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Rabia transatlántica: ¿por qué los trumpistas están tan obsesionados con Europa?
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Valedor de la seguridad europea hasta ahora

Rabia transatlántica: ¿por qué los trumpistas están tan obsesionados con Europa?

Desde hace 80 años, los europeos han podido eliminar uno de los factores más sensibles de la gobernanza: el factor de la seguridad. Porque de esta se encarga, en gran parte, Estados Unidos

Foto: El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en el Despacho Oval. (Europa Press)
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en el Despacho Oval. (Europa Press)
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La mezcla de fascinación y desdén que muchos estadounidenses sienten hacia la Unión Europea se manifiesta de maneras inesperadas. Por ejemplo, cuando uno se encuentra a un vecino tomándose una cerveza un jueves por la mañana en una terraza de Nueva York. “¡Ah, me siento como un europeo!”, dice el vecino, colocándose las manos detrás de la cabeza como si estuviera en una tumbona. Para muchos norteamericanos, Europa es eso: alternar un ratito de trabajo con una siesta o una cerveza. Admirar museos. Recibir subvenciones. Ver la vida pasar.

Este estereotipo cultural, que retrata al europeo (da igual un griego que un finlandés que un húngaro) como una especie de señorito ablandado por generaciones de bienestar y cuyo momento de auge se ha perdido entre las ruinas del pasado, es el trasfondo del golpe de timón efectuado por Donald Trump en las relaciones transatlánticas. El final del partenariado especial entre Estados Unidos y la Unión Europea, percibida, por Trump, como una tecnocracia globalista, un competidor económico y un parásito que vive del esfuerzo militar americano.

El movimiento trumpista, desde las bases de cuello azul hasta los recién incorporados tecnoligarcas, ve en la Unión Europea una encarnación de todo lo malo: cesión de soberanía nacional a una comisión central de burócratas, abundantes regulaciones y subsidios, sensibilidad climática y fronteras relativamente abiertas. Por eso en el universo MAGA proliferan los memes en los que se compara el plastiquito del tapón de las botellas europeas con el cohete de SpaceX volviendo a la Tierra después de cumplir alguna misión espacial. En otras palabras: el melindroso eurócrata, frente a la masculina asunción de riesgos del héroe americano.

Si los europeos hicieran una vida totalmente independiente, quizás este soterrado resquemor no tendría ninguna importancia. Pero, desde hace 80 años, los europeos han podido eliminar uno de los factores más sensibles de la gobernanza: el factor de la seguridad. Porque de esta se encarga, en gran parte, Estados Unidos.

Foto: Banderas de la UE y China durante una cumbre en 2016. (Reuters/Jason Lee)
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Durante la Guerra Fría, cuando la Unión Soviética movía los hilos en media Europa, el vigoroso gasto militar estadounidense permitía a la Casa Blanca mantener la disuasión y proteger los centros de poder capitalista. Desde 1991, sin embargo, las amenazas se han difuminado y los sucesivos líderes de EEUU se han mostrado impacientes con el “dividendo de la paz” del que disfrutan los europeos, capaces de gastar en mantequilla lo mucho que se ahorran en misiles.

Ahora mismo, Washington dedica el 9,1% de su gasto público (no del PIB) a defensa: el triple que España, Alemania, Suecia o Italia. Reino Unido desembolsa el 5,1%. Para encontrar proporciones similares en Europa, hay que mirar a Polonia y Lituania, que gastan cerca de un 8% y un 7% respectivamente. Aun así, menos que Washington. Por eso, en 2014 se acordó que cada país de la OTAN gastara como mínimo un 2% del PIB en defensa. Un umbral no vinculante que, en 2021, solo cumplían seis de los entonces 30 miembros. A raíz de Ucrania, hoy lo cumplen 23 de los 32 socios.

Foto: Foto de archivo del presidente ruso, Vladimir Putin y el presidente de EEUU, Donald Trump, en la cumbre del G20. (Reuters/Kevin Lamarque)
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Este es el caldo de cultivo general en el que han estado flotando todos los presidentes de EEUU desde que George H. W. Bush presenció el final de la URSS: una combinación de respeto a la arquitectura global y de honor a los compromisos, y una creciente irritación por el hecho de seguir sufragando las defensas de Occidente. Aunque, cuando Washington lo necesitó, la OTAN participó con un total de 130.000 soldados, entre ellos 27.100 españoles, en la guerra de Afganistán.

Ahora la dinámica ha cambiado, y esa irritación se ha convertido en hostilidad abierta. El discurso del vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, incluyó numerosas acusaciones manipuladas (Deutsche Welle las verifica aquí) que retrataban a la Unión Europea como una especie de Unión Soviética brezhneviana. Un paisaje en el que los “comisarios” de Bruselas perseguían los “crímenes de pensamiento”. Para Vance, la mayor amenaza para la seguridad de Europa no es Rusia, ni China. Es la “amenaza interna”.

Las palabras de Vance, que todavía no ha reconocido al ganador legítimo de las elecciones presidenciales de 2020 en Estados Unidos, no salieron de la nada. El Gobierno de Donald Trump está jugando duro continuamente y en muchos frentes. Algo de lo que pueden dar testimonio, por ejemplo, los daneses y los alemanes.

