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Hay una Cuba insostenible y otra llena de coches de lujo: "Solo hay que saber vivirla"
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Crónica de un viaje a la mayor isla caribeña

Hay una Cuba insostenible y otra llena de coches de lujo: "Solo hay que saber vivirla"

Los cubanos sobreviven dentro del caos orquestado por el régimen comunista. Solo algunos políticos y sus lacayos se benefician de la crisis que mantiene casi al 90% de la población viviendo en la extrema pobreza

Foto: Un indigente rodea un basurero ubicado en las inmediaciones de una escuela primaria en el municipio de Colón, provincia de Matanzas, Cuba. (Alfredo Herrera Sánchez)
Un indigente rodea un basurero ubicado en las inmediaciones de una escuela primaria en el municipio de Colón, provincia de Matanzas, Cuba. (Alfredo Herrera Sánchez)

El aparcamiento de la Terminal 3 del Aeropuerto José Martí de La Habana puede sorprender al visitante con la presencia de coches de lujo, lo último que alguien esperaría ver allí si está informado de los aconteceres cubanos. Algunos de los automóviles que podían verse en la noche del 24 de febrero de 2025 parecían demasiado caros como para aparcarlos en un sitio tan desvencijado, donde ni el aire acondicionado funcionaba bien. Los conductores de esos vehículos permanecían a su alrededor para evitar cualquier eventualidad, porque los robos y asaltos se han disparado en Cuba. Además de sus coches, intentaban preservar también sus ostentosas prendas.

Esas personas podrían denominarse los nuevos ricos cubanos, que además de los miembros del régimen castrista, son los únicos beneficiados de la profundísima crisis económica que afecta a la isla desde finales de 2019.

Tras un año y medio sin ir a mi país, esperaba encontrar el desastre que había expuesto en las noticias y reportajes publicados durante ese tiempo. Lamenté superar mis expectativas con creces, pero también vi a personas enriqueciéndose desenfrenadamente, como nunca antes, a pesar de las restrictivas políticas económicas que mantiene el régimen cubano sobre el incipiente mercado privado.

Desde EEUU se exportaron a Cuba más de 68 millones de euros en coches entre 2023 y 2024, un flujo comercial que parte de más de una veintena de empresas con licencia para burlar el embargo que Washington mantiene sobre la isla. Los automóviles llegados a Cuba en estos años van desde pequeños eléctricos chinos de menos de 10.000 euros, hasta un Berlina que Mercedes-Benz vende directamente en la isla por 175.000 euros, incluyendo un “impuesto especial” de 45.000 euros.

Presuntos criminales huyen de la justicia e invierten

Los potenciales dueños de esos vehículos están directamente relacionados con el poder (un nieto de Fidel Castro alardeó en redes sociales de su Mercedes-Benz en marzo de 2021), o vinculados a las MIPYMES (micro, pequeñas y medianas empresas) que el régimen ha permitido crear desde septiembre de 2021. El Partido Comunista (PCC) que gobierna la isla tomó esa decisión a regañadientes para paliar la grave escasez de oferta minorista que mantiene su red comercial estatal. En la medida que esos emprendimientos fueron ganando terreno en la economía cubana, el régimen limitó su rango de acción y en diciembre de 2024 prohibió que ejercieran el comercio mayorista. A pesar de eso, las MYPIMES se han convertido en el sitio de referencia para comprar productos básicos.

Esos negocios son el clásico tuerto en un país de ciegos, y muchos cubanos, algunos apadrinados por el régimen, están haciendo fortunas con ellos. La brecha abierta dentro del caos ha llamado la atención de emigrados que regresan o invierten en la isla a través de amigos o familiares. Otros aprovechan las bajas posibilidades que existen de ser extraditados y vuelven de EEUU para huir de procesos judiciales, como hizo un vecino de mis padres en el municipio de Colón, provincia de Matanzas.

En el barrio se comenta que Antonio* no quería ir a una cárcel estadounidense después de estafar a un seguro médico, volvió a Colón y compró tres casas junto a la de mis padres. Además, obtuvo dos fincas en las que produce alimentos. No supera los 50 años y es de baja estatura, pero llama mucho la atención por la ropa y las prendas caras que utiliza. En el barrio le tienen estima porque suele darle empleo a los jornaleros en el campo.

