Bienvenidos a la Alemania de la nueva era: así llega el país a sus últimas elecciones normales
Crisis mundiales, guerras y el adiós a las viejas certezas y los antiguos protectores: la mayor economía de Europa elige un nuevo gobierno obligada a reinventarse
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Este domingo, Alemania acude a las urnas en las que quién será el nuevo canciller lo de menos: las encuestas pronostican que los conservadores democristianos de la CDU-CSU, liderados por Friedrich Merz, serán los ganadores, pero sin las cifras suficientes para poder gobernar en solitario. El país se enfrentará entonces a dolorosas semanas de negociación para encontrar la combinación necesaria de fuerzas, porque alrededor de un 20% (casi uno de cada cinco votos) quedará proscrita de las negociaciones en lo que quizá es la última edición del cordón sanitario: los votos de la ultranacionalista Alternativa por Alemania (AfD).
Lo más importante quizá es cómo es el país que llega a las urnas: una Alemania que ha cambiado, donde la "multikulti" (multiculturalidad) ha fracasado, donde la "reemigración" está siendo adoptada por prácticamente todas las fuerzas del arco parlamentario, donde aquella Alemania próspera que fundamentó su crecimiento económico en el gas ruso barato y la demanda china se encuentra con que no se preparó lo suficiente para el mundo de hoy, tanto en inversiones como en defensa. Un país lleno de fisuras y grietas que revelan lo que se ha venido resquebrajando y lo que es necesario reformar en el futuro.
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Hace poco menos de dos años, las Fuerzas Armadas alemanas lanzaron una nueva campaña para atraer reclutas. La pancarta mostraba la torre de un carro de combate en primer plano, camuflaje de guerra y a una mujer soldado con el gesto serio y la vista fija en el horizonte, binoculares en mano. El mensaje escrito encima se podría traducir más o menos así: “¿Qué es lo importante cuando estamos obligados a mostrar fortaleza otra vez?” (La respuesta buscada: servir en el Ejército). La publicidad llamaba la atención por su estética marcial y sus advertencias sobre unos peligros en ciernes, y sobre todo porque hablamos de la República Federal de Alemania: un país que se reinventó en el siglo XX con un ADN pacifista. Y uno que considera ahora que es necesario volver a mostrar músculo.
Olaf Scholz, el canciller de los últimos tres años, lo había adelantado el 27 de febrero de 2022, tres días después de que la Rusia de Vladímir Putin decidiera invadir Ucrania. “Vivimos un cambio de era. Y eso significa que el mundo de después ya no es el mismo que el mundo de antes. Se trata, en esencia, de la pregunta de si el poderoso puede romper la ley, de si le permitimos a Putin retroceder en el tiempo a la época de las potencias del siglo XIX”, dijo Scholz entonces en el Parlamento alemán, el Bundestag. “Eso hace necesario que seamos fuertes”.
Prepararse para la guerra
El socialdemócrata Scholz perderá previsiblemente las elecciones de este domingo, en buena parte porque su Gobierno no consiguió estar a la altura de esa tarea. El fracaso de Scholz obedece además a muchas otras razones, pero aquellos analistas preocupados por la gestión de Defensa alemana apuntarán sobre todo a eso: que el país que heredará su previsible sucesor, el conservador Friedrich Merz, está lejos de estar “capacitado para ir a la guerra”, según un término acuñado por el ministro de Defensa de Scholz. Alemania no es ‘kriegstüchtig’. Pese a que, en realidad, muchas cosas han pasado.
Después del célebre discurso de la ‘Zeitenwende’ (el cambio de era) de Scholz, el Gobierno aprobó un fondo extraordinario de 100.000 millones de euros para poner a punto a las fuerzas militares en los próximos años y, que, según los planes, debe dotar a Alemania del “mayor ejército convencional de Europa”.
Como suele ocurrir, la realidad está a medio camino. Desde las propias fuerzas militares hay dudas de que Alemania consiga aumentar el número de efectivos de la tropa de los 180.000 actuales hasta los 200.000 deseados para 2031 (como comparación: China tiene más de dos millones de soldados y Rusia, 1,3 millones). Hay dificultades, entre otros motivos, porque la Alemania de Angela Merkel suprimió el servicio militar obligatorio en 2011, en tiempos en que la paz parecía poder durar para siempre en Europa, y por ahora no hay indicios de que la campaña de reclutamiento esté arrojando resultados.
Por lo demás, huelga decirlo, la Alemania moderna está lejos de ser la potencia belicista del siglo XIX o la primera mitad del siglo XX, aquel “reino intranquilo” temido por sus vecinos y que describe tan bien en sus libros el historiador Sebastian Haffner. Pero también el país de hoy es diferente al de hace unos lustros.
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En 2024, durante un viaje de trabajo de Berlín a Bonn, un periodista se topó con un tren lleno de soldados. “Ya sé que debemos acostumbrarnos”, comentó, “pero se me sigue haciendo raro ver tantos militares”. Su presencia era, muy probablemente, una casualidad. Que nuestra percepción fuera otra, no tanto.