Foto: Espectadores suizos observan un discurso de Donald Trump en una pantalla en Davos con la bandera de Ucrania al fondo. (EFE/Laurent Gillieron)

Como describe Anne Applebaum en The Atlantic, los líderes de Dinamarca, empezando por su primera ministra, Mette Frederiksen, pensaban que las cercanas y prolongadas relaciones entre su país y Estados Unidos eran una garantía de amistad, estuviera quien estuviera en la Casa Blanca. Dinamarca, pese a tener una población menor a la de la Comunidad de Madrid, apoyó a los americanos con tropas en Iraq, en Afganistán y en los Balcanes; les ha dejado tener una base militar y muchas otras libertades en Groenlandia, y hasta ofrecieron hacer la vista gorda con el hecho de que Washington quería colocar armas nucleares en esa misma base. Además, Estados Unidos es el tercer socio comercial de Dinamarca: está por delante de todos los países de la UE, con la excepción de Alemania y Suecia.

Nada de esto, sin embargo, parece importar. Antes de jurar su cargo, Donald Trump llamó a Frederiksen en un tono “duro” y “amenazante”, según las fuentes del Gobierno danés citadas por Applebaum. La razón es que Donald Trump quiere Groenlandia y no ha descartado el uso de la fuerza militar para anexionársela. Y esas bazas que tiene Dinamarca, como las relaciones económicas y militares, ya no son bazas. Son puntos débiles que Trump puede empezar a explotar.

Los alemanes también están saliendo escaldados. JD Vance dijo estar preocupado por el estado de la democracia en Europa, pero eso no le impidió romper otra de las reglas del decoro diplomático al reunirse no con el canciller de Alemania, Olaf Scholz, sino con la líder del partido de extrema derecha AfD, Alice Weidel. Un gesto que tradicionalmente habría sido interpretado como una injerencia en los asuntos internos, pero que, en medio del bombardeo de actualidad, pasó casi desapercibida.

¿EEUU se ha convertido en nuestro adversario?

Según informa Farah Stockman en The New York Times, la Administración Trump está amenazando en privado a industrialistas alemanes para que no vendan maquinaria a China. Trump es un “martillo pilón”, le habría dicho el consejero de Trump, Bryan Lanza, al presidente de la Asociación de la Industria de Ingeniería Mecánica de Alemania, Karl Haeusgen. O bien trabajas con él, o bien serás golpeado.

La pregunta que se hacen muchos europeos, a la vista, sobre todo, de la intención de Trump de negociar la paz en Ucrania sin incluir ni a Ucrania ni a la UE, de levantar las sanciones contra Moscú y de entregarle a Vladímir Putin una serie de concesiones, es la siguiente: ¿se trata simplemente de una administración ruda y un tanto particular, o es que Estados Unidos se ha convertido en nuestro adversario?

Otro medidor de este cambio de actitud es Elon Musk. El válido de Donald Trump, que técnicamente no tiene ningún cargo oficial ni ningún poder ejecutivo, tal y como ha declarado la Casa Blanca para no pillarse los dedos en los tribunales, lleva desde el verano utilizando su megáfono global para inmiscuirse en los asuntos europeos, empleando variaciones de la misma táctica: Musk escoge un episodio truculento y con connotaciones religiosas o raciales y lo tergiversa con cientos y cientos de tuits que lee una generosa porción de la humanidad.

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden, estrecha la mano de su par ucraniano, Volodímir Zelenski. (Europa Press/DPA/Presidencia Ucraniana)

Puede ser el apuñalamiento de varios niños en Inglaterra o el caso de las violaciones sistemáticas a menores, en varias ciudades inglesas, hace años. Casos reales y escandalosos, que Musk selecciona para manipular y avasallar a Gobiernos que no son de su agrado.

La animadversión de los magnates tecnológicos hacia las instituciones comunitarias también se explica por la Ley de Servicios Digitales, aprobada en 2022, para moderar el contenido en las redes. Una parte del esfuerzo europeo para regular los monopolios tecnológicos estadounidenses. El discurso de JD Vance iba también por esta línea, como la nueva postura del CEO de Meta, Mark Zuckerberg, y sus declaradas ganas de trabajar con Trump para defender estos intereses en la UE.

Sea por la ideología nacionalista, mercantilista y antiglobalización de JD Vance; sea por los intereses de Musk y sus aparentes intentos de desestabilizar a los Gobiernos europeos; sea por los inminentes aranceles de Trump o por una mera vuelta a la Doctrina Monroe, basada, en parte, en darle la espalda a un continente percibido como caduco, lo cierto es que nadie sabe si esta es una sacudida profunda, pero rescatable. O el amanecer de un mundo más “rudo” y más “amenazante”.

La mezcla de fascinación y desdén que muchos estadounidenses sienten hacia la Unión Europea se manifiesta de maneras inesperadas. Por ejemplo, cuando uno se encuentra a un vecino tomándose una cerveza un jueves por la mañana en una terraza de Nueva York. “¡Ah, me siento como un europeo!”, dice el vecino, colocándose las manos detrás de la cabeza como si estuviera en una tumbona. Para muchos norteamericanos, Europa es eso: alternar un ratito de trabajo con una siesta o una cerveza. Admirar museos. Recibir subvenciones. Ver la vida pasar.

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