Justicia y realpolitik: Meloni se enfanga en su 'diplomacia' de criminales
El comportamiento de Italia no ha sido diferente al de otros países. La América de Obama, primero, luego de Trump y hasta hace unos días de Biden, fue la primera en recurrir al intercambio de presos para recuperar a sus conciudadanos
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Justicia y realpolitik. Esto es lo que está pasando en Italia en estas semanas. La última historia es la de Njeim Osama Almasri, jefe de la policía judicial de Libia, sobre quien pesa una orden de captura de la Corte Penal Internacional por crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra. Detenido en Turín, después de haber tenido tiempo de ver jugar a la Juventus, 24 horas después fue repatriado a Libia en un vuelo de Estado. Un asunto que ha provocado la ira de los partidos políticos de la oposición, "un acontecimiento de una gravedad sin precedentes", pero también de la propia CPI, que ha pedido explicaciones al Gobierno italiano.
Tal vez Almasri sabe demasiadas cosas que afectan a Roma. Figura destacada desde la fundación de la RADA (fuerzas especiales islamistas) en 2011, al comienzo de la guerra civil, en una demostración de cómo las milicias y las fuerzas policiales en Libia terminan sobreponiéndose, Almasri es también el jefe de la policía penitenciaria libia, que depende del ministerio de Justicia. Como tal, es responsable de algunos de los centros de detención libios acusados por las Naciones Unidas y las ONG de violencia y tortura infligida a los migrantes.
Entre estas se encuentra el de Mitiga, junto al aeropuerto de Trípoli. La operación que condujo a la detención de Almasri habría afectado el plan de colaboración entre el Gobierno de Meloni y el de Libia en un tema tan delicado como la inmigración: Libia lleva desde hace años la tarea de contener el flujo de migrantes hacia las costas de Sicilia, a cambio de una serie de concesiones por parte del gobierno de Roma. Incluida, la financiación (vía Europa) de prácticamente toda su flota encargada de la misión.
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Diferente es la historia de la liberación del ingeniero iraní Mohammed Abedini Najafabadi, “el hombre de los drones”, detenido el 16 de diciembre en Milán a petición de Washington. Pocos días antes, Teherán había detenido, con cargos que se consideraron falsos, a la periodista italiana Cecilia Sala. Nadie admitió públicamente que se trató de un intercambio oficial, pero la línea temporal así lo apunta.
Giorgia Meloni vuela a Mar-a-Lago, a la casa de Donald Trump. Allí obtiene la aprobación del magnate para el intercambio. Pero no sin condiciones.
Debería haberse hecho antes de su investidura a la Casa Blanca, descargando la vergüenza sobre el saliente Joe Biden. Pero, sobre todo, como han confirmado fuentes fiables, los servicios de inteligencia italianos garantizaron a la CIA la transferencia de toda la información contenida en los dispositivos móviles y ordenadores incautados por la Digos (División de investigaciones generales y operaciones especiales) a Abedini el día de su captura.
Ciudadanos como moneda de cambio
Por supuesto, el comportamiento de Italia no ha sido diferente al de otros países. Los Estados Unidos de Obama, primero, luego de Trump y hasta hace unos días de Biden, fueron los primeros en recurrir al intercambio de presos para recuperar a sus conciudadanos. Reino Unido, Francia, Bélgica y Suecia han seguido el mismo camino. Pero incluso el reciente acuerdo entre Hamás e Israel, en última instancia, cae dentro del principio de la diplomacia de intercambio de rehenes. Esto también ocurre en Europa, entre Rusia y Ucrania, por ejemplo.
Hoy en día, muchos regímenes dictatoriales recurren cada vez más a la llamada “diplomacia de los rehenes”, que representa una de las pocas armas que tienen. ¿Algunos ejemplos, además del caso de la periodista Cecilia Sala? La jugadora de baloncesto estadounidense Brittney Griner, secuestrada en cárceles rusas en 2022, y ciudadanos extranjeros detenidos indiscriminadamente en Venezuela (Alberto Trentini, trabajador humanitario italiano, está ahora mismo en la cárcel de Caracas desde el pasado 15 de noviembre). Civiles utilizados por los regímenes como moneda de cambio, lo que pone de manifiesto la propia debilidad.
