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Lo que una zarigüeya muerta te explica del gran reto de Nueva Zelanda
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Maoríes y europeos: ¿kiwis y zarigüeyas?

Lo que una zarigüeya muerta te explica del gran reto de Nueva Zelanda

El país está luchando por erradicar a millones de zarigüeyas australianas que acaban con la fauna autóctona, según los expertos ambientales

Foto: Mientras que en Australia las zarigüeyas son una especie protegida por ley, en Nueva Zelanda están "exterminándolas". ( EFE/Laurent Gillieron)
Mientras que en Australia las zarigüeyas son una especie protegida por ley, en Nueva Zelanda están "exterminándolas". ( EFE/Laurent Gillieron)

Las carreteras en Nueva Zelanda tienen un buen asfalto, líneas blancas bien pintadas y un sorprendente reguero de cadáveres desperdigados por el medio. En algunas zonas, el arcén o la mediana están salpicados con frecuencia por el cuerpo atropellado de un marsupial al que “devoran” decenas de moscas. ¿Por qué hay tantos cuerpos de animales muertos por todos lados?, preguntamos en un puesto de fruta junto a la carretera en la zona de Tairua. “ Son zarigüeyas (opossum en inglés). Es el mayor enemigo de Nueva Zelanda”, nos explica riéndose el simpático vendedor.

Y efectivamente lo es. Hay una guerra abierta en todo el país para acabar con esta especie invasora que amenaza con acabar con especies autóctonas. Y tras esa “batalla”, en la que hay un programa para en 2050 haber exterminado todos los ejemplares, hay un interesante debate ético sobre el derecho a vivir y ocupar territorios traspasable a la convulsa política neozelandesa actual. Empecemos por las bestias y acabemos con el ¿símil? humano.

“Las zarigüeyas, introducidas por primera vez en Nueva Zelanda en el siglo XIX por su piel, se han convertido en importantes depredadores, causantes de diversos problemas medioambientales y económicos. Son omnívoros oportunistas que consumen huevos, polluelos e incluso adultos de aves autóctonas como el kererū, el kiwi y el tūī”, explica a El Confidencial David Lewis, miembro de a organización Predator Free NZ.

Efectivamente, la zarigüeya es un inmigrante más de un extraño y bello país en el que ningún mamífero salvo el murciélago, incluidos los humanos, gozaría del estatus de especie autóctona. La isla, separada del resto de continentes hace más de 80 millones de años, carecía de ellos hasta que los invasores homo sapiens empezaron a llegar a sus costas. Entre esas nuevas especies estaba el hoy temible marsupial. “La zarigüeya se introdujo en Nueva Zelanda procedente de Australia continental y Tasmania para crear una industria peletera para los colonos.

Foto: Marcha histórica por los maoríes en Nueva Zelanda. (EFE/Cuenta de X de Willie Jackson, diputado por el Partido Laborista de Nueva Zelanda)

La primera liberación con éxito registrada en Nueva Zelanda fue en 1837 en Riverton, Southland. A continuación se produjeron otras 38 liberaciones desde Australia por parte de particulares y de las Sociedades de Aclimatación, la última en 1898”, explica Keith Michell en un artículo de New Zealand Deerstalkers Asociation en cuya cabecera figura el expeditivo mensaje de “Kill Opossums”.

La piel de la zarigüeya era un mercado floreciente y un reto evidente desde el inicio. El problema ambiental que causaban se vino venir de lejos, pero la codicia de los buenos negocios hizo que se actuara tarde. “Lo crea o no, en 1921 se establecieron normas para la captura de zarigüeyas, que incluían el requisito de obtener una licencia. Todavía se permitían las liberaciones con el consentimiento por escrito del Departamento de Asuntos Internos hasta 1922, año en que se puso fin a todas las liberaciones legales. Hubo un gran número de liberaciones no autorizadas durante otros 20 años y no fue hasta 1947 cuando se eliminaron todas las restricciones para la captura de zarigüeyas”, recuerda Mitchell . ¿La excusa? En 1919, H.B. Kirk, profesor de Botánica y Zoología de la Universidad de Victoria, tras estudiar la situación ante las alarmas dadas, sentenció: “El daño a los bosques neozelandeses es insignificante y se compensa con creces por el valor de la venta de pieles para la comunidad”.

