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La oscura alianza de Trump y Bukele: explicando la fascinación MAGA por el líder salvadoreño
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La oscura alianza de Trump y Bukele: explicando la fascinación MAGA por el líder salvadoreño

En la reunión entre Donald Trump y Nayib Bukele en el Despacho Oval de la Casa Blanca, era el presidente estadounidense el que quería parecerse al presidente salvadoreño

Foto: El presidente estadounidense, Donald Trump, y el presidente salvadoreño, Nayib Bukele durante su último encuentro en la Casa Blanca. (Reuters/Kevin Lamarque)
El presidente estadounidense, Donald Trump, y el presidente salvadoreño, Nayib Bukele durante su último encuentro en la Casa Blanca. (Reuters/Kevin Lamarque)
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Cuando el presidente de Estados Unidos recibe en Washington al presidente de El Salvador, una república 5.000 veces más pequeña, con una economía 800 veces menor y una historia reciente tumultuosa, uno diría que es el presidente salvadoreño el que aspira a parecerse al presidente estadounidense. No en un sentido personal o cultural, pero sí en el hecho de gobernar un sistema tan sólido, longevo y respetado; un sistema tan funcional que, como sospechaba el presidente Calvin Coolidge, que terminaba su jornada laboral a las dos de la tarde, podría continuar funcionando sin el incordio de tener encima a un jefe de Estado.

En la reunión entre Donald Trump y Nayib Bukele en el Despacho Oval de la Casa Blanca el pasado lunes, sin embargo, la aspiración era perceptiblemente la contraria: era el presidente estadounidense el que quería parecerse al presidente salvadoreño. Si examinamos la retórica de Trump y sus decisiones de los últimos tres meses, la única conclusión posible es que sueña con transformarse en un nuevo Bukele.

¿Y quién no, a primera vista? Con Nayib Bukele, los asesinatos en El Salvador han pasado de sumar 6.656 en 2015 a 114 el año pasado. Casi sesenta veces menos. Por esta y otras razones, Bukele es considerado el presidente más popular de la historia de El Salvador. La última encuesta elaborada por Cid-Gallup, en noviembre de 2024, le da una aprobación ciudadana del 91%. Un índice que, en Estados Unidos, solo se ha visto una vez desde la Segunda Guerra Mundial: el mes de septiembre de 2001.

La drástica mejora de la seguridad en las calles, además, ha sido perfectamente ensalzada dentro y fuera de El Salvador por una campaña de comunicación continua. Las redadas del Ejército y los recursos dedicados a mantener en cautividad a los feroces pandilleros, mostrados en fila como fichas de dominó, en calzones y con la cabeza afeitada, en prisiones masivas pero impecables, son la envidia de las extremas derechas de todo el mundo. Por fin un líder que se olvida de la corrección política para brindar resultados al pueblo. El más importante: unas calles seguras. Bukele también ha replanteado la marca de El Salvador como un país repleto de oportunidades para los turistas: desde la práctica del surf a la visita de volcanes.

Foto: Guardias de la prisión de Alvador escoltan a un hombre mientras los presuntos miembros de la banda venezolana Tren de Aragua y de la pandilla MS-13 recientemente deportados por el gobierno de EEUU van a ser encarcelados en el Centro de Confinamiento del

Pero la mano mágica de Bukele tiene su reverso. La Asamblea Legislativa salvadoreña declaró el régimen de excepción el 27 de marzo de 2022, y ahí sigue. En estos tres años, las fuerzas de seguridad han detenido a más de 83.000 personas, en muchos casos, según Amnistía Internacional, siguiendo cuotas diarias, sin investigaciones previas y con base en acusaciones anónimas. Como resultado, el 3% de los hombres salvadoreños está en prisión. El índice más alto del mundo.

"Lo que el gobierno llama ‘paz’ en realidad es un espejismo que pretende esconder un sistema represivo, una estructura de control y opresión que abusa de su poder y descarta los derechos de quienes ya habían sido invisibilizados", declaró Ana Piquer, directora para las Américas de Amnistía Internacional. "En nombre de una supuesta seguridad definida de una forma muy limitada".

