Los últimos 59 minutos de la humanidad explicados por sus protagonistas
Todo acabará en menos de una hora y la mayoría ni siquiera nos enteraremos de lo que ha pasado. Las probabilidades de que ocurra por error son más elevadas de lo que creíamos
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Annie Jacobsen ha recreado los 59 minutos que duraría una guerra nuclear. Le ha dedicado muchas horas de documentación y cientos de entrevistas. Y lo ha dejado escrito en Guerra Nuclear (Debate, 2025), un libro en el que participan decenas de fuentes que trabajan o han trabajado en la cadena de mando que propiciaría la tragedia, incluidos varios ex secretarios de Defensa. Los testimonios indican que todo sería peor de lo que reflejan las películas. Sobre todo, sería más rápido.
La crónica detallada del Apocalipsis narra lo que iría ocurriendo minuto a minuto. En el 59, los submarinos Trident lanzarían el último ataque, el más absurdo de todos. "Nadie en Estados Unidos, ni siquiera las tripulaciones, sabrá nunca si esos misiles han alcanzado su objetivo o dónde han impactado. La épica tragedia existencial es que estas maniobras de batalla, que serán las últimas, ya no tienen importancia para nadie".
Jacobsen nos atiende por videoconferencia desde la biblioteca de su casa de Los Ángeles. Ha vuelto a instalarse allí después de que tuvieran que desalojarla temporalmente a causa de los incendios de las semanas pasadas.
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PREGUNTA. ¿De cuántas personas depende la decisión de lanzar un ataque nuclear? ¿Cuántas participan en el proceso?
RESPUESTA. Depende de una única persona. Todo se decide bajo el concepto de la autoridad presidencial exclusiva. Ahora la autoridad es Donald Trump y hasta hace unos días era Joe Biden. Este es uno de los hechos que me resultó más impactante durante la investigación. La idea de que la destrucción del mundo entero está al alcance de una única persona. Solemos imaginarlo como un proceso más complejo en el que interviene más gente. Pero no es así.
P. ¿No es esto algo bien conocido por los estadounidenses?
R. Para nada, es información altamente clasificada. Incluso el Congreso de los Estados Unidos tuvo dudas sobre si esto es realmente cierto. Durante la primera Administración Trump, en las semanas de tensión con Kim Jong Un, el Congreso pidió y elaboró un informe. Es un documento que cito en la parte final del libro y que se encargó para responder precisamente a esta pregunta. Responder con un 100% de certeza. Los miembros del Congreso querían estar seguros de que efectivamente todo depende de una única persona.
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P. Pero entiendo que hay un proceso, un protocolo que se pone en marcha.
R. El presidente de los Estados Unidos no le pide permiso a nadie. No pide permiso al secretario de Defensa, ni al jefe del Estado Mayor Conjunto, ni al Congreso. No pide permiso a nadie. Puede pedirles consejo si quiere. Entrevisté a dos ex secretarios de Defensa que me dieron detalles muy concretos sobre cómo podría desarrollarse la escena. Los dos dejaron claro que, llegado el caso, el presidente toma en solitario la decisión. Creo que los lectores de mi libro se preguntan cómo puede ser eso posible cuando llegan a esta parte.
P. ¿Y cómo es posible?
R. La explicación, que es el objeto de la investigación, es que todo sucede en muy pocos minutos y segundos. La partida no dura apenas nada. Hay unos pocos minutos para decidir antes de que todo se acabe. Por eso no puede haber deliberaciones, por eso el presidente es quien tiene que cargar con la responsabilidad, porque alguien tiene que hacerlo. Es un motivo macabro y perverso si quieres, pero tiene lógica. Si el presidente no tuviese autoridad exclusiva, no habría tiempo para responder.
P. ¿Te importaría explicar qué es el libro negro?
R. El libro negro es el nombre poético del manual de decisiones. Se le llama libro negro porque, según me explicó un ingeniero de armas nucleares de Los Álamos, es el catálogo de la muerte. Son un conjunto de documentos que enumeran las opciones del presidente para lanzar un ataque nuclear. Enumera los objetivos por países y sugiere qué sistemas de armas nucleares debe usar el presidente para atacarlos. También incluye estimaciones sobre el número de muertos. Esto se complementa con información proporcionada por una persona en la cadena de mando en ese breve lapso de tiempo, alguien que le comunicaría al presidente los números más específicos de víctimas, dependiendo del clima.
