Conclusión: Si el rey Donald Trump se enroca, Europa tiene que mover mejor sus piezas
La perspectiva de que Europa podría quedarse fuera del paraguas de seguridad estadounidense obliga al continente a reconsiderar su lugar en el mundo y coloca a España en una situación delicada
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La consigna lanzada desde Bruselas para que los países europeos inviertan en la modernización de sus fuerzas armadas es una auténtica novedad en un continente que, en las décadas posteriores la caída del Muro de Berlín, pretendió estirar excesivamente los dividendos de la paz. La perspectiva de que Europa podría quedarse fuera del paraguas de seguridad estadounidense la obliga a reconsiderar su lugar en el mundo. Y coloca a España en una situación delicada, porque el foco en Ucrania y la amenaza rusa parece que ha llevado a dar la espalda al sur del Mediterráneo. Como en toda crisis, se hace necesario analizar los riesgos y oportunidades.
Con este fin, El Confidencial celebró la segunda edición del foro Desafíos Defensa, un cara a cara con la industria en Córdoba, con líderes empresariales referentes del sector, como José Vicente de los Mozos (Indra), Luis Furnells (Grupo Oesía), Miguel Ángel Panduro (Hispasat), Javier Escribano (EM&E Group), Miguel Ángel García Primo (Hisdesat) y Jesús Serrano (GMV). También con el almirante Aniceto Rosique, director general de Armamento y Material (DiGAM), y Javier Colomina, subsecretario adjunto de la OTAN y enviado para del Flanco Sur. Además, se debatió en varias mesas redondas en torno a los desafíos estratégicos y geopolíticos. Una gran conclusión se saca de este foro: si el rey de la Casa Blanca se enroca, los europeos deben mover mejor sus piezas.
Pensando lo impensable: divorcio atlántico
En apenas dos meses de presidencia, no hay pilar de la política exterior estadounidense que no se haya visto sometido, cuestionado o alterado por las decisiones tomadas por Donald Trump. La catarata de declaraciones altisonantes sigue la misma lógica con la que el entonces candidato tomó por asalto las primarias del partido republicano. Inundar el ciclo informativo con todos los líderes y medios reaccionando a sus palabras, lanzadas bajo la premisa de que en política lo importante es que hablen de uno, aunque sea mal.
De momento, el magnate republicano ha logrado un objetivo que hubiera sido inimaginable hace unos años en Europa, que las prioridades de la agenda política en Bruselas sean la defensa y la geopolítica. Y que las exigencias de control presupuestario, impuestas por los países denominados “austeros” hayan sido flexibilizadas.
Desde la Casa Blanca podrían justificar que la terapia de shock empleada con Europa simplemente ha empujado a los países del viejo continente a hacer algo que ya se habían comprometido en la cumbre de la OTAN en Gales allá por el lejano septiembre de 2014. Y que, por tanto, tan expeditivos métodos estarían justificados con una Europa que pareció despertar de sus vacaciones estratégicas tras la primera invasión rusa de Ucrania en 2014, pero cuyo ímpetu de hacer los deberes en materia de defensa se fue disipando por el camino.
Así que este rearme de Europa, que ahora podrá asumir con mayores garantías acciones militares en su vecindario, es, en cierta forma, una victoria para Trump. Sin embargo, desde Estados Unidos llegan demasiados mensajes que abogan por un repliegue estratégico profundo mientras muestran tanta simpatía por la Rusia de Putin como desdén por Europa. Un desdén que es diferente al desprecio de los neoconservadores que llegaron a la Casa Blanca con George W. Bush y que miraban por encima del hombro a una Europa que era un enano militar y que se limitaba a transmitir su “profundamente preocupada” (deeply concerned) cuando una crisis se agravaba. Ahora encontramos en el Partido Republicano una nueva generación procedente de una nueva derecha, la alt-right, con una agenda aislacionista.
La Alianza Atlántica ha basado su existencia por 75 años sobre la premisa básica de que Estados Unidos consideraba la defensa de los países de Europa una cuestión central en su política exterior. Si Estados Unidos, bajo el liderazgo de Donald Trump, decide desentenderse de la defensa del viejo continente, la Alianza Atlántica podría dejar de tener sentido. Pero esto no significa necesariamente que se vaya a disolver.
Podría entrar en una nueva fase de lo que el presidente francés Emmanuel Macron llamó “muerte cerebral”. Las cumbres podrían seguir celebrándose y la OTAN podría seguir organizando maniobras, pero Estados Unidos y Europa podrían llevar vidas totalmente separadas en lo estratégico. La imprevisibilidad de las decisiones que salen de la Casa Blanca de Donald Trump podría llevarnos a una etapa de “alianzas líquidas”, término acuñado por el profesor Eduard Soler para describir cómo en Oriente Medio se sucede la competencia y la colaboración entre los diferentes regímenes.
