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China o autarquía: cómo puede cambiar EEUU si Trump rompe definitivamente con Xi
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China o autarquía: cómo puede cambiar EEUU si Trump rompe definitivamente con Xi

La consecuencia salta a la vista en los mercados: el dólar ha marcado mínimos de la última década y los inversores se deshacen de activos en Wall Street para marcharse a otros caladeros

Foto: Foto de archivo del presidente de EEUU, Donald Trump y el presidente de China, Xi Jinping, en la cumbre del G20. (Reuters/Kevin Lamarque)
Foto de archivo del presidente de EEUU, Donald Trump y el presidente de China, Xi Jinping, en la cumbre del G20. (Reuters/Kevin Lamarque)
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A la guerra económica entre Estados Unidos y China hay que sumarle la guerra propagandística, que consiste, sobre todo, en memes. Uno de ellos muestra al presidente Donald Trump cosiendo pacientemente en un taller con centenares de trabajadores a sus espaldas. En otro vemos a miles de estadounidenses obesos cultivando campos o montando teléfonos, o a los miembros de la prototípica familia americana en una tienda de Toys"R'Us. Van vestidos como trogloditas y los juguetes que aparecen en las estanterías son rudimentarios y están hechos de piedra.

Durante muchos años, Donald Trump ha prometido un retorno a la grandeza de América. Nunca especificó dónde estaba esa grandeza: ¿en los años veinte? ¿En los años cincuenta? ¿En la llamada "edad de oro" de finales del siglo XIX? Pero lo que está claro es que, en esa América grande, sonarán en lontananza los rumores de la poderosa maquinaria americana: las acerías, las cadenas de montaje, los talleres con monos azules manchados de grasa. "El mundo volverá a escuchar el rugido de nuestros motores", decía Clint Eastwood en un anuncio de la Superbowl de 2011.

Sobre el lienzo de la imaginación, la idea está clara: empleos sólidos, bien pagados, incluso con seguro médico y planes de pensiones privados. Un retorno al mundo donde la riqueza estaba más repartida, a cuando esas carcasas industriales que se pueden ver por vastas regiones de Estados Unidos estaban llenas de actividad. Y con el añadido de que esta regeneración de las industrias brindaría también una dosis de autonomía estratégica: la posibilidad de no tener que depender de China, por ejemplo, para producir teléfonos o para confeccionar mascarillas en una pandemia.

Los vaivenes arancelarios del presidente de EEUU, sin embargo, nos invitan a trasladar este cuadro en la vida real, algo que la mayoría de los economistas avisan de que sería difícil. Puede que muchos estadounidenses quieran volver a los años 50, pero su país no está envasado al vacío. Depende de un contexto.

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump. (Reuters)
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"La próxima vez que camines por un supermercado, coge una caja de galletas o de pasta (...) y mira dónde está hecho", decía en Bloomberg Justin Wolfers, profesor de economía de la Universidad de Michigan. "Incluso si dijera que está hecho en América, piensa de dónde vienen sus ingredientes primarios. Descubrirás rápidamente que cada parte de nuestras vidas está profundamente integrada con la economía global. Lo que ahora tenemos es, de media, un impuesto del 20% en cada interacción que tenemos con el resto del mundo [antes de la rebaja al 10% que implementaría Trump]. Tendremos que cambiar lo que compramos, lo que podemos gastar. En el resto del mundo harán negocios entre ellos".

Cuando Trump anunció sus aranceles originales, la Universidad de Yale estimó que estos elevarían el gasto anual de las familias americanas en 3.800 dólares de media. Los aranceles a la importación de vehículos, que para su fabricación dependen de complejas cadenas de suministro en las que algunos componentes van y vienen a través de varios países, inflarán el precio de los coches entre 2.500 y 3.500 dólares; hasta 20.000 dependiendo de las marcas. Las tarifas, que son independientes de ese 10% base, podrían costar a la industria automovilística de EEUU 108.000 millones.

