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El contraataque de China toma como rehén una de las obsesiones de Trump: las tierras raras
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El contraataque de China toma como rehén una de las obsesiones de Trump: las tierras raras

Las restricciones anunciadas por China asestan un golpe directo a los sectores tecnológico y militar de Estados Unidos, de por sí castigados por la tormenta arancelaria

Foto: Trabajadores en una planta de tierras raras en Lianyungang, China. (Reuters)
Trabajadores en una planta de tierras raras en Lianyungang, China. (Reuters)
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Desde que regresó a la Casa Blanca, Donald Trump ha desarrollado una fijación geoestratégica con los 17 elementos que hacen posible desde los misiles hipersónicos hasta los iPhones: las tierras raras. Desde presionar a Ucrania para asegurarse una porción de su subsuelo (aunque apenas cuente con las dichosas tierras) hasta declarar su intención de comprar —o incluso tomar por la fuerza— Groenlandia, rica en estos minerales, ha convertido esta misión en una de sus principales prioridades de seguridad nacional. Una cruzada con un propósito claro en el horizonte: romper la dependencia de Estados Unidos del principal proveedor mundial de estos recursos… que, para su desgracia, sigue siendo China.

El dominio chino en el mercado de tierras raras es el resultado de una estrategia que lleva en marcha desde los años 80, cuando Pekín apostó por este sector mediante subvenciones estatales, mano de obra barata y regulaciones ambientales casi inexistentes. Mientras Occidente cerraba minas por su alto coste o su impacto ecológico, China construía una cadena de suministro integrada que hoy no tiene rival: produce cerca del 70% de las tierras raras del mundo y controla más del 85% de su refinado y procesado. Además, ha extendido su influencia a países con grandes reservas como la República Democrática del Congo o Indonesia, asegurando el acceso a sus recursos mediante inversiones masivas y acuerdos bilaterales que refuerzan su control más allá de sus propias fronteras.

Y ahora que el gigante asiático se enfrenta a la mayor ofensiva arancelaria de su historia, todo parece indicar que las tierras raras pueden convertirse en el rehén perfecto para Pekín. Cuando el pasado 3 de abril Trump anunció una nueva ronda de aranceles a escala planetaria —con China como uno de los principales damnificados, tras años acumulando tasas—, el Gobierno de Xi Jinping respondió al día siguiente con un gravamen del 34% a las importaciones estadounidenses y, además, con severas restricciones a la exportación de siete de los 17 elementos estratégicos.

China no ha impuesto un veto total. En su lugar, ha transformado cada envío en una negociación en la que se pregunta quién compra y para qué lo quiere. Y si una de las respuestas incluye misiles, drones o chips de 3 nanómetros, el proceso puede eternizarse. Una restricción calculada que asesta un golpe directo a los sectores tecnológico y militar de Estados Unidos, de por sí castigados por la tormenta arancelaria, y que pone en jaque la cadena de valor de toda la industria de semiconductores y electrónica avanzada. Los elementos afectados —samario, gadolinio, terbio, disprosio, lutecio, escandio e itrio— son esenciales para la fabricación de imanes de alto rendimiento, sensores, radares, baterías y sistemas de guiado, es decir, gran parte de lo que hace que la maquinaria de la era digital funcione.

Foto: La mina a cielo abierto de Haizhou en Fuxin, provincia china de Liaoning. (Getty/VCG)

Para empeorar las cosas, buena parte de las tierras raras que Estados Unidos importa de terceros países —como Estonia (6%), Japón (3%) o Francia (3%)— dependen, en realidad, de concentrados minerales y compuestos químicos producidos en China. Es decir, aunque los envases digan made in Europe, el contenido sigue ligado a Pekín. Una capa más de dependencia convierte a Estados Unidos en un objetivo especialmente vulnerable en cualquier guerra comercial. Algo que Pekín, por supuesto, no ha tenido el menor reparo en recordar.

La Casa Blanca contraatacó redoblando la apuesta: un arancel adicional del 50%, que, sumado a las medidas anteriores, eleva el castigo total a un 104 % sobre los productos chinos, en vigor desde hoy. China aún no ha anunciado su siguiente movimiento en la que ya es, sin matices, la mayor guerra comercial de la historia entre las dos superpotencias. Pero todo apunta a que las tierras raras jugarán un papel protagonista en este nuevo tablero de presión mutua. Este martes, el Global Times —el diario nacionalista que suele decir en voz alta lo que Pekín piensa en privado— abría su portada con un mensaje nada sutil: “La prensa estadounidense teme por el futuro del caza F-47 ante el control chino sobre las exportaciones de tierras raras”.

Esta no es la primera vez que Pekín recurre a su dominio en el sector como arma comercial contra su principal rival. En diciembre pasado, China prohibió las exportaciones de antimonio, galio y germanio a Estados Unidos, tres minerales clave para la industria de semiconductores, defensa y comunicaciones. Y un año antes, en 2023, impuso un veto a la exportación de la tecnología necesaria para extraer y separar tierras raras, blindando así su cadena de valor y dificultando que otros países pudieran replicarla.

Trump ha invocado el Defense Production Act, una ley de tiempos de guerra que permite al presidente movilizar la industria privada para fines considerados esenciales para la seguridad nacional. En teoría, esta norma autoriza al Gobierno federal a financiar directamente proyectos, priorizar permisos, requisar materiales o forzar a las empresas a reorientar su producción para lograr esas tierras raras que China controla. En la práctica, su aplicación en el sector minero tiene más de gesto simbólico que de plan operativo. Porque la cruda realidad es que abrir una mina de minerales críticos lleva, en promedio, más de 16 años desde su descubrimiento hasta la primera extracción viable.

Foto: Narsarsuaq, en el sur de Groenlandia, alcanzó un récord de 15,3 °C, la más calurosa registrada en la historia de la zona en septiembre y una de las más altas jamás registradas en Groenlandia. (EFE)

A falta de minas propias, Estados Unidos podría —en teoría— apoyarse en socios más confiables. Canadá, por ejemplo, exportó en 2023 casi 30.000 millones de dólares en minerales críticos a su vecino del sur. Pero ni siquiera el amigo más cercano se libra del enfoque arancelario de Trump. Ottawa ha sido uno de los blancos prioritarios de su nueva ofensiva comercial, y el primer ministro de Columbia Británica, David Eby, ya ha amenazado con cerrar el grifo de las exportaciones estratégicas si Washington no da marcha atrás. Complicaciones propias de una guerra comercial con más de 60 frentes.

Desde que regresó a la Casa Blanca, Donald Trump ha desarrollado una fijación geoestratégica con los 17 elementos que hacen posible desde los misiles hipersónicos hasta los iPhones: las tierras raras. Desde presionar a Ucrania para asegurarse una porción de su subsuelo (aunque apenas cuente con las dichosas tierras) hasta declarar su intención de comprar —o incluso tomar por la fuerza— Groenlandia, rica en estos minerales, ha convertido esta misión en una de sus principales prioridades de seguridad nacional. Una cruzada con un propósito claro en el horizonte: romper la dependencia de Estados Unidos del principal proveedor mundial de estos recursos… que, para su desgracia, sigue siendo China.

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