Todos los mecanismos con los que Rusia consigue influir sobre Trump
Hay voces que apuntan —sin pruebas— a que Trump podría ser incluso un agente durmiente. Más allá, hay muchos ejemplos de estrategias rusas de presión no solo en el magnate, sino en el Partido Republicano
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fd5b%2Fa76%2F07c%2Fd5ba7607c89ed197be57088643a3f5ba.jpg)
Si tuviéramos que enumerar todas las veces que Donald Trump ha alabado a Rusia o al presidente Vladímir Putin, no acabaríamos nunca. Pero desde que vuelve a ocupar la Casa Blanca, a las palabras hay que sumar también los hechos. En las últimas semanas, Trump parece estar cumpliendo una lista de los deseos del Kremlin, criticando a Ucrania y su presidente, cortando la ayuda militar y el suministro de inteligencia lo suficiente como para permitir una ofensiva rusa contra las posiciones ucranianas en Kursk, coqueteando con levantar las sanciones contra Rusia y dinamitando la OTAN desde dentro.
El último episodio ha sido la clausura de Radio Free Europe/Radio Liberty, Voice of America y otros medios creados durante la Guerra Fría para llevar la versión estadounidense de los acontecimientos más allá del Telón de Acero, y que continuaban siendo una importante herramienta de soft power en aquellos países que Moscú percibe como su zona de influencia, que ahora tiene más campo para expandir.
¿Por qué Trump está actuando de este modo, y qué hace Rusia para conseguirlo? Los ejemplos de este tipo son tan abundantes que están haciendo que muchos se pregunten -en algún caso incluso abiertamente, como el del senador Jeff Merkley en un vídeo que se ha hecho viral este mes- si el actual presidente estadounidense no es en realidad un activo ruso.
Donald Trump, ¿agente 'Krasnov'?
De hecho, hasta tres exagentes del KGB aseguran que así es. El último en hacerlo fue, a finales de febrero, el ex director del servicio de inteligencia de Kazajistán Alnur Mussayev, en un controvertido post en su cuenta de Facebook. “En 1987 yo servía en el 6º Directorio del KGB de la URSS en Moscú. El área más importante de trabajo del 6º Directorio era el reclutamiento de hombres de negocios de países capitalistas. Fue ese año cuando nuestra oficina reclutó a un empresario de 40 años de EEUU, Donald Trump, bajo el seudónimo ‘Krasnov’”, afirmó Mussayev. Inmediatamente tras la publicación de Mussayev, otro exagente exiliado en Francia, Sergei Yirnov, respaldó estas alegaciones.
En realidad, excepto el supuesto nombre clave que el servicio de inteligencia ruso le habría asignado a Trump, esas mismas afirmaciones ya las había hecho cuatro años antes otro ex espía ruso, Yuri Shvets, que había estado destinado en Washington bajo cobertura diplomática durante los años 80. “Para el KGB, fue una ofensiva de seducción. Habían recopilado mucha información sobre su personalidad, así que sabían quién era personalmente. La sensación era que era extremadamente vulnerable intelectual y psicológicamente, y propenso a la adulación. Esto es lo que explotaron. Jugaron a ese juego como si estuvieran profundamente impresionados por su personalidad y creyeran que este era el hombre que debería ser presidente de Estados Unidos algún día: gente como él podría cambiar el mundo”, le dijo Shvets al diario británico The Guardian en 2021.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F086%2F992%2F8f5%2F0869928f55584ed72ebb9cc487c759b8.jpg)
El reclutamiento habría tenido lugar durante el viaje que Trump hizo a Moscú en 1987 junto a su mujer en aquella época, la modelo checoslovaca Ivana Trump, para explorar un posible negocio inmobiliario. En realidad el viaje había sido organizado por el KGB bajo la cobertura de la institución soviética de promoción del turismo, con el propósito claro de ganarse el favor de Trump.