Donald Trump habla de la necesidad de tomar la "medicina", de aguantar un poco de dolor pasajero para reordenar la economía y permitir a Estados Unidos desencadenar una nueva "edad de oro" de la industria. Un "paraíso", en palabras de la Administración, para Main Street: la economía de la gente de a pie.

Foto: Cargueros con contenedores en el puerto de Bangkok. (Reuters/Athit Perawongmetha) Opinión
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El secretario de Comercio, Howard Lutnick, ha proyectado la idea de unos Estados Unidos reindustrializados con el ejemplo del ensamblaje de teléfonos. "El ejército de millones y millones de seres humanos atornillando pequeños tornillos para hacer iPhones: este es el tipo de cosa que va a venir a América", dijo Lutnick. Una idea que, de nuevo, muchos economistas han tachado de surrealista.

A la hora de producir un iPhone, ya no se habla ni de "cadena de suministro", sino de "ecosistema". No se trata de mandar una pieza de un lado a otro del mundo, sino de montar una red de más de 40 países que, entre todos, dividiendo las tareas más específicas, puedan crear un potentísimo ordenador de bolsillo. Unos se encargan del diseño, otros de los materiales, del ensamblaje, del software... en 40 países.

Si para Estados Unidos solo fuera importante recuperar la potestad del ensamblaje, tampoco sería fácil, como dice el CEO de Apple, Tim Cook. "La concepción popular es que las empresas van a China por el bajo coste laboral. No estoy seguro a qué parte de China van, pero la verdad es que China dejó de ser un país de bajo coste laboral hace años. La razón son las habilidades y la cantidad de habilidades en una localización, y el tipo de habilidades. Los productos que hacemos requieren herramientas muy precisas". Cook añade que si, en EEUU, se reuniera a todos los ingenieros que saben cómo ensamblar uno de sus dispositivos, seguramente no llenarían una habitación. En China, sin embargo, llenarían varios campos de fútbol.

Foto: Foto de archivo de estadounidenses reaccionando a la victoria de Trump. (EFE)

Lo mismo sucede con productos menos sofisticados, como las zapatillas deportivas. "Si los estadounidenses clamaran por unas zapatillas deportivas más caras, de menor calidad y con menos estilos para elegir, entonces los aranceles de Trump serían la puerta de entrada", escribe Rick Newman en Yahoo Finance. "Los americanos gastan cada año cerca de 31.000 millones de dólares en Nike, Adidas, Converse y muchas otras marcas de deportivas. Casi todas las deportivas vienen de Asia (...). Los productores de estas naciones han construido cadenas de suministro enormes y sofisticada, lo cual les permite minimizar costes y maximizar la escala. Por eso consumidores de todo el mundo pueden acceder a productos asequibles, al mismo tiempo que las empresas que venden los zapatos cosechan beneficios decentes".

La razón es que China lleva 30 años fabricando zapatos. Y lo hace manualmente. Según James Gau, dueño de la compañía ShoeBot, que tiene factorías en China, los sucesivos intentos de automatizar esta industria han fracasado. Las empresas que, como consecuencia de los aranceles de Trump aplicados no ahora, sino en su primer mandato, intentaron mudar la producción de zapatos a otros países, no fueron capaces. Reproducir el modelo chino, basado en cúmulos de factorías complementarias, con las cadenas de suministro adecuadas, alta especialización y cantidades ingentes de mano de obra barata, es una misión hercúlea.

Además, estos últimos días ha circulado una pregunta por Estados Unidos: aun si las políticas de Trump dieran el resultado soñado de regenerar las industrias en suelo estadounidense, ¿quieren realmente los ciudadanos de este país volver a las acerías, las minas, los aserraderos, las líneas de montaje y las fábricas textiles?

