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Muere el "revolucionario" papa de los pobres
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A LOS 88 AÑOS

Muere el "revolucionario" papa de los pobres

"El diálogo es el mejor antídoto contra el extremismo", dijo el papa que quiso un poco representar a todos o, al menos, no dar a nadie un portazo. Bergoglio vino a zarandear cosas, a nombrar a los innombrables y a adjetivar sin miedo

Foto: El papa Francisco en el muro de las lamentaciones. (EFE/Getty Images/Lior Mizrahi)
El papa Francisco en el muro de las lamentaciones. (EFE/Getty Images/Lior Mizrahi)
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"Este es el papa de los pobres". La frase es de Massimiliano, un vagabundo vecino del Papa. Los dos dormían en El Vaticano. Uno arriba, en una estancia, y otro abajo, cubierto por unos cartones entre la columnata de San Pedro. Massimiliano era uno entre tantos sin techo que acampaban allí cada noche, por decenas, desde que Francisco mandara construir unos baños públicos a la derecha de la Basílica San Pedro para los que no tenían casa donde lavarse. “La pobreza no se combate con asistencialismo, sino con un trabajo digno”, dijo el Pontífice. Aquellas personas, sus vecinos, no trabajaban, pero al menos él se acordó de cederles un inodoro, una ducha entre una pila de mármoles. “Como me gustaría una Iglesia pobre, y para los pobres”, manifestó en una ocasión Jorge Mario Bergoglio.

Al papa Francisco se le recordará por eso. Cada papa deja su huella. Juan Pablo II era un populista, entendido populismo aquí como su capacidad para captar y encender las masas. Benedicto XVI fue el papa teólogo, el hombre culto, destinado a poner un orden que no supo o no le dejaron poner. Y llegó Francisco, un argentino de origen italiano que decidió ser la voz de las minorías, de los innombrables, mientras con su acento sureño zarandeaba preceptos que parecían inamovibles.

Fue un papa valiente, que concedió algunas entrevistas valientes, y que tuvo una peculiaridad de la que podrá ahora conversar mano a mano con su Dios: le apreciaron los no católicos y recelaron de él los ortodoxos de su ‘club’. “Me da miedo cuando veo comunidades cristianas que dividen el mundo en buenos y malos, en santos y pecadores. De esa manera, terminamos sintiéndonos mejores que los demás y dejamos fuera a muchos que Dios quiere abrazar”, dijo el Pontífice.

Bergoglio intentó crear una Iglesia más abierta, más transversal. “Si escuchamos al Espíritu, no nos centraremos en conservadores y progresistas, tradicionalistas e innovadores, derecha e izquierda”, soltó el 23 de mayo de 2021 en la Misa de Pentecostés. Y lo cierto es que en ocasiones, desde luego, desde muchos de los sectores más conservadores del catolicismo, se le tachó de ser más próximo de la zurda que de la diestra, quizá porque el único movimiento posible, cuando se está en un extremo, es ir hacia el otro lado. Y a este papa le gustaba moverse.

Foto: El papa Francisco en una imagen de 2019. (Reuters/Pool/Andrew Medichini)

Pero el simple movimiento puede ser una bomba en una institución acostumbrada a intervenir en lo divino y lo mundano con esa teoría ‘gatopardesca’ de “cambiarlo todo para no cambiar nada”. ¿Cambió algo Francisco? Cambió, al menos, el lenguaje. “Los ‘ismo’ son ideologías que dividen, que separan. La Iglesia no es una organización humana. Es humana, pero no es solo una organización humana. La Iglesia es el templo del Espíritu Santo”, contestaba él, dejando que fuera la mano de su Dios la que enderezara el rumbo de un proyecto que él tomó cuando hacía aguas entre los escándalos financieros y de pederastia.

Otro de ese sector de innombrables que Francisco asumió como propio fueron los inmigrantes. No era una tarea fácil. Lo hacía desde Roma, capital de una Italia en cuya política los miles de foráneos que llegaban en barca se habían convertido en el centro del debate. Eso le generó enemistades y recelos. Él desde su púlpito los defendía y abrazaba. “Hoy tenemos el Mediterráneo, que es el mayor cementerio del mundo. La exclusión de los inmigrantes es repugnante, es pecaminosa, es criminal”, dijo el 9 de septiembre de 2022 ante una pila de fieles cuya mayoría, presumiblemente, había votado en masa a partidos totalmente opuestos a ese mensaje.

Pero Francisco entendió que era el “capo” de una Iglesia creada por un grupo de inmigrantes que se lanzaron en sus barcas al Mediterráneo a propagar la palabra de Dios. Y era el nieto de unos turineses que se cruzaron el Atlántico en busca de una mejor vida.

