Cómo esta ciudad murciana se ha convertido en la referencia frente a desastres naturales
En la última década, el cambio climático ha intensificado la respuesta de la naturaleza a las acciones humanas. ¿Está Europa lista para una catástrofe natural? Si sigue el ejemplo de esta ciudad española, sí
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El salón de Blasi y Paco expone marcos de fotos de niños que, por la calidad de la imagen, ya no son tan niños. Mesa de comedor, sofá mullido y cortinas blancas. A primera vista, un salón normal. Pero el fantasma de una grieta en la pared, justo detrás de la mesa del comedor, aparece en la memoria del matrimonio al recordar aquel 11 de mayo de 2011.
Ellos tuvieron suerte. Aquel miércoles, Blasi Soriano y Paco López se levantaron como cualquier otro día. Por la tarde, ella aprovechó para medir unos pantalones, pero de repente le parecía como si se le doblasen. Se trataba de un ligero temblor, que le distrajo la sesión de costura, pero no hizo saltar las alarmas.
Paco lo experimentó también en el gimnasio. “Sentí los ladridos de los perros de la zona algo alborotados”, recuerda. Retomó su ejercicio de pectorales cuando algo dentro de él le hizo volver a casa, cambiarse y acercarse al Ayuntamiento, donde trabajaba como secretario de la alcaldía. Estaban acostumbrados a temblores, pero no al que venía. Murcia se sitúa en el límite entre las placas ibérica y africana, y Lorca, por su parte, se encuentra cerca de la falla de Alhama. Hasta ese momento, todo estaba dentro de la normalidad.
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Sin embargo, aquel miércoles una segunda sacudida hizo caer los libros de la librería en la que se encontraba Blasi, que aprovechaba para comprar de camino a su rutinaria clase de pilates tras el intento fallido de medir los pantalones de su marido. Un estruendo ensordecedor. En pocos segundos, todo se sumió en polvo. Ladrillos en el suelo. Coches abiertos. “Ahí comenzó la ola”, describe Paco.
Una ola que al pasear ahora por Lorca no se ve, pero se siente. El efecto de aquel terremoto de 5,2 en la escala Richter dejó más de 300 heridos y causó la muerte de nueve habitantes. La intensidad del seísmo afectó al 85% de los inmuebles. En total, cerca de 260 edificios, que albergaban un total de 1.260 pisos, fueron declarados en ruina. Una huella que ahora vive en el recuerdo de todos los vecinos y atrapada entre las grietas encaladas que se ven en algunos de los edificios al pasear por su casco antiguo.
El municipio tuvo que esperar poco más de un año para vivir otra embestida de la naturaleza. El 28 de septiembre de 2012 cayeron 170 milímetros de precipitación, unos 2,4 metros de agua, en menos de dos horas, provocando una riada. El temporal se saldó con 10 víctimas mortales en Murcia y otras zonas de Andalucía.
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“La zona del sureste peninsular ha sufrido mucho por catástrofes desde épocas históricas”, confirma Carmelo Conesa, catedrático de Geografía Física de la Universidad de Murcia. De hecho, se remonta a 1839 o 1879 mencionando exposiciones a las consecuencias de la gestión hidráulica en situaciones de catástrofe. “Los planes hidráulicos se han ido perfeccionando en la zona y el objetivo debe ser no evitar, sino amortiguar las consecuencias”, aclara.
Pero ¿cómo se consigue que una ciudad se recupere de esto? ¿Se puede responder de forma eficiente sin previsión? ¿Cuál es la clave para restaurar la seguridad? Las respuestas las tiene Lorca.
Primera fase: una actuación inmediata
“Teníamos claro que las labores de limpieza eran imprescindibles”, destaca Fulgencio Gil. Hoy habla como alcalde de Lorca, pero cuando la ciudad tembló, él estaba dentro del ayuntamiento como jefe del Gabinete de la Alcaldía. “Una de las claves para recuperar la normalidad es reducir el impacto emocional”, explica, subrayando la importancia de la respuesta en las primeras horas tras el desastre.