Un nieto de Fidel Castro se dejó ver en La Habana junto a un adinerado santero cubano que huyó de Miami tras participar en un tiroteo

Este caso no es aislado, pudiera formar parte de una enorme lista de delincuentes que se han refugiado en la isla durante las últimas seis décadas. Esas personas a menudo cuentan con la venia del régimen, que luego los utiliza como moneda de cambio. Hace unos meses, el ya mencionado nieto de Fidel Castro se dejó ver en La Habana junto a un adinerado santero cubano que huyó de Miami tras participar en un tiroteo.

Antonio pasea por el barrio con enormes linternas durante las noches de apagón. Solo las utiliza para salir de su casa, porque en ella tiene varios generadores que le permiten mantener una rutina normal. También posee suficiente dinero como para pagar más de dos euros en el mercado negro por cada litro de gasolina que gastan sus plantas eléctricas. El resto de los vecinos se divide en dos grupos: unos pocos que tienen generador y se limitan a usarlo por falta de combustible, y los que carecen de cualquier fuente de energía y sobreviven como pueden. En ese último grupo están mis padres y la mayoría de mis familiares.

Por suerte, la casa de mis padres se encuentra en el circuito privilegiado del pueblo, aquel en el que se ubica el hospital o centro médico principal de cada municipio. En esas zonas es donde menos horas se va la electricidad cada día, y eso provoca que casas como la de mis padres cuesten más que una similar en un barrio no privilegiado. Los dueños de viviendas que desean emigrar las venden con todos los equipos dentro por montos muy bajos para emprender la ruta migratoria que hayan encontrado. Algunos entregan las llaves de sus hogares a cambio de una vía que les permita escapar de la precariedad. En las redes sociales se han anunciado interesados en canjear sus casas por un boleto de avión.

Foto: Un coche en La Habana. (EFE/Yander Zamora)

Detrás de las propiedades de Antonio, otro cubano emigrado levantó muros de más de dos metros para tapiar la vivienda que compró y reformó. Los vecinos dicen que construyó una piscina y tiene pavos reales en el patio, pero nadie sabe exactamente qué ha hecho ni quién es. Vive en Tampa, EEUU, y solo visita su palacio amurallado cada dos o tres meses. Como entra y sale del barrio en una camioneta Dodge de cristales muy oscuros, lo único claro sobre él es que dirige dos tiendas de alimentos a través de sus familiares.

Los mercados de productos básicos “​no son para todos”

Los comercios estatales parecen museos de poca monta que nadie visita. Resulta raro deambular entre sus estanterías vacías o rellenas con agua y botellas de ron, mientras los cajeros pasan el tiempo con el móvil o conversando. Ellos se dirigen a los clientes solo para advertirles cuántas unidades pueden comprar de un producto o cómo deben realizar el pago con las divisas que enviamos o llevamos los emigrados.

En las MIPYMES la experiencia es diferente. Ofertan productos que casi completan una cesta básica de la compra y sus empleados te atienden sin desgano. Lo único que tienen en común con las tiendas estatales son los precios elevados, aunque se expresan en pesos cubanos. Puedes gastar un salario mínimo mensual en un cartón de 30 huevos, por ejemplo. “Esos lugares no son para todos”, me advirtió mi madre, y por eso antes de ir a uno cambiamos 100 euros con un conocido suyo. De esa forma evadimos la irreal tasa de cambio ofrecida por el Gobierno y obtuvimos 33.500 pesos cubanos, casi 16 salarios mínimos.

El sitio parecía más un almacén que una tienda, y ocupaba la mitad de una casa de tres habitaciones. Como no había electricidad, utilizamos las linternas de los móviles para ver los productos mientras el dueño nos iba diciendo los precios. La mayoría de lo que compramos fueron enlatados o golosinas para mis tres sobrinos y mis abuelos. Ninguno de ellos ha pisado jamás una MIPYME. Ante la ausencia de bolsas, colocamos todo en una caja de cartón y luego pasamos a otra habitación llena de utensilios de cocina y equipos electrodomésticos. La hornilla eléctrica más barata costaba 80 euros, una nevera 700. En general, la oferta era poco variada, porque el dueño esperaba el surtido semanal desde La Habana.

"Cuba no está mala, solo hay que saber vivirla"

La mercancía de esa MIPYME la transporta otro vecino mío, quien ha hecho mucho dinero en los últimos cinco años con un camión de casi 100 años de antigüedad que tiene su padre. Usó los beneficios para comprar otro camión y un coche, vehículos que también transportan cargas o personas. “Cuba no está mala, solo hay que saber vivirla”, concluyó cuando le pregunté qué tal le iba.

