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El arte de (la niebla) de la guerra: detrás de la ceremonia de la confusión hay un plan para gobernar el mundo
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EL GRAN REPLIEGUE ESTRATÉGICO

El arte de (la niebla) de la guerra: detrás de la ceremonia de la confusión hay un plan para gobernar el mundo

El magnate republicano ha convertido la 'niebla de la guerra' en la piedra angular de su plan para reafirmar la primacía de Estados Unidos en el concierto de las naciones. Es decir, gobernar el mundo, pero a su manera

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump. (DPA/Lev Radin)
El presidente de EEUU, Donald Trump. (DPA/Lev Radin)

La doctrina militar del Ejército de Estados Unidos, inspirada en el general prusiano Carl von Clausewitz, define la niebla de la guerra como ese momento del combate en el que se combinan "fricción, oportunidad e incertidumbre". Un escenario "complicado para que el comandante (adversario) pueda reaccionar adecuadamente y adaptarse de forma versátil y en tiempo real a la circunstancia, para crear oportunidades y reducir vulnerabilidades".

Esta inevitable realidad del campo de batalla moderno envuelve ahora los primeros compases del nuevo mandato de Donald Trump. El magnate republicano está utilizando esta espesa bruma estratégica para enmascarar sus verdaderas intenciones en asuntos internacionales y domésticos; y la ha convertido en la piedra angular de su plan para reafirmar la primacía de Estados Unidos en el concierto de las naciones. Es decir, gobernar el mundo, pero a su manera.

La metáfora no es mía, sino de Mark Toth y del coronel (r) Jonathan Sweet, analistas de seguridad nacional y política exterior, en una columna publicada en The Hill. Les pregunto cómo deben encajar los socios de EEUU este cóctel de telerrealidad, venta de coches de segunda mano y cohetes espaciales con el que se maneja la Administración republicana que los ha dejado en una suerte de estupor diplomático. Pocos manuales de diplomacia explican cómo reaccionar si la primera potencia económica y militar del planeta te insulta, te extorsiona o amenaza con sacarte un ojo (financiero o territorial).

"Los aliados deben asumir que, de ahora en adelante, esta es la nueva normalidad en la Casa Blanca. El mensaje de Trump llega alto y claro. Washington solo quiere socios estratégicos, no dependientes. Si Europa sigue andando a tumbos por la niebla, corre el riesgo de quedar atrás, como en Riad [durante las negociaciones entre Washington y Moscú sobre Ucrania]", me comentan Toth y Sweet. "El proceso europeo de toma de decisiones debe ser más rápido y flexible".

Foto: Trump y Putin en una reunión de 2019. (Reuters/Kevin Lamarque)

El presidente estadounidense va a pulverizar la unanimidad europea. En ocho semanas, el líder del mundo libre habría amenazado con convertir a Canadá en el estado número 51 de la Unión, mientras intimida a Dinamarca para que le venda Groenlandia y promete retomar "el control" del Canal de Panamá (sin descartar el uso de la fuerza militar en ninguno de los casos). Ha dicho que expulsará a los palestinos para urbanizar Gaza, que se lava las manos en Ucrania y que Europa se puede ir preparando para pagar la cuenta. Llevamos apenas 50 días del año y hay un montón de charcos por delante. Esto no ha hecho más que empezar.

Solo podemos intuir cómo se están colocando las fichas. Y con la advertencia de que el magnate neoyorquino no es el único jugador impredecible sentado en esta partida. Cada acción tendrá una reacción. Y la inacción, como en todos los momentos decisivos de la historia, también cuenta como respuesta.

Pero si Trump tiene dominadas la fricción y la incertidumbre, no está tan clara la gestión de la oportunidad. Porque, al fin y al cabo, nadie sabe muy bien cuál es el objetivo último en la heterogénea mente colectiva que durante (al menos) los próximos cuatro años ocupará el Ala Oeste. Ni tampoco cómo opera la enrevesada maraña de incentivos e intereses cuya jerarquía todavía se nos escapa. En definitiva, ¿cuál es el plan?