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El aislacionismo impulsado por el actual Gobierno estadounidense se justifica por razones ideológicas, que incluyen desde el excepcionalismo estadounidense a una visión mercantilista de las relaciones internacionales. Pero también por razones geopolíticas. Estados Unidos está protegido por dos océanos y por la distancia que le separa de los puntos calientes del planeta. Europa no tiene ese lujo. En la periferia cercana encontramos los campos de batalla de Ucrania y varias zonas en frecuente tensión con ocasionales conflictos como el Cáucaso, Oriente Medio y Norte de África. La atención puesta ahora mismo en Ucrania y las amenazas rusas a los países cercanos a sus fronteras son la principal causa que ha motivado el nuevo despertar europeo que justifica la puesta al día de fuerzas armadas, como la española, que en los veinte años posteriores a los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 dieron prioridad a las operaciones de mantenimiento de la paz. En esos años languidecieron las ramas de las fuerzas terrestres especializadas en la guerra tecnológica de alta intensidad, como la artillería de campaña.
Este nuevo ciclo inversor en materia de defensa es, por tanto, una oportunidad excepcional para modernizar las fuerzas armadas españolas para estar a la altura de sus desafíos estratégicos. Pero supone también un reto llevar a Europa las preocupaciones españolas, que, aunque compartidas por algunos de los países del sur del continente, suenan ahora demasiado distintas y distantes.
Solo no puedes, con tus amigos sí
La preocupación europea por enfrentar una era de soledad estratégica resuena en países del Lejano Oriente. Japón, Corea del Sur y Taiwán son también aliados de Estado Unidos y en los dos primeros casos encontramos la presencia de bases militares cuya continuidad se pone ahora en cuestión. El presidente Trump llegó a decir que los acuerdos con Japón son incomprensibles porque establecen la obligación de Estados Unidos de acudir en auxilio de Japón en caso de agresión externa, pero no existe una obligación recíproca. Olvidaba el presidente Trump que esos acuerdos justificaron el abandono por parte de Japón del ultranacionalismo y la autolimitación del poderío militar de Japón.
La perspectiva de una incipiente soledad estratégica de las democracias asiáticas ya ha dado pie a los primeros mensajes de que unos y otros deberían profundizar sus relaciones en materia de defensa. Hasta ahora hemos visto a países como Francia, que tiene territorios de ultramar en el océano Índico y la Polinesia, elaborar una estrategia propia para el Indo-Pacífico.
Otros, como Reino Unido, Italia y Alemania han llevado a cabo puntuales despliegues militares que han servido en algunos casos para expresar solidaridad con el Gobierno de Taipéi, llevando a cabo operaciones de libertad de navegación (FONOPS) en el estrecho de Taiwán, pero que en muchos casos el pasear una fragata al otro lado del mundo ha tenido como objetivo servir de escaparate de la industria naval. Se echa de menos una estrategia para el Indo-Pacífico coherente emanada de Bruselas y que coordine los esfuerzos individuales de los países europeos.
Una estrategia europea para el Indo-Pacífico en materia de defensa que establezca acuerdos con las democracias asiáticas abriría la puerta a mayor cooperación en materia de industria de defensa. Países como Corea del Sur y Japón lanzaron su programa de caza de nueva generación para encontrar que la empresa requería mayores recursos y tecnología que los disponibles localmente.
De ahí que Japón aparezca como socio interesado en el diseño del caza británico de nueva generación, el BAe Systems Tempest, que ya sumó con Italia un socio europeo. Corea del Sur y Japón también adquirieron el avión de quinta generación F-35 y estarán seguramente sintiendo las mismas dudas que los usuarios europeos de que un presidente tan voluble como Donald Trump puede cortar el grifo de los repuestos y dejar aparatos tan complejos en tierra. Una duda que también consideran en Canadá, país del que el presidente estadounidense ha cuestionado su razón de ser.
En un giro inesperado de los acontecimientos, hablar ahora del eje euro-atlántico podría acotar exclusivamente las relaciones de los países europeos con Canadá, posiblemente el país más parecido a los países de viejo continente.
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La necesidad de los países democráticos de Europa, América del Norte y Asia de unirse en alianzas estratégicas responde a unas características del nuevo mundo multipolar al que nos lleva el aislacionismo estadounidense. En Estados Unidos se justifica el repliegue porque consideran que el resto de las democracias bajo su paraguas de seguridad son unos gorrones malagradecidos y porque la sola existencia de ese paraguas que se extiende hasta las fronteras de Rusia y se acerca a las aguas de China es causa de roces y desconfianza con Moscú y Pekín.
Pero las fantasías aislacionistas del nuevo Gobierno estadounidense pasan por alto que la experiencia nos dice que cuando nadie asume la labor de policía global y el mundo queda dividido en esferas de influencia, las potencias regionales aumentan su asertividad. La retirada de Estados Unidos de Oriente Medio y el desinterés por Libia tras la caída del dictador dieron lugar a largas guerras civiles, mientras países como Irán y Turquía incrementaban sus intervenciones militares directas o indirectas. El mundo multipolar que viene será más inestable y violento. Europa y España tienen unos importantes deberes pendientes.
La consigna lanzada desde Bruselas para que los países europeos inviertan en la modernización de sus fuerzas armadas es una auténtica novedad en un continente que, en las décadas posteriores la caída del Muro de Berlín, pretendió estirar excesivamente los dividendos de la paz. La perspectiva de que Europa podría quedarse fuera del paraguas de seguridad estadounidense la obliga a reconsiderar su lugar en el mundo. Y coloca a España en una situación delicada, porque el foco en Ucrania y la amenaza rusa parece que ha llevado a dar la espalda al sur del Mediterráneo. Como en toda crisis, se hace necesario analizar los riesgos y oportunidades.