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El árbol del Este, el bosque del Sur: todos tenemos que escuchar a este líder de la OTAN
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El árbol del Este, el bosque del Sur: todos tenemos que escuchar a este líder de la OTAN

En esta reconfiguración, España debería ser estratégica en sus decisiones. Convertirse en un socio industrial y militar clave en la defensa continental, pero también atender y hacer valer a sus imperativos de seguridad nacional

Foto: Primera cumbre de la Alianza del Sahel en 2024. (EFE/Issifou Djibo)
Primera cumbre de la Alianza del Sahel en 2024. (EFE/Issifou Djibo)

La soledad estratégica que teme Europa ante el potencial (¿probable?) repliegue defensivo estadounidense nos mete en terreno estratégico desconocido. Reforzar la defensa de la Unión Europea y lograr una disuasión colectiva creíble supone adquirir una serie de capacidades (ciberseguridad, inteligencia o mando y control) que antes aportaba el Pentágono. Pero en esta reconfiguración, España también debería ser estratégica en sus decisiones. Aspirar no solo a convertirse en un socio industrial y militar de primer orden en la defensa continental, sino también atender y hacer valer a sus propios imperativos de seguridad nacional.

El impulso al rearme europeo supone una gran oportunidad para la industria nacional de defensa, un sector que pasó más una década de travesía por el desierto financiero tras el hachazo presupuestario histórico en la crisis financiera global de 2008. Además, nuestras fuerzas armadas están adaptadas hoy día a los requisitos del periodo histórico abierto por los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 y cerrado por la evacuación occidental de Afganistán en 2021. Casi 20 años donde la prioridad militar europea fueron misiones de estabilización y mantenimiento de paz.

En ese período, España dio de baja a numerosos sistemas de armas sin sustituto, desde la defensa antiaérea móvil Roland al portaaeronaves Príncipe de Asturias. Elementos de disuasión clave estuvieron en peligro, como la capacidad submarina hasta la llegada del S-81, como peligra hoy el futuro del ala embarcada. Y elementos militares que han sido fundamentales en la guerra de Ucrania, como la artillería de campaña y antiaérea, languidecieron; mientras los más novedosos, como los drones o la inteligencia artificial aplicada al combate, no terminan de contar con una estrategia sólida.

Pero ahora, en plena transición, España necesita su propia brújula en defensa y hacer valer ante sus aliados sus preocupaciones estratégicas, más allá del frente oriental. Esto implica seguir y prepararse para los potenciales desafíos de seguridad que llegan desde el Flanco Sur. Y es precisamente un diplomático español, Javier Colomina, fue nombrado el año pasado representante especial del secretario general de la OTAN para los Países Vecinos del Sur. Colomina, subsecretario general adjunto de Asuntos Políticos y Política de Seguridad, asistirá al Foro Desafíos Defensa 2025 que El Confidencial celebra en Córdoba el próximo miércoles 26 de marzo con la presencia de líderes industriales, militares y políticos.

Vigilantes desde la periferia

Desde la primera invasión rusa de Ucrania en 2014, la agenda de la OTAN ha prestado considerable atención a Europa Oriental. Sin embargo, en el sur de Europa, países como España han pedido no dejar de prestar atención a lo que pasa en la periferia meridional del continente. Esa tensión trató de ser resuelta en la cumbre de la Alianza celebrada en Madrid en junio de 2022 con la introducción del término "enfoque de seguridad 360". Pero esa idea de dos focos de atención que compiten sigue estando presente.

Foto: Javier Colomina con el secretario general Jens Stoltenberg. (Twitter)

Durante la vieja Guerra Fría, el área geográfica de mayor interés para la Alianza Atlántica estaba bien definida. Se hablaba del frente central europeo para referirse a las planicies alemanas donde tendrían lugar las grandes batallas de carros de combate de la III Guerra Mundial. Mientras tanto, se hablaba de flanco sur para referirse al arco mediterráneo, de la Península Ibérica a Turquía. El concepto de flanco denotaba una ubicación lateral y, por tanto, secundaria. La disolución del Pacto de Varsovia y los réditos de la paz dejaron a la Alianza sin enemigo definido y el término flanco sur fue abandonado.

Hace una década, la inestabilidad en Medio Oriente y el Norte de África volvió a colocar en la agenda la seguridad en el Mediterráneo y trajo de vuelta el concepto flanco sur al lenguaje oficial. Era una forma de referirse a los desafíos meridionales. Pero para España, lo que pasa en el mar Mediterráneo y más al sur no es un flanco secundario de su defensa. Es su principal espacio de preocupación estratégica.

Por cercanía geográfica, la estabilidad del Norte de África nos afecta de forma directa. En este escenario, nos debe preocupar la carrera armamentística que se vive en el Magreb. En el año 2006, Moscú y Argel decidieron liquidar las deudas contraídas en la vieja Guerra Fría para convertir a la industria rusa en proveedor privilegiado de las fuerzas armadas argelinas (con contratos de hidrocarburos de por medio).