El colapso del derecho internacional
Lo que le pasó a Cecilia Sala fue un verdadero secuestro. Italia siempre ha negociado en estos casos, como, por ejemplo, cuando fue secuestrada por la yihad Islámica, hace diez años en la capital iraquí, la periodista Giuliana Sgrena. Roma siempre ha seguido la vía de la diplomacia respecto a otros países “más duros” desde este punto de vista, como Reino Unido. El riesgo es el de legitimar una acción de represalia como la iraní, que con la detención de Sala se aprovechó de Italia, que había llevado a cabo una captura basándose en una orden estadounidense.
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Como explica Vittorio Emanuele Parsi, profesor de Relaciones Internacionales y Estudios Estratégicos en la Universidad Cattolica del Sacro Cuore de Milán, “esta situación es uno de los síntomas de la enfermedad: el fin de un orden liberal. El colapso del derecho internacional muestra que nuestras instituciones son cada vez menos respetadas y tienen menos autoridad. Esta ausencia garantiza la impunidad a quienes secuestran, chantajean o declaran la guerra”.
Según el politólogo, si todo el poder está en manos de quien secuestra el mayor número de ciudadanos extranjeros, quien lanza más amenazas y es más capaz de usar la violencia, entonces el derecho internacional pronto será anulado. Ya no servirá para nada. “Volvemos un poco al siglo XIX, cuando los viajeros occidentales eran secuestrados en tierras exóticas donde se aventuraban con cierta actitud de riesgo. De vez en cuando los occidentales tenían que ir a buscarlos de vuelta, a veces haciendo gala de sus músculos o enviando cañoneras, otras veces negociando o haciendo ambas cosas juntas”, continúa el experto.
¿Rescatar o no rescatar a los rehenes?
Señalar el camino no es fácil. El quid de la cuestión es si es correcto o no comprometerse. “A medida que el espacio político global se fragmenta, los rehenes se convierten cada vez más en capital. Está claro que las democracias tienen responsabilidades hacia sus civiles y, como consecuencia, se convierten cada vez en países más vulnerables. Debemos estar dispuestos, de vez en cuando, a hacer concesiones para recuperar a los presos. Todo el mundo lo hace, incluso los israelíes, que llegaron a liberar a miles de árabes a cambio de sus propios muertos”, continúa Parsi.
El problema es que el mundo está cada vez más fragmentado y menos regulado. “Quienes miran con simpatía el surgimiento de nuevos rivales de Occidente olvidan que esos regímenes no traerán el sol del futuro ni la revolución, sino que añadirán barbarie a nuestra barbarie. No hay civilización ni legalidad”.
Existe un mundo, alternativo a Occidente, que nos manda afrontar nuestras inconsistencias, obligándonos a tomar decisiones complicadas (como la liberación de criminales de guerra), cada una de las cuales corre el riesgo de ser fatal. Nos quedan pocas opciones. Precisamente por eso, según Parsi, el compromiso debe analizarse caso por caso. “En el caso de Sala-Abedini, por ejemplo, todos se llevaron algo a casa”, concluye el politólogo, “nosotros a nuestro periodista, los iraníes a su conciudadano y los estadounidenses, los datos sensibles, guardados por el ingeniero. En ese impasse hubo un buen resultado”.
Justicia y realpolitik. Esto es lo que está pasando en Italia en estas semanas. La última historia es la de Njeim Osama Almasri, jefe de la policía judicial de Libia, sobre quien pesa una orden de captura de la Corte Penal Internacional por crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra. Detenido en Turín, después de haber tenido tiempo de ver jugar a la Juventus, 24 horas después fue repatriado a Libia en un vuelo de Estado. Un asunto que ha provocado la ira de los partidos políticos de la oposición, "un acontecimiento de una gravedad sin precedentes", pero también de la propia CPI, que ha pedido explicaciones al Gobierno italiano.