El orgullo de Volodímir Zelenski: las tres guerras del humorista en jefe
El orgullo personal de Zelenski y su vasta experiencia en comunicación fueron el eje sobre el que giró la resistencia ucraniana a la invasión rusa, pero ahora se enfrenta a la llegada de Trump y a una bajada de popularidad interna
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Las malas lenguas dicen que le tienen en envidia: que si Donald Trump y Elon Musk calumnian a Volodímir Zelenski, llamándole "dictador" y acusándolo de corrupto, es porque ninguno de los dos se hubiera quedado en Kiev hace tres años, cuando las probabilidades de ser asesinado por los comandos rusos eran más que significativas. Nadie sabe lo que hubieran hecho ni el uno ni el otro, pero sí sabemos lo que hizo Zelenski: grabar un vídeo desde el centro de la capital, en la noche más oscura, para ver luego cómo su popularidad nacional y global salía disparada.
Los tiempos han cambiado, sin embargo. Ahora Zelenski ya no tiene un amigo en la Casa Blanca, sino un presidente que ya había tratado de extorsionarlo en 2019, que le ha culpado de la invasión rusa y que no parece tener ningún interés en contar con los ucranianos para determinar el futuro del país.
La popularidad de Zelenski tampoco es lo que era. Diferentes encuestas la sitúan en poco más del 50%, lo cual no significa, como ha argumentado el sociólogo crítico Volodímir Ishchenko, que ganaría de nuevo unas elecciones. La guerra, además, está estancada. Los rusos avanzan a paso de tortuga y con un alto coste material y humano, pero avanzan. Y, si bien la caída de Kiev no se vislumbra en el horizonte, tampoco parece posible que los ucranianos puedan forzar al enemigo a tirar la toalla.
La Ley Marcial aprobada nada más iniciarse el ataque impide celebrar elecciones. Los rivales de Zelenski, el expresidente Petró Poroshenko y la ex primera ministra Yulia Tymoshenko, han dicho que sigue sin ser el momento de celebrar los comicios. Con siete millones de ucranianos en el exilio, varios millones en los territorios ocupados y todo el país a merced de los drones y los misiles, abrir los colegios electorales entraña deficiencias y grandes riesgos. Pero el hecho de que el mandato de Zelenski caducara técnicamente el pasado abril le ha restado legitimidad de cara a sus adversarios, entre los que parece contarse el actual presidente de Estados Unidos.
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¿Y quién es Volodímir Zelenski, de todas formas? Algunos apuntes sobre su persona pueden iluminar la manera en que se comportará ante los cambios que vienen y que pueden incluir, a tenor de los mensajes que llegan tanto de Rusia como de EEUU, un reparto colonial de Ucrania.
Quizás el mejor y más completo perfil que se ha hecho de Zelenski hasta la fecha sea el libro The Showman: Inside the Invasion that Shook the World and Made a Leader of Volodímir Zelenski, de Simon Shuster. El periodista norteamericano de origen ucraniano entrevistó muchas veces a Zelenski años antes de que empezara la invasión a gran escala. Cuando esta se produjo, Shuster utilizó su acceso privilegiado a Zelenski para armar una detallada crónica del primer año de guerra total, con el atrincherado presidente ucraniano como protagonista.
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Nacido en Kryvyi Rih, que significa "cuerno torcido", una ciudad industrial del sureste de Ucrania donde la abundante delincuencia callejera de los años ochenta y noventa parece que endureció a muchos de sus residentes, Volodímir Zelenski tuvo una infancia muy soviética. Sus padres, judíos, eran ingenieros, y la familia pasó cuatro años en una remota ciudad de Mongolia junto a unas minas de cobre. Los bisabuelos de Zelenski fueron asesinados en el Holocausto y solo su abuelo, de un total de cuatro hermanos, sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial como coronel del Ejército Rojo. Zelenski no aprendió a hablar ucraniano hasta que contrató a un profesor particular en la campaña que lo llevaría a la presidencia en 2019. Todavía hoy habla un ucraniano un tanto raruno, sembrado de palabras rusas. Aunque ha mejorado.
El rasgo de carácter más destacado de Zelenski, según emerge del retrato que le hace Shuster, siempre fue su competitividad: Zelenski ha tratado de ser el mejor en lo que hacía, el más exitoso. Su carrera como actor empezó en el género de comedia llamado KVN, acrónimo en ruso de "club de los divertidos e ingeniosos", muy popular a finales de la URSS y durante la década de los noventa. Una especie de sátira en un escenario con música y disfraces.
La hemeroteca, en este sentido, no siempre es halagüeña con Zelenski. La fama del ucraniano lo llevó a vivir y a trabajar varios años en Moscú, donde muchas veces interpretaba, para las carcajeantes audiencias rusas, el papel de ucraniano paleto, con su acentazo rural, su ingenuidad y, a la vez, su campesina astucia. En una ocasión llegó a parodiar a los cosacos vistiéndose de cuero con estética sadomasoquista en un vídeo musical. El cosaco es, precisamente, lo que distingue culturalmente a Ucrania de Rusia: la imagen del valor, la masculinidad y la libertad, frente a la jerarquía vertical y encorsetante de los zares rusos. Zelenski se rio de esta imagen.
El rasgo de carácter más destacado de Zelenski siempre fue su competitividad: ha tratado de ser el mejor en lo que hacía, el más exitoso
La revolución del Maidan y las injerencias rusas de 2014 estimularon la vena patriótica de Zelenski, que, a diferencia de otros compatriotas, zanjó su vida moscovita para mudarse a Kiev. Y allí le continuó yendo bien, atrayendo audiencias millonarias con su serie de televisión Servidor del Pueblo, donde interpretaba a un profesor de instituto que, gracias a un vídeo viral, se hacía presidente de Ucrania.
