El desarme del PKK: por qué la democracia amenaza el proceso de paz kurdo
El grupo evoca una única condición para pasar al proceso de desarme: la libertad de Öcalan. Pero la presenta como una exigencia flexible, revestida de explicaciones
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"Estoy haciendo un llamamiento para dejar las armas y asumo la responsabilidad histórica de este mensaje. Todos los grupos deben deponer las armas y el PKK debe disolverse. Saludo a quienes creen en la convivencia". 25 de febrero de 2025. Firmado: Abdullah Öcalan. Fundador del PKK y aún, tras un cuarto de siglo en la cárcel, líder del movimiento kurdo.
El mensaje se escucha, sin imagen, desde la enorme pantalla erigida en la plaza central de Diyarbakir, la 'capital' de los kurdos de Turquía. La muchedumbre está bailando el halay, la tradicional danza kurda. Hay entusiasmo, hay alegría: demasiado dura ya la guerra. 40 años, que se dice pronto.
El sábado por la mañana, el PKK acusa recibo: "Para abrir el camino al llamamiento del líder Apo por la paz y la sociedad democrática, proclamamos un alto el fuego, vigente a partir de hoy. Salvo que nos ataquen, no se llevará a cabo ninguna acción armada".
El mensaje responde a la primera de las muchas preguntas que arroja la carta de Öcalan: si la palabra del viejo líder —tiene 75 años— aún es ley para la guerrilla. Lo es. O quizás simplemente coincida con las perspectivas del movimiento y sea un excelente pretexto para negociar la rendición sin perder la cara.
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¿Negociar? Ankara ya avanzó el mismo jueves que, acorde al mensaje de Öcalan, no hay nada que negociar aquí. "No hay un problema de identidad, no hay dos naciones, no hay dos idiomas oficiales, no hay doble ciudadanía, no hay demandas de autonomía ni federalismo", dijo Mehmet Uçum, asesor jefe del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan. Cierto, nada de eso había en la carta. Y el comunicado del PKK confirma esta visión. Habla de la necesidad de democracia, del respeto a la ley y de los derechos de las mujeres, pero no hace referencia alguna a la población kurda. Ni rastro de exigencias de autonomía ni leyes de minorías.
Sin rastro del 'Kurdistán' ilegal
No sorprende: hace tiempo que la independencia está descartada como reminiscencia de ideologías europeas desfasadas y superadas, y aunque la palabra "autonomía" aparece a ratos en el discurso, no se refiere a un espacio geográfico, nadie ha trazado nunca una línea concreta en un mapa detallado del país. Para ondear banderas y diseñar logotipos sí se ha perfilado la silueta de un Kurdistán ideal, pero nunca como propuesta política concreta, nunca para definir qué municipios habitados por kurdos en la vasta Anatolia deben estar dentro de un hipotético territorio y cuáles quedarían fuera (al igual que los millones de kurdos en Estambul y Ankara). "Autonomía", explicaba el partido a quien quería escucharlo, solo era un término sonoro para un proceso de descentralización que trasladara ciertas competencias a las municipalidades en todo el país, hubiese o no kurdos.
Más llamativo es que ni el PKK ni Öcalan mencionan siquiera el idioma, la principal o más bien la única diferencia fundamental entre kurdos y turcos: como si esta cuestión ya estuviera resuelta.
Quizás lo esté. Desde 2012, los colegios públicos de Turquía deben ofrecer clases de kurdo a partir de los 11 años, en el segundo ciclo de enseñanza, siempre que lo pidan al menos diez alumnos en una clase y haya profesores disponibles. Este curso, unos 25.000 alumnos se han acogido a esta fórmula. No es mucho para una población estimada en 16 millones —un 19% del total de Turquía— y las asociaciones kurdas denuncian innúmeras cortapisas e insuficiencias. Pero muestra que el tabú del idioma se puede romper —cuando llegué a Turquía en 2010 aún se llevaba a los tribunales a alcaldes kurdos por "hablar una lengua inexistente"— y que extender la enseñanza a edades más tempranas es cuestión de empujar los límites; bastaría con una reforma menor de la Constitución, cuyo artículo 42 impone el turco como único idioma de enseñanza en lengua materna (salvo tratados internacionales, es decir, salvo griego y armenio, según lo acordado en 1923).
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El PKK evoca una única condición para pasar al proceso de desarme: la libertad de Öcalan. Pero la presenta como una exigencia flexible, revestida de explicaciones: para poder convocar un congreso que decida la disolución del movimiento, haría falta "la dirección práctica" del líder, y esta solo puede funcionar si Öcalan goza de "libertad física" y cualquiera de sus seguidores puede comunicar con él sin obstáculos, expresa el comunicado.