El país que se negaba a crecer, obligado a crecer
En 2017, Angela Merkel dijo una frase memorable sobre el futuro de Alemania. “Los tiempos en que podíamos fiarnos plenamente de otros ya están pasando”, reflexionó entonces. La canciller bregaba en esos momentos con el antiguo Donald Trump, el novato de su primer mandato, y tomaba conciencia del cambio de época que se avecinaba: los Estados Unidos de Trump se mostraban cada vez más reticentes a seguir defendiendo a Europa.
De eso han pasado casi ocho años. Las amenazas de un Trump de regreso al cargo, más poderoso y radical, parecen en estos días cerca de convertirse en realidad. Y Alemania sigue sin estar preparada. Empieza a estarlo, en el mejor de los casos. O empieza a ser consciente de que debe estarlo.
El protagonista de “El tambor de hojalata”, de Günter Grass, es Oskar Matzerath, un niño ficticio que padece muy de cerca las catástrofes que castigaron a Alemania y Europa en el siglo XX, las guerras mundiales, y que en algún momento decide por eso dejar de crecer. Su físico sigue siendo durante mucho tiempo el de un niño, que se encierra voluntariamente en un mundo sin las responsabilidades y tribulaciones de un adulto. Oskar vuelve a crecer años más tarde, tras caer de bruces en una tumba al ser alcanzado por una pedrada en la cabeza. Es un proceso doloroso.
Una interpretación famosa de esa exitosa novela de la posguerra germana es que Oskar Matzerath, el niño del tambor, representa a la República Federal de Alemania de la segunda mitad del siglo XX. Un país que se negó durante mucho tiempo a crecer y madurar, paralizado por los horrores de su propio pasado. Siguiendo la metáfora, ese Estado ahora ha tenido que despertar y asumir que el mundo puede ser también un lugar inhóspito en una nueva era.
Ya no son todos bienvenidos
Y que en esa nueva era, por ejemplo, ya no todos tienen cabida. Muchas cosas han cambiado y están cambiando en este país, una que lo ha hecho bastante es su actitud ante la inmigración. En los años 90, la multiculturalidad era un concepto en boga. ‘Multikulti’ era la moda, lo deseable, el antídoto de los tiempos modernos para curar los peores prejuicios del pasado. Hoy, si los medios o los políticos se acuerdan de ella, es para rechazarla: “Multikulti ha fracasado”. En 2024, el ‘palabro’ del año más polémico fue ‘biodeutsch’. Algo así como ‘alemán biológico’, es decir, alemán sin raíces extranjeras, alemán de sangre alemana.
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La elección de la peor palabra del año por un jurado conformado por lingüistas es una tradición desde los años 90. En 2023, la palabra elegida fue ‘remigración’, un término popularizado por la ultraderecha para exigir que los inmigrantes vuelvan a casa, incluso aquellos con pasaporte alemán. Como el autor de estas líneas.
No la ‘remigración’, pero sí la reducción de la inmigración y la expulsión de indocumentados han sido el tema central de esta campaña electoral. Por encima de los problemas económicos y la guerra de Ucrania. En algún momento de la campaña, uno de los candidatos lamentó las palabras con que se había titulado un proyecto de ley presentado este enero en el Parlamento, después de que un afgano apuñalara y matara a dos personas en el sur de Alemania. La iniciativa se llama “Ley para limitar los flujos (migratorios)”. Como si no hablásemos de personas, reflexionó ese candidato, crítico.
Crisis, crisis, crisis
Pese a ello, su partido, Los Verdes, también debate sobre la reducción de la inmigración. A regañadientes, por la histórica identificación con ‘Multikulti’ en el ideario político de los ecologistas. Los Verdes son probablemente el partido que más ha cambiado en este cambio de era. Pacifistas hasta la médula, en sus inicios, hoy apoyan el envío de armas a Ucrania, defendiendo que la agresividad de Putin y las nuevas realidades geopolíticas no nos dejan alternativa. Por las múltiples crisis mundiales.
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Las crisis, a secas, son la señal de los nuevos tiempos. La crisis económica, por ejemplo, la inflación desbocada. En 2021, el paquete de mantequilla costaba 2,20 euros. Hoy el mismo paquete de 250 gramos cuesta 3,80 euros.
Alemania, por supuesto, sigue siendo uno de los lugares más ricos del mundo y un país con un generoso estado de bienestar. La sanidad funciona, también, el transporte público. Mi hija pequeña tiene una plaza de guardería asegurada y subvencionada desde que cumplió un año. Pero hay fisuras, grietas que revelan lo que se ha venido resquebrajando y lo que es necesario reformar en el futuro. Se puede resumir con otro recuerdo: alrededor de 1999 necesité acudir en Berlín una vez a un otorrino por un problema en un oído. Me atendieron en media hora, y no eran las urgencias de un hospital. Hoy, el tiempo de espera para ver a un médico especialista en la capital germana suele ser de por lo menos tres meses.
Este domingo, Alemania acude a las urnas en las que quién será el nuevo canciller lo de menos: las encuestas pronostican que los conservadores democristianos de la CDU-CSU, liderados por Friedrich Merz, serán los ganadores, pero sin las cifras suficientes para poder gobernar en solitario. El país se enfrentará entonces a dolorosas semanas de negociación para encontrar la combinación necesaria de fuerzas, porque alrededor de un 20% (casi uno de cada cinco votos) quedará proscrita de las negociaciones en lo que quizá es la última edición del cordón sanitario: los votos de la ultranacionalista Alternativa por Alemania (AfD).