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Cómo afecta la geopolítica de la alimentación a tu carro: "Los precios seguirán subiendo"
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ENTREVISTA CON SÉBASTIEN ABIS

Cómo afecta la geopolítica de la alimentación a tu carro: "Los precios seguirán subiendo"

El director del 'think tank' Club Deméter ha visitado Madrid para presentar su último libro. Hay dos frentes a los que atender: el Mediterráneo y Sudamérica

Foto: Desde 2017, Sébastien Abis es director del Club Deméter. (Foto cedida)
Desde 2017, Sébastien Abis es director del Club Deméter. (Foto cedida)
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El Everest es la montaña más alta del mundo. Es también la metáfora que suele utilizar Sébastien Abis, director del think tank de geopolítica alimentaria Club Deméter, para ilustrar los retos a los que nos enfrentaremos durante las próximas décadas. Alrededor de 2050, la población mundial alcanzará su pico global antes de empezar a decrecer, como prevén los demógrafos. 9.700 millones de estómagos que alimentar en un mundo con una urgente necesidad de descarbonización.

La cumbre del Everest es ese punto de inflexión en el que, como explica Abis a El Confidencial, se encuentra los países que ascienden la montaña, es decir, las naciones en desarrollo que quieren garantizar su seguridad alimentaria, y las que la descienden en busca de oxígeno. “Un reto inédito en la historia del hombre” al que vamos a hacer frente “en mitad de unas relaciones internacionales degradadas, menos cooperación, menos solidaridad y menos interdependencia”. Un mundo de hipopótamos de intereses contrapuestos y relaciones multipolares donde el crecimiento de algunos países entra en conflicto con el impacto del cambio climático.

Abis, también investigador asociado al IRIS (Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégico), dio una conferencia este lunes en el Instituto Francés de Madrid para presentar su libro Veut-on nourrir le monde? Franchir l'Everest alimentaire en 2050 (Armand Colin). Durante su estancia en España atendió a El Confidencial para explicar el impacto que la guerra de aranceles puede tener en el panorama alimenticio global.

P. Su visita a España ha coincidido con lo que muchos consideran un nuevo orden global posglobalización. ¿Qué impacto tiene en la geopolítica de la alimentación?

R. Se ha dicho a menudo sobre el clima que no hay un planeta B, pero eso también se puede aplicar a la geopolítica. Las inestabilidades climáticas y políticas complican la cuestión alimentaria. Estamos viviendo en el tiempo geopolítico de los hipopótamos. Los hipopótamos son feroces y las relaciones políticas son más duras. Los hipopótamos son veloces, pueden correr más rápido que Usain Bolt, y en política todo va más rápido y es mucho más volátil.

"La política internacional hoy es polígama, ya no hay fidelidad"

Y, por último, los hipopótamos son polígamos y en las relaciones internacionales no hay fidelidad. Todos los países han multipolarizado sus relaciones. Hoy podemos estar de acuerdo en un tema pero mañana estar en conflicto respecto a otro. A veces utilizamos a un país durante unos meses y luego nos deshacemos de él. El hipopótamo es feroz, veloz y polígamo: si quieres ponerle la cabeza de Donald Trump a un hipopótamo, te dejo a ti la parte humana y me quedo con la metáfora animal. Pero hay muchos hipopótamos en el planeta hoy en día.

P. Estamos entrando en una era de búsqueda de autonomía estratégica, también en alimentación. Pero la producción es asimétrica y depende mucho de las importaciones y las exportaciones. ¿Qué impacto tendrá en el comercio global el establecimiento de barreras comerciales?

R. El cambio climático acentúa las interdependencias, tanto entre consumidores y productores como en las relaciones internacionales. Cada vez es más difícil que haya producciones agrícolas estables. Hay más consumidores que nunca, más exigentes, y que realizan un gasto alimentario cuyos precios no están acordes con el valor de esos productos. Debemos entender que la producción de comida no es como la de coches eléctricos, dependemos de la naturaleza, necesitamos largos plazos de tiempo y unos gastos de producción que van a ir en aumento porque hace falta agua, hacen falta tierras -y no hay tantas tierras agrícolas disponibles-, logística, infraestructura... Así que es posible que el precio de la comida siga subiendo, sobre todo la que tenga mayores garantías medioambientales y sanitarias. Por ejemplo, en Europa tenemos producciones agrícolas múltiples y variadas, con una elevada calidad, lo que supone un coste mayor.

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Foto: EFE/Edurne Morillo.

Siempre hemos tenido y seguramente sigamos teniendo grandes fracturas a nivel alimentario en lo social, económico, cultural, y pronto puede que se le añadan las fracturas productivas. Todos los países se están rearmando a nivel agrícola para producir al máximo y no depender del mercado mundial, practicando la poligamia y reduciendo sus riesgos de desabastecimiento. Están apostando por la ciencia y la tecnología. También están utilizando la agricultura como un medio para desarrollar las zonas rurales y por lo tanto, mantener el control sobre ellas.

Hay otro aspecto que no se puede dejar de lado, que es que la producción agrícola también sirve para generar energía, para crear materias primeras y productos. Lo que estamos viendo es que se está produciendo menos petróleo o, al menos, intentando producir menos petróleo, y volviendo a lo que se hacía en el siglo XIX, que es una mayor producción agrícola para alimentar a la gente y obtener materias primas.

Vivimos un período muy excitante a nivel industrial pero también tenso, porque hay conflictos de uso: ¿para qué utilizamos la producción agrícola? Nos hemos encontrado con que algunos países han desarrollado su agricultura no para garantizar la seguridad alimentaria, sino para cumplir los acuerdos de París sobre el cambio climático. Todos estamos corriendo la maratón agrícola mundial, pero como hipopótamos, cada uno a lo nuestro.

