Entre Baviera y Quebec: las hojas de ruta para el control migratorio en Cataluña
La proposición de ley en materia de inmigración que Junts ha presentado junto al PSOE responde a la costumbre de incorporar modelos territoriales extranjeros en el régimen de autogobierno catalán
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Desde su nacimiento, el nacionalismo catalán se ha inspirado en experiencias foráneas para articular sus reivindicaciones y, una vez en el poder, ejecutar sus políticas de autogobierno y construcción nacional. Por ejemplo, el separatismo radical de Maciá –abanderado con una estelada de inspiración cubana– surgió en los años 1920 bajo la influencia de la secesión irlandesa. Y qué decir del procés, un periodo que estuvo plagado de apelaciones al referéndum escocés y guiños a la independencia de los países bálticos (la cadena humana organizada en la Diada de 2013 fue un calco de la Cadena Báltica de 1989).
El pasado martes PSOE y Junts registraron una proposición de ley donde se pide delegar en Cataluña una serie de competencias en materia de inmigración. En esta ocasión, la ocurrencia encuentra su inspiración en el länder alemán de Baviera y en la provincia canadiense de Quebec.
Actualmente, en Baviera existe un régimen de colaboración entre la Policía Federal y la policía del länder en lo que respecta al control de fronteras. Esta fórmula tiene su origen en una ley impulsada en 2018 por la Unión Socialista Cristiana (CSU), partido bávaro de centroderecha relativamente homologable a Junts. Originalmente, la CSU sacó adelante un texto –conocido como “ley Söder”, en referencia al presidente de la región– que otorgaba a Baviera una competencia íntegra en materia migratoria, incluyendo la potestad de autorizar la entrada de inmigrantes o la capacidad para deportar a personas en situación irregular. Sin embargo, en 2020 esa ley fue parcialmente anulada por el Tribual Constitucional Federal de Alemania, dando pie al régimen mixto que rige actualmente.
El sistema bávaro actual equivaldría a una lectura restrictiva de la proposición de ley española –es decir, la lectura que defiende PSOE y que Junts se resiste a asumir–. Si atendemos al botín competencial al que aspiran los posconvergentes, tenemos que echar la vista a la provincia canadiense de Quebec. De hecho, el movimiento independentista québécois fue la principal inspiración del procés contemporáneo. Sin ir más lejos, el término “soberanismo”, hegemónico en Cataluña hace apenas 10 años, es un neologismo importado de esa provincia canadiense, mientras que el famoso “derecho a decidir” –además de un significante tomado del independentismo vasco– fue un concepto construido en la academia catalana mediante alusiones a los referéndums celebrados en Quebec.
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Ahora, la inspiración canadiense aterriza en España en forma de competencias migratorias. Aquí, Junts quiere obtener para Cataluña lo que Quebec ya tiene: por un lado, un control fronterizo casi absoluto, incluyendo la fiscalización de aquellos que quieran entrar en la provincia, la selección de perfiles profesionales o la capacidad para ejecutar deportaciones; por otro lado, el modelo québécois es complementado con un abrumador programa de integración para los recién llegados, incluyendo aquí un curso para aprender el idioma francés y una red de atención personalizada en materias como el “afrancesamiento” o “la vida en comunidad” (sic).
Esto es lo que quiere Junts: un control de fronteras más exhaustivo que se complemente con medidas de asimilación lingüístico-cultural para los inmigrantes. Al fin y al cabo, esto concuerda con la doctrina migratoria de la histórica Convergència, que desde tiempos de Jordi Pujol tuvo la integración como modelo de construcción nacional, es decir, la asimilación de los inmigrantes dentro de “lo catalán”, en oposición a la inclusión de las culturas diferentes que habitan Cataluña. Ahora, el modelo de integración pujolista se exacerba debido a la necesidad de competir contra Aliança Catalana, partido ultra que también comienza a mirar hacia fuera para coordinar su discurso con partidos de la extrema derecha internacional.
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El hecho de que el nacionalismo catalán mimetice fórmulas foráneas no es necesariamente negativo, pero tampoco positivo. No debemos caer en la falacia –tan española– de legitimar una política porque exista en algún otro país “civilizado”. En ocasiones, estos mimetismos son contraproducentes. Durante el procés se apeló a lecturas forzadas de experiencias extranjeras para conculcar el Estatut y la Constitución. Ahora se impulsa un modelo de control migratorio impropio de la sociedad española; una sociedad que se caracteriza por su historia emigrante, su mestizaje y su actitud inclusiva con los recién llegados.
* Antonio Manuel Álvarez es investigador predoctoral del departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Madrid. Forma parte de la Jean Monnet Partnership-Spain, una red académica dedicada a la transferencia de conocimiento sobre la integración europea y que colabora con El Confidencial.
Desde su nacimiento, el nacionalismo catalán se ha inspirado en experiencias foráneas para articular sus reivindicaciones y, una vez en el poder, ejecutar sus políticas de autogobierno y construcción nacional. Por ejemplo, el separatismo radical de Maciá –abanderado con una estelada de inspiración cubana– surgió en los años 1920 bajo la influencia de la secesión irlandesa. Y qué decir del procés, un periodo que estuvo plagado de apelaciones al referéndum escocés y guiños a la independencia de los países bálticos (la cadena humana organizada en la Diada de 2013 fue un calco de la Cadena Báltica de 1989).