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Diferenciar la bufonería de la amenaza real: el difícil trabajo para la UE de interpretar a Trump
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La era de Biden ha terminado

Diferenciar la bufonería de la amenaza real: el difícil trabajo para la UE de interpretar a Trump

La Unión Europea trata de mantener la "cabeza fría" y no entrar a cada provocación de Trump, pero para eso tiene que aprender a diferenciar las amenazas reales de las bufonerías

Foto: Elon Musk escucha las palabras del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en el Despacho Oval de la Casa Blanca, en Washington. (Reuters/Kevin Lamarque)
Elon Musk escucha las palabras del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en el Despacho Oval de la Casa Blanca, en Washington. (Reuters/Kevin Lamarque)

En las semanas que siguieron a las elecciones presidenciales en Estados Unidos en Bruselas hubo una estrategia clara: calma y boca cerrada. Sabían que habría declaraciones, entrevistas, discursos y mensajes en redes sociales. Que el flamante y problemático presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, buscaría provocar y generar nerviosismo, no solamente en Europa, sino en todo el mundo. A eso se añadió, cada vez con más claridad, que Elon Musk, el hombre más rico del mundo, ejercería el rol de agitador en jefe para el presidente electo. Así que el objetivo era evitar correr detrás del balón, comentar cada declaración, responder a cara provocación.

De hecho, la Unión Europea llegó a bordear la inacción durante aquellas semanas. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, y António Costa, presidente del Consejo Europeo, rompieron su silencio solamente cuando Trump les forzó a hacerlo, poco antes de su inauguración, cuando el presidente electo y su corte empezaron a lanzar amenazas contra Dinamarca, sin descartar el posible uso de la fuerza militar para hacerse con el control de Groenlandia, una región danesa que Washington considera como clave a nivel estratégico, tanto por su posición como por sus reservas de minerales.

Ahora Trump lleva ya varias semanas sentado en el Despacho Oval. La era de Joe Biden ha terminado. Las amenazas, exabruptos e ideas descabelladas ya no son las de un candidato a las elecciones presidenciales americanas, ni siquiera son las de un presidente electo: son las del inquilino de la Casa Blanca. Incluyen desde la idea de “limpiar” Gaza, a una narrativa agresiva contra la Unión Europea o una tensísima llamada telefónica con Mette Frederiksen, primera ministra danesa, explicando que Estados Unidos sigue queriendo tener el control de Groenlandia.

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump. ( Daniel Torok/White House)

La semana pasada, las algaradas de Trump pasaron del plano teórico al práctico. Especialmente grave, por sus implicaciones directas sobre la seguridad europea, fue el discurso de Pete Hegseth, secretario de Defensa de EEUU, ante sus socios de la Alianza Atlántica, haciendo concesiones públicas al Kremlin antes de unas eventuales negociaciones de paz. Más tarde, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, JD Vance, vicepresidente de los Estados Unidos, hizo un discurso incendiario, acusando a Europa de estar atacando la libertad de expresión e inmiscuyéndose en la campaña electoral alemana para intentar beneficiar a Alternativa para Alemania (AfD), un partido de extrema derecha aislado por un cordón sanitario por parte del resto de formaciones.

Saber separar

En Bruselas se intenta no cambiar demasiado de estrategia respecto a lo que se intentó hacer desde noviembre hasta la inauguración de Trump. Lo expresó bien Olaf Scholz, canciller alemán, durante su visita al Foro Económico Mundial en Davos (Suiza), cuando pidió “cabeza fría”. “Ni cada rueda de prensa en Washington, ni cada tuit debe sumirnos inmediatamente en debates agitados y existenciales”, señaló el candidato de los socialdemócratas (SPD) a las elecciones federales del 23 de febrero.

Ahora parte del trabajo consiste en separar aquello que son bufonerías de las amenazas que son reales, para evitar correr detrás de las sombras y para no perder ni el tiempo ni el capital político. De hecho, cuando Trump anunció aranceles del 25% al acero y al aluminio la Comisión Europea reaccionó de manera comedida. “No responderemos a anuncios generales sin detalles o aclaraciones por escrito. La UE no ve justificación alguna para la imposición de aranceles a sus exportaciones”, se limitó a señalar un portavoz de la Comisión Europea.

