El último golpe de mano de Francisco contra los ultras antes de morir
Apenas una semana ha sobrevivido Francisco a uno de los golpes de mano más esperado por las víctimas: la supresión del Sodalicio, una organización peruana ultracatólica impulsada por el Vaticano para luchar contra la Teología de la Liberación
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Mitad monjes, mitad soldados. Así quería a los miembros del Sodalicio de Vida Cristiana (SVC) su fundador Luis Fernando Figari. Esta organización, con gusto por la parafernalia fascista y que logró medrar en la estructura católica de la época, fue creada en Perú hace 54 años como respuesta desde América Latina al nacimiento de la Teología de la Liberación. Vista con acentos marxistas por el Vaticano de Juan Pablo II, entonces empeñado en la demolición del bloque comunista, el Sodalicio ha visto definitivamente su fin.
En un último golpe de mano que estuvo a punto de no producirse antes de su muerte este lunes, el papa Francisco decretó su disolución por generar "un sistema sectario abusivo" y sin rastros de "carisma de origen divino".
Detrás, la obra de Figari —que logró tejer sólidos lazos con la oligarquía política y económica peruana— deja un doloroso rastro de cerca de un centenar de víctimas de abusos sexuales y un entramado empresarial que presuntamente habría lavado cuantiosas cantidades de dinero a través de paraísos fiscales y que el Vaticano trata de desenmarañar ahora para recuperar parte de los fondos y resarcir de alguna manera con ellos a las víctimas.
Fue José Enrique Escardó, en el año 2000, la primera víctima que reunió el coraje suficiente para denunciar el infierno que había vivido en los centros de retiro del Sodalicio, volcado desde sus inicios en la formación de jóvenes de familias acomodadas. Hacía tres años que Juan Pablo II había aprobado canónicamente la entidad, formada por laicos y clérigos, y los abusos chocaban con un muro de silencio e impunidad. Nadie se atrevía a verbalizar unas aberraciones, físicas y espirituales que se producían tras anular el fundador y otros dirigentes la voluntad de las víctimas. El "sistema sectario" funcionaba perfectamente engrasado. Y cuando empezaron a pronunciarse, nadie les daba crédito.
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Hasta que en 2015 apareció el libro de Mitad monjes, mitad soldados (Planeta), la "Biblia del Sodalicio", como luego la denominarían los ‘detectives’ enviados por el Vaticano. Una rigurosa investigación desde dentro con testimonios de víctimas, escrito sin contemplaciones por quien había sido uno de sus miembros, Pedro Salinas, en colaboración con Paola Ugaz, también ella periodista. A ese libro le siguieron Sin noticias de dios y, justo ahora, coincidiendo con la supresión del Sodalicio, La verdad nos hizo libres (Debate), ambos de Salinas, el fin de una trilogía en medio de la cual se desarrolló una batalla desigual contra los periodistas con varias demandas, violación de sus comunicaciones, amenazas personales e incluso desvalijamiento de la casa de Salinas, de donde tan sólo dejaron el ordenador porque había tenido la precaución de empotrarlo en la pared.
"Un fascista religioso"
Salinas militó durante siete años en el Sodalicio, tiempo en que se reconoce como "un talibán o un fascista religioso". Iba a cumplir los 16 años cuando le "captaron" con el pretexto de un retiro para la confirmación. "Y me mostraron un tipo de ‘cristianismo’ o ‘catolicismo’ macarra, divertido, de élite", señala en conversación desde Lima con El Confidencial. "Ingresar al Sodalicio era fácil, porque el rostro inicial del movimiento era afable y solía llenar las necesidades de significación, pertenencia y reconocimiento en un adolescente vulnerable. Luego, la organización, gradualmente, en dosis homeopáticas, iba exigiendo cada vez más entrega y sacrificio, y formateando tu mente hasta que llegaba un momento en el que, de súbito, sin darte cuenta, dejabas atrás a tus mejores amigos, te hicieron pelear con tu novia, odiabas a tus padres, porque eran malas influencias, o algo así.
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Y cuando, "en su criterio manipulador, llegaba el momento, te presionaban para entrar a vivir en las comunidades, y porque asumían que ya estabas listo para terminar el proceso de lavado cerebral con técnicas sectarias más sofisticadas y así convertirte en un talibán capaz de dar la vida por el Sodalicio".
Él fue de los que pudo romper el hechizo y salirse. Se convirtió en un apestado y un traidor. Otros vieron en aquella determinación la que les faltaba a ellos y fue suficiente para acercarse de nuevo a él y denunciar. Y de allí salió "la Biblia del Sodalicio". "Mitad monjes, mitad soldados fue el parteaguas en la crisis de la organización fundada por Figari. Al principio, durante dos años se dedicaron a gestionar y controlar el daño reputacional creado por el libro. Cuando pensaron que pasaron página, en 2018, se inició la vendetta contra nosotros.