Foto: El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sostiene una orden ejecutiva firmada en el Despacho Oval de la Casa Blanca. (Reuters/Kevin Lamarque)

El moderno complejo carcelario que aparece en los vídeos y que han visitado líderes de ultraderecha como, en el caso de España, Macarena Olona, es solo uno de 32. Como dice Human Rights Watch, los cautivos de estas prisiones no reciben visitas ni de sus abogados ni de sus familiares, comparecen ante el juez por internet y, a menudo, cientos de presos al mismo tiempo; pueden ser objeto de todo tipo de abusos, entre ellos el hambre, la tortura y largos periodos de reclusión solitaria. Desde 2022 han fallecido en estas presiones alrededor de 350 personas. Una serie de atropellos a los derechos básicos que no aparecen en los vídeos propagandísticos.

Además de la cuestión de la seguridad, Nayib Bukele reemplaza a los jueces que no se acomoden a sus medidas, ha llegado a desplegar sus tropas armadas dentro del parlamento y ha ganado las elecciones para un segundo mandato presidencial, a pesar de que lo prohíbe la Constitución salvadoreña.

Ahora, Bukele tiene un buen amigo en Washington. La relación especial entre el salvadoreño y Donald Trump se ha manifestado de muchas maneras. Bukele fue uno de los primeros líderes extranjeros a los que llamó Trump nada más recuperar la presidencia y poco después se anunció la intención de mandar a las cárceles de El Salvador a inmigrantes indocumentados detenidos en suelo estadounidense. Pero los raíces de esta relación bilateral son más profundas y llevan tiempo floreciendo.

Foto: Guardias del Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot) trasladando a los deportados por Donald Trump. (Presidencia de El Salvador)

"Muchos de nosotros, en el movimiento MAGA, creemos que podemos aprender de las buenas ideas que hemos visto en El Salvador", dijo a The Wall Street Journal Matt Gaetz, antiguo congresista republicano firmemente alineado con Donald Trump. Gaetz, propietario de una casa en El Salvador, lideró una iniciativa parlamentaria para reforzar las relaciones entre Estados Unidos y el país centroamericano.

Desde hace tres años, al tiempo que se fraguaba, con una agenda más concreta y extremista, el retorno de Trump a la presidencia de EEUU, el entorno de Bukele ha ido estrechando lazos con el mundo trumpista. Una tarea coordinada por un lobista de Miami llamado Damian Merlo. Si bien otros gobiernos tratan de engrasar las relaciones con ambos partidos estadounidenses, el presidente Bukele decidió colocar todos los huevos en una misma cesta: la cesta de Donald Trump.

En este proceso, Bukele ha recurrido cada vez más al inglés en sus tuits y en sus vídeos propagandísticos, ha adoptado algunas de las posiciones y mensajes más respetados en el universo trumpista, como por ejemplo las referencias a Dios y a los malvados "globalistas"; ha visitado el think tank The Heritage Foundation, considerado el cerebro de la agenda de Trump; ha participado en el cónclave conservador CPAC y ha sido entrevistado por Tucker Carlson: el expresentador de Fox News reconvertido en uno de los principales diseminadores de bulos de EEUU.

Foto: Foto de archivo de estadounidenses reaccionando a la victoria de Trump. (EFE)

La reunión de Trump y Bukele en la Casa Blanca, llena de joviales sonrisas y comentarios de admiración mutua, vino precedida por este pausado cultivo de las relaciones entre El Salvador y el nacional-populismo estadounidense. Ahora Trump suena cada vez más como Bukele: quiere poder reemplazar a los jueces que considera "lunáticos izquierdistas", declara la emergencia nacional para gobernar por decreto e incluso flirtea con un nuevo, e ilegal, mandato. Más allá de planes y elogios, lo que ha fructificado es la colaboración en materia represiva.

En el último mes, Estados Unidos ha deportado a El Salvador a más de 250 inmigrantes indocumentados sin haber pasado por los procedimientos judiciales requeridos. La Administración Trump invocó para ello una ley de 1798 que, en teoría, le permite considerar a las personas indocumentadas como enemigos extranjeros y por tanto obviar sus derechos legales. Un juez federal ordenó el bloqueo de estas deportaciones ante la necesidad de estudiar la legalidad de la medida, pero llegó demasiado tarde. Los aviones ya estaban en el aire y no dieron la vuelta.

