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¿Es 'realpolitik' la política exterior de Trump? Esto responde un realista clásico
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Entrevista con Jonathan Kirshner

¿Es 'realpolitik' la política exterior de Trump? Esto responde un realista clásico

El profesor de Relaciones Internacionales del Boston College relata a El Confidencial cómo las decisiones de política exterior del presidente estadounidense contradicen los postulados más básicos del realismo

Foto: Jonathan Kirshner. (Cedida)
Jonathan Kirshner. (Cedida)

Durante la Conferencia de Seguridad de Munich del pasado fin de semana, cuando los líderes europeos todavía estaba intentando digerir el hecho de que Estados Unidos se disponía a iniciar negociaciones con Rusia sin contar con ellos —ni con Ucrania—, el enviado especial de Donald Trump para el conflicto, Keith Kellogg, fue el encargado de justificar la decisión ante la prensa. Tras aclarar que la UE sería consultada, pero que no participaría directamente en las conversaciones, Kellog acalló las preguntas de la prensa sobre si EEUU estaba dispuesto a reconsiderarlo: "Yo vengo de la escuela del realismo, y eso no va a pasar".

Esa "escuela del realismo" a la que se refiere el enviado de Trump es la teoría más influyente de la disciplina de Relaciones Internacionales. Una perspectiva que, a grandes rasgos, sostiene que las relaciones entre los Estados están determinadas por la búsqueda de poder y seguridad en un sistema internacional anárquico, donde no existe una autoridad superior capaz de garantizar la estabilidad. Desde esta óptica, las grandes potencias priorizan sus propios intereses nacionales y toman decisiones basadas en el cálculo racional y estratégico, sin importar el impacto que estas tengan en otros actores. Un paradigma que marcó la política exterior estadounidense durante la segunda mitad del siglo XX y que los aliados del actual presidente consideran que su administración ha resucitado.

Pero cuando uno acude a los expertos en Relaciones Internacionales, pocos consideran que las acciones de Trump de cara al extranjero se alineen con esta escuela. De hecho, algunos, como Jonathan Kirshner, profesor de Relaciones Internacionales del Boston College y que se autodefine como un realista clásico, consideran que las medidas del mandatario van exactamente en la dirección opuesta a la que indica la teoría. En entrevista con El Confidencial, el académico y autor de 'An unwritten future: realism and uncertainty in world politics' explica por qué deberíamos dejar de referirnos a la política exterior actual de EEUU como realpolitik.

Foto: Isabel II, Trump, Melania Trump, Angela Merkel y Mark Rutte, el pasado junio. (Reuters) Opinión

PREGUNTA. En el ámbito de las Relaciones Internacionales, ¿cómo se define una política exterior realista?

RESPUESTA. Esa pregunta tiene una respuesta sencilla: no existe una “verdadera” política exterior realista. El realismo es una forma de estudiar y comprender el mundo. Los realistas observan el mundo con base en un conjunto de supuestos analíticos fundamentales, pero esos supuestos pueden llevar a diferentes tipos de recomendaciones políticas. Como cualquier otra corriente de pensamiento, los realistas suelen discrepar entre sí, y eso es normal.

Así que no hay una única forma de decir: "Esta es la política exterior realista y, por lo tanto, debemos hacer esto si queremos ser realistas”. Lo que sí podemos afirmar es qué no constituye una política exterior realista. Podemos analizar una determinada estrategia y decir: "Es difícil imaginar a un realista respaldando una política como esta, ya que parece contradecir algunos de sus principios fundamentales”.

P. ¿Cuáles diría que son los malentendidos más comunes sobre el realismo?

R. Creo que la gente que no piensa mucho en relaciones internacionales escucha la palabra "realismo" y la asocia con dureza, violencia, guerra y políticas exteriores que recurren al uso de la fuerza para lograr objetivos. Pero, de hecho, gran parte de eso es inconsistente con el realismo. Una vez estaba dando una charla y me preguntaron: "Bueno, ¿acaso Alemania y Japón no siguieron políticas exteriores realistas cuando intentaron conquistar el mundo en la década de 1940?". Y respondí, sin rodeos: "Bueno, si eran realistas, lo hicieron bastante mal, ¿no?".

"Solo un necio desearía ser odiado en la política mundial, reduciría sus posibilidades de éxito"

El realismo sugiere que los estados quieren sobrevivir, que quieren no ser conquistados y que buscan preservar su autonomía política interna. ¿Qué pasó con Alemania y Japón? Fueron conquistados. Su comportamiento provocó la formación de una coalición que los invadió y les arrebató su soberanía. Fue un fracaso catastrófico.