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P. ¿Cuántas personas han leído este libro negro?
R. Entrevisté a varias personas que han leído el libro negro. También hablé con un ingeniero que escribió algunos de los documentos que contiene. Es un material altamente clasificado. No se permite revelar ni discutir ningún detalle. Solo hay una persona que ha hablado oficialmente al respecto, el asesor militar del presidente Clinton, el hombre que llevaba el maletín nuclear. De él obtuvimos el relato más detallado. Lo describió como un menú de Denny’s, el restaurante de comida rápida. Es un sitio donde eliges un plato y lo combinas con otro para tu comida.
P. Leyendo el libro, me lo imaginaba como un archivador con anillas. El apocalipsis se decidirá en una especie de menú cutre de comida rápida.
R. No sabemos con certeza cómo está encuadernado, ya que es información clasificada. Puestos a imaginarlo, yo también lo imagino así. Pero entiendo tu idea, especialmente porque sabemos que las páginas están plastificadas, según lo que mencionó el asesor militar.
P. También me ha impactado entender hasta qué punto hay que interpretar informaciones confusas antes de lanzar un ataque defensivo. Calculas que hay menos de seis minutos para tomar la decisión final.
R. Una de las personas de más alto rango que accedió a hablar conmigo, alguien que ha pasado su vida asesorando al presidente sobre la guerra nuclear, me dijo que esa información hay que procesarla en pocos segundos y tomar una decisión inmediata. No hay margen de error. En otra entrevista con el general Robert Keeler, el excomandante del Comando Estratégico, le pregunté directamente qué sucedería en un intercambio nuclear entre Estados Unidos y Rusia. "Annie, el mundo terminaría en unas pocas horas". Él no es un analista, no es alguien simplemente bien informado, es un general que sabe que sería así.
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P. También resulta impactante lo pobres que son los canales de comunicación entre las potencias nucleares. Dices que hay veces que se tardan horas en recibir una respuesta.
R. Ha habido numerosos casos documentados de malentendidos, donde las interpretaciones erróneas casi llevaron a una guerra nuclear. Bill Perry, ex secretario de Defensa, fue testigo de una y me lo contó en una entrevista. Lo vivió en carne propia. Dice que fue el momento más tenso de su vida. Son situaciones aterradoras y probablemente solo conocemos las que están desclasificadas. Imagina cuántas más podrían haber sucedido. La posibilidad de que una guerra nuclear ocurra debido a un malentendido es muy real. Lo ha dicho el secretario general de la ONU, António Guterres. El mundo está a un error de cálculo de la aniquilación nuclear.
P. Las personas que entrevistaste para tu libro se pasaron su vida profesional preparándose para este escenario. ¿Qué piensan ellas de todo esto?
R. No me detuve mucho en eso. Aprendí que muchas personas trabajan diariamente en lo que se llama reducción de armas y reducción de riesgos, especialmente diplomáticos del Departamento de Estado, que colaboran con sus homólogos de países con armas nucleares para disminuir la amenaza. Pero eso no incluye a los militares. Mi objetivo al escribir no era explicar cómo prevenir la guerra nuclear, ni entender sus emociones, sino narrar lo que va a suceder si finalmente ocurre.
P. Dices que la mayoría de nosotros ni siquiera nos vamos a enterar de que se ha acabado el mundo. No sabremos qué está pasando. No habrá periódicos digitales, boletines de radio, ni redes sociales contándolo.
R. Hay una idea preconcebida de que ciertas áreas de los Estados Unidos quedarán a salvo. Lo que aprendí es que eso no es así. Un ataque ruso es suficiente para aniquilarlo todo casi al mismo tiempo. Cada ataque nuclear genera un incendio de entre 150 y 500 kilómetros cuadrados después de la explosión. Tomemos como ejemplo Los Ángeles, donde estoy ahora. Acabamos de tener un incendio de 50 kilómetros cuadrados que ha causado 150.000 millones de dólares en daños. Ahora imagina 1.000 incendios, cada uno diez veces más grandes. Y simultáneamente, sin que salga nadie a apagarlos.
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P. Nadie sale a apagarlos y nadie acude al rescate. No hay respuesta de ningún tipo.
R. Esto lo documenté mediante entrevistas al exjefe de la Agencia Federal de Gestión de Emergencias (FEMA) de Obama. Es el responsable de dar respuesta a incendios, inundaciones y terremotos en los Estados Unidos. Le pregunté si hay algún plan en caso de guerra nuclear. Me respondió que sí, pero que también lo hay para prepararse ante impactos de asteroides. Se tratan de eventos de baja probabilidad pero de alta consecuencia.