El magnate había trabado contacto con los soviéticos a través de la hija del embajador de la URSS en EEUU, Natalya Dubinina, en aquella época muy activa en los círculos de la alta sociedad neoyorquina. Poco después, tal y como el propio Trump relata en su libro ‘The Art of the Deal’, recibió una carta del embajador Yuri Dubinin, en el que le aseguraba que la agencia estatal soviética para el turismo internacional, Intourist, había expresado su interés en “llevar a cabo una ‘joint venture’ para construir y gestionar un hotel en Moscú”. El magnate inmobiliario mordió el anzuelo, y seis meses después se paseaba por la capital de la URSS.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fd4e%2F95c%2F98c%2Fd4e95c98cd10a51619656282cffe5767.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fd4e%2F95c%2F98c%2Fd4e95c98cd10a51619656282cffe5767.jpg)
Lo que sucedió en ese viaje ha sido motivo de innumerables especulaciones. Pero después de aquello sucedieron dos hechos innegables: Trump comenzó a expresar públicamente posiciones críticas con la política de la Administración Reagan y relativamente favorables a la URSS -compró 4 páginas en el Washington Post, el New York Times y el Boston Globe para un largo artículo que escribió sobre estas cuestiones, al que siguieron una serie de apariciones en televisión para ahondar en esas posturas-, y sus negocios recibieron grandes inyecciones de dinero procedentes de ciudadanos soviéticos, en muchos casos miembros de la mafia rusa, como el legendario capo Simón Mogilevitch, a través de testaferros.
¿Tenían los soviéticos algún material que les permitía chantajearle, lo que en ruso se denomina ‘kompromat’? Otro ex espía exiliado, Oleg Kalunin, que llegó a ser uno de los principales altos cargos del KGB, afirma en el documental francés ‘Operación Trump: Los espías rusos a la conquista de América’ (Antoine Vitkine, 2024), emitido por France TV el 20 de noviembre del año pasado, que su servicio “sabía cosas” sobre Trump, sin entrar en detalles. Se han escrito varios libros e innumerables artículos en los que se especula sobre esta posibilidad.
Un agente de influencia tal vez involuntario
No obstante, tras la serie de escándalos que ha rodeado a Trump en estos años -que incluyen dos ‘impeachments’, condenas criminales por múltiples delitos, acusaciones sólidas de abuso sexual, infidelidades probadas a su mujer incluso mientras estaba embarazada, y evidencias de fraudes y corrupción- sin que hayan hecho mella en el apoyo entre sus partidarios, es difícil imaginar qué podrían tener los servicios de inteligencia rusos que fuese tan serio como para justificar un chantaje.
Pero existe, quizás, otra explicación más probable. En ese mismo documental, el mencionado Jirnov explica cómo en los años 80 el KGB, además de las fuentes y agentes de las que depende todo servicio de espionaje, empezó a reclutar también ‘influenciadores’, personas con una gran capacidad de influir en sus sociedades que podían ser manipulados sin que fuesen necesariamente conscientes de estar cumpliendo con los designios de una potencia extranjera. “Un agente es aquel que comprende perfectamente que trabaja para un servicio extranjero. El agente de influencia no es eso. Es alguien que puede tener una influencia enorme, que puede tener una posición muy elevada. De modo que es algo mucho más fino y en último término mucho más eficaz, puesto que esta persona rechazará que trabaja para Rusia", señala Jirnov, que abandonó los servicios de inteligencia soviéticos tras la desaparición de la URSS a principios de los años 90.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F4c4%2Ff73%2F0fa%2F4c4f730faac1e66498d8d4e056f68b8f.jpg)
Hay evidencias documentales que respaldan la existencia de esa práctica. Por ejemplo, en 1977 el KGB distribuyó entre algunos de sus operativos dos centenares de copias de un manual titulado “Contactos Confidenciales en la Inteligencia Exterior del KGB y Trabajo con Ellos”, escrito por el Coronel V.M. Maksimov. El manual fue obtenido y traducido al inglés a principios de 2021 por la Fundación Rusia Libre, un ‘think tank’ estadounidense compuesto por expertos rusos opositores al régimen de Vladimir Putin, y divulgado en un artículo del periodista Michael Weiss titulado ‘No tienes que haber sido reclutado para trabajar para la inteligencia rusa’. ¿Podría ser ese el caso de Donald Trump?
Tocar las palancas adecuadas
De lo que hay pocas dudas es de que Rusia lleva años haciendo todo lo posible por manipular a Trump y a sus allegados, empezando por lo que más parece motivar al magnate: el dinero. Cuando los negocios de Trump se encontraron en serias dificultades económicas hace cuatro décadas -perdió más de 1.000 millones de dólares entre 1985 y 1994- y su marca se volvió tan tóxica que ninguna entidad financiera quería prestarle dinero, fueron ciudadanos rusos los que salvaron su imperio inmobiliario adquiriendo masivamente propiedades en la Torre Trump a un precio muy superior al valor real. Durante muchos años, los inversores rusos parecían los únicos dispuestos a poner su dinero en las iniciativas del neoyorquino.
