La 'Dunkelflaute' sacude a Europa: ¿va Alemania a reventar el mercado eléctrico del continente?
La creciente necesidad de Alemania de importar electricidad está generando distorsiones en el mercado eléctrico europeo, alterando los precios y la estabilidad del suministro. Esta situación afecta directamente a sus vecinos
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El alemán tiene una habilidad única para acuñar términos que capturan el espíritu de una época y dominan titulares. Primero fue la Energiewende, ("transición energética"), que marcó el ambicioso giro de Alemania hacia las renovables a costa de abandonar la nuclear y los combustibles fósiles. Después llegó el Zeitenwende, el punto de inflexión en la política de seguridad proclamado por Olaf Scholz tras la invasión rusa de Ucrania. Y ahora, una última palabra coloca a Berlín en el centro del debate energético europeo: Dunkelflaute ("calma oscura").
Por evocadora que parezca su traducción, Dunkelflaute no significa más que la combinación muy frecuente en Europa central de dos fenómenos meteorológicos: cielos nublados y ausencia de viento. Sin embargo, más allá de un llamado a desempolvar el anorak, esta dupla conlleva un considerable golpe para la producción de energía renovable, dejando a los países que más han apostado por estas fuentes sin suficiente capacidad para cubrir la demanda. Y Alemania, este invierno, está siendo el peor ejemplo de ello.
El mercado eléctrico europeo está diseñado para ser interdependiente: cuando un país necesita más energía, la obtiene de otro donde haya excedentes. Esto, en teoría, debería llevar a una distribución eficiente y precios más bajos en general. Sin embargo, el problema surge cuando un Estado depende excesivamente de la energía de sus vecinos sin haber asegurado suficientes fuentes de respaldo propias. Y la generación de electricidad en Alemania, el mayor productor eólico de Europa, lleva desde octubre en una de las peores rachas de su historia.
El incremento de las importaciones de electricidad por parte de Alemania ha ejercido una presión alcista sobre los precios energéticos en toda Europa, llevando las tarifas a su nivel más alto desde los comienzos de la invasión rusa de Ucrania. Según datos de la Bolsa de Valores de Londres citados por Reuters, los precios actuales en el continente son un 70% superiores al promedio registrado entre 2020 y 2021.
¿Y cómo están afrontando esta dinámica los principales productores europeos de energía? Basta ver a Noruega, donde el rechazo está siendo tan rotundo que ha propiciado, nada más y nada menos, que el colapso del Gobierno.
Noruega explota
El país nórdico, uno de los mayores exportadores de energía de Europa, se ha visto atrapado en una paradoja: mientras su abundante producción hidroeléctrica y gasística ayuda a estabilizar el sistema eléctrico continental, sus propios ciudadanos sufren facturas mucho mayores a las que están acostumbrados. Aunque son niveles menores a los de la mayoría del continente, los noruegos sienten más el impacto de la subida del precio de la electricidad porque la práctica totalidad de los hogares (97%) utilizan contadores de luz inteligentes, lo que hace que las fluctuaciones se reflejen inmediatamente en sus facturas. En Alemania, en cambio, la mayoría de los consumidores tienen tarifa fija, por lo que apenas notan estos cambios.
A lo largo de este invierno, el debate sobre las interconexiones eléctricas con Europa ha alcanzado un punto de ebullición política sin precedentes. A medida que los precios de la electricidad alcanzaban niveles récord —con tarifas en el sur del país llegando a 13,16 coronas noruegas (1,18 dólares) por kilovatio hora, el nivel más alto desde 2009, de acuerdo con el medio local NRK—, los partidos han señalado cada vez más al resto del continente (y, especialmente, a Alemania) de la subida. "Es una situación absolutamente de mierda", criticó, sin tapujos, el ministro de Energía noruego, Terje Aasland, el pasado mes de diciembre.
La coalición gobernante estaba debatiendo abiertamente la posibilidad de cortar la interconexión eléctrica con Dinamarca (uno de los mayores exportadores de electricidad hacia Alemania) cuando el acuerdo actual expire en 2026. El Partido del Centro, socio menor del gobierno, también había exigido renegociar los acuerdos con Alemania y Reino Unido para reducir lo que denominan como "infección de precios". Pero la verdadera bomba llegó la semana pasada, cuando este mismo partido anunció que abandonaba el Ejecutivo por negarse a adoptar tres directivas de la UE dirigidas a expandir la energía renovable y fomentar la construcción de infraestructuras más eficientes energéticamente.