Por supuesto, el Gobierno se ha apresurado a aclarar que "una amnistía general no está en la agenda", pero nadie descarta una relajación de las estrictas condiciones de aislamiento de Öcalan, desde 1999 encarcelado en una prisión de máxima seguridad en la isla de Imrali en el mar de Mármara, unos 50 kilómetros al sur de Estambul. Los más optimistas hablan de arresto domiciliario. Nada innegociable para dirigir un congreso, máxime cuando en el origen de todo este proceso está la declaración de líder ultranacionalista más ultra del país, el viejo Devlet Bahçeli: propuso, en octubre pasado, invitar a Öcalan al Parlamento para declarar desde la tribuna la disolución del PKK. Si ni a Bahçeli le importa ver al architerrorista en el sagrado hemiciclo de la nación, ¿quién puede oponerse a arreglos prácticos menores?
La última tregua fracasó porque para Erdogan era una oportunidad para afianzar su propia figura
En resumen: no hay ningún obstáculo, el proceso irá bien y el conflicto está resuelto, ¿no? Entonces solo queda una pregunta: ¿por qué no se ha hecho antes? La respuesta es que sí se hizo antes. Y si fracasó, si el proceso de paz se ahogó en sangre y fuego de artillería, no era por discrepancias sobre el futuro de la población kurda y sus derechos, sino por el futuro de la democracia en Turquía.
El conflicto kurdo se resolvió ya hace una década larga, en exactamente los términos explicados arriba, y desde entonces no hay más que negociar. También empezó con una carta de Öcalan, leída en público el 21 de marzo de 2013: yo estuve ahí. No había pantallas entonces, era un descampado en las afueras donde se celebraba Newroz, la fiesta de la primavera, y había un millón de personas. En la tribuna estaba la flor y nata del partido que entonces se llamaba BDP, luego HDP y ahora DEM: estaba Selahattin Demirtaş, que ahora está en la cárcel, estaba Gültan Kisanak, luego también encarcelada, y estaba Sirri Süreyya Önder, actor, guionista y diputado, que tiene un pie en la cárcel, pero sigue en libertad y tanto entonces como ahora formaba parte de la delegación que visitaba a Öcalan en la cárcel y trasladaba su carta al público.
"Declaro que empieza una nueva era, las armas callan, la política está en auge. Es hora de que nuestras entidades armadas se retiren de la frontera". Esas eran las frases clave que aquel día de 2013 se leyeron desde la tribuna, y junto con el resto de la carta trazaron un futuro claro: la integración de los kurdos en la República de Turquía, como parte de la misma nación compuesta por etnias diversas. El PKK declaró una tregua, en términos similares a la actual. Gran parte de los militantes del PKK se retiraron hacia el norte de Iraq. Las armas callaban. La paz parecía haber llegado, por fin; solo faltaba negociar los flecos de cómo formular la reconciliación.
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El resumen de las negociaciones que Sirri Süreyya Önder, hace exactamente diez años —el 28 de febrero de 2015— leyó ante la prensa en el palacio de Dolmabahçe, donde su partido se reunía con altos cargos del Gobierno, solo hablaba de democratización, derechos cívicos, derechos de las mujeres y hasta ecología. Nada que un Gobierno no hubiera firmado encantado. ¿Por qué fracasó? ¿Por qué puede volver a fracasar hoy?
Fracasó entonces porque para Erdogan, este proceso de paz iba a más allá de una reconciliación histórica: era una oportunidad para afianzar su propia figura como líder indiscutido de turcos y kurdos (y cualquier pueblo islámico, ya que estamos). Para eso, el partido prokurdo tendría que haber apoyado su aspiración de reformar la Carta Magna para abolir la figura del primer ministro y atribuir todo el poder ejecutivo al presidente, hasta entonces una figura más bien simbólica. Paz por papeletas.
Pero el partido se negó. En marzo, el entonces presidente del HDP, Selahattin Demirtaş, dio en el Parlamento el discurso más breve de la historia local: "Señor Recep Tayyip Erdogan: no y no y que no, no te haremos presidente". Días más tarde, Erdogan negó haber sabido jamás nada de negociaciones en Dolmabahçe, en junio, el HDP entró por primera vez en el Parlamento con una lista nacional, duplicando sus votos (sacó el 13%), saltando de 35 a 80 diputados, y el AKP de Erdogan perdió la mayoría.
Los sondeos sugieren que si se celebrasen elecciones anticipadas ahora, Erdogan y su partido las perderían
Siguieron meses de negociaciones imposibles para formar un tripartito entre socialdemócratas, izquierda prokurda y ultranacionalistas. El 22 de julio, alguien asesinó a dos policías turcos mientras dormían en su casa en Ceylanpinar, el PKK, hasta entonces en tregua, reivindicó el atentado como "venganza" por un atentado yihadista, Ankara envió cazabombarderos contra la guerrilla y la guerra estalló con más fervor, sangre y muertes que nunca.
