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China eleva sus aranceles al 125%: por qué no hay freno en el choque de trenes entre Trump y Xi
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Aranceles 'ad infinitum'

China eleva sus aranceles al 125%: por qué no hay freno en el choque de trenes entre Trump y Xi

La combinación de la presión sin tregua de Washington y la determinación inquebrantable de Pekín se ha transformado en un divorcio traumático entre dos economías que durante décadas fueron interdependientes

Foto: Ciudadanos chinos pasan junto a un niño que juega sobre un banco con forma de bomba pintado con la bandera de Estados Unidos, en Pekín. (EFE/Roman Pilipey)
Ciudadanos chinos pasan junto a un niño que juega sobre un banco con forma de bomba pintado con la bandera de Estados Unidos, en Pekín. (EFE/Roman Pilipey)
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La cruzada arancelaria de Donald Trump contra el resto del mundo se ha tomado un breve respiro para dejar paso a la batalla que, desde el mismo instante en que el magnate regresó a la Casa Blanca, estaba destinada a ocupar el centro del escenario: Estados Unidos contra China. En una arena internacional aún aturdida por la súbita pausa de 90 días a las tasas "recíprocas" anunciada el pasado miércoles, la guerra comercial entre Washington y Pekín ha entrado en una espiral sin freno ni salida a la vista. Este viernes, China elevó sus aranceles al 125%. Una escalada con un ritmo tan agotador que ya cuesta seguir el volumen de aranceles. Primero fue un 10; luego, un 20%; la semana pasada, un 54%; hace dos días, un 104%; ayer por la mañana parecía que la cifra había subido al 125%, pero la Casa Blanca se apresuró a aclarar que, en realidad, el nuevo paquete asciende al 145%.

Y este puede ser solo el principio. En el manual de Trump y Xi Jinping, ceder equivale a perder. Y ninguno parece dispuesto a ser el primero en parpadear. Para el presidente estadounidense, esta batalla particular es una revancha. Revancha contra un orden económico que —en su relato— convirtió a China en la fábrica del mundo y a Estados Unidos en su cliente cautivo. Por eso, la escalada constante de aranceles es, ante todo, una operación de ajuste de cuentas. Un intento de culminar una tarea pendiente de la primera presidencia: desmantelar la centralidad comercial de Pekín y romper con la idea de que más comercio global, por definición, es algo bueno. “No tuvimos tiempo de hacer lo correcto. Ahora sí, declaró el presidente republicano ante los medios tras anunciar la última subida hasta el 125% de aranceles.

A diferencia de lo que ha demostrado con el resto del mundo —“Me están besando el culo. Se mueren por llegar a un acuerdo”, se jactó Donald Trump el pasado lunes durante una reunión del Comité Republicano—, Trump no está utilizando aquí los aranceles como moneda de cambio, sino como arma para someter a un rival estratégico. Cada nueva subida es presentada como una victoria, cada represalia china como prueba de que su presión funciona.


Pero China no va a agachar la cabeza. No puede. Porque para Pekín, más allá de una disputa comercial, esta es una cuestión de soberanía, de imagen nacional y de supervivencia de su modelo. Ceder ante la presión de Washington tendría un coste político inasumible tanto en casa como fuera. “Si quieres hablar, la puerta está abierta. Pero el diálogo debe basarse en el respeto mutuo”, respondió esta semana el Ministerio de Comercio chino. Y por si quedaba alguna duda, remató: “Si quieres luchar, lucharemos hasta el final".

"No permitiremos en absoluto que otros arrebaten al pueblo chino sus derechos e intereses legítimos, ni que nadie sabotee las normas del comercio internacional y el sistema multilateral", aseguraba la embajada China en Estados Unidos en un comunicado. Incluso la ministra de Exteriores china, Mao Ning, ha compartido en X un vídeo de Mao Zedong en el que este afirma que los chinos "no tenemos miedo a las provocaciones, no nos echamos atrás".

"La no injerencia en los asuntos internos de China es un aspecto fundamental en su política exterior y por ese mismo motivo es por lo que Pekín ha dejado claro que no se va a dejar intimidar", explica la analista geopolítica especializada en China, Sandra Ramos, en conversaciones con El Confidencial. "Son conscientes de la necesidad de actuar con contundencia para ‘no amedrentarse’ ante los cambios en política internacional. China es un país milenario que ya ha enfrentado múltiples dificultades, caídas y resurgimientos de imperios, incluso han sufrido lo que ellos mismos denominan el “Siglo de la Humillación”".

Foto: Una asistente pasa junto a las banderas de la UE y China en Pekín. (ReutersS/Archivo/Jason Lee)

Y la humillación es precisamente lo que el presidente chino, Xi Jinping, quiere evitar. Desde la subida de aranceles por parte de Trump, el mandatario chino se ha mantenido impasible. "La economía china es un mar, no un estanque. Las tormentas pueden volcar un estanque, pero nunca un mar. He vivido incontables tormentas y aguaceros, el mar sigue ahí", anunció en un discurso ante la población.