Foto: Banderas de la UE y China durante una cumbre en 2016. (Reuters/Jason Lee)
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Solamente cuando estos nuevos aranceles quedaron confirmados Von der Leyen decidió reaccionar de manera más clara, asegurando que “los aranceles injustificados a la Unión Europea no quedarán sin respuesta” y que las tarifas impuestas por Washington “desencadenarán contramedidas firmes y proporcionadas”. La decisión de Trump de retrasar durante un mes la aplicación de aranceles contra México y Canadá también ha generado en el Viejo Continente la sensación de que es clave saber identificar cuando el nuevo inquilino de la Casa Blanca va de farol y cuando en serio.

Lo ocurrido la semana pasada sirve de ejemplo práctico de la separación de la bufonería de la amenaza real. Aunque el discurso de Vance tenía un tono claramente provocador, auténtica dinamita política, este ha tenido muy poca repercusión. En Múnich se escucharon algunos gruñidos, alguna burla, y los alemanes se encargaron de recordarle a Vance que las del domingo eran sus elecciones y no debía meterse, y se pasó página. La mayoría de círculos diplomáticos y políticos de Bruselas y otras capitales, el discurso de Vance ha sido un pie de página. Sí, importante para entender la distancia que separa ahora mismo a Washington de los Veintisiete, pero poco más.

Sin embargo, el discurso de Hegseth ha sido analizado de cerca. La reunión de líderes europeos en París coordinada por el presidente Emmanuel Macron no es una respuesta a Vance, es a Hegseth, que puso sobre la mesa una posición negociadora que llevaría, a ojos de los europeos, a una mala paz en Ucrania y, por lo tanto, a un empeoramiento de la situación de la seguridad en el continente. Ian Bond, un antiguo diplomático británico, recordaba recientemente que Salena Zito, una periodista de The Atlantic, había escrito que “la prensa le toma —a Trump— de manera literal, pero no en serio; sus partidarios le toman en serio, pero no literalmente”.

Foto: JD Vance en la Conferencia de Seguridad de Múnich. (Reuters/Leah Mills)

Esa fórmula se ha utilizado mucho últimamente en Bruselas. Bond señala en un reciente artículo del Centre for European Reform (CER) que el aprendizaje de la primera legislatura de Trump por parte de los europeos es que podría “no hacer siempre exactamente lo que decía que quería (ya fuera construir un muro en la frontera con México o abandonar la OTAN), pero sus amenazas debían tomarse en serio, aunque no se cumplieran por sus efectos perjudiciales”.

La teoría de Bond y de otros sectores más cautelosos en Bruselas es que hay que tener cuidado a la hora de creer que Trump va menos en serio de lo que parece. Porque su nueva administración está mucho más radicalizada que la primera, hay menos agentes considerados como “atlantistas” y, en general, el presidente está mucho más decidido a sacudir tanto el tablero nacional como el internacional. “En su segundo mandato, él y quienes le rodean parecen tener más claros sus objetivos y estar más decididos a llevar a cabo sus planes. Esta vez, los líderes europeos deben tomarse a Trump al pie de la letra y muy en serio”, señala Bond.

Este esfuerzo por distinguir la bufonería de las amenazas reales conecta con un debate más amplio: hasta qué punto la administración Trump despliega una estrategia coherente, aunque sea contraria a los intereses europeos, o hasta qué punto sencillamente improvisa, da volantazos y cambia de opinión de manera sistemática, todo envuelto en mensajes en redes sociales y discursos incendiarios acompañados después de reuniones más discretas, llamadas telefónicas o mensajes bajo el radar de los medios.

En las semanas que siguieron a las elecciones presidenciales en Estados Unidos en Bruselas hubo una estrategia clara: calma y boca cerrada. Sabían que habría declaraciones, entrevistas, discursos y mensajes en redes sociales. Que el flamante y problemático presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, buscaría provocar y generar nerviosismo, no solamente en Europa, sino en todo el mundo. A eso se añadió, cada vez con más claridad, que Elon Musk, el hombre más rico del mundo, ejercería el rol de agitador en jefe para el presidente electo. Así que el objetivo era evitar correr detrás del balón, comentar cada declaración, responder a cara provocación.

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