Cien años después, la predicción del científico parece errada. “Las hojas son la parte principal de su dieta, pero las zarigüeyas son omnívoras oportunistas y comen aves autóctonas y sus huevos, caracoles terrestres autóctonos como el Powelliphanta e invertebrados como el wētā. Hay vídeos de cámaras de rastreo que muestran zarigüeyas depredando aves autóctonas como fantails/pīwakawaka y kea”, explica a este periódico Peter Morton, director del Department of Conservation National Predator Control Programme.

Amenaza en NZ, protegidas en Australia

No sólo las plantas y aves se ven afectadas. Las zarigüeyas son un vector en la tuberculosis bovina, lo que afecta a las ovejas y a la incipiente cría de ciervos, industrias alimentarias muy importantes en el país. Estas especies son también inmigrantes, como cualquier mamífero que se encuentre en NZ, pero gozan del estatus de “buenos ciudadanos” por no dañar a otras especies.

“Las especies autóctonas de Nueva Zelanda evolucionaron separadas del resto del mundo durante millones de años sin depredadores mamíferos y no desarrollaron defensas naturales. Cada año, unos 25 millones de aves autóctonas y sus huevos y polluelos son devorados vivos por ratas, zarigüeyas, armiños y otros depredadores introducidos. Unas 4.000 especies autóctonas están amenazadas o en peligro de extinción, una de las proporciones más altas del mundo”, explica Morton.

En ese entorno tiene un papel especial el pájaro que es el símbolo del país: el tímido y frágil Kiwi, una extraña ave autóctona incapaz de volar y a la que las zarigüeyas, junto a otros factores, han colocado en riesgo de extinción. “El opposum es un problema para este ave. Pero también los perros, ratas, conejos… y la deforestación juegan en su contra”, nos explican en el West Coast Wildlife Centre, un centro de conservación del Kiwi, en Franz Josef Glacier.

Ahí contemplamos dos de estas tímidas aves en un entorno híper protegido. Prácticamente, ningún neozelandés ve a los atemorizados kiwis en libertad. Hay proyectos como “Kiwi Project”, en la capital, Wellington, que se encargan de encontrar terrenos seguros donados por personas locales que se ofrecen incluso, colocando trampas, a protegerlos de sus depredadores.

Foto: Foto: iStock.

¿Hay alguna solución de preservar a la fauna autóctona como los kiwis que no pase por exterminar a las zarigüeyas? “Esta combinación de eliminación de ejemplares con espacios vallados que se practica en Wellington hace lo que puede para ayudar a mantener el equilibrio, pero no sería escalable para cubrir todo el país. Así pues, a menos que se elimine a las zarigüeyas del paisaje, asistiremos a un mayor declive del medio ambiente y la biodiversidad”, sentencia Lewis.

“Muchas de las especies animales y vegetales autóctonas de Nueva Zelanda no se encuentran en ningún otro lugar del planeta, es decir, son endémicas de Nueva Zelanda. Esto incluye el 84% de las plantas vasculares, el 72% de las aves autóctonas, el 81% de los insectos autóctonos, el 5% de los mamíferos marinos, el 88% de los peces de agua dulce y el 100% de los reptiles, ranas y murciélagos. Tenemos la responsabilidad ante el mundo, ante los neozelandeses y ante las generaciones futuras de salvaguardar nuestras especies autóctonas endémicas”, explica Morton.

No hay perdón, por tanto, para el marsupial. El autóctono kiwi, y otras especies originarias, son los “buenos” de la historia, y la no autóctona zarigüeya es sin duda la “mala” de este relato. Y ahí entra un debate conservacionista complejo. La eliminación de las hoy alrededor de 30 millones de zarigüeyas favorece a algunas especies autóctonas, pero desde un punto de vista ético supone exterminar a unos animales para salvar a otros. ¿No es esto un conflicto ético para un conservacionista?

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“No nos tomamos la matanza de animales a la ligera y utilizamos los métodos más humanos disponibles. El Departamento de Conservación adopta un enfoque ético en el control de depredadores o plagas asegurándose de que las trampas, toxinas y otros métodos utilizados sean lo más humanos posible y cumplan las normas de bienestar animal y reglamentarias”, explican en el Departamento de Conservación de Depredadores.

