Trump liquida 80 años de atlantismo en 90 minutos al teléfono con Putin
Trump está siendo fiel a sí mismo y al retorno al siglo XIX que sugieren sus anuncios: la fuerza es fuente de derecho y el universalismo liberal se ha terminado. Y con ello, también el legado atlantista forjado tras la Segunda Guerra Mundial.
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Los planes de Donald Trump para acabar con la guerra en Ucrania, mantenidos desde hace meses en una nebulosa de silencio y mensajes contradictorios, están hoy un poco más claros. Los atlantistas que pensaban que, pese a todo, Trump seguiría por el sendero trillado de la doctrina de la contención y la firmeza frente a Rusia, están ahora hablando de “traición” y de “Munich 2.0”, en referencia a los pactos diplomáticos que entregaron los Sudetes a Hitler y, por tanto, alentaron sus instintos. Pero Trump está siendo fiel a sí mismo y al retorno al siglo XIX que sugieren sus anuncios: la fuerza es fuente de derecho y el universalismo liberal se ha terminado. Y con ello, también el legado atlantista forjado tras la Segunda Guerra Mundial.
“Acabo de tener una larga y altamente productiva conversación con el presidente Vladímir Putin de Rusia”, anunció Trump en un mensaje publicado en Truth Social. Tras esta llamada —de hora y media de duración, según el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov— discutió con él sobre "Oriente Medio, energía, inteligencia artificial, el poder del dólar y otros temas varios", pero, ante todo, le transmitió el deseo de poner fin a la guerra en Ucrania. “El presidente Putin usó incluso mi muy sólido eslogan de campaña, 'SENTIDO COMÚN' (...). Creo que este esfuerzo llevará a una conclusión exitosa, ¡esperemos que pronto!”, presumió el magnate, que nunca ha ocultado su simpatía por el líder ruso.
Antes de que Trump se pronunciase, su secretario de Defensa, Pete Hegseth, barruntaba las condiciones de EEUU para dicha paz. Entre otras, que la recuperación de las fronteras anteriores a 2014 “no es realista”; que Washington no desplegará tropas en Ucrania como garantía de seguridad y que eso le correspondería a los europeos, que, sin embargo, no tendrían la protección que otorga el Artículo 5 de la OTAN. Y, finalmente, afirmó que Ucrania no entrará en la Alianza Atlántica, una de las bazas negociadoras con las que la UE contaba y que ahora ya es papel quemado. “Acaban de entregar uno de los puntos de presión más importantes antes incluso de que empiecen las negociaciones”, lamentaba poco después Matthew Miller, exportavoz del Departamento de Estado de la Administración.
Después de Putin, fue el turno de hablar con Zelenski. Al presidente ucraniano no le quedó otra opción que mostrarse abierto al plan de Trump, cuyos detalles al completo no se han hecho públicos todavía. "Nadie desea más la paz que Ucrania", aseguró Zelenski en su cuenta de X. "Junto con Estados Unidos, estamos definiendo los próximos pasos para detener la agresión rusa y garantizar una paz duradera y fiable".
Trump anunció en sus redes sociales la composición del equipo negociador que buscará poner fin a la guerra en Ucrania. La delegación estará encabezada por el secretario de Estado, Marco Rubio, e integrada por el director de la CIA, John Ratcliffe; el asesor de seguridad nacional, Michael Waltz; y el enviado especial para Oriente Medio, Steve Witkoff. Precisamente, Witkoff estuvo en Moscú esta semana y logró la liberación de Marc Fogel, un profesor estadounidense que llevaba más de tres años encarcelado en Rusia, a cambio de la puesta libertad del cibercriminal ruso Alexander Vinnik.
Probablemente, lo más revelador del equipo negociador no es quién está, sino quién falta. Trump no mencionó a Keith Kellogg, el general retirado que él mismo nombró como su enviado para Rusia y Ucrania. Kellogg ha adoptado una postura más agresiva hacia Moscú que otros asesores informales del expresidente. Recientemente, incluso, sugirió que Trump podría recurrir a un aumento de sanciones para presionar al Kremlin a aceptar un acuerdo de paz, una estrategia que choca con el tono conciliador que han esbozado otras figuras del círculo trumpista.
One of the weird things here is that he doesn't include General Keith Kellogg, his Russia/Ukraine envoy (who has laid out a fairly principled strategy) in his list of officials who will be carrying out this negotiation. https://t.co/k2l9boDDPc
— Tom Malinowski (@Malinowski) February 12, 2025
Para Vladímir Putin, la llamada fue el mejor regalo que podía esperar: la confirmación de que los intentos de Ucrania y sus aliados europeos por mantener un bloque occidental unido contra el Kremlin han fracasado por completo. Desde la reelección de Trump en noviembre, el líder ruso no ha escatimado elogios hacia él, consciente de que la prioridad del nuevo inquilino de la Casa Blanca es poner fin a la guerra, y que el precio que Moscú tendrá pagar por ello será mucho menor que antes.
La llamada entre la Casa Blanca y el Kremlin, sumada a las condiciones planteadas por Hegseth, supone un punto de inflexión en la relación transatlántica. Desde la Carta del Atlántico de 1941 y la creación de la OTAN en 1949, Estados Unidos había sido el pilar indiscutible de la seguridad europea y el principal dique de contención frente a las aspiraciones imperialistas de Moscú, ya fueran las de la era soviética o las de la era Putin. Durante décadas, ese marco estratégico pareció inamovible, pero ahora parece a un paso del colapso de manos de un presidente estadounidense que nunca ha ocultado su desdén por la vigencia misma del atlantismo. El mensaje es contundente: paz ahora, y del inevitable conflicto posterior que se encargue Europa. Con Washington que ya no cuenten.