Su trabajo es el sistema circulatorio de la economía de contrabando que a duras penas sostiene a la sociedad cubana. Ve que el arroz está más barato en Cienfuegos y compra todo el que puede para luego revenderlo en La Habana, por ejemplo. Forma parte del eslabón que más se beneficia en una cadena donde pululan irregularidades macroeconómicas y lagunas fiscales no corregidas por el Gobierno de Miguel Díaz-Canel.

En el otro lado de la balanza están los cubanos más desprotegidos. En julio de 2024, un estudio del Observatorio Cubano de Derechos Humanos denunció que casi el 90% de la población de la isla vivía en “extrema pobreza” por la escasez crónica de alimentos, medicamentos, transporte o electricidad. Esta situación ha roto uno de los grandes paradigmas defendidos durante décadas por el régimen cubano: la equidad como supuesto símbolo de justicia social. Hasta hace algunos lustros, la mayoría de los cubanos vivíamos más o menos igual, a excepción de la privilegiada casta política. A partir de 2010, cuando Raúl Castro abrió un poco el grifo a los negocios privados, comenzó a formarse cierta clase de minirricos que ahora se ha disparado a niveles nunca vistos en la era castrista.

Foto: Personas caminan por una calle en el centro de La Habana. (EFE/Yander Zamora)

Estas nuevas reglas se podría decir que son un poco feudales. Digamos que el rey es el omnipresente y omnipotente Estado que controla el PCC, los señores feudales son quienes se enriquecen bajo el amparo de una restringida patente de corso, y la plebe es el resto del país.

La desinformación aumenta la incertidumbre

Una de las formas de control más efectivas que tiene el Estado cubano, la desinformación, ahora se ha agravado por la cancelación del presupuesto que EEUU destinaba a la mayoría de los medios independientes del discurso oficial. La Administración Trump cortó los fondos que sostenían a esos medios, hechos fundamentalmente desde el exilio y con sitios webs bloqueados por el PCC dentro de la isla. Quedan menos voces que desmientan el muy bien engrasado sistema de propaganda del PCC. A algunos de los proyectos afectados, como Diario de Cuba, por ejemplo, no les ha quedado otra alternativa que iniciar campañas de recaudación de fondos para seguir funcionando.

El colmo es que los continuos apagones impiden consumir también la radio y la televisión oficiales. Cuando tienes cinco o seis horas de electricidad al día es poco probable que las utilices para informarte, impera cocinar o llenar de agua la cisterna de casa durante esos “alumbrones”. Una masa mal informada resulta más vulnerable a las manipulaciones y arbitrariedades del totalitarismo cubano. En mi barrio, por ejemplo, era muy difícil conversar con alguien sobre la guerra en Ucrania, la vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca o de enfermedades antiguamente controladas que resurgen en la isla debido a la creciente insalubridad. La gente desconoce lo que sucede a su alrededor y la cotidianidad depende de rumores que mutan mientras se esparcen.

Hay zonas que viven un silencio mucho más cruento, como Banagüises, el pueblo pequeño donde vive mi familia paterna a las afueras de Colón. Allí el tiempo no corre. No hay cobertura móvil ni conexión a internet. Mis abuelos o mis primos nunca se enteran de las huelgas de hambre que hacen los presos políticos. Ellos ni siquiera saben cuántos hay o qué condiciones enfrentan en las dantescas cárceles cubanas. César Adriam Delgado Correa, un preso político condenado a cinco años de prisión por protestar en mi pueblo el 11 de julio de 2021, pasó tres años y medio en una cárcel de máxima seguridad. Pude conversar con él gracias a su reciente excarcelación y me contó que pasaba 23 horas diarias encerrado en una celda junto a otros 17 reclusos, 12 de ellos condenados por asesinato.

placeholder El preso político cubano César Adriam Delgado Correa. (A.H.S.)
El preso político cubano César Adriam Delgado Correa. (A.H.S.)

Para intentar organizarse un poco entre tanta desinformación, quienes pueden acceder a internet utilizan grupos de WhatsApp o Telegram donde alguien cercano a la empresa eléctrica local anuncia en las mañanas los horarios de apagón programados en cada barrio. A partir de ese dato, planifican cómo y cuándo ducharse o cocinar. Mi madre a veces preparaba la cena a las 5:00 PM, otro día a las 9:00 PM o, si el apagón se prolongaba, no había cena y terminábamos comiendo algún sándwich. Esta situación complejiza sobremanera rutinas más delicadas, como las que permiten enviar a los niños a la escuela.