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Esa reacción inicial influye directamente en la confianza de la población y en su sensación de seguridad, tanto en la capacidad de las instituciones para gestionar la crisis como en la estabilidad del proceso de reconstrucción. Es en esta etapa cuando más se cuestiona la preparación previa y la efectividad de los protocolos establecidos.
En el caso del terremoto, no hubo posibilidad de anticipación. “Nosotros somos una región donde hacemos simulacros y, aun así, cuando llega una catástrofe como esta, sigue pareciendo que estás improvisando”, confiesa Juan Amorós. Ahora está jubilado, pero era el jefe de policía local que asumió la coordinación de los cuerpos durante el terremoto. Cuando le preguntan por cuántos desastres naturales ha presenciado durante sus años de servicio, resopla. Considera que este tipo de situaciones “sirven como escuela” y desde el cuerpo se “implementan las mejoras y los aprendizajes”.
“Fue una coordinación espontánea y las decisiones se tomaron minuto a minuto”, afirma. Para muchos, esto podría interpretarse como un caos, pero para Juan, la “empatía” y la “humanidad” fueron las claves para lograr una actuación eficiente. Algo en lo que coincide Fulgencio: “Estuvimos a pie de calle e intentamos dar fórmulas simples ante los problemas que iban surgiendo”.
Le han preguntado innumerables veces a Juan cómo vivió aquellas horas, aquellos días sin dormir sintiendo el peso de la responsabilidad de un cargo tras el que se esconde un vecino más. Se emociona. En su pausa caben los pasos en falso, la asistencia en el campamento y hasta las mantas que ofrecían a los vecinos en aquella explanada, la Huerta, que de normal acoge la feria.
Los vecinos confirman que desde el primer día ya se fueron retirando los 221 vehículos, se precintaron las calles con mayor riesgo y se desplegaron los técnicos. “Hubo muchas personas que se fueron a sus segundas residencias y el resto de afectados estaban en la Huerta”, explican Blasi y Paco casi al unísono.
“Nosotros fuimos unos de ellos”, explica Paco. “Cuando abrí la puerta y entré al salón de la casa del campo, me encontré con una vecina”. Ambos ríen al recordar la estampa y Blasi sale por alusiones. “Es que yo me llevé en el coche a todo el que conocía”, contesta con una risa intermitente.
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Entre tanto caos, recuerdan “la solidaridad de los vecinos” y la labor de los voluntarios que “vinieron de todas partes de España” como algo que les dio “esperanza en el ser humano”. Al final, lo vivieron como una tragedia, pero la respuesta, para ellos eficiente, amortiguó los daños en esos primeros días.
“Esta es una de las lecciones que sacamos de la catástrofe. La respuesta en estas situaciones de caos debe ser coordinada, rápida y homogénea”, confirma Antonio Tomás Espín, Doctor en Análisis y Diseño Avanzado de Estructuras en la Universidad Politécnica de Cartagena. Él formaba parte de aquel equipo que creó la estrategia de colores para catalogar los edificios.
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En la bajada desde el Ayuntamiento a la Avenida Juan Carlos I se pueden ver unas cuantas cruces verdes. Eso significaba que podías acceder a tu edificio. Sin embargo, otros colores como el naranja o el rojo ponían en duda su seguridad. El negro directamente implicaba demolición.
“A partir de 2011, estuvimos estudiando la creación de una ficha de evaluación para uniformar criterios y que todos los equipos ofrecieran una respuesta coherente. Dirigida por la Dirección General de Emergencias y fruto de dicha experiencia a nivel de Región de Murcia”, explica. Así, los técnicos ya no son solo voluntarios, sino que existe una formación reglada para este tipo de situaciones.
Al margen de lo técnico, Antonio Tomás se sintió humano: “En los primeros días me sentí más psicólogo que técnico, porque te preguntaban por el estado de sus casas y dar una respuesta concluyente en las primeras horas es una labor difícil”.