P. ¿Hay planes para ayudar a la población en esos casos?
R. Esto fue lo más impactante para mí. En escenarios de guerra nuclear, la FEMA no tiene planes de protección de la población, ni en ciudades como Nueva York ni en áreas rurales como Idaho, porque todos estaríamos muertos. Grabé esa entrevista y la escuché varias veces. Me costaba creerlo, así que volví a llamarlo para confirmarlo. Y efectivamente, me dijo que no hay planes porque no habría supervivientes. Después de la publicación del libro, él fue una de las primeras personas en escribir una reseña en Amazon, recomendando que las personas lo lean. Me impactó mucho. Tanto por la brutalidad de la idea como porque no somos conscientes. Tendemos a pensar que hay ciertas áreas remotas en las que algunos podrían sobrevivir. Y no es así.
P. Entiendo que hablas de Estados Unidos. ¿Y en el resto del mundo? ¿No hay algún rincón perdido del planeta en el que mantenerse a salvo?
R. Entrevisté al profesor Brian Toon, uno de los cinco autores originales de la teoría del invierno nuclear. Según él, morirían cinco mil millones de personas. Habría pequeñas áreas donde mantener la vida y la agricultura para sobrevivir en áreas de Australia, Nueva Zelanda y tal vez el extremo sur de Sudamérica.
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P. Explicas en el libro que a aquellos que no fallecen en los impactos iniciales les espera una muerte mucho peor.
R. Esa es una idea expresada por Nikita Khrushchev. En una carta a Jackie Kennedy, le respondió: "Después de una guerra nuclear, los sobrevivientes envidiarán a los muertos".
P. ¿Existe el concepto de guerra nuclear limitada? Me refiero a una confrontación con armas nucleares en la que el daño quede limitado a un área o un territorio.
R. Según todas las personas con las que hablé y de acuerdo con los juegos de guerra clasificados del Departamento de Defensa, no existe tal cosa como una guerra nuclear limitada. Siempre termina en un Armagedón nuclear.
P. En algunas fases de la guerra de Ucrania se ha especulado mucho sobre armas nucleares tácticas, sobre la posibilidad de usarlas sin desencadenar una guerra mayor. ¿Eso es posible?
R. No existe tal cosa como una guerra nuclear limitada, y eso incluye las armas nucleares tácticas. Todos los escenarios previstos acaban en una escalada letal por la propia naturaleza de estas armas.
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P. Estamos desmantelando las reglas internacionales, entre ellas las de proliferación nuclear que se articularon para evitar que suceda lo que cuentas en el libro. ¿Crees que estamos más cerca que nunca de que suceda?
R. Ciertamente, hay un cambio y un desorden, pero el mundo siempre está cambiando a lo largo de la historia. Esto es parte de la naturaleza humana. El cambio no tiene por qué ser negativo. Creo que tomar conciencia de las amenazas existenciales podría llevar a los líderes a priorizar la comunicación y a buscar un nuevo tipo de orden. Es posible que las viejas alianzas estén muriendo, pero la pregunta sigue siendo la misma. ¿Cómo vamos a evitar que suceda una guerra nuclear?
P. Acabas el libro imaginándote el mundo dentro de 24.000 años.
R. Una de las razones por las que elegí ese concepto tiene que ver con una idea que Einstein expresó un poco después de la Segunda Guerra Mundial. Le preguntaron con qué armas se luchará la Tercera Guerra Mundial. Lo único seguro, respondió, es que la Cuarta Guerra Mundial se lucharía con palos y piedras. La idea es que nuestra capacidad tecnológica y científica nos puede devolver a la etapa de cazadores-recolectores en la que estábamos hace 12.000 años. Y esta involución se desencadena en cuestión de minutos o segundos.
Annie Jacobsen ha recreado los 59 minutos que duraría una guerra nuclear. Le ha dedicado muchas horas de documentación y cientos de entrevistas. Y lo ha dejado escrito en Guerra Nuclear (Debate, 2025), un libro en el que participan decenas de fuentes que trabajan o han trabajado en la cadena de mando que propiciaría la tragedia, incluidos varios ex secretarios de Defensa. Los testimonios indican que todo sería peor de lo que reflejan las películas. Sobre todo, sería más rápido.