Paso 1: desmontar el tinglado internacional

Vistas en gran angular, las acciones del Gobierno estadounidense parecen orientadas hacia un gran repliegue estratégico con varios ejes a seguir. Es el fin de la era de posguerra. El Sheriff Reticente sobre el que teorizó Richard Haas se ha hecho viejo. Está cansado, harto de asustar bandoleros. Ahora piensa retirarse a su rancho y cultivar la tierra. Y no quiere que, en unos años, su pasado vuelva luego a buscarle. Hasta cierto punto, Trump estaría tratando de controlar a su modo el descontrol que se avecina cuando el comisario del mundo deje la estrella.

Foto: Putin y Trump en la portada de los periódicos. (Reuters/Maxim Shemetov Illustration)

Este pilar está cimentado sobre el concepto de "escasez", una palabra que va ganando peso en el discurso de política exterior norteamericano. Esta idea de que no hay dinero para tanto marca el fin de la diplomacia de la multilateralidad, la cooperación y la ayuda al desarrollo como estandartes para la influencia de una nación. Gran parte de este tinglado estaba (está) sostenido por el Imperio. Política y financieramente. Las Naciones Unidas y su indescifrable sopa de siglas, la OTAN y todos los Gs, del 7 al 20. Ahora Nerón está quemando Roma y nadie llorará la caída de los burócratas internacionales. Occidente va a crujir.

"Cuando le preguntaron al presidente Biden si EEUU podría apoyar a Ucrania e Israel al mismo tiempo, insistió: somos los Estados Unidos de América, por amor de Dios, la nación más poderosa [...] en la historia. Mientras, el presidente Trump ha asegurado en repetidas ocasiones que América está en declive. De hecho, la noción de escasez se ha convertido en una premisa central en el pensamiento de política exterior del Partido Republicano. Dicen que EEUU ya no es el superpoder global con recursos infinitos para sostener el orden internacional", argumenta el informe de la Conferencia de Seguridad de Múnich en un capítulo del informe dedicado al fin del consenso pos Guerra Fría (firmado por el investigador senior Leonard Schütte).

Sin los escrúpulos civilizatorios de la Pax Americana, Trump no está teniendo reparos en quemar décadas de poder blando acumulado por la diplomacia estadounidense y trazar nuevas alianzas meramente transaccionales, orientadas al beneficio de su agenda aislacionista. El mandatario puede negociar con dinero, con territorios, con vidas. No hay sangre, sudor o lágrima fuera de la mesa. Es la realpolitik de El Aprendiz. Aunque esta no encaje con las definiciones de la academia. O precisamente por ello.

Paso 2: dividir el mundo en áreas de influencia

El escenario más temido, por ser el más probable, es el retorno a las áreas de influencia y el sálvese quien pueda. En el Despacho Oval, donde estos días pululan constructores, tecnoligarcas y niños, parecen estar dispuestos a negociar una división del poder geopolítico; siempre y cuando se salvaguarden los intereses estratégicos de los ciudadanos estadounidenses (aunque a veces estos sean difíciles de distinguir de los del propio entramado Trump).

Es el fin del excepcionalismo americano. Lo explicó sin rodeos el secretario de Estado, Marco Rubio, el menos sospechoso de histrionismo geopolítico en el nuevo elenco del poder norteamericano.

"No es normal para el mundo tener simplemente un poder unipolar. Eso fue una anomalía. Fue producto del fin de la Guerra Fría, pero eventualmente iba a llegar un punto en el que existe un mundo multipolar, con muchos grandes poderes en diferentes partes del planeta. Nos enfrentamos a eso ahora con China y, hasta cierto punto, con Rusia. Y además tienes estados canallas como Irán o Corea del Norte con los que lidiar", aseguró el exsenador republicano en una reciente entrevista con Megyn Kelly.

Foto: Un trabajador siderúrgico en un alto horno en Zaporiyia, en el sureste de Ucrania. (EFE/Oleg Petrasyuk)

Después de casi 40 años repartiendo dividendos de la paz, Estados Unidos parece querer hacer caja antes de levantarse de la mesa.

