Crónica desde el corazón del mundo: 'shock' y expectativas ante la muerte del papa Francisco
La plaza de San Pedro, en el corazón del Vaticano, sigue engalanada con los fastos de la Pascua de Resurrección. En breve, el aspecto de la plaza cambiará radicalmente: empieza el luto
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La plaza de San Pedro, en el corazón del Vaticano, sigue engalanada con los fastos de la Pascua de Resurrección. En breve, el aspecto de la plaza cambiará radicalmente. A mediodía, unas furgonetas entraban en la explanada entre columnas para recoger las flores de la misa del domingo. Durante la próxima semana, la capital de la cristiandad se vestirá de luto.
Tras meses de enfermedad y difícil convalecencia, la muerte del papa no ha sorprendido, pero al mismo tiempo ha pillado de sorpresa a una Ciudad Eterna sin preparar. En Italia es fiesta, se celebra la Pasquetta. Según la tradición católica, el lunes in albis, el lunes blanco, día en el que el Ángel anunció a las tres mujeres que iban a visitar el sepulcro de Cristo que Jesús ya no estaba. Para la Iglesia Católica, el día que representa el anuncio de la resurrección al mundo. Y es en este día que ha muerto el papa Francisco.
En el Vaticano se esperaba mucha gente, como todo día de fiesta, pero la muerte del Papa ha llenado los vagones del subterráneo, donde se han abierto los tornos para evitar aglomeraciones, y un río de gente ha empezado a caminar por Via de la Conciliazione hacia la Basílica de San Pedro. El cuerpo del pontífice, fallecido cuando el sol apenas rayaba el alba en su residencia de Santa Marta, todavía no ha llegado a la Basílica; no lo hará hasta el próximo miércoles 23 en su capilla ardiente.
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Pero incluso la muerte de un papa no interrumpe el otro gran rito del año de la Iglesia, el Jubileo. "A las 12 había más de 3.000 personas, pero para esta tarde esperamos 10.000 y mañana más", dice un voluntario con la camiseta verde de la organización del Año Santo, que se celebra cada 25 años. Los grupos de peregrinos que tenían reservada la hora para las celebraciones del año jubilar siguen entrando a su hora. Pero los turistas y los fieles que van por libre tienen que esperar más de una hora para cruzar los arcos de seguridad. "Ha sido un Papa muy importante para Latinoamérica", lamenta Ramón, de Puertoviejo, Ecuador, que recalaba este lunes en Roma por las celebraciones. "Teníamos pensado ir mañana al Vaticano, porque pensábamos que habría menos gente, pero hemos oído la noticia mientras desayunábamos, y hemos decidido ir a ver que pasaba" cuenta por su parte una familia gallega de vacaciones en Roma.
Quizá es el shock, quizá es el buen tiempo, o quizá que la gente se esperaba ya que el papa había superado lo peor de su enfermedad, que lo tuvo más de un mes ingresado. Es este el espíritu que se respira a horas en el corazón cristiano del mundo: con los romanos en la playa, o de excursión en San Pedro. La tónica general es la curiosidad de un paseo casi veraniego. La mayoría son turistas en manga corta por la temperatura de más de 22 grados. Solo un grupo de curas rezas mirando al balcón de la Basílica donde ayer se mostró por última vez el Papa.
El papa Francisco estuvo activo hasta el final. Pese a su dolencia, y a la larga convalecencia en la que estaba inmerso, el Pontífice siguió cumpliendo con sus obligaciones como líder espiritual de los católicos de todo el mundo, un esfuerzo que quizá le costó la vida. Desde ese balcón dio su último discurso, demasiado débil para leerlo entero, pero fue el maestro de ceremonias, Diego Ravelli, quien leyó su discurso en el que pidió paz en Oriente Medio, mencionando específicamente a Tierra Santa.
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Hoy, ya muerto el papa, la mayoría de las personas da una vuelta alrededores de las columnas de San Pedro sin saber bien qué y donde mirar. "Aquí no hay nada", dice un señor apoyado en la verja que separa la Santa Sede del territorio italiano. "Hay que ir a Santa Marta", responde una señora en sus cincuenta años.
Santa Marta, la residencia de Francisco. El lugar donde quiso vivir, ejercer su pontificado y morir. Ayer las televisiones italianas retransmitieron íntegramente el mensaje del Papa desde el balcón de San Pedro. Se le veía mucho más cansado, peor que en otras ocasiones. Estaba casi sin voz, apenas movía las manos. Las letras del pequeño texto que leía estaban escritas en letras gigantes, una palabra por línea. Después, en el paseíllo en papamóvil por la plaza, se podía ver un asistente que le sostenía el cuello y le resguardaba las espaldas. Cada vez se parecía más a Juan Pablo II y sus últimos terribles momentos.
Contra todo consejo de sus médicos del Gemelli, el papa no ha guardado descanso que se le había recomendado. Al revés, había intensificado sus apariciones para la Semana Santa. A pesar de haber delegado la celebración de los ritos pascuales, el Jueves Santo visitó la cárcel de Regina Coeli, la más antigua aún en funcionamiento de Roma, para reunirse con un grupo de presos. El día anterior se había reunido con el equipo médico que le asistió en el Gemelli. Una manera, quizá, de mostrar que lo peor había pasado. No ha sido así.
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El breve saludo con el vicepresidente estadounidense J.D. Vance fue su último acto antes de su último discurso, su mensaje más político: contra las guerras, contra el rearme, contra la deshumanización que se abate contra los últimos y los migrantes.
Concluido el rito pascual, la vuelta a Santa Marta, donde su vida se ha apagado. Francisco, hijo de migrantes italianos, hizo de la pequeña hospedería de Santa Marta el centro y el símbolo de su poder: el rechazo del fastuoso Palacio Apostólico para una iglesia a pie de calle.
Desde esta mañana la Puerta del Perugino, la entrada del Vaticano que da acceso a Santa Marta, está cerrada y custodiada por dos solados del Ejército italiano y dos agentes municipales. Delante, unos veinte curiosos, turistas y romanos, se han acercado a dar el último saludo a Francisco. Nadie reza, o si lo hace se lo queda en el interior, sin ostentar.
Desde la ventana del edificio, justo en frente, luce una descolorida bandera arcoíris con el texto "PACE", paz, la palabra más querida de Francisco. Las persianas de la casa de Santa Marta están cerradas. El cuerpo de Francisco sigue ahí dentro. Por la tarde será trasladado en la capilla donde el Papa solía rezar y donde se celebrara la ceremonia que decreta la muerte del pontífice y la anulación del anillo papal. Después la Iglesia estará oficialmente en Sede Vacante y empezará, ahora sí, a buscar a su próximo Papa.
La plaza de San Pedro, en el corazón del Vaticano, sigue engalanada con los fastos de la Pascua de Resurrección. En breve, el aspecto de la plaza cambiará radicalmente. A mediodía, unas furgonetas entraban en la explanada entre columnas para recoger las flores de la misa del domingo. Durante la próxima semana, la capital de la cristiandad se vestirá de luto.