Al principio nadie sabía quiénes iban a bordo. La Administración Trump hablaba de peligrosos "terroristas". Al cabo de varios días comenzaron a emerger los nombres. La agencia Bloomberg ha publicado que el 90% de esos hombres detenidos y despachados instantáneamente a una prisión extranjera donde se violan los derechos de los presos no tienen antecedentes penales. Un detalle que no tuvieron la oportunidad de demostrar, porque jamás llegaron a sentarse frente a un juez.

Foto: Donald Trump. (EFE/Will Oliver)

El caso más llamativo es el de Kilmar Abrego García, un salvadoreño que entró ilegalmente en Estados Unidos en 2011, cuando tenía 16 años. Desde entonces se ha casado con una ciudadana estadounidense, ha tenido tres hijos y ha logrado que un juez, en 2019, lo protegiera de la deportación al considerar que su vida correría peligro en su país de origen. Abrego llevaba años trabajando. El Gobierno federal, que reconoció haberlo deportado por error, justifica ahora su deportación diciendo que era un miembro de la pandilla MS-13. Una acusación basada en una vieja llamada anónima que lo situaba en otro estado y que nunca ha sido sustanciada.

Hasta ahora, tres tribunales estadounidenses han ordenado a la Administración Trump que devuelva a Abrego a territorio estadounidense, incluido el Supremo. Por una votación unánime el alto tribunal dijo que el Gobierno tenía que "facilitar" el retorno del salvadoreño a Maryland. Dado que "facilitar" no implica necesariamente "obligar", la Casa Blanca ha respondido que ellos le permitirían cruzar la frontera. La única salvedad es que Kilmar Abrego García está detenido en una mega-prisión de la que, según Human Rights Watch, nunca ha salido libre ningún preso.

La conversación de Trump y Bukele adquirió tintes orwellianos cuando los dos presidentes se mostraron impotentes a la hora de retornar a Abrego García. El equipo de Trump, que ha iniciado una guerra arancelaria con todo el planeta y amenazado con anexionarse Groenlandia, recalca que El Salvador es soberano y que no pueden entrar allí a llevarse a alguien como si nada. Bukele dijo que no puede meter de contrabando a un "terrorista" en EEUU. Y ahí quedó todo. El senador demócrata de Maryland, Chris Van Hollen, viajó personalmente a El Salvador para negociar la liberación de Abrego y comprobar en persona su estado de salud. Pero no consiguió nada. Ni siquiera se le permitió ver cara a cara a Abrego en la prisión.

Foto: El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en la Casa Blanca. (DPA/Zuma Press Wire/Andrew Leyden)

Lo más probable es que este sea solo el principio de una oscura alianza entre los dos autócratas. Donald Trump, que trató en 2021 de perpetuarse ilegalmente en el poder y que está gobernando en buena medida por decreto, ignorando órdenes judiciales y atacando, uno a uno, todos los centros de poder estadounidense, quiere que El Salvador construya cinco prisiones más para seguir mandando a gente: también ciudadanos norteamericanos. Así se lo comunicó a Bukele a micrófono abierto. Luego lo confirmó delante de la prensa: si es legal, le gustaría mandar a los peores criminales americanos al gulag salvadoreño. Una medida que, como otras ilegalidades, ha puesto a circular entre la opinión pública para que se vaya racionalizando la idea y se vuelva más tolerable.

La visita de Bukele fue el lunes. Hoy sabemos que su Gobierno duplicará el espacio de su megaprisión, llamada CECOT, acrónimo de Centro de Confinamiento del Terrorismo. Podrá albergar hasta 80.000 futuros reclusos. Muchos de los cuales, probablemente miles, están haciendo su vida, ahora mismo, en Estados Unidos.

Cuando el presidente de Estados Unidos recibe en Washington al presidente de El Salvador, una república 5.000 veces más pequeña, con una economía 800 veces menor y una historia reciente tumultuosa, uno diría que es el presidente salvadoreño el que aspira a parecerse al presidente estadounidense. No en un sentido personal o cultural, pero sí en el hecho de gobernar un sistema tan sólido, longevo y respetado; un sistema tan funcional que, como sospechaba el presidente Calvin Coolidge, que terminaba su jornada laboral a las dos de la tarde, podría continuar funcionando sin el incordio de tener encima a un jefe de Estado.

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