Eso continúa hasta hoy, señala a propósito de un libro que adelantó lo que ahora acaba de certificar el Vaticano. "Nuestra investigación periodística determinó y confirmó la intuición que todos teníamos: el Sodalicio era una secta. Y también se corroboró que sus ramificaciones tenían el mismo ADN", apunta Salinas. De hecho, junto con el Sodalicio, el Vaticano ha disuelto también las otras tres ramificaciones —algunas femeninas— que se habían ido creando en este medio siglo. Se habían replicado el modelo y los abusos.
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Salinas y Ugaz habían dejado a la vista la sordidez de la institución y el entramado político y económico en que se sustentaba. "Siempre han tenido magníficas relaciones con los grupos políticos de extrema derecha. Y una investigación desde la fiscalía demostró —a través de la Operación Valkiria— que el Sodalicio tenía sicarios profesionales en los pasadizos fiscales y judiciales para frenar las investigaciones contra ellos y acelerar las que presentaron contra los periodistas que los investigamos".
Las relaciones con el fallecido presidente Alan García favorecía la expansión del Sodalicio, con la connivencia de la Conferencia Episcopal del Perú y el beneplácito del papa polaco. Aprovechándose del Concordato entre la Santa Sede y la República del Perú, entraron en el negocio de los cementerios de lujo —pero exentos de pagar impuestos— y sus inversiones se ramificaron por el sector inmobiliario, educativo, sanitario, agrario y minero, entre otros. Paola Ugaz fue quien fue desenredando la madeja del holding empresarial y algunas fuentes avanzaban cifras de unos 1.000 millones de dólares en patrimonio, con un presunto blanqueo de dinero también a través de empresas offshore.
Al Vaticano habían ido llegando estas denuncias. Pero les ponían sordina. El poder del Sodalicio llegaba diáfano también a la Santa Sede. Lo vivió en primera persona uno de los miembros del Sodalicio que había sido nombrado obispo en Perú, Kay Schmalhausen, quien hace poco hizo público en Religión Digital que "denuncié a Figari por abuso sexual a comienzos del 2013 y solo encontré puertas cerradas y selladas".
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"Aún recuerdo, durante la visita papal del 2018 al Perú, las miradas y gestos evasivos a mi saludo de los dos cardenales Parolin y O'Malley, parte de la comitiva pontificia. La indiferencia y frialdad fueron absolutas. Quedé devastado. Entonces me di cuenta de dos cosas: de la dimensión institucional —sistémica del encubrimiento en la Iglesia— y de que probablemente mi ministerio episcopal estaba llegando a su final", confesó el obispo sodálite, como se conocía a los miembros de la organización. "Toda puerta tocada se convirtió para mí, a pesar de ser un obispo de la Iglesia, en puerta cerrada y sellada", lamentaba Schmalhausen.
Los 'detectives' de Francisco
Este muro de silencio se rompió definitivamente en 2022. El Dicasterio para la Doctrina de la Fe tenía conocimiento del libro de Salinas y Ugaz. Pero allí iban a morir en tantas ocasiones otras denuncias similares. "La publicación llegó a conocerse en el Santo Oficio [como se denominaba antes a Doctrina de la Fe], pero este no actuó hasta que Paola Ugaz se reunió con el padre Jorge, o papa Francisco, en 2022. En ese momento, el exsodálite Martín López de Romaña publicó La jaula invisible y yo Sin noticias de dios, que sirvieron de insumo para los detectives vaticanos", recuerda Pedro Salinas.
Unos ‘detectives vaticanos’ que el papa decidió enviar al año siguiente, 2023, a Perú, "cuando la arremetida mediática-judicial tomó una fuerza inusitada contra nosotros, cuando nos estaban aplastando como a cucarachas", recuerda Salinas a propósito de la presión recibida por una institución que ya estaba herida y se revolvía con todos los medios a su alcance.
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Y en medio de esa campaña de desprestigio personal contra los periodistas desembarcó en Lima la llamada Misión Especial del papa Francisco. Formada por el arzobispo maltés, Charles Scicluna y el sacerdote catalán Jordi Bertomeu, se entrevistaron con las víctimas en la Nunciatura de la Santa Sede en la capital peruana. "El papel desempeñado por la dupla Scicluna-Bertomeu fue decisivo en esta historia interminable", rememora Salinas. Los informes de los ‘detectives vaticanos’ resultaron determinantes para poner punto y final a la historia del Sodalicio.
