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Rusia y EEUU, cara a cara en Riad: ¿qué planean Trump y Putin para Ucrania?
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Moscú y Kiev tendrán que hacer concesiones

Rusia y EEUU, cara a cara en Riad: ¿qué planean Trump y Putin para Ucrania?

La calidad de potencia nuclear de Rusia explica por qué los aliados de Ucrania, que han sufragado buena parte de su esfuerzo de guerra, han tenido mucho cuidado de no sufragarlo demasiado

Foto: Foto de archivo del presidente ruso, Vladimir Putin, y su homólogo estadounidense, Donald Trump. (Reuters/Marcos Brindicci)
Foto de archivo del presidente ruso, Vladimir Putin, y su homólogo estadounidense, Donald Trump. (Reuters/Marcos Brindicci)
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Hay episodios históricos tan épicos y fascinantes que capturan la imaginación de generaciones enteras, a veces durante siglos. Las conquistas de Alejandro Magno, por ejemplo, reverberaron después en las ambiciones de muchos generales, que se miraban a sí mismos en el espejo del caudillo macedonio. En los últimos mil años largos todos los imperios se han comparado de una manera o de otra con el más icónico de todos, el Imperio romano. Las monumentales París y Washington que recorremos a día de hoy son en buena parte una imitación de la gloria de Roma, como también lo son, en versión bizantina, los rituales que rodean a Vladímir Putin.

El episodio histórico más cautivador de nuestro tiempo es la Segunda Guerra Mundial, que nos hace comparar a muchos villanos con Adolf Hitler y a muchos héroes con Winston Churchill. Probablemente, la aplicación más obvia de este marco de referencia ha sido la actual guerra de Ucrania, donde un autócrata revanchista se lanzó a por los territorios de una democracia que resiste, ella sola, contra pronóstico.

Pero, más allá de estos paralelismos, unos más justificados que otros, existe una gran diferencia entre ambas contiendas. Una distinción básica y fundamental que lo cambia todo. Esta diferencia es la siguiente: Rusia tiene armas nucleares.

La calidad de potencia nuclear de Rusia explica por qué los aliados de Ucrania, que han sufragado buena parte de su esfuerzo de guerra, han tenido mucho cuidado de no sufragarlo demasiado. Desde el primer momento, Estados Unidos y otros países aliados se han negado a entregar a Ucrania determinadas armas de mayor letalidad, y, cuando finalmente lo han hecho, ha sido con cuentagotas y en el contexto de la progresiva escalada bélica con Rusia.

Foto: Espectadores suizos observan un discurso de Donald Trump en una pantalla en Davos con la bandera de Ucrania al fondo. (EFE/Laurent Gillieron)

El arsenal nuclear ruso también explica por qué Estados Unidos, pese a las vagas promesas a plazo indefinido, nunca ha demostrado tener realmente la intención de aceptar a Ucrania en la OTAN ni de colocar botas americanas sobre el terreno. Así lo aclaró Joe Biden y así lo han aclarado los enviados de Trump. Simplemente, es demasiado peligroso tener a Ucrania en la familia; demasiado peligroso arrinconar a Putin y animarlo a usar una bomba nuclear para rescatar una situación potencialmente desesperada. Esta es una realidad que algunos atlantistas no comparten, pero que emana de las decisiones occidentales de los últimos tres años.

La consecuencia de esta disyuntiva es el estancamiento. Desde febrero de 2022 hemos escuchado, una y otra vez, las dignas y valerosas palabras de aliento a la lucha ucraniana por la libertad. Estábamos en una Segunda Guerra Mundial 2.0 en la que había que elegir bien y tener la entereza moral de llegar hasta el final: de proteger las fronteras y las instituciones de un país soberano frente al zarpazo del dictador, porque si no, nosotros, el resto de Europa, seríamos los siguientes. Los ecos de Churchill recorrían el continente, pero solo a un nivel retórico. Cuanto tocaba enviar refuerzos o una cantidad suficiente de armas, esas palabras resonaban huecas.