“Los rusos suponen una sección transversal bastante desproporcionada en muchos de nuestros activos. Vemos mucho dinero llegando desde Rusia”, admitió su hijo Donald Trump Jr. durante una conferencia inmobiliaria en Nueva York en 2008. Una década después Alan Lapidus, durante muchos años el arquitecto de los proyectos inmobiliarios de Trump, declaró en una entrevista: “No podía conseguir que nadie en EEUU le prestase nada. Todo venía de Rusia”.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F9f9%2Fd54%2F482%2F9f9d54482d879262dc58fa5457609c5f.jpg)
Pese a que todavía hay quien lo niega, las evidencias de la interferencia rusa a favor de Trump en las elecciones de 2016 están documentadas de sobra en los cinco volúmenes de la investigación del Senado y en el informe del fiscal especial Robert Mueller. Al hackeo de los servidores del Comité Nacional Demócrata y la posterior filtración de documentos y correos electrónicos, y a la campaña de manipulación en redes sociales llevada a cabo por la ‘granja de trolls’ de San Petersburgo, se suman los múltiples acercamientos de diplomáticos y operativos rusos a personas del entorno de la campaña de Trump.
Además del célebre encuentro en la Torre Trump en junio de 2016 entre Donald Trump Jr. y su cuñado Jared Kushner con la abogada rusa Natalia Veselnitskaya, que les había ofrecido un supuesto material comprometedor sobre Hillary Clinton que nunca se materializó, llegó un momento, pocas semanas antes de las elecciones de ese año, en que cinco individuos de la campaña de Trump estaban bajo investigación del FBI por sus sospechosos contactos con Rusia. Todos tuvieron que dimitir, y dos de ellos, el director de la campaña de Trump Paul Manafort y su asesor de seguridad nacional Michael Flynn, acabaron siendo condenados por hechos relacionados con la investigación de contrainteligencia, el primero por corrupción y el segundo por falso testimonio. Trump acabó indultando a ambos.
Interferencia electoral... ¿ucraniana?
Nada de eso supuso el fin de los contactos entre Rusia y el entorno de Trump. Fueron dos ucranianos estrechamente relacionados con el Kremlin, Andrii Derkach y Konstantin Kilimnik, quienes hicieron creer a Trump y su equipo que había sido Ucrania, no Rusia, quien había interferido en las elecciones de 2016, y que el servidor que lo demostraba se encontraba en la propia Ucrania. También que el entonces vicepresidente Joe Biden era un corrupto que había recibido dinero de la firma ucraniana Burisma, en la que había trabajado su hijo Hunter.
Otro individuo que alimentó esta acusación, el estadounidense-israelí e informante del FBI Alexander Smirnov, que había asegurado a las autoridades estadounidenses que padre e hijo habían recibido cada uno 5 millones de la energética ucraniana, admitió el año pasado ante un tribunal que había mentido al respecto en beneficio de varios operativos rusos con los que había estado en contacto.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F556%2Feb1%2Fe8a%2F556eb1e8ad1415fc3609816ef01e13a0.jpg)
A la vez, Rusia utilizó múltiples canales para penetrar en entornos republicanos, como muestran los casos de la activista Maria Bútina, que se infiltró en la Asociación Nacional del Rifle y llegó a ser amante de varios políticos republicanos, o de las estrechas relaciones entre la Casa Rusia y la Fundación Heritage, un ‘think tank’ ultraconservador que se contó entre los primeros en respaldar la candidatura de Trump en 2016. Incluso después de la victoria de Joe Biden, los contactos entre un Partido Republicano ya totalmente dominado por Trump y la Federación Rusa continuaron. Según reveló el periodista Bob Woodward en su libro ‘War’, Trump y Putin mantuvieron al menos siete conversaciones telefónicas entre 2020 y 2024.
Inyección de propaganda y "control reflexivo"
Uno de los mecanismos que Rusia utiliza para influir sobre los republicanos es la difusión de contenidos diseñados para apelar a las bases conservadoras estadounidenses, amplificando las propias narrativas republicanas sobre el Partido Demócrata y sus altos cargos, y asegurándose así una audiencia a la que poder presentarle sus propios mensajes, a menudo desinformación pura y dura. Dos meses antes de las elecciones de noviembre de 2024, las autoridades estadounidenses revelaron públicamente que Tenet Media, una agencia de ‘influencers’ estadounidense, había recibido ilegalmente más de 10 millones de dólares de Rusia a cambio de difundir propaganda a favor del Kremlin y su esfuerzo militar en Ucrania.