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Segunda fase: la institución se humaniza
“Nosotros también éramos víctimas”, comparte Fulgencio. Cuando habla del terremoto, la nostalgia se apodera de las palabras. Él fue de los que estuvo a pie de calle. “La prioridad siempre tiene que ser el ciudadano, por encima de las decisiones políticas”, sentencia. Explica que el compromiso de las instituciones locales en defensa de los vecinos es crucial en un momento donde “todo parece destruido”.
Según los datos facilitados por el Ayuntamiento de Lorca, se reconstruyeron 1.338 viviendas y se inyectaron más de 1.200 millones de euros para esta reparación, la recuperación del patrimonio histórico y la actualización de infraestructuras para el municipio. Esta inversión fue resultado de una respuesta conjunta entre el Gobierno de España, la Región de Murcia y el Ayuntamiento de Lorca.
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Para la recuperación del patrimonio cultural, se implementó el Plan Director para la Recuperación del Patrimonio Cultural de Lorca, aprobado por el Consejo de Ministros el 28 de octubre de 2011. Este plan coordinó las inversiones destinadas a restaurar los bienes culturales afectados por el terremoto. Ahora, el patrimonio de Lorca ha recuperado la normalidad tras una inversión de 75 millones de euros.
Además, la ciudad recibió también fondos de la Unión Europea para apoyar la reconstrucción y rehabilitación de infraestructuras y patrimonio cultural. Una ayuda de 21 millones de euros con el fin de costear las medidas de emergencia, socorro y limpieza como consecuencia del terremoto.
La tienda de Gregorio González tiene todo tipo de texturas, formas y colores. El nombre oficial es “GREDECOR”, pero cuando preguntas por la calle por dónde queda este establecimiento todos exclaman: “Gregorio el de las cortinas”. Junto a su hermana Ana, llevan con este negocio en Lorca más de 40 años. Ellos han sufrido tanto el terremoto como las inundaciones.
“En el primer movimiento se cayeron unos cuantos cojines, en el segundo ya salimos a la calle al ver que los edificios se movían”, recuerda Ana. Explica que perdieron todo el material por el polvo en suspensión que cubría la Avenida Juan Carlos I. Un año después, por la riada, el agua entró y sustituyó al polvo. Gracias al seguro no tuvieron mucho problema en responder a los daños. Tanto es así que a dos meses del seísmo ya estaban recuperando su actividad.
“Fue una tragedia, pero todo el mundo necesitaba materiales de decoración y textiles para sus casas”, confiesa Gregorio. Sin embargo, asegura que muchos de los comercios aún no se han recuperado: “Al final, los vecinos de los alrededores buscaron servicios en otras zonas mientras recuperábamos la normalidad”.
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Con todo, se cometieron algunos errores. “Hubo flecos, como en toda gestión”, asume Paco, como secretario de la alcaldía en esos momentos. No es algo a ocultar. Fulgencio no duda tampoco en mencionar las sentadas de los vecinos en el ayuntamiento, pero muestra comprensión. “Eran sus casas”, defiende.
Una de sus asignaturas pendientes fueron la gestión de justificación de las obras, los seguros y la propiedad de las viviendas para la reconstrucción. “Nosotros nos íbamos avisando entre comerciantes y desde la Cámara de Comercio [de Lorca] se insistió mucho”, explica Gregorio, que es además de empresario, vicepresidente de dicha organización.
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Según cifras del Consorcio de Compensación de Seguros, se recibieron más de 32.000 solicitudes de indemnización por parte de asegurados afectados. Para realizar las tareas de valoración de los daños indemnizables, se designaron más de 200 peritos de seguros y asesores técnicos. El importe total indemnizado por el Consorcio ascendió a 485 millones de euros. Por su parte, Gregorio defiende que ellos no tuvieron ningún problema, los inconvenientes llegaron para aquellos que no tenían sus bienes asegurados.
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“Llegó un momento en el que decidimos que lo más importante era retomar la tranquilidad y confiar en los vecinos”, confiesa Fulgencio. Se aprobó, entonces, una Ley de Simplificación Administrativa, que permitió que los afectados pudiesen justificar las obras en sus viviendas mediante informes técnicos sin necesidad de facturas originales. “Las últimas ayudas que se siguen cobrando a día de hoy son por parte del Estado”, aclara el alcalde, mientras confirma que el apoyo local quedó resuelto para 2019.