Quizá ese fue el primer milagro de Francisco, el de estar vivo, porque sus “abuelos”, Giovanni y Rosa Margarita, habían comprado unos billetes de tercera clase en el barco Principessa Mafalda, que sufrió un percance en alta mar, el 25 de octubre de 1927, en el que murieron más de 300 pasajeros. Los abuelos de Bergoglio pudieron ser unos inmigrantes más ahogados en el océano, pero la providencia quiso que por unos enredos perdieran ese buque y decidieran zarpar un mes después. “No lograron vender a tiempo lo que poseían y entonces cambiaron el boleto y se embarcaron en el Giulio Cesare el 1 de febrero de 1929. Por eso estoy aquí”, recordó en una entrevista el Pontífice.

Jorge Mario tuvo una novia en su adolescencia. "Si no me caso con vos, me hago cura", contó ella

Ahí empieza la historia de los Bergoglio en Argentina. Don Giovanni y Rosa Margarita no intuían entonces que uno de sus nietos, Jorge Mario, nacido el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires, haría el camino de vuelta a la patria para convertirse en el primer papa americano de la historia.

Su niñez fue cálida, dentro de esa cultura italiana en la que la patria viaja en el estómago. “A veces íbamos a casa de una tía por la noche. Recuerdo una vez una cosa curiosa: llegamos y mi abuela todavía estaba haciendo cappelletti, los hacía a mano. ¡Había hecho 400! ¡Quedamos asombrados! Allí estaba toda nuestra familia: también vinieron tíos y primos”, recordó en una entrevista sobre sus Navidades porteñas.

Foto: El papa Francisco oficia su primera misa como sumo pontífice en la Capilla Sixtina el 14 de marzo de 2013. (EFE/Osservatore Romano)

Jorge Mario tuvo una novia en su adolescencia. “Si no me caso con vos, me hago cura”, contó ella, Amalia, sobre aquel romance que, dicen, no prosperó por la oposición de sus padres. “Descubrí mi vocación religiosa”, dijo Francisco en una entrevista en la web del Opus Dei sobre las razones del final del noviazgo. Ese era el joven que bailaba tangos, le gustaban las colecciones de cromos, era hincha de San Lorenzo y se diplomó como técnico químico.

Luego, el 11 de marzo de 1958, con 22 años, el joven Bergoglio pasó a ser noviciado de la Compañía de Jesús. Desde allí fue escalando hasta sentarse en el “trono” de San Pedro para dirigir la obra de Dios el 13 de marzo de 2013. Mucho e indiferente 13 para alguien que señalaba la abultada creencia en las supersticiones: “No es casualidad que la nuestra sea la época de las fake news, de las supersticiones colectivas y las verdades pseudocientíficas. Es curioso en esta cultura del saber, del conocer todas las cosas y también de la precisión del saber, se difundan tantas brujerías que conducen a una vida de supersticiones”.

No lo tuvo fácil desde el inicio como papa. El anterior Pontífice renunció al cargo y él heredó los escándalos de pederastia que afloraban por todas partes. “Es la hora de la vergüenza”, dijo en 2021, cuando se supieron los más de 200.000 menores abusados en 70 años en Francia. “Tolerancia cero. La dirección que ha tomado la Iglesia para atajar este problema es irreversible”, manifestó en 2022.

Pero no todos han visto en Francisco ese brazo ejecutor ni esa revolución. Algunos creen que la imagen aperturista y revolucionaria del Pontífice es falsa. “Durante el papado de Francisco, la Iglesia católica no ha hecho nada para terminar con los abusos a niños por parte del clero", aseguró Peter Saunders, miembro de la comisión del Vaticano contra la pederastia, a la BBC. Otros le han criticado por su postura conservadora en temas como el aborto, el matrimonio homosexual, la eutanasia…

Quizá la revolución de Francisco haya sido la de estar en el medio en unos tiempos donde para ser centro bastaba con no ser la punta de un extremo. “El diálogo es el mejor antídoto contra el extremismo”, dijo el Papa que quiso un poco representar a todos o, al menos, no dar a nadie un portazo.

Se ha ido un papa diferente, cuya obra ahora recolocará la historia. El legado de Francisco se entenderá mejor entre sus sucesores. Bergoglio vino a zarandear cosas, a nombrar a los innombrables, a adjetivar sin miedo y a construirle unos baños a Massimiliano. Porque Francisco pensó que a su Iglesia le sobraban mármoles.

"Este es el papa de los pobres". La frase es de Massimiliano, un vagabundo vecino del Papa. Los dos dormían en El Vaticano. Uno arriba, en una estancia, y otro abajo, cubierto por unos cartones entre la columnata de San Pedro. Massimiliano era uno entre tantos sin techo que acampaban allí cada noche, por decenas, desde que Francisco mandara construir unos baños públicos a la derecha de la Basílica San Pedro para los que no tenían casa donde lavarse. “La pobreza no se combate con asistencialismo, sino con un trabajo digno”, dijo el Pontífice. Aquellas personas, sus vecinos, no trabajaban, pero al menos él se acordó de cederles un inodoro, una ducha entre una pila de mármoles. “Como me gustaría una Iglesia pobre, y para los pobres”, manifestó en una ocasión Jorge Mario Bergoglio.

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