La respuesta marroquí llegó poco después, con la ayuda de estadounidenses, franceses y, cada vez más, israelíes. El resultado más directo de esa carrera armamentística, desde la perspectiva española, es que la brecha de capacidades entre las fuerzas armadas españolas y las magrebíes se ha estrechado. Y, en algunos aspectos concretos, como en el caso de los helicópteros de combate marroquíes o los submarinos argelinos, España ya no cuenta ni ventaja cuantitativa ni cualitativa.

Inestabilidad mediterránea

El principal riesgo para España no es un choque frontal con nuestros vecinos. Algo, por el momento, muy improbable. Pero esta actualización de capacidades militares entre dos países enemigos y con importantes problemas estructurales plantea una seria fuente de inestabilidad para nuestro país. Además, los conflictos externos son siempre una socorrida válvula de escape para los regímenes no democráticos. Y las carreras armamentísticas tienden a crear dilemas de seguridad y espirales peligrosas donde todo puede estallar por malas interpretaciones o errores de cálculo político.

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La reducción de la brecha de capacidades entre España y sus vecinos del sur puede generar inestabilidad de otras formas que no necesariamente conducen a un choque directo. La acumulación de nuevas capacidades militares puede, por ejemplo, animar a posiciones más asertivas y reclamaciones cada vez más audaces. Algo que hemos visto en las quejas sobre el trazado de las respectivas Zonas Económicas Exclusivas con Marruecos y Argelia.

Esas causas territoriales pueden conducirse además mediante estrategias en la zona gris. Estos planes híbridos, por debajo del umbral del conflicto abierto para evitar un casus belli, dejan a España en una difícil posición al tener que manejar crisis donde la otra parte ocupa una posición ambigua y disfruta de una negación plausible. Por ejemplo, haciendo la vista gorda a flujos irregulares de personas o relajando controles de seguridad.

Y tampoco se pueden obviar (nunca más) los cisnes negros de la geopolítica. Hay crisis internas, desde luchas sucesorias, intentonas golpistas o insurrecciones sociales, que podrían cambiar la estabilidad de estos países y poner en riesgo los intereses y seguridad de España. Nuestro país no solo se convertiría en probable receptor de refugiados, sino que tendría campos de batalla con armamento avanzado muy próximos a regiones de gran valor económico y comercial.

Wild, wild Sur

La amenaza rusa en Europa oriental tiende a hacer olvidar que, una vez acabe la guerra de Ucrania, la partida geopolítica de la Nueva Guerra Fría seguirá en otros tableros. Una partida que se ha estado jugando en la última década en Siria con resultado todavía incierto para Rusia. Y que se lleva jugando en el Sahel desde que el Grupo Wagner aterrizó en Sudán, para luego aparecer en antiguas colonias francesas como República Centroafricana, Mali, Níger y Burkina Faso.

La llegada de los mercenarios rusos al Sahel vino acompañado de un halo de implacable efectividad que formaba más parte del mito que la realidad, como su fracaso en Mozambique frente al Estado Islámico hacía ver. Recientemente, el diario estadounidense Washington Post señalaba en un reportaje sobre el norte de Mali que las fuerzas rusas "han masacrado civiles y quemado aldeas", lo que "ha alimentado una crisis de refugiados rápidamente creciente".

Mientras tanto, distintos organismos que recopilan estadísticas e indicadores recogen que la violencia en el Sahel supone más de la mitad de las muertes por violencia yihadista en el mundo. Las brutales estrategias rusas de sangre y fuego no sólo no han reducido el problema, sino que lo han aumentado. Se acumulan las causas para futuras crisis en la región y una reconfiguración de alianzas.

Foto: El helicóptero de Macron en Malí, en 2017. (Reuters/Christophe Petit Tesson)
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Los problemas en el Sahel parecen un escenario alejado geográficamente, pero con un enorme potencial de repercutir directamente en Europa con sus ondas de choque. Por tanto, en esta fase de rearme de Europa hay capacidades, como la proyección estratégica de fuerzas medias y ligeras, que no estarán en la agenda para hacer frente al desafío ruso en Europa oriental, pero que forman parte de la panoplia de capacidades que España y Europa necesitarán en las crisis del futuro.

Mientras que la presión del yihadismo del Sahel hacia los países del Golfo de Guinea requerirá que Europa intente nuevas estrategias de aproximación a la realidad africana y que España introduzca en la agenda del rearme europeo la necesidad de mirar a otros escenarios lejanos de las planicies europeas. El rearme europeo supondrá que España podrá modernizar y potenciar sus fuerzas armadas para cubrir las asignaturas pendientes. Tendrá también que jugar sus mejores bazas diplomáticas y política en Europa para que nuestros aliados no se olviden del sur.

La soledad estratégica que teme Europa ante el potencial (¿probable?) repliegue defensivo estadounidense nos mete en terreno estratégico desconocido. Reforzar la defensa de la Unión Europea y lograr una disuasión colectiva creíble supone adquirir una serie de capacidades (ciberseguridad, inteligencia o mando y control) que antes aportaba el Pentágono. Pero en esta reconfiguración, España también debería ser estratégica en sus decisiones. Aspirar no solo a convertirse en un socio industrial y militar de primer orden en la defensa continental, sino también atender y hacer valer a sus propios imperativos de seguridad nacional.

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