A esto, se sumó la Ley de Reedificación por Sustitución Forzosa, que posibilitó agilizar la reconstrucción de edificios que tuvieron que derribar y que permitió la reedificación de más de medio centenar de edificios.
Así, el grado de prevención en caso de terremotos ha sentado un precedente tanto en la gestión de emergencia como en la posterior reconstrucción, pero ¿qué pasa en otras catástrofes? ¿Se aplica lo aprendido?
“Después de nuestra experiencia tras el terremoto y las inundaciones de la zona hemos reclamado la necesidad de creación de una Ley de Grandes Catástrofes que permita la coordinación de una respuesta entre instituciones nacionales, regionales y locales, al igual que una respuesta integral para la gestión de ayudas, seguros y justificación”, defienden desde el Ayuntamiento, mientras remarcan la necesidad de que sea detallado.
No es lo mismo un seísmo que una inundación, pero en ambas puedes utilizar mecanismos similares. “El punto es saber cómo reutilizar lo aprendido y creo que en Lorca eso lo hemos conseguido”, declara orgulloso Fulgencio.
En el caso de las inundaciones, Conesa identifica el factor más allá de la prevención. El humano como agente contraindicado: “Es fundamental adaptar las estrategias de gestión del riesgo a esta nueva realidad, teniendo en cuenta los espacios de inundabilidad en los planeamientos territorial y urbanístico, e invirtiendo más en prevención”. Señala aquellos proyectos que implican edificación cerca o en los propios cauces naturales de los ríos y responsabiliza a las autoridades públicas estatales en el proceso de gestión hidráulica y la protección ambiental.
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Desde el propio Ayuntamiento de Lorca saben que evitar las inundaciones es una prioridad y exigen la creación de presas y una reorganización para prevenir los desbordamientos desde el inicio del recorrido. “Aún así, se podría decir que Lorca ha tenido una recuperación aceptable”, destaca Conesa, quien defiende la gestión municipal y la demostración de “resiliencia” de un territorio acostumbrado a los desastres naturales.
Tercera fase: la nueva normalidad
El recuerdo es uno de los factores más importantes. “Cuando surgen este tipo de catástrofes con los años la concienciación se va perdiendo y la importancia de prevenir va languideciendo”, advierte Antonio Tomás Espín. Pese a que las grietas encaladas y los grafitis verdes que quedan en algunos de los bloques de residencia del centro histórico ya forman parte del imaginario colectivo, son también un recuerdo de lo que pasó.
Los vecinos han integrado el terremoto como un acontecimiento más. “Fue una tragedia pero sirvió para que Lorca llegara a un avance que no hubiésemos conseguido de otra manera”, confiesa Gregorio. La renovación y refuerzo de fachadas, la digitalización de las instituciones y el tejido comercial, …
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“La inversión es tan importante como la creación de planes de actuación”, explican desde el Ayuntamiento. Por ello, a la par que la ciudad se edificaba, crearon un plan con todos los profesionales que participaron en el proceso de emergencia: “Lorca Resiliente”. Aplicable a otras catástrofes y presente entre los vecinos, autoridad y ciudadanía se unen para mantener activo el recuerdo y las lecciones dentro de una nueva rutina. La rutina que tembló.
Lecciones de otros
Entre lo rutinario, una alerta. Ladrillos en el suelo. Una réplica. Excavadoras. Otra alerta. Una inundación. Barcas en carriles bici. Voluntarios. Otra alerta. Barro. Un campo perdido. Agua hasta las rodillas. Otra alerta. Nadie puede pasar. Nadie puede entrar. ¿Otra alerta? Más de 10 años después todo esto —incluyendo lo sucedido en Lorca— es historia de Europa.