Muchos políticos estadounidenses, como la congresista Marjorie Taylor Greene, son ávidos consumidores de RT y otros medios rusos, y figuras como Tucker Carlson se han convertido en auténticas cadenas de transmisión de las narrativas rusas sobre una gran variedad de temas. Eso explica, en parte, que estemos viendo a altos cargos de la Administración Trump culpando a Ucrania por la guerra -llegando incluso, como Elon Musk, a acusar a Kiev de “atacar a Rusia”-, llamando “dictador” al presidente ucraniano Volodimir Zelenski y asegurando que su presidencia es ilegítima, que su popularidad no llega al 4% o que Ucrania ya ha perdido la guerra y carece de hombres para seguir luchando. Una repetición de la propaganda rusa tan descarada que incluso los voceros del Kremlin como el presentador estrella ruso Vladimir Solovyov lo reconocen abiertamente.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fed3%2Fde8%2F254%2Fed3de82546ee54938bd00690ea49a2e9.jpg)
El Kremlin cuenta, además, con su capacidad de manipular a muchos de los inexperimentados diplomáticos estadounidenses a los que Trump ha puesto a cargo de las cuestiones relacionadas con Rusia y Ucrania.
Es el caso del inversor Steve Witkoff, que parece estar ejerciendo de mero correo de los requerimientos que Moscú quiere hacer llegar hasta el Despacho Oval, y que Trump hasta ahora no ha tenido problema en acatar. En contraste, la Federación Rusa está movilizando a sus primeros espadas diplomáticos, gente con una dilatada carrera y acceso directo al liderazgo ruso. Además, según un artículo del Wall Street Journal, Putin tiene de su lado a un equipo de psicólogos y perfiladores que le permite explotar al máximo sus interacciones directas con Trump. El líder ruso aplica así lo que el académico soviético Vladimir Lefebvre denominó “control reflexivo”, el desarrollo de una estrategia que lleve al adversario a adoptar por sí mismo decisiones que favorecen a quien la pone en práctica, y que los rusos han convertido en un auténtico arte.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F820%2F984%2F3fa%2F8209843fa4e2e7b95938b7cf70342b18.jpg)
Como muchos otros, el liderazgo ruso se ha dado cuenta de que la visión transaccional que el presidente estadounidense tiene de las interacciones internacionales, de modo que, por ejemplo, cuando EEUU se dispone a firmar un acuerdo de explotación de minerales y tierras raras con Ucrania, el Gobierno ruso le propone a Trump un trato similar, que incluye además los sectores del aluminio y la energía. Y después de que los representantes de Washington y Kiev se reuniesen en Arabia Saudí y acordasen un alto el fuego, Putin, sabedor de cuánto valora el líder estadounidense la lisonja y la creencia de que lo puede manejar todo él solo, responde que hay detalles que necesitan ser aclarados, quizás “llamando al presidente Trump y discutiéndolo con él”. Este domingo Witkoff, recién aterrizado de Moscú, confirmó que dicha llamada tendrá lugar esta misma semana.
Dentro de la propia Administración Trump, hay quien teoriza el acercamiento entre la Casa Blanca y el Kremlin como un “Nixon a la inversa”, en referencia al viaje que el entonces presidente estadounidense realizó a Pekín en 1972 para ahondar en la brecha que se había abierto entre la China maoísta y la Unión Soviética. En este caso, el objetivo sería conseguir que esta vez sea Rusia la que se aleje de China, que para EEUU supone un rival mucho más formidable. Pero la explicación no ha convencido demasiado, y la realidad probablemente es mucho más sencilla, ya sea por la proverbial admiración de Trump por los autócratas de todo tipo o por los mecanismos de manipulación que el Kremlin utiliza sobre él. En último término, Trump está jugando en el equipo de Putin.
Si tuviéramos que enumerar todas las veces que Donald Trump ha alabado a Rusia o al presidente Vladímir Putin, no acabaríamos nunca. Pero desde que vuelve a ocupar la Casa Blanca, a las palabras hay que sumar también los hechos. En las últimas semanas, Trump parece estar cumpliendo una lista de los deseos del Kremlin, criticando a Ucrania y su presidente, cortando la ayuda militar y el suministro de inteligencia lo suficiente como para permitir una ofensiva rusa contra las posiciones ucranianas en Kursk, coqueteando con levantar las sanciones contra Rusia y dinamitando la OTAN desde dentro.