"Europa tiene un superávit de 70 millones, pero China o EEUU están en déficit"

P. Europa es una de las regiones que más exportan e importan alimentos del mundo, pero ¿es suficiente? ¿Somos polígamos pero no somos hipopótamos?

R. Somos la potencia agrícola y alimentaria más potente del mundo. La mayor integración social y normativa, mucho más fuertes que los BRICS. A nivel agroalimentario, Europa mueve unos 230-240 mil millones de euros en exportaciones e importa unos 170 mil millones de euros, así que tenemos un superávit de unos 70 mil millones. China tiene un déficit comercial en productos de alimentación de 200 millones. EEUU también está en déficit. Nuestro potencia se debe a que somos 27. Si España fuese por un lado, Italia por otro y Dinamarca por el suyo, la historia sería muy diferente.

Europa tiene que hacerse tres preguntas. La primera es si quiere permanecer unida. La segunda es en qué sectores sigue teniendo poder y credibilidad. Y la tercera es si Europa puede seguir comportándose como un herbívoro en un mundo de carnívoros. Puede que seamos un hipopótamo, pero anquilosado. Ya no hacemos sprints porque no estamos en la sabana o en la jungla. Vivimos en un pantano donde el resto nos ve como un animal simpático. Europa tiene que salir de su charca, porque solo se le ven las orejas y los ojos, no que pesa cinco toneladas. Necesita cultivar su poder y empezar a tomar decisiones. ¿Queremos jugar el partido de la inteligencia artificial? ¿El de la agricultura y la alimentación? ¿Qué Copa del Mundo queremos jugar?

P. ¿Qué le parece la política agrícola común europea, que tantos conflictos ha producido en los últimos años? ¿Es necesario cambiarla?

R. La política agrícola común se ha explicado mal. Sobre todo, ha sido una política agroalimentaria común. Se cometieron errores históricos, como separar la agricultura de la pesca, cuando los consumidores no hacen ninguna diferencia en la mesa. La política agrícola tiene ahora problemas a tres niveles: por un lado, los ciudadanos y los consumidores nunca han llegado a entender la importancia que tiene para los europeos; por otro, que la principal competencia sean otros países europeos; y por último, que los agricultores y pescadores han sentido durante los últimos diez y quince años que el futuro de Europa no iba a contar con ellos. Sin embargo, son fundamentales para la transición ecológica. Así que hace falta motivarlos, incluirlos, que sepan que los necesitamos, sea cual sea su país o su sector de producción.

placeholder La cosechadora y los cosechadores. (Europa Press/María José López)
La cosechadora y los cosechadores. (Europa Press/María José López)

Hay tres cuestiones: confianza, coherencia y constancia. Coherencia normativa, política, pero también para el consumidor. Si el ciudadano europeo compra un producto alimentario más sano, más sostenible y más verde, va a ser más caro. Hablamos de un sector que requiere mucho tiempo. Un productor de cereales, por ejemplo, si tiene una carrera de 40 años, solo va a cosechar 40 veces. 40 posibilidades de probar e innovar. Imagínese que solo pudiese escribir 40 artículos. Si la transición no es perfecta, si algo sale mal, tiene que esperar un año para experimentar otra vez. Creo que todos los europeos pedimos recuperar esa confianza, tener más coherencia y un poquito más de constancia.

P. Los expertos como usted tienen la capacidad de ser los primeros en ver aquello que el resto de la población no está viendo. De saber qué no estamos sabiendo. ¿Qué le preocupa de lo que no estemos hablando?

R. Un tema a seguir es la evolución de la seguridad alimentaria en el Mediterráneo, la región más pobre en agua y que ya ha sido muy afectada por el cambio climático. No hay reservas de tierras agrícolas pero tiene mucha población. Hace falta reforzar la seguridad alimentaria en la cuenca mediterránea. España está comprometida con las políticas mediterráneas, hace 30 años se llevó a cabo el Proceso de Barcelona que dio lugar a la Unión para el Mediterráneo. Tenemos que ser ambiciosos, porque gran parte de nuestra importancia geopolítica, la calidad de la producción, la dieta mediterránea, etc., giran en torno al Mediterráneo.

Por otra parte, para España es importante la evolución de sus relaciones con América Latina. Tenemos unas relaciones muy ambiguas en torno al acuerdo Mercosur, porque vivimos en un mundo de hipopótamos. Se dicen muchas tonterías. No es que sus productos alimenticios no sean buenos para la salud y el medio ambiente. Todos los países mejoran. El tema es que los costes de producción son mucho más bajos que en Europa. Si Europa quiere recuperar su coherencia, no puede dejar el mercado abierto a unos alimentos producidos con procesos que están prohibidos en suelo europeo. Si esto ocurre es porque Europa ha perdido su brújula estratégica. Y la brújula que debe guiarle es la sostenibilidad económica. Porque si queremos ser una potencia necesitamos recursos económicos. Sin olvidar que en el mundo de hipopótamos es fácil que a uno le aplasten.

El Everest es la montaña más alta del mundo. Es también la metáfora que suele utilizar Sébastien Abis, director del think tank de geopolítica alimentaria Club Deméter, para ilustrar los retos a los que nos enfrentaremos durante las próximas décadas. Alrededor de 2050, la población mundial alcanzará su pico global antes de empezar a decrecer, como prevén los demógrafos. 9.700 millones de estómagos que alimentar en un mundo con una urgente necesidad de descarbonización.

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