Foto: Putin y Trump en la portada de los periódicos. (Reuters/Maxim Shemetov Illustration)

Lo que está intentando hacer Donald Trump, además de ofrecer a Rusia varias concesiones a costa de Ucrania, territorios incluidos, es romper este estancamiento. El plan del presidente de EEUU, todavía por concretar, puede ser bueno, malo o malísimo; puede incluso encarnar la palabra maldita de las relaciones internacionales: “apaciguamiento”. Pero lo cierto es que se trata del único borrador de plan de paz hasta la fecha. Una forma de llenar un vacío que los aliados de Ucrania habían tapado con la imagen mental de Churchill. Trump ha arrancado esa imagen para que todos veamos el hueco, y se lo hará pagar a Ucrania y a Europa.

Si Trump parece dispuesto a tomar el camino más rápido, que implica darle a Rusia lo conquistado y reintegrarla de nuevo en el sistema global que capitanea EEUU, la incógnita es qué busca realmente Vladímir Putin. Como apuntaba la analista rusa Tatiana Stanóvaya, fundadora de R. Politik y miembro senior del Carnegie Russia Eurasia Center, por supuesto que Putin está feliz con lo que está viendo: una administración estadounidense aparentemente dispuesta a dejar que Moscú se lleve casi una quinta parte de Ucrania, que no pondrá tropas sobre el terreno, que no aceptará a Kiev en la OTAN y que, para colmo, no tiene problema en cerrar un trato personal con los rusos. Sin Ucrania ni la UE de por medio. Pero, ¿es suficiente?

Además de estas concesiones, Putin podría rechazar cualquier tipo de fuerzas de paz en Ucrania, exigir la desmilitarización del país y poner como condición que su presidente, Volodímir Zelenski, se haga a un lado. Una petición, esta última, que puede resolverse con unas elecciones, temporalmente suspendidas por la ley marcial. Los estadounidenses no se han referido concretamente al futuro de Zelenski, pero tanto Trump como su enviado especial a Ucrania, Keith Kellogg, han mencionado la opción electoral como una manera de avanzar en el proceso negociador.

Foto: Reunión de Alto Nivel sobre la situación en Ucrania en el Palacio del Elíseo, París. (Europa Press/Fernando Calvo)

“La Administración Trump opera bajo la premisa de que tanto Rusia como Ucrania necesitarán hacer concesiones”, escribe Stanóvaya. “¿Pero cuál es el incentivo de Putin? Si el equipo de Trump no es capaz de entender que Putin piensa que puede lograr sus objetivos en Ucrania — a pesar de la implicación de Trump, las sanciones y la presión de Occidente —, chocarán contra una pared. El principal objetivo de Putin no es solo salir de una crisis y restaurar relaciones normales (...). Su objetivo es reformar completamente el orden de seguridad y poner a Ucrania bajo la influencia geopolítica rusa, lo que significa: nada de tropas extranjeras, ni ejército ucraniano, ni una soberanía plena”.

Como dijo el periodista Daniel Iriarte, la guerra es una gran mancha de Rorschach en la que cada persona ve algo diferente. Y Putin, si bien el avance de las tropas rusas es enormemente costoso y se ha ralentizado en los últimos dos meses, puede tener elementos que refuercen su sesgo cognitivo. Por ejemplo, que la sociedad ucraniana está cada vez más cansada de batallar, que Zelenski ya no es tan popular como antes y que las filas ucranianas padecen una creciente falta de personal, frente al aumento de las tropas rusas. La opinión pública de los países occidentales también flaquea.

Sea cual sea finalmente el alto el fuego, o más adelante un posible acuerdo de paz, Vladímir Putin está viendo cómo su paciencia estratégica empieza a pagar dividendos. Entre otros, la visible ruptura del cordón umbilical transatlántico, la desnudez de una Europa que ha dejado que el tiempo se le deslizase como arena entre los dedos y el destino de una Ucrania que, como predijo este trabajo del think tank británico RUSI del pasado octubre, parece estar a punto de ser “traicionada”. Un desenlace, por destacar otra diferencia, bastante distinto al de 1945.

Hay episodios históricos tan épicos y fascinantes que capturan la imaginación de generaciones enteras, a veces durante siglos. Las conquistas de Alejandro Magno, por ejemplo, reverberaron después en las ambiciones de muchos generales, que se miraban a sí mismos en el espejo del caudillo macedonio. En los últimos mil años largos todos los imperios se han comparado de una manera o de otra con el más icónico de todos, el Imperio romano. Las monumentales París y Washington que recorremos a día de hoy son en buena parte una imitación de la gloria de Roma, como también lo son, en versión bizantina, los rituales que rodean a Vladímir Putin.

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