Mucha gente cree que caminar con aires de grandeza, lanzar amenazas, sacar músculo, ser arrogante con el uso de la fuerza e ignorar las consecuencias morales de una política… es realismo. Pero eso no es así desde la perspectiva de quienes estudian la política mundial. Eso es realismo desde la perspectiva de un matón arrogante del patio de la escuela, uno al que tarde o temprano le acaban propinando un puñetazo en la cara.

P. ¿Cree que esta percepción ha contribuido a que la política exterior de la Administración Trump, siempre conflictiva y transaccional, haya sido etiquetada como realista?

R. Sí, porque en la política exterior de Trump hay mucho espectáculo, mucha fanfarronería, y una completa indiferencia hacia cualquier consideración moral o ética sobre el comportamiento internacional. Muchas personas han caracterizado eso como realismo, pero la mayoría de los realistas no recomendarían que un líder se comporte de esa manera.

La mayoría de nosotros entendemos que, aunque el mundo es un lugar peligroso, la guerra es una posibilidad constante y los países deben estar preparados para defenderse, el ámbito de las relaciones internacionales es, ante todo, un escenario político. Se trata de conseguir lo que uno quiere, de influir en el comportamiento de los demás para alcanzar objetivos. Por eso, solo un necio desearía ser odiado en la política mundial, ya que eso reduciría sus posibilidades de éxito. Actuar de esa manera es lo opuesto a perseguir los intereses nacionales con frialdad y estrategia.

Foto: Netanyahu, tras la visita del Secretario de Estado de EEUU. (Reuters/J. Martin) Opinión

Creo que hay una gran lección que aprender de Tucídides, el historiador griego que documentó la Guerra del Peloponeso y cuya obra sigue siendo una importante fuente de inspiración para muchos realistas. Él relató como, al inicio de la guerra, muchos estados griegos se inclinaron hacia Esparta, el adversario de Atenas en el conflicto. ¿Por qué? Porque estaban hartos de la arrogancia de Atenas y de su manera de imponer su poder. Finalmente, Atenas perdió. Y parte de la razón por la que perdió fue porque pasó décadas enfadando a todos los demás actores políticos de su entorno. El entorno internacional importa, y los realistas así lo entienden.

P. Muchas de las decisiones recientes de política exterior de Trump parecen inspiradas en una lectura superficial de Maquiavelo, quien afirmaba que es mejor ser temido que amado.

R. Creo que es importante recalcar que Donald Trump no tiene mucha idea sobre relaciones internacionales o política exterior. Es un promotor inmobiliario de Nueva York con esta fachada de tipo duro que puede funcionar en el mercado de bienes raíces, pero que no es una forma efectiva de lograr tus objetivos en la política mundial.

Algunas de las cosas que ha hecho, especialmente al comenzar este segundo mandato, no son simplemente imprudentes, sino que son catastróficas para el interés nacional. Por ejemplo, cualquier realista reconoce que una de las mayores ventajas de Estados Unidos en los últimos 80 años, y que lo distingue de casi todas las demás grandes potencias de la historia, es que tiene relaciones excepcionalmente buenas con sus vecinos más cercanos. Eso es oro geopolítico. ¿Y qué hizo Trump en su primera semana en el cargo? Se peleó con ellos y los enfureció. Eso es, simple y llanamente, mala política exterior. Es desperdiciar una de las mayores ventajas geopolíticas que disfruta Estados Unidos. No es estratégico. No es pragmático. No es realista. Y dejará a Estados Unidos más debilitado en la arena mundial.

P. ¿Qué hay del primer mandato de Trump? Ahí tuvimos los Acuerdos de Abraham, el acercamiento con Corea del Norte, la campaña de máxima presión sobre Irán, el fortalecimiento del Quad en el Indo-Pacífico… ¿Cree que hubo algo en esas acciones que se alineara con el realismo, tal vez debido a las personas que lo asesoraban?

R. Es cierto que las iniciativas de política exterior de la primera administración de Trump parecían menos erráticas que lo que estamos viendo en este segundo mandato. Por ejemplo, aumentar la presión sobre Irán para obtener concesiones es una política que podría considerarse realista. Pero, si tomamos el caso de Corea del Norte, la mayoría de los realistas lo verían como algo extraño. Hubo negociaciones que llevaron al presidente de Estados Unidos a declarar que él y Kim Jong-un tenían una especie de “bromance” y, sin embargo, no hubo ningún avance ni resolución de los problemas fundamentales del conflicto. El comportamiento de Corea del Norte no cambió en absoluto.