Las negociaciones vis-a-vis con Vladímir Putin abren el telón a esta nueva reconfiguración. Washington se va de Europa y quiere pactar una salida ventajosa. Esto incluye (o empieza) por asegurar una retirada militar estable —e incluso rentable, con el pacto sobre tierras raras— de Ucrania y del continente. A la postre, ha dejado claro Trump, serán Bruselas y Moscú los que tendrán que verse las caras.

"Nos separa un bonito y gran océano", resumió en un mensaje ultimátum a sus socios europeos para que acepten la paz de Putin y que marca un antes y un después en las relaciones trasatlánticas. No es una licencia poética. Es literal: más de 5.000 kilómetros de aguas atlánticas (unos 1.200 desde Groenlandia) dan margen para mucha indiferencia. O la paz de Putin, o la guerra de Putin.

En Oriente Medio sucede algo similar. Arabia Saudí, Jordania y los estados del Golfo tendrán que mojarse en el problema palestino o la solución será la de Israel. Su propuesta de recalificar Gaza como si fuera una playa mediterránea es una muestra de lo que está dispuesto a digerir la nueva sensibilidad americana. Todo.

Paso 3: asegurar nuevos activos estratégicos

El trumpismo nos dice que el espíritu del Atlántico Norte se desvanece, en teoría, porque la acción va a estar en China y el Indo-Pacífico. Pero el discurso (el discurso) sugiere otras intenciones. De nuevo, son señales difusas y a veces contradictorias.

Hasta ahora, los incentivos comerciales habían sido unos grandes radiadores cuando las tensiones políticas sobrecalentaban los nodos de poder. Pero en el mundo de los aranceles y las barreras, hay declaraciones que pueden ser leídas en clave militar. Por ejemplo, la reciente amenaza del mandatario estadounidense de poner aranceles del 100% a los microprocesadores de Taiwán podría ser interpretada en Pekín —avisan algunos analistas— como una interesante luz ámbar para un eventual asalto del estrecho de Formosa. Armado, comercial o híbrido.

Foto: Buques de guerra taiwaneses participan en unas maniobras navales este miércoles en Hualien (Taiwán). (EFE/Ritchie B. Tongo)

Esto abre una preocupante grieta en el llamado escudo de silicio que protege la isla. Porque, si los productores norteamericanos van a tener que pagar un sobreprecio exorbitante por los semiconductores asiáticos por el proteccionismo republicano, ¿qué interés van a tener en salvaguardar la lejana democracia taiwanesa? Ha bastado un mensaje para que la delicada ambigüedad estratégica con la que Washington defiende a Taipéi —y evitar guerra de los 10 billones de dólares— quede seriamente tocada.

Eso sí, con un par de advertencias: "Una: EEUU no va a ceder sus intereses económicos y militares en el Indopacífico. Y segundo: el cambio climático está creando dos nuevas esferas de influencia, con nuevas rutas polares y ricas reservas minerales en el Ártico y la Antártida", me advierten Toth y Sweet.

En esta partida de Risk, Washington está más interesado en asegurar su propia area de influencia más que en disputar la del adversario. Desde esta óptica, es tan alarmante como lógico que Trump sea más beligerante con sus aliados que con sus teóricos rivales civilizatorios; porque son precisamente sus socios los que tiene los activos estratégicos que a la actual administración codicia. Por eso, su lista de las obsesiones no es arbitraria.

Foto: Cumbre de la OTAN de Bruselas en 2018. (Reuters)

El Canal de Panamá, punto neurálgico del comercio global (entre el 3% y el 6%), es vital para la proyección naval y seguridad energética de Estados Unidos. Groenlandia está llamada a dominar las futuras rutas comerciales que está abriendo el deshielo del Ártico, lo que reduciría la dependencia norteamericana de las sendas tradicionales. La pacificación a cualquier precio de Oriente Medio y la permanente asfixia de Irán busca mantener controlado otro de los nudos gordianos del tráfico mercante y energético (Ormuz, Bab El-Mandeb y Suez).