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De hecho, Estados Unidos no solo busca desentenderse del conflicto, sino también cobrarse la factura hasta la fecha. Mientras Trump mantenía conversaciones con Putin y Zelenski, su secretario del Tesoro, Scott Bessent, aterrizaba en Kiev en la primera visita oficial de la nueva administración republicana. La misión era negociar un acuerdo económicamente favorable para Washington a cambio del apoyo militar y financiero brindado a Ucrania en los últimos tres años. “Sé que mi equipo ha recibido un primer borrador de acuerdo con EEUU”, confirmó Zelenski, según la agencia Ukrinform. Entre las exigencias estadounidenses destacan el acceso a los depósitos mineros de tierras raras ucranianas y la posibilidad de utilizar las instalaciones subterráneas del país para almacenar gas licuado estadounidense. Para Trump, nada es gratis.
La UE, a contrapié
Los ministros de Asuntos Exteriores de Francia, Alemania, Polonia, Reino Unido, España e Italia, junto con Kaja Kallas, Alta Representante de la Unión para Política Exterior y de Seguridad, se reunieron este mismo miércoles en París. “Estamos dispuestos a reforzar nuestro apoyo a Ucrania. Nos comprometemos con su independencia, soberanía e integridad territorial frente a la guerra de agresión de Rusia. Compartimos el objetivo de seguir apoyando a Ucrania hasta que se alcance una paz justa, global y duradera. Una paz que garantice los intereses de Ucrania y los nuestros”, señalan en un comunicado conjunto, que muestra una clara diferencia respecto a las primeras pinceladas de las negociaciones marcadas por Estados Unidos.
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Los ministros también reclaman que Europa debe sentarse en la mesa de negociación, algo a lo que en el pasado también ha apuntado Zelenski, pero que Trump parece más que dispuesto a ignorar. “Estamos deseando debatir el camino a seguir junto con nuestros aliados estadounidenses. Nuestros objetivos comunes deben ser situar a Ucrania en una posición de fuerza. Ucrania y Europa deben formar parte de cualquier negociación. Ucrania debe contar con sólidas garantías de seguridad. Una paz justa y duradera en Ucrania es una condición necesaria para una seguridad transatlántica fuerte”, señalan.
Donald Tusk, primer ministro polaco, también ha lanzado un mensaje en sus redes sociales, haciendo hincapié en la necesidad de que Estados Unidos y Europa trabajen en sintonía. “Lo único que necesitamos es paz. UNA PAZ JUSTA. Ucrania, Europa y Estados Unidos deberían trabajar juntos para lograrlo. JUNTOS”, escribió el polaco poco después de conocerse la conversación entre Trump y Putin.
En este caso, llueve sobre mojado. En 2022, en las semanas previas a la guerra, los funcionarios de la Unión Europea se sintieron muy frustrados por el hecho de que la administración Biden les mantuviera al margen de las conversaciones con Moscú para tratar de esquivar el conflicto, aunque al menos en aquel momento la OTAN sí estuvo en los contactos. Josep Borrell, entonces jefe de la diplomacia europea, criticó que la UE “no puede ser un espectador neutral en las negociaciones”. Pero lo fue. Ahora son todos los Estados miembros europeos, tanto en el marco de la UE como de la OTAN, los que temen quedarse fuera de la mesa.
Simpatías hacia Moscú
Casi al mismo tiempo que Trump indicaba el comienzo extraoficial de las negociaciones, el Senado confirmaba a la excongresista Tulsi Gabbard como directora de Inteligencia Nacional: un cargo que coordina las 17 agencias de inteligencia del Gobierno federal de EEUU. Veterana de la guerra de Irak y demócrata convertida en republicana, Gabbard ha sido criticada por defender argumentos similares a los del Kremlin. “Esta guerra y este sufrimiento podrían haber sido fácilmente evitados si la Administración Biden y la OTAN simplemente hubieran reconocido las legítimas preocupaciones de seguridad de Rusia”, tuiteó Gabbard poco después de que los rusos invadieran Ucrania a gran escala en 2022.
En línea con sus apetencias territorialistas en Canadá, Groenlandia, el Canal de Panamá e incluso en la Franja de Gaza, un factor desconocido en Trump hasta hace apenas un mes, el presidente de EEUU nos ha vuelto a recordar que el viejo mundo legalista y atlantista pos-1945 se ha terminado. Y, con él, la ayuda americana a Ucrania. Ahora los estadounidenses miran hacia dentro y hacia el Pacífico.
Los planes de Donald Trump para acabar con la guerra en Ucrania, mantenidos desde hace meses en una nebulosa de silencio y mensajes contradictorios, están hoy un poco más claros. Los atlantistas que pensaban que, pese a todo, Trump seguiría por el sendero trillado de la doctrina de la contención y la firmeza frente a Rusia, están ahora hablando de “traición” y de “Munich 2.0”, en referencia a los pactos diplomáticos que entregaron los Sudetes a Hitler y, por tanto, alentaron sus instintos. Pero Trump está siendo fiel a sí mismo y al retorno al siglo XIX que sugieren sus anuncios: la fuerza es fuente de derecho y el universalismo liberal se ha terminado. Y con ello, también el legado atlantista forjado tras la Segunda Guerra Mundial.