"El realismo trata sobre la búsqueda del interés nacional, no simplemente sobre complacer a ciertas facciones ideológicas"

¿Los Acuerdos de Abraham? Veremos qué tan sostenibles son a largo plazo. Pero luego está su apoyo incondicional a la derecha israelí, otorgando un cheque en blanco a los sectores más extremos del país. ¿Eso es realismo? No lo sé. ¿Es realmente un interés nacional de Estados Unidos respaldar sin reservas a los elementos más radicales del espectro político israelí, que buscan la anexión de Cisjordania? No lo creo. Porque el realismo trata sobre la búsqueda del interés nacional, no simplemente sobre complacer a ciertas facciones ideológicas o favorecer ciertos intereses empresariales.

Y seamos honestos: Trump y su familia tienen profundos intereses financieros en la región del Golfo Pérsico. Eso parece haber influido en algunas de sus decisiones tanto o más que cualquier estrategia coherente. Y eso no es realismo. Un realista piensa en el interés nacional y en la mejor manera de perseguirlo. Un realista no diseña su política exterior en función los intereses empresariales de la élite gobernante y de sus afiliados.

P. Deduzco de sus palabras que hacer de Gaza "la Riviera de Oriente Medio" no es una visión realista

R. No, no lo creo. Y la mayoría de los realistas ven el mundo y reconocen que Estados Unidos enfrenta desafíos mayores que antes y que probablemente tiene recursos más limitados que en el pasado. Por lo tanto, necesita recalibrar sus compromisos. Algunos realistas, entre los que me incluyo, creen que Estados Unidos debería empezar a desentenderse de sus compromisos militares en el Golfo Pérsico.

Sin embargo, lo que no escucho de esta administración, ni de Trump, que supuestamente defiende America First, evitar enredos en el extranjero y despreciar a los aliados, es que hable mucho sobre reducir los compromisos militares en el Golfo. Y, para mí, esos compromisos deberían estar en el primer lugar de la lista de cosas a reconsiderar. Pero no vemos que eso suceda. Por eso soy escéptico respecto a la coherencia de la política exterior de Trump.

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump, durante su rueda de prensa. (EFE/Jim Lo Scalzo) Opinión
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P. ¿Podría darme un ejemplo de cuándo Estados Unidos ha llevado a cabo una política exterior verdaderamente realista?

R. Creo que es más útil observar momentos históricos contrastantes. Es decir, cuándo Estados Unidos aplicó políticas más realistas frente a otras que no lo fueron. Tomemos la política exterior después de la Primera Guerra Mundial en comparación con la de la Segunda Guerra Mundial. Después de 1919, Estados Unidos adoptó algo que algunos denominan como realismo, pero que en realidad fue una estrategia miope y autodestructiva. Exigió el pago total de las deudas de guerra a sus aliados, lo que contribuyó a la inestabilidad económica en Europa. Implementó medidas proteccionistas, lo que agravó la Gran Depresión. Y, bajo el eslogan de “America First”, impuso un aislacionismo que creó un vacío político en Europa que ayudó a la ascensión del fascismo.

¿Fue esa una política exterior realista? Algunos podrían decir que sí, porque se centró en una definición muy estricta de interés propio. Pero también fue una estrategia miope que terminó perjudicando a Estados Unidos.

Ahora, contrastemos eso con lo que hizo después de la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos construyó un sistema económico global estable mediante instituciones como el FMI y el Banco Mundial. Invirtió en sus aliados a través del Plan Marshall. Creó alianzas de seguridad como la OTAN para garantizar la estabilidad a largo plazo. Eso no fue un acto de caridad, sino una estrategia calculada para fortalecer el poder e influencia de Estados Unidos a largo plazo. Y tuvo un éxito enorme en la defensa de su interés nacional. Incluso desde el punto de vista más fríamente calculador y realista posible, es difícil imaginar un enfoque más exitoso.

P. Creo que para la mayoría, el realismo y la Realpolitik de Estados Unidos están inseparablemente ligados a la Guerra Fría y, sobre todo, a Henry Kissinger. Pero cuando miramos su legado—Vietnam, Camboya, América Latina— ven una serie de decisiones profundamente cuestionables y con consecuencias devastadoras.

R. Esa es una observación importante. Tengo muchas críticas hacia Kissinger, porque él, más allá de su primer libro —A World Restored—, no fue realmente un realista. A Kissinger solo le importaba Kissinger. Su prioridad era estar cerca del poder, y decía lo que fuera necesario para mantenerse en ese puesto.