Una historia condenada a repetirse ante el aumento de los efectos del cambio climático en los últimos años. Pero, ¿frecuencia implica aprendizaje? Si bien se están implementando sistemas de alerta temprana más avanzados, mejorando la coordinación entre gobiernos nacionales y locales y destinando mayores fondos a la resiliencia urbana, catástrofes recientes como las inundaciones del centro de Europa en 2023 o la DANA de Valencia en nuestro país han dejado en evidencia la verdadera eficiencia de las lecciones aprendidas.
“Es innegable el efecto del cambio climático, pero no lo es todo”, confirma Carmelo Conesa, Catedrático de Geografía Física. Explica que en los últimos años los desastres naturales han “aumentado en frecuencia y agresividad”, pero destaca el importante papel de las decisiones tanto por parte de las instituciones como de los particulares en materia de urbanismo y medio ambiente. En este sentido, decisiones como construir en una zona de paso de un río o cerca de este o la gestión de limpieza de los cauces resultan también determinantes sobre la ciudadanía.
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El último informe de la ONU arroja algo de esperanza. Gracias a estas mejoras de los sistemas de alerta temprana y de la gestión de catástrofes, el número de muertes se redujo casi tres veces entre 1970 y 2019, pasando de 50.000 en la década de 1970 a menos de 20.000 en la de 2010.
Así, Europa ha aprendido a base de enfrentarse a las catástrofes cuáles son las principales causas para una gestión eficiente. Por ejemplo, en Varna, Bulgaria, la tormenta de 2014 provocó la muerte de 13 personas y destruyó numerosas casas en el barrio de Asparuhovo. La acumulación de desechos en barrancos impidió el drenaje del agua, lo que agravó la situación.
Tras el desastre, voluntarios participaron en la limpieza y, con el tiempo, se destinaron más de 20 millones de leva a la reconstrucción. Actualmente, la zona ha sido renovada y se realizan limpiezas periódicas en los barrancos para reducir riesgos.
Mientras, otras zonas siguen expuestas al riesgo ante la incapacidad de gestionar mejoras para la prevención. En Cork, Irlanda, las inundaciones de 2009 y 2014 causaron pérdidas económicas por más de 140 millones de euros y evidenciaron la falta de infraestructura de protección. Como respuesta, se diseñó el Lower Lee Flood Relief Scheme (LLFRS), un proyecto con una inversión prevista de 200 millones de euros para la construcción de defensas contra el agua. Disputas legales y desacuerdos sobre el impacto de este han retrasado su implementación hasta 2027.
Por su parte, el caso más reciente es el de Pechea, Rumania, donde el ciclón Boris de 2024 afectó a 1.200 hogares. Se establecieron módulos temporales y se ofrecieron terrenos para la reconstrucción. Sin embargo, la recuperación está siendo lenta y muchas familias siguen necesitando materiales y viven sin servicios básicos como calefacción. Para prevenir nuevas inundaciones, las autoridades públicas locales, han reforzado diques y promovido la limpieza de desagües, aunque señalan que es necesario un mayor apoyo a nivel nacional.
Aunque no son solo las cifras las que cuentan cuando se habla de catástrofes naturales. El recuerdo y la reparación emocional no entiende de logística o eficiencia. En el camino que sube al Ayuntamiento de Lorca, las grietas aún encaladas y esos solares abiertos recuerdan una Lorca que tembló. A escasos metros, en la bajada a la Avenida Juan Carlos I, esas cruces verdes recuerdan una Lorca que tembló. Son dos ejemplos de una misma gestión. La gestión de una Lorca que tembló, y ¿aprendió? “Si volviera a pasar sería una tragedia, pero, seguramente, sabríamos qué hacer, porque ya lo hicimos”, sentencia, esta vez sin que le tiemble la voz, Paco López.
El salón de Blasi y Paco expone marcos de fotos de niños que, por la calidad de la imagen, ya no son tan niños. Mesa de comedor, sofá mullido y cortinas blancas. A primera vista, un salón normal. Pero el fantasma de una grieta en la pared, justo detrás de la mesa del comedor, aparece en la memoria del matrimonio al recordar aquel 11 de mayo de 2011.