Educación y salud públicas, derrumbadas

Mi sobrino mayor tiene nueve años y falta a clases con mucha frecuencia, porque trasnocha debido al calor y los mosquitos con los que no se puede lidiar sin electricidad, porque su madre no pudo lavar a tiempo el único uniforme que tiene, o porque la falta de electricidad en la zona impidió fabricar el pan que necesita para desayunar y llevarse una merienda.

Las horas de docencia que recibe mi sobrino quedaron reducidas a la mitad y regresa a su casa a la una de la tarde, porque la única escuela primaria de Banagüises carece de condiciones para atender sin electricidad a tantos niños durante una jornada completa. Apenas ha recibido lápices o libretas, algo que antiguamente garantizaba sin faltas el Estado. El primer material escolar del actual calendario académico, iniciado en septiembre, se lo entregaron en enero. Debido a esta situación han disminuido los deseos de mi sobrino de ir a la escuela. Yo también nací dentro de una crisis, pero jamás dejé de ir a la escuela.

Lo que está pasando en Cuba ahora solo tiene precedentes más antiguos, como los de las etapas colonial o republicana. Se está tocando un fondo profundo. Los profesores de mi sobrino le han dicho a mi hermano que no se preocupe por su aprendizaje, porque tienen órdenes de no suspender a nadie. Quizás por eso en la clase de mi sobrino hay niños de ocho años que no han aprendido a leer o escribir correctamente.

placeholder Un basurero en la avenida Infanta, de La Habana. (A.H.S.)
Un basurero en la avenida Infanta, de La Habana. (A.H.S.)
placeholder Otro basurero en una calle del municipio Colón, provincia de Matanzas. (A.H.S.)
Otro basurero en una calle del municipio Colón, provincia de Matanzas. (A.H.S.)

Muchos banagüisenses estaban en la calle a cualquier hora del día. Unían sus mañanas y sus noches sentados en los portales. Tomaban “matarratas” (denominativo coloquial para el aguardiente a granel cubano) y jugaban dominó de noche con la luz de alguna linterna recargable. Mientras tanto, los niños intentaban entretenerse con algo ante la ausencia de juguetes. Cuando mis sobrinos vieron cómo giraba estrepitosamente el cochecito a control remoto que les llevé, los dos más pequeños comenzaron a llorar asustados. Nunca habían visto ese tipo de juguetes y creían que era "un bicho loco".

Mis sobrinos, como muchos otros niños de la isla, se entretienen con cosas poco comunes. Unen, por ejemplo, dos botellas de cristal con una cuerda para simular la yunta de bueyes con la que mi hermano labra la tierra. Para suplir la escasez de juguetes, los padres cubanos suelen dar a sus hijos objetos cotidianos que van quedando en desuso. Recuerdo que al visitar la casa de una amiga, su hijo de siete años tenía en el sofá de la sala decenas de billetes y monedas de baja denominación. “Mira como tengo mucho dinero”, gritó el niño mientras me tomaba de la mano para enseñarme su patrimonio. Esos billetes de uno, tres y cinco pesos cubanos fueron los únicos que vi durante mis últimos viajes a la isla. La economía cubana ha experimentado en los últimos años una de las mayores inflaciones del planeta debido a la pésima administración financiera del régimen. Por eso ya nadie usa esos billetes y los niños pueden jugar con ellos.

Otra cosa que me llamó mucho la atención era cómo la gente lidiaba con cualquier padecimiento. La crisis del sistema de salud pública cubano ha dejado a enfermos sin medicamentos y tratamientos imprescindibles, situación que ha provocado desde la muerte de niños hasta la ocurrencia de protestas. Sin tener en las instituciones una solución para sus dolencias, muchos recurren a métodos tradicionales e incluso rudimentarios.

Foto: Montones de basura en La Habana, Cuba. (Reuters/Norlys Perez)

Una tarde, mi madre me pidió que la acompañara a la casa de una amiga suya para “verle la boca” al hijo. Su experiencia de más de 40 años como auxiliar dental hace que muchos recurran a ella ante un dolor de muela o cualquier otra emergencia bucal. Siempre ha sido común que le pidieran sacar dientes de leche, pero esa vez se trataba de una bicúspide que no estaba muy floja. Ella prefería que se extrajera en la clínica, pero llevaba días sin ir a trabajar debido a la escasez de insumos. “Tenemos que hacerlo aquí, en la clínica no hay ni torundas”, dijo en tono de advertencia a su amiga. Segundos después comenzó a extraer con sus manos el premolar mientras el niño entraba en cólera. No entendía lo que estaba pasando a sus diez años y lloraba desconsoladamente. Sus lágrimas se le mezclaban con sangre en la boca mientras preguntaba a gritos por qué le hacían eso.