Por ejemplo, durante la guerra de Vietnam, la mayoría de los realistas—George Kennan y Hans Morgenthau, entre otros—pensaban que la participación estadounidense el conflicto era una idea terrible. Kissinger también lo sabía. En sus escritos privados, reconocía que la guerra era imposible de ganar. Pero públicamente la apoyó, porque quería posicionarse para un cargo de alto nivel, sin importar qué partido ganara la elección. Eso no es realismo. Eso es oportunismo. Y creo que por eso la reputación de Kissinger ha dañado la percepción del realismo—porque su pragmatismo a menudo era indistinguible de un cálculo puramente personal.

Foto: Henry Kissinger en 2005. (Getty/AFP/DDP/Thomas Lohnes)

El segundo problema con Kissinger es algo que algunos realistas también comparten. Los realistas miran el mundo y ven peligro en todas partes. Reconocen que la política internacional es un espacio amoral donde otros actores pueden comportarse con absoluta falta de escrúpulos, y que a veces hay que tomar decisiones difíciles. Pero eso no significa que la política exterior deba ser completamente indiferente a la moralidad. Y, sin embargo, Kissinger y Nixon implementaron políticas de una brutalidad asombrosa: apoyaron un genocidio en Pakistán Oriental, respaldaron una dictadura asesina y neofascista en Argentina y, por supuesto, causaron una destrucción indiscriminada en la guerra en Vietnam incluso cuando sabían que ya habían perdido.

Ninguna de estas acciones era necesaria para avanzar en el interés nacional de Estados Unidos. No eran simplemente "decisiones difíciles"—eran decisiones tomadas sin ninguna consideración por el costo humano. Eso no es realismo. Eso es amoralidad. Y aunque el realismo exige una visión fría y calculadora del mundo, eso no significa que debas dejar la ética completamente de lado.

P. Para concluir, una pregunta sobre Relaciones Internacionales. Usted se define como realista clásico, una corriente que enfatiza la naturaleza humana y el rol de la historia en las decisiones estatales. En contraste, el neorrealismo, dominante en la academia, prioriza la estructura del sistema internacional y cómo la anarquía obliga a los Estados a buscar seguridad. ¿Cómo explicaría la diferencia entre ambas?

R. Es cierto que el neorrealismo, que se enfoca en la distribución del poder entre los Estados y en cómo la estructura dicta el comportamiento, es la escuela de pensamiento dominante hoy en día. Pero llamar al realismo clásico “realismo de la naturaleza humana” es una forma en que sus adversarios han intentado presentarlo como algo obsoleto. El realismo clásico no descarta la estructura, simplemente argumenta que la estructura, por sí sola, no es determinante.

El punto clave es que, por mucho que estudies la estructura del sistema internacional, nunca podrás predecir el comportamiento de los Estados basándote solo en ella, porque los Estados tienen demasiadas opciones de política exterior dentro de un mismo marco estructural. Lo que hace el realismo clásico es decir: sí, la estructura importa, pero el poder debe entenderse junto con el propósito. ¿Qué es lo que los Estados quieren? Porque los Estados—especialmente las grandes potencias—tienen margen de maniobra. Pueden elegir entre varias opciones. Entonces, tienes el entorno estructural, pero también los objetivos que los Estados persiguen, los cuales pueden diferir.

"En definitiva, ¿qué es el realismo clásico? Es la rama del realismo que se ocupa tanto del poder como del propósito"

Y una vez que reconoces eso, el realismo clásico te obliga a hacer algo que los neorrealistas prohíben: mirar la historia. El realismo clásico enfatiza tanto el poder como el propósito. ¿Y de dónde viene el propósito de un Estado? De su contexto histórico, de su política interna, de sus líderes y de sus percepciones. El neorrealismo, por otro lado, ignora por completo la historia porque asume que todos los Estados, en las mismas condiciones estructurales, se comportarán de la misma manera.

El realismo clásico discrepa de esta visión y anticipa que presiones estructurales similares conducirán a una amplia variedad de posibles reacciones políticas. En definitiva, ¿qué es el realismo clásico? Es la rama del realismo que se ocupa tanto del poder como del propósito. Los realistas clásicos reconocen que considerar únicamente el equilibrio de poder, sin tener en cuenta ningún otro factor, no nos dirá casi nada sobre cómo se comportarán los estados.

Durante la Conferencia de Seguridad de Munich del pasado fin de semana, cuando los líderes europeos todavía estaba intentando digerir el hecho de que Estados Unidos se disponía a iniciar negociaciones con Rusia sin contar con ellos —ni con Ucrania—, el enviado especial de Donald Trump para el conflicto, Keith Kellogg, fue el encargado de justificar la decisión ante la prensa. Tras aclarar que la UE sería consultada, pero que no participaría directamente en las conversaciones, Kellog acalló las preguntas de la prensa sobre si EEUU estaba dispuesto a reconsiderarlo: "Yo vengo de la escuela del realismo, y eso no va a pasar".

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