientos del pontífice sobre la acogida a los migrantes, a los gais, el cambio climático o el rostro inhumano de un capitalismo que destilaba precariedad, y que chocaban de frente con el discurso del líder de Vox, Santiago Abascal se plantó en el Vaticano y lo recorrió de arriba abajo.