Aunque no forma parte de la Unión Europea, Noruega tiene que adoptar las leyes del bloque como miembro del Espacio Económico Europeo (EEE), a menos que invoque una cláusula denominada como "derecho de reserva", la cual nunca ha sido utilizada. "Ya es suficiente. Este es el límite. Estamos haciendo esto para cambiar la política eléctrica noruega y crear una dinámica en la que podamos tomar medidas que nos permitan obtener precios de electricidad más bajos y estables en Noruega, y que no deberíamos ceder más poder a la UE", manifestó el líder del Partido del Centro, Trygve Slagsvold Vedum, al anunciar que su formación abandonaba el Gobierno.
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Este malestar no es exclusivo de Noruega. "Suecia ha sido bastante vocal en sus críticas contra Alemania debido a la mala interconexión de la red doméstica del país, lo que hizo que los precios subieran en el país", indica Phuc-Vinh Nguyen, investigador del Instituto Jacques Delors en París especializado en energía, a El Confidencial.
Alemania mantiene un único precio eléctrico nacional, a pesar de que su producción y demanda varían por regiones. Su red nacional no puede trasladar suficiente electricidad del norte (donde se genera más eólica) al sur (donde está la mayor parte de la demanda industrial). Esto la lleva a importar energía de países como Suecia, dado que las interconexiones internacionales son capaces de transportar grandes volúmenes.
La ministra de Energía sueca, Ebba Busch, ha sido una de las voces más duras contra Alemania y ha calificado la situación del mercado energético como "una montaña rusa insoportable". En diciembre, declaró a la televisión sueca SVT que estaba "furiosa con Alemania" también por el cierre de sus plantas nucleares y acusó a Berlín de desequilibrar todo el mercado eléctrico nórdico.
"El Gobierno de Suecia apoya las energías renovables, pero no hay voluntad política lo suficientemente fuerte como para anular las leyes de la física, ni siquiera la de [el ministro alemán de clima, Robert] Habeck. Por eso es extraño que los políticos se sorprendan de los resultados de un sistema energético dependiente del clima”, sentenció Busch.
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El malestar ha alcanzado también a Francia, que en cuestión de dos años ha pasado de ser importador neto de electricidad alemana a convertirse en su principal proveedor. Agrupación Nacional (RN), el partido de Marine Le Pen, ha propuesto medidas para limitar las exportaciones de electricidad generada por las plantas nucleares de Francia —que suponen el 70% del mix del país— y lleva tiempo abogando por abandonar el mercado eléctrico europeo.
"El nacionalismo energético es un desafío, especialmente cuando lo practican países exportadores de energía como Noruega", advierte Szymon Kardas, investigador del programa europeo de energía del European Council on Foreign Relations (ECFR), en entrevista con este periódico. "Y la UE hoy necesita un enfoque más colectivo en materia de seguridad energética: una clara agregación de las necesidades de la UE, la identificación a nivel europeo de las inversiones en infraestructura más necesarias y un diálogo abierto con países como Noruega, que es un socio estratégico para la UE en energía", agrega.
¿Un modelo en crisis?
La liberalización del mercado eléctrico europeo en los años 90 se diseñó para mejorar la eficiencia y reducir costes, pero ahora se enfrenta a su mayor prueba. Como señala Javier Blas, columnista de Bloomberg y experto en mercados de materias primas: "La eficiencia tiene un significado diferente en economía y en política. En economía, significa 'precios, en promedio, más bajos para todos'; en política, significa 'precios más bajos solo para mis propios votantes'".
La Dunkelflaute, por sí misma, no es el problema. Kardas indica, por ejemplo, que este fenómeno en Europa Central, a menudo coincide con vientos más fuertes en regiones como Escandinavia y los Balcanes. Esto resalta, precisamente, el potencial de la colaboración transfronteriza en materia eléctrica. Pero lo que han demostrado los cielos oscuros y la falta de brisa este invierno es cómo la creciente necesidad de Alemania de importar electricidad puede generar distorsiones que afectan directamente a sus vecinos. En lugar de actuar como un sistema equilibrado, el mercado ha comenzado a trasladar las ineficiencias de un país a otros, encareciendo los precios y generando tensiones políticas.
Si cada nación comienza a aplicar restricciones para salvaguardar sus propios intereses, el principio de solidaridad energética que ha sostenido el sistema hasta ahora podría desmoronarse. Por ello, "la máxima prioridad de la UE debería ser la expansión y modernización de sus redes energéticas, tanto reforzando las interconexiones entre los Estados miembros como mejorando las redes de distribución nacionales", afirma Kardas.
El alemán tiene una habilidad única para acuñar términos que capturan el espíritu de una época y dominan titulares. Primero fue la Energiewende, ("transición energética"), que marcó el ambicioso giro de Alemania hacia las renovables a costa de abandonar la nuclear y los combustibles fósiles. Después llegó el Zeitenwende, el punto de inflexión en la política de seguridad proclamado por Olaf Scholz tras la invasión rusa de Ucrania. Y ahora, una última palabra coloca a Berlín en el centro del debate energético europeo: Dunkelflaute ("calma oscura").