A pesar de que China se está exponiendo a una cifra de aranceles sin precedentes, Xi considera optar por la contención, que daría paso a proyectar una imagen débil de un país que ya se ha consolidado como una de las potencias mundiales. "China se ha convertido en una potencia con recursos políticos y económicos suficientes para poder soportar una guerra comercial, al menos, a medio plazo", declara Ramos. En este sentido, Xi Jinping ya se ha pronunciado aseverando que "va a plantar cara a las políticas arancelarias de Trump, y esta postura actualmente sí se la pueden permitir, dado que cuentan con estrategias económicas a largo plazo. De no ser así, China jamás se aventuraría en un conflicto en el que no tienen cartas con las que jugar".

Foto: El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante el anuncio de los aranceles. (Reuters/Carlos Barria)

"La diplomacia del 'lobo guerrero' que se ha desarrollado bajo el liderazgo de Xi Jinping responde al deterioro de las relaciones con Washington, y es probable que se esté aplicando en la actualidad con la respuesta arancelaria", agrega la analista. "Xi espera que Trump comprenda que actualmente el mundo se encuentra en un cambio de paradigma global donde ya existen potencias capaces de enfrentar los intereses norteamericanos y, por ende, lograr entrar en un nuevo sistema internacional marcado por la multipolaridad", concluye.

El divorcio del siglo

Este cóctel explosivo, combinación de la presión sin tregua de Washington y la determinación inquebrantable de Pekín, se ha transformado en un divorcio traumático entre dos economías que durante décadas fueron interdependientes. El nivel de aranceles ha escalado tanto que cualquier nueva subida resulta casi irrelevante. En la práctica, Estados Unidos y China se han impuesto un embargo mutuo.

Solo en los últimos días, miles de contenedores con destino a puertos estadounidenses han sido cancelados o puestos en espera. Empresas exportadoras chinas están abandonando el mercado estadounidense y otras reubican producción en terceros países, como Jordania, para intentar esquivar los aranceles. Según FT, algunos vendedores de Temu y Shein han elevado precios hasta un 70% para los consumidores de EEUU. Al mismo tiempo, exportadores estadounidenses que dependen de componentes chinos —o que venden productos agrícolas y maquinaria a China— han visto evaporarse sus pedidos de un día para otro.

La presión arancelaria de Trump no solo amenaza con encarecer el coste de vida en EEUU, sino que también podría empujar a la economía a una recesión. Según The New York Times, el 73% de los smartphones, el 78% de los portátiles y el 87% de las consolas de videojuegos que se venden en Estados Unidos provienen de China. Traducido: una nueva oleada de inflación, una caída del consumo y más presión sobre los tipos de interés.

China, por su parte, tampoco está en condiciones de absorber indefinidamente el golpe. Aunque conserva una capacidad industrial gigantesca y todavía dispone de margen para aplicar estímulos fiscales, su economía atraviesa un momento delicado. La crisis inmobiliaria —una de las mayores del planeta en términos de deuda acumulada, inversión improductiva y riesgo sistémico— continúa erosionando las finanzas de gobiernos locales, bancos regionales y grandes promotoras al borde del abismo. El consumo interno está profundamente deprimido, consecuencia directa de un modelo que durante décadas priorizó las exportaciones a costa del mercado doméstico. Y el desempleo juvenil se ha convertido en una bomba de relojería que ni siquiera podemos medir correctamente, dado que las cifras oficiales son ampliamente consideradas como falsas.

Foto: Dos personas junto al río Huangpu en Shanghái, China. (EFE/Alex Plavevski)

Y sin Estados Unidos como cliente clave, China tendrá la tentación de inundar de productos los mercados europeos y asiáticos justo cuando esos países redoblan esfuerzos para proteger a sus propias industrias. La euforia inicial que desató el anuncio de Trump sobre la pausa arancelaria global se desinfló rápidamente este jueves, con las bolsas tiñéndose de rojo y evidenciando que lo que se avecina es la ruptura del siglo. Como advirtió al NYT Orville Schell, director del Centro de Relaciones EEUU-China de Asia Society, “la tela que tejimos cuidadosamente durante décadas se está desgarrando”. Y esta vez no hay mecanismo de contención, ni mesa de negociación, ni la voluntad política necesaria para pisar el freno.

La cruzada arancelaria de Donald Trump contra el resto del mundo se ha tomado un breve respiro para dejar paso a la batalla que, desde el mismo instante en que el magnate regresó a la Casa Blanca, estaba destinada a ocupar el centro del escenario: Estados Unidos contra China. En una arena internacional aún aturdida por la súbita pausa de 90 días a las tasas "recíprocas" anunciada el pasado miércoles, la guerra comercial entre Washington y Pekín ha entrado en una espiral sin freno ni salida a la vista. Este viernes, China elevó sus aranceles al 125%. Una escalada con un ritmo tan agotador que ya cuesta seguir el volumen de aranceles. Primero fue un 10; luego, un 20%; la semana pasada, un 54%; hace dos días, un 104%; ayer por la mañana parecía que la cifra había subido al 125%, pero la Casa Blanca se apresuró a aclarar que, en realidad, el nuevo paquete asciende al 145%.

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