Vino primero la expulsión del propio Figari, quien desde 2015 se encontraba retirado en Roma. Luego, de sus principales colaboradores. Pero el intento de manipulación llegó incluso hasta el papa, quien hace pocos meses accedió a recibir a dos representantes del Sodalicio, que habían denunciado ante la justicia peruana al sacerdote Bertomeu, en medio de una campaña personal de desprestigio e insinuaciones. "En un momento hubo un giro de tuerca a favor de ellos, que, por suerte, no duró mucho tiempo", recuerda aquellos momentos de finales del pasado año Salinas. "Pero el instante en que el papa pareció darnos la espalda, pese a la ingente cantidad de información que le proporcionamos, fue desasosegante. Yo me sentí traicionado, como la mayoría de mis excorreligionarios. Al punto, que casi no voy a la reunión con Francisco. Estaba muy molesto con él".
Esperando la muerte del papa
Finalmente se desveló la manipulación al papa y el proceso siguió según lo esperado. Encuentro en el Vaticano de Francisco con Salinas, Ugaz y la también periodista Elise Ann Allen, también exsodálite. El Sodalicio tenía los días contados. Las arremetidas y campañas de desprestigio aumentaban a la par que las autoridades del Sodalicio parecían admitir el final con sumisión. Era estrategia. Se trataba de ganar tiempo. La enfermedad del papa supuso una nueva oportunidad. Quizás, al final, incluso podría salvarse el Sodalicio.
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Un mes antes de ingresar en el Policlínico Gemelli el 14 de febrero, Francisco había dejado firmado el decreto para la disolución de la organización sectaria. Mientras, se trataba de ganar tiempo para que Bertomeu, convertido en comisario plenipotenciario del papa, pudiese recuperar activos económicos del entramado financiero. El catalán seguía muy de cerca la evolución sanitaria del Papa. Se temió lo peor. En dos ocasiones, Francisco estuvo al borde de la muerte aquellos días. Su fallecimiento entonces hubiera dado al traste con la disolución del Sodalicio. Suponía tener que esperar a otro Pontífice y que aquel creyese en todo el trabajo realizado hasta la fecha. Aquellos días no todos rezaban por la recuperación del papa argentino.
Pero se recuperó y hace justo este lunes una semana, el Sodalicio firmó finalmente su disolución. Ahora ya es historia y un mal sueño para sus víctimas, muchas de las cuales lo arrastrarán a lo largo de sus vidas. "Lo que hagan ahora, me tiene sin cuidado. Por razones de salud mental, me dedicaré a otros temas y a reinventarme. Han sido 15 años eternos en los que se me fue la vida en esta historia. Creo que ya cumplí con mi deber. Buscamos la verdad, la documentamos, y la publicamos, todas las veces que fue necesario, pues esto terminó siendo algo más que una investigación periodística. Terminó siendo una guerra desigual, en la que la cacería contra los mensajeros terminó convirtiéndose en una suerte de prioridad para esta organización sectaria y de características mafiosas, pero con etiqueta católica".
Se trata de la primera vez en que una investigación periodística termina con la liquidación de una organización que tenía todas las bendiciones del Vaticano. Un hito que, en uno de sus últimos artículos, quiso poner de relieve otro peruano, Mario Vargas Llosa. "A Pedro Salinas y Paola Ugaz se los debe premiar por su coraje y su responsabilidad", señaló el Premio Nobel tras leer sus investigaciones, en donde descubrió en Figari a "un personaje del Marqués de Sade". "Mario —recuerda Pedro Salinas— ahora está registrado en mi último libro, La verdad nos hizo libres. Tuvo la enorme generosidad de acompañar nuestro esfuerzo desde los inicios y defendernos, como pocos, en esta extenuante historia".
El siguiente capítulo —la recuperación de los millones de dólares— ya no tiene intención de escribirlo Salinas. "Ese será, sin duda, el principal desafío del comisario Bertomeu", comenta a El Confidencial. Y Bertomeu, esta especie de agente 007 del papa Francisco, ya tiene pensado cómo hacerlo. Pulsando la tecla de la justicia estadounidense, donde el Sodalicio abrió una de sus sedes y desde donde podría ser demandada por presunto blanqueo de dinero. De hecho, este tema fue tratado durante su visita al Vaticano este fin de semana pasado por la Secretaría de Estado, con el cardenal Parolin al frente y el vicepresidente estadounidense JD Vance, quien, en una audiencia extraordinaria, fue recibido ayer, a media mañana, por Francisco, en lo que supone el último encuentro del papa con una autoridad internacional.
Mitad monjes, mitad soldados. Así quería a los miembros del Sodalicio de Vida Cristiana (SVC) su fundador Luis Fernando Figari. Esta organización, con gusto por la parafernalia fascista y que logró medrar en la estructura católica de la época, fue creada en Perú hace 54 años como respuesta desde América Latina al nacimiento de la Teología de la Liberación. Vista con acentos marxistas por el Vaticano de Juan Pablo II, entonces empeñado en la demolición del bloque comunista, el Sodalicio ha visto definitivamente su fin.