Con su olfato para saber qué quiere el público, Zelenski meditó durante un tiempo la posibilidad de lanzarse a la política. Notaba que sus conciudadanos estaban descontentos y cansados de los vetustos magnates postsoviéticos como Petró Poroshenko, que gobernaba el país. Y, de una manera no muy distinta a la de Donald Trump en EEUU, aprovechó este desagrado general para lanzar una campaña insurgente, sin experiencia política previa, y usar su conocimiento de las dinámicas virales y televisivas para llevarse el premio gordo. Zelenski ganó la presidencia de Ucrania en segunda vuelta con el 73% de los votos: la proporción más alta de la historia independiente del país, lo cual le permitió ser el primer presidente ucraniano con capacidad para nombrar a todos los miembros de su gabinete.
La terquedad competitiva del niño judío de Kryvyi Rih había vuelto a dar resultados. Pero las pruebas más difíciles aún estaban pendientes. Como sucede con los actores que se meten a políticos en EEUU, Zelenski estaba acostumbrado al aplauso y a la adulación y pensaba que, con sus habilidades comunicativas, navegaría por las aguas de política de la misma manera que había prosperado en el mundo del espectáculo.
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Tardó poco en darse cuenta de que no: de que, como se suele decir también en EEUU, ser presidente consiste fundamentalmente en recibir un plato de mierda distinto cada día. De la oposición, de los empresarios, de los sindicatos, de la gente común. Un plato de mierda detrás de otro.
Cuenta Shuster que, a veces, Zelenski se veía tan afectado por un tuit crítico que podía pasarse la noche entera sin dormir. Tenía la piel muy fina. Los aplausos habían sido reemplazados por las protestas en las calles contra su intento de negociar, con Rusia, una paz en el Donbas; o por la inevitable desorganización de un gobierno formado, sobre todo, por amigos personales del mundo del espectáculo y por los ejércitos de buscavidas que se cernieron sobre Kiev antes de que llegaran los rusos.
Poco a poco fue capeando los temporales, como el covid, y encontrándole el pulso al gobierno. La victoria de Zelenski, a quien Rusia acusa de ser el líder de un régimen nazi y rusófobo, representó muchas cosas: un cambio generacional, una compensación de las políticas nacionalistas que habían imperado con Petró Poroshenko y la búsqueda de una manera nueva de hacer las cosas.
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La competitividad de Zelenski seguía viva, y probablemente fue esta tozuda voluntad de no dar el brazo a torcer lo que explicaría por qué se quedó en Kiev aquel 24 de febrero de 2022. Muchos de sus allegados, así como líderes extranjeros, le imploraron que se marchara para salvar el pellejo y defender Ucrania desde Lviv o desde el extranjero. Zelenski se negó y les pidió que dejaran ya de recordarle el nivel de peligro, que la decisión estaba tomada y que no había más que hablar.
El orgullo personal de Zelenski, sumado a su vasta experiencia en la comunicación, fue el eje sobre el que giró la resistencia ucraniana a la invasión rusa. Si él se hubiera marchado, como le aconsejaban, la historia hubiera sido totalmente distinta. Los oficiales que llamaron a sus subordinados para darles órdenes de responder al fuego con fuego, probablemente, y tal y como temían, se hubieran encontrado con que no había nadie al otro lado de teléfono. Pero no fue el caso. Del presidente para abajo, con las consabidas excepciones, el país se unió en la defensa de su soberanía.
El orgullo personal de Zelenski, sumado a su vasta experiencia en la comunicación, fue el eje sobre el que giró la resistencia ucraniana
El orgullo personal también tiene su lado oscuro. Zelenski es muy celoso de su imagen y de su poder; por eso tiende a rodearse de amigos, aunque no estén del todo capacitados para el cargo; por eso encargó medir a escondidas la popularidad del afamado general Valeriy Zaluzhni, a quien acabó mandando a un cómodo exilio como embajador en Londres; por eso utilizó sus poderes en tiempo de guerra para meter en vereda a los oligarcas, un proceso que ya había comenzado al principio de su legislatura, y que, en el caso del arresto domiciliario de Víktor Medvedchuk, hombre de Vladímir Putin en Ucrania, parece que causó el cabreo final de Rusia.
Ahora vuelve a tener malas cartas. Si finalmente, bajo las presiones de EEUU y Rusia, se celebran elecciones en el otoño, no se sabe si Zelenski se presentaría o si dejaría el campo libre a sus competidores; ni tampoco qué sería de él de retornar a la vida civil. Moscú no perdona a sus enemigos, ni siquiera cuando han dejado el poder. Pero Zelenski ha demostrado que sabe cómo explotar esa vena orgullosa que tiene dentro, y que puede llevarle a lugares insospechados.
Las malas lenguas dicen que le tienen en envidia: que si Donald Trump y Elon Musk calumnian a Volodímir Zelenski, llamándole "dictador" y acusándolo de corrupto, es porque ninguno de los dos se hubiera quedado en Kiev hace tres años, cuando las probabilidades de ser asesinado por los comandos rusos eran más que significativas. Nadie sabe lo que hubieran hecho ni el uno ni el otro, pero sí sabemos lo que hizo Zelenski: grabar un vídeo desde el centro de la capital, en la noche más oscura, para ver luego cómo su popularidad nacional y global salía disparada.