Además de comida, ropa o zapatos, siempre llevo a Cuba medicamentos para mi familia. Mi hermano necesitaba aplacar la frecuente fiebre de los niños y le llevé analgésicos. De estos últimos, mi madre utilizó algunos para aliviar el malestar de una de sus hermanas, convaleciente de una cardiopatía aguda. Esa tía mía estaba ingresada en la terapia intermedia (antesala de la UCI) del hospital de Colón, sitio donde me quedé una noche cuidándola. La sala estaba muy sucia, el sistema de oxígeno no funcionaba y tenía salideros, el baño estaba lleno de restos de vendajes ensangrentados y las enfermeras tenían que ahorrar la escasa cuota de medicamentos que le asignaban para poder darle algo a cada paciente. Durante la noche entraron tres vendedores ambulantes a la sala para intentar que le compráramos algo. Ese sitio era caótico. Días después, mi tía fue enviada a casa porque los médicos “no tenían nada más que hacer con ella”, y entre tres personas tuvimos que bajarla desde un cuarto piso cargada en una silla de ruedas. Los ascensores del hospital estaban rotos.

Basura por todos lados

Cuando bajamos a mi tía, ella me pidió una pizza y se la compré. Luego quise botar el trozo de cartón que me dio el vendedor como servilleta, pero no encontré una papelera en toda la tarde. Guardé el cartón en un bolsillo y me negué a tirarlo en uno de los basureros que cada pocos metros encontraba en el pueblo. En toda Cuba la basura se está tirando en las calles, porque el Gobierno no tiene ni los medios de transporte ni el combustible que se necesita para recogerla.

Foto: Manifestación en Madrid en diciembre de 2012 por los derechos humanos en Cuba. (EFE/Kiko Huesca)

Llegué a mi casa y tiré el cartón en el cubo de basura de la cocina. A los pocos minutos, cuando mi madre lo terminó de llenar y me pidió que fuera a descargarlo, comprendí que todo había sido en vano. El vertedero de mi barrio es similar a los del resto del pueblo, está al lado de la calle. Daba igual lo que hiciera con el cartón, terminaría en el mismo sitio.

En Cuba ya no existen lugares sagrados para no tirar basura en sus inmediaciones. Vi microvertederos muy cerca de los portales de al menos dos ministerios en La Habana. Vi a niños dando clases de educación física en canchas deportivas repletas de basura en Colón. Vi a decenas de ancianos indigentes buscando en la basura algo que consumir.

Mendigar se ha convertido en la única forma de sobrevivir para muchos cubanos, incluidos algunos niños. El Confidencial publicó en septiembre de 2024 mi reportaje sobre cómo la actual crisis afecta a los más pequeños de la isla, hasta convertir en algo cotidiano la indigencia o el trabajo infantil. En mi último viaje a Cuba viví en carne propia exactamente lo que había investigado unos meses antes.

placeholder Uno de los menores de edad que me pidió dinero en La Habana. (A.H.S.)
Uno de los menores de edad que me pidió dinero en La Habana. (A.H.S.)

Realicé la última comida antes de tomar el vuelo de regreso a Madrid en un restaurante del Malecón habanero. Durante los 45 minutos que estuve sentado en aquella mesa junto a mi suegro y su sobrino, vinieron a pedirnos dinero seis personas, de las cuales tres eran menores de edad. Uno no superaba los 10 años y llegó a poner sobre nuestra mesa la mano extendida mientras se chupaba el dedo pulgar de la otra. Era muy delgado y tenía un largo cabello rubio que ondeaba con la brisa del mar. Habría querido cerrar esta historia diciendo que lo invité a comer o que le di dinero, pero él se alejó de nosotros cuando me vio llorar.

*Nombre cambiado para proteger la identidad real de la persona.

El aparcamiento de la Terminal 3 del Aeropuerto José Martí de La Habana puede sorprender al visitante con la presencia de coches de lujo, lo último que alguien esperaría ver allí si está informado de los aconteceres cubanos. Algunos de los automóviles que podían verse en la noche del 24 de febrero de 2025 parecían demasiado caros como para aparcarlos en un sitio tan desvencijado, donde ni el aire acondicionado funcionaba bien. Los conductores de esos vehículos permanecían a su alrededor para evitar cualquier eventualidad, porque los robos y asaltos se han disparado en Cuba. Además de sus coches, intentaban preservar también sus ostentosas prendas.

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