“En realidad, lo no ético es no hacer nada. Ratas, armiños, comadrejas, zarigüeyas, gatos y hurones han sido introducidos por el hombre en el paisaje autóctono. Si no se hace nada para proteger a los pájaros, murciélagos, lagartos e insectos de Nueva Zelanda, se extinguirán, como ya ha ocurrido con muchos de ellos, lo que hace que el contexto neozelandés sea radicalmente distinto al de otros países”, nos dicen en Predator Free NZ. “Sólo los animales que existían antes de la llegada de los hombres se consideran endémicos del paisaje neozelandés”, añade Lewis.

Es curioso, porque las zarigüeyas quizá preferirían hacer el viaje de vuelta a su tierra de origen. Varias especies de zarigüeyas están en peligro de extinción en Australia y allí, a diferencia de Nueva Zelanda donde se quieren erradicar, hay desde 1975 una ley que las protege o impide dañarlas.

Maoríes y europeos: ¿kiwis y zarigüeyas?

El debate de la identidad de la zarigüeya, y su derecho o no a ocupar tierras y desarrollarse se asemeja un poco al que desde hace unos meses de nuevo acaloradamente se vive en el país sobre los humanos.

Nueva Zelanda estaba deshabitada de sapiens. Se cree que los maoríes llegaron a esta tierra desde las islas de la Polinesia en el siglo XIII. Luego, el primer europeo en llegar fue el holandés Abel Tasman en 1642. Y tras ellos, apareció el famoso capitán Cook en 1769. Tras eso, los británicos ocuparon la isla. Es decir, ningún humano es originario de aquí, pero unos llegaron antes que otros y de alguna manera se consideran más pueblo originario y con mayores derechos de poseer estas tierras.

“Durante cinco generaciones no nos dejaron aprender nuestra lengua, hasta que en las décadas de los 70 las tribus se reunieron para que regresara nuestro idioma a nuestras escuelas”, nos dice Chief, un maorí de Rotorua que vive en la villa Whakarewarewa junto a otros 70 maoríes.

Foto: Uno de los dirigentes del partido maorí, Rawiri Waititi. (Reuters)

Los maoríes denuncian el mismo aplastamiento cultural, social y económico que otros pueblos colonizados del globo. “Nos quitaron las tierras, y cuando les llevamos a juicio y vencimos nuestra demanda nos ofrecieron dinero. Pero nosotros no queríamos dinero, queríamos que nos reconocieran que estas tierras eran nuestras”, explica.

La polémica no cesa. Recientemente, el partido conservador Association of Consumers and Taxpayers ha hecho una propuesta de ley para acabar con los privilegios legales y ayudas de los que gozan los maoríes. “Tu punto de partida es tomar un ser humano y preguntar, ¿cuál es tu ascendencia? ¿Qué tipo de humano eres? Eso solía llamarse prejuicio. Solía llamarse intolerancia. Solía llamarse discriminación racial”, expresó David Seymour, líder de la formación.

La ley no saldrá por ahora adelante, pese a promoverla un partido que forma parte del Gobierno, pero ha levantado ampollas. Muchos maoríes han salido a protestar a las calles. En todos los parámetros, los neozelandeses de ascendencia maorí sufren rezago respecto a los de ascendencia europea. Se ha vuelto a abrir la herida del derechos al territorio y la especie invasora que de alguna manera por su superioridad se adueña de él. ¿Zarigüeyas y kiwis? ¿Europeos y maoríes?

Las carreteras en Nueva Zelanda tienen un buen asfalto, líneas blancas bien pintadas y un sorprendente reguero de cadáveres desperdigados por el medio. En algunas zonas, el arcén o la mediana están salpicados con frecuencia por el cuerpo atropellado de un marsupial al que “devoran” decenas de moscas. ¿Por qué hay tantos cuerpos de animales muertos por todos lados?, preguntamos en un puesto de fruta junto a la carretera en la zona de Tairua. “ Son zarigüeyas (opossum en inglés). Es el mayor enemigo de Nueva Zelanda”, nos explica riéndose el simpático vendedor.

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