Nadie sabía ya por qué luchaba la guerrilla: ¿de qué sirve enfrentarse a las tropas si la intención no es ocupar una zona geográfica y declararla independiente? Y si el objetivo son derechos cívicos, ¿para qué disparar? No se puede negociar la inclusión del idioma kurdo en el currículo escolar colocando una pistola en el aula. Pero la guerra seguía y la represión se intensificaba: en noviembre de 2015 se repitieron elecciones, ganó el AKP, aliado con los ultranacionalistas, se formó Gobierno; al año siguiente, Selahattin Demirtaş fue enviado a prisión, en 2017 se aprobó en referéndum, con escasísima mayoría, la reforma que daba a Erdogan, ahora presidente, el pleno poder ejecutivo que reclamaba y que Demirtaş le había negado. En 2019 ganó nuevamente las elecciones, y en 2023, una vez más. Siempre con cifras cercanas al 51%.
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Y diez años más tarde estamos de nuevo ante una carta de Öcalan, una tregua del PKK, y la pregunta: ¿qué se está negociando ahora? Las próximas elecciones están lejos; deben tener lugar en 2028. Pero toda Turquía está convencida de que se adelantarán. Y todos tienen motivo para desear este adelanto.
Para Erdogan, adelantar las elecciones es la única posibilidad de volver a presentarse al cargo de presidente: la Constitución que él mismo diseñó en 2017 limita a dos los mandatos presidenciales… salvo que antes de terminarse la legislatura, el Parlamento se disuelva, acto que automáticamente lleva a la destitución del presidente y nuevas elecciones parlamentarias y presidenciales. Deben votar a favor tres quintos del hemiciclo, 360 de los 600 diputados. El AKP de Erdogan y sus aliados alcanzan. Pero si el DEM se prestara a cambiar de bando, sus 57 escaños bastarían. ¿Se prestaría?
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Quizás ni siquiera haga falta cambiar de bando: el socialdemócrata CHP, principal partido de la oposición con 133 escaños, lleva meses pidiendo elecciones anticipadas, sabiendo que esto es un órdago arriesgado, porque significaría enfrentarse una vez más a un rival casi invencible. Parecería más cómodo esperar hasta 2028, en la convicción de que ningún sucesor de Erdogan —no hay siquiera candidatos a sucesor— podrá mantener su tesón y carisma. Eso si, en 2028 aún se celebran elecciones, aún hay urnas, aún existe la democracia. Tres años son muchos años en Turquía. Quizás sea menos arriesgado lanzar el órdago ahora: los comicios municipales de 2024 marcaron por primera vez una victoria del CHP sobre el AKP en número de votos en todo el país: el 37% frente al 35%. El hundimiento de la economía causado por la altísima inflación, que solo ahora se intenta frenar con políticas financieras de austeridad, le está pasando factura a Erdogan. Ahora. No se sabe si en tres años.
Los sondeos sugieren que si se celebrasen elecciones anticipadas ahora, Erdogan y su partido las perderían. Salvo, claro está, si los votantes kurdos, agradecidos por el fin de la guerra, votaran a favor del presidente. Son un bloque muy disciplinado: votarán, en gran parte, por la lista que su partido les dice que voten. Y si el DEM les dijera…
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No te haremos presidente, dijo Selahattin Demirtaş en 2015. Está pagando por ello: lleva ocho años en la cárcel ya. Estamos de nuevo ahí, en el mismo punto: ¿pondrá el partido una vez más la democracia de Turquía por encima de los derechos de los kurdos, como hizo Demirtaş? ¿Buscará una fórmula que permita poner fin al conflicto, aun a costa de poner fin, quizás, a las libertades de toda la nación? Nadie lo sabe hoy, y con certeza no lo sabe aún el propio DEM. Nada está determinado aún, todo queda por ir negociando ahora.
La solución sencilla, la de que el PKK deje las armas y abandone una lucha sin sentido alguno sin por ello marcar las cartas de la democracia de su país, esto, igual, sería pedir demasiado.
"Estoy haciendo un llamamiento para dejar las armas y asumo la responsabilidad histórica de este mensaje. Todos los grupos deben deponer las armas y el PKK debe disolverse. Saludo a quienes creen en la convivencia". 25 de febrero de 2025. Firmado: Abdullah Öcalan. Fundador del PKK y aún, tras un cuarto de siglo en la cárcel, líder del movimiento kurdo.