Foto: Donald Trump durante un mitin en Montana, Estados Unidos. (Getty/Michael Ciaglo)

Aunque no representan a la mayoría, también hay economistas que defienden políticas proteccionistas aplicadas de forma estratégica. Posiblemente el más elocuente de ellos sea Oren Cass, economista jefe del think tank conservador American Compass y autor de The once and future worker: A vision for the renewal of work in America. Cass está haciendo estos días la ronda por todos los grandes medios estadounidenses, desde The New York Times a los principales canales.

El primer argumento de Cass es difícil de debatir. El economista dice que a todo el mundo le gusta medir la salud económica con el PIB y apuntar a lo bueno que es el crecimiento, cuando, en realidad, eso no tiene por qué reflejarse en una mejora del nivel de vida de las personas. A veces, de decenas de millones de personas. Lo cual, según Cass, explica la popularidad de Donald Trump y de su visión proteccionista.

"Una cosa que está muy bien de los empleos manufactureros es que tienden a estar localizados", dijo Cass. "Si queremos una prosperidad general con difusión a lo largo del país, es importante tener fuerza en una variedad de sectores en lugares distintos, no solo el conocimiento laboral que se aglomerará en unas pocas grandes ciudades (...). Otra cosa que está muy bien [de los empleos manufactureros] es que todo tipo de gente puede trabajar y sobresalir en ellos. Está bien tener un pluralismo en nuestra economía, donde las personas que prefieran fabricar cosas puedan tener, también, buenas oportunidades".

Foto: El presidente Trump anuncia los detalles de su plan de aranceles. (Reuters) Opinión

Entre ambos extremos hay muchos puntos intermedios. La Administración Biden aportó dinero e incentivos para desarrollar tejido manufacturero en sectores concretos, sobre todo el de los microchips. Hacia el final de su mandato, EEUU registró la mayor tasa de construcción de factorías en medio siglo.

El problema de compaginar estas dos visiones y de buscar un punto medio, en el que, por ejemplo, se mantuviesen el comercio y sus ventajas, pero se fomentase también un tejido productivo plural y con oportunidades para todos, es que el mensaje de Trump ha estado desde el principio lastrado por una paradoja. Con su "Día de la Liberación", ha asegurado que los aranceles son la manera de corregir los desequilibrios comerciales (aunque no tiene sentido ninguno considerarlos una injusticia per se), llenar las arcas del tesoro (asumiendo que la tasa la paga el exportador), regenerar la industria y ganar autonomía estratégica.

A la vez, cuando suspendió parcialmente estos mismos aranceles (con el resultado, aun así, de dejarlos en los niveles más altos desde hace 90 años), se dijo que era una táctica de negociación: una manera de forzar a otros países a bajar sus (escasas) barreras arancelarias (algo que la Unión Europea había propuesto antes incluso de que Trump golpease con sus aranceles). Lo cual desmiente el objetivo inicial: si los aranceles son solo una táctica para bajar otros aranceles, ¿entonces los aranceles no son un buen instrumento económico? Y si lo son, ¿por qué imponer un arancel base a todos los países del mundo, salvo China, y no adaptarlos a cada contexto?

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump. (Reuters / Carlos Barria).

La consecuencia salta a la vista en los mercados: el dólar ha marcado mínimos de la última década y los inversores se deshacen de activos en Wall Street para marcharse a otros caladeros. De los mayores índices bursátiles del mundo, el que peor se está desempeñando es el S&P 500. En otras palabras: Estados Unidos ya no parece ser el refugio al que venía el resto del mundo a buscar el calor de la seguridad jurídica, las fronteras abiertas a bienes e ideas, la consistencia y la estabilidad política.

A la guerra económica entre Estados Unidos y China hay que sumarle la guerra propagandística, que consiste, sobre todo, en memes. Uno de ellos muestra al presidente Donald Trump cosiendo pacientemente en un taller con centenares de trabajadores a sus espaldas. En otro vemos a miles de estadounidenses obesos cultivando campos o montando teléfonos, o a los miembros de la prototípica familia americana en una tienda de Toys"R'Us. Van vestidos como trogloditas y los juguetes que aparecen en las estanterías son rudimentarios y están hechos de piedra.

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