La Casa Blanca aspira a reducir los precios del crudo. Necesita ganar margen de maniobra para lidiar, al viejo estilo, con las presiones inflacionarias de sus propias políticas de aranceles. En este contexto, quizás lo que pase en el Mar del Sur de China podría pasar a ser secundario para el Departamento de Estado si hay un pacto de no agresión (tácito o explícito) con Xi Jinping de por medio.

Paso 4: ¿Ultima ratio Trump?

La duda definitiva es si Trump está dispuesto a ejercer la ultima ratio regum (la razón definitiva del rey). Es decir, si respaldará con los cañones lo que le dicta su soberanía. Porque, en todo este tira y aflojar de titulares apocalípticos, hay una bravata que brilla por su ausencia. La del potencial despliegue de tropas estadounidenses en teatros de operaciones críticos. Al contrario. La dirigencia norteamericana ha dejado clara, por activa y por pasiva, su renuencia a las aventuras militares internacionales. Por lo que conocemos de la mente colectiva del trumpismo, no parece que haya incentivos para una guerra que no sea comercial.

Hay otras señales de que no está el horno del Pentágono para bollos bélicos de ultramar. En su promesa de transformación radical de la administración norteamericana, la ecléctica unidad de Elon Musk para recortar el gasto federal tiene la mira puesta en el Pentágono. El aluvión de noticias y reformas que se avecina ha hecho que el multimillonario texano haya creado una cuenta específica de X/Twitter dedicada a las acciones de DOGE para el Departamento de Defensa (por ahora, sin actividad). Todo apunta a una transición militar en ciernes con destino incierto para la superpotencia.

Esto no quiere decir que el líder estadounidense, movido por circunstancias estratégicas, políticas o personales, no vaya a estar dispuesto a flexionar músculo militar llegado el caso. "La respuesta corta es sí. Recordemos que Trump ordenó el ataque la base aérea Al-Shayrat (...) como respuesta al (entonces presidente) Basar al Asad por el uso de agentes químicos prohibidos contra los rebeldes sirios. También autorizó la operación que mató el comandante de la Guardia Revolucionaria de Irán, general Qasem Soleimani. Y es probable que esté dispuesto a utilizar más fuerza si es necesario", me avisan Toth y Sweet.

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A estas alturas del análisis, verá que hay demasiadas piezas móviles en este mecanismo para saber dónde y cómo van a acabar ordenadas (o desperdigadas). Hay tantos intereses políticos, comerciales, militares y sociales entrecruzados, que el horizonte se está plagando de cisnes negros y rinocerontes grises. Si el escenario más probable ya parece disruptivo, es complicado imaginar los efectos acumulados de incorporar otro radical libre más a la ecuación.

Porque en geopolítica, el espacio que libera un actor lo suele ocupar otro. Y un abrupto cambio de los intereses estratégicos de Estados Unidos supondrá un desequilibrio en muchos de los conflictos regionales y bilaterales que sostenía el peso político de Washington. Conflictos latentes, revanchas históricas, caudillos ambiciosos. Muchas tensiones se van a disparar sin la presencia mediadora del policía del mundo.

Estamos inmersos en una suerte de conferencia de Yalta a la que Europa no ha sido invitada. Suena a exageración. Pero se están moviendo fronteras en vivo y directo. En Europa, en Oriente Medio; en nuestro propio vecindario con el Sáhara Occidental. Puede que no sean las últimas en estos próximos años.

En última instancia, detrás de la niebla de la guerra, muchas veces lo que hay es —sorpresa— la guerra.

La doctrina militar del Ejército de Estados Unidos, inspirada en el general prusiano Carl von Clausewitz, define la niebla de la guerra como ese momento del combate en el que se combinan "fricción, oportunidad e incertidumbre". Un escenario "complicado para que el comandante (adversario) pueda reaccionar adecuadamente y adaptarse de forma versátil y en tiempo real a la circunstancia, para crear oportunidades y reducir vulnerabilidades".

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