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"Drill, baby, drill": Trump quiere regar el mundo con petróleo, pero sus amiguetes no
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"Drill, baby, drill": Trump quiere regar el mundo con petróleo, pero sus amiguetes no

Donald Trump cuenta con el serio problema de que su plan energético está compuesto por dos pilares contradictorios: aumentar la producción de petróleo y reducir su precio

Foto: Una máquina extractora de petróleo en Loving County, Texas. (Reuters)
Una máquina extractora de petróleo en Loving County, Texas. (Reuters)

Después del "Make America Great Again" y el "You're fired!", Donald Trump ha popularizado otro eslogan para completar su podio de frases célebres: "Drill, baby, drill". El presidente republicano ha vuelto a la Casa Blanca reiterando este lema (copiado del exlíder del Partido Republicano Michael Steele) hasta la saciedad y con el deseo manifiesto de "desatar el dominio energético" de Estados Unidos a nivel global. Uno en el que el petróleo y el gas, dos recursos con los que el país cuenta a patadas, están llamados a jugar un papel protagonista. Para ello, el mandatario declaró una "emergencia energética" inmediatamente después de su inauguración y firmó una larga lista de órdenes ejecutivas destinadas a facilitar la explotación de hidrocarburos en el país.

Pero el magnate cuenta con un serio problema, porque su plan energético está compuesto por dos pilares contradictorios. El primero es aumentar drásticamente la producción petrolífera y gasística nacional. En palabras del propio Trump, quiere "liberar el oro líquido bajo nuestros pies" a través de la desregulación y apoyo irrestricto a los combustibles fósiles. El segundo es reducir significativamente los precios del petróleo para aliviar la inflación, abaratar los costos de energía para los consumidores y estimular la economía doméstica.

Estos dos objetivos, aunque complementarios en teoría (un incremento en la oferta lleva a una bajada de los precios), chocan frontalmente en la práctica. Porque el aumento de la producción petrolífera depende, precisamente, de que los precios sean lo bastante altos como para justificar la inversión necesaria. Y quienes no están dispuestos a tomar estos riesgos sin garantías de que se verán recompensados son algunos de los mayores donantes y aliados de Trump.

Basta ver el ejemplo de Arabia Saudí, un país con el que el presidente republicano siempre ha mantenido una estrecha relación. Durante su intervención a distancia en el foro de Davos el pasado jueves, Trump afirmó: "Voy a pedir a Arabia Saudí y a la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP+) que reduzcan el costo del petróleo. Tienen que bajarlo (...) Sinceramente, me sorprende que no lo hayan hecho antes de las elecciones. Eso no mostró mucho cariño por parte de ellos al no hacerlo". Más allá de la absurdidad de pedir bajar el precio del crudo a un cártel específicamente diseñado para mantenerlo en un rango elevado, lo cierto es que Trump ya logró durante su primer mandato presionar a Riad al respecto. Y el resultado no fue el que esperaba.

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump, interviene en Davos de forma virtual. (EFE/Michael Buholzer)

En 2018, Trump utilizó una combinación de sanciones a Irán y amenazas hacia la OPEP para convencer a Arabia Saudí de aumentar su producción petrolífera. Cuando más adelante el gobierno de Estados Unidos otorgó inesperadas exenciones para la compra de crudo iraní, se produjo un exceso de oferta en el mercado, lo que llevó a una caída abrupta de los precios. Esto, a su vez, sometió a las productoras petroleras de EEUU a unos márgenes de ganancia que no les permitían operar de manera rentable. Varias empresas se vieron obligadas a recortar gastos, frenar proyectos de perforación e incluso declararse en bancarrota.

Es el mercado, amigo

El petróleo, como cualquier otra materia prima, está atrapado en un ciclo inevitable: una mayor oferta baja los precios, los precios bajos desincentivan la producción, y la caída en la producción termina empujando los precios al alza. Este vaivén es precisamente lo que la OPEP+ busca domar mediante sus ajustes programados en la extracción global de crudo. La estrategia de Trump de inundar el mercado con petróleo barato seis años atrás terminó perjudicando a la misma industria que buscaba fortalecer. Ahora, el presidente vuelve a la carga, pero las petroleras estadounidenses y los inversores de Wall Street que las respaldan no parecen estar por la labor.

El problema principal, claro está, es que es difícil justificar la existencia de una "emergencia energética" en Estados Unidos cuando el país ya está batiendo récords históricos de producción de petróleo y ya es el mayor exportador de gas natural del mundo. "La nueva administración estadounidense tiene que justificar los aumentos de producción con base en los resultados finales. Tiene que ser rentable", afirmaba recientemente Robert Yawger, estratega de energía del banco de inversión Mizuho Americas, a France 24. "No van a repetir el problema que hemos tenido en el pasado, que es simplemente generar un exceso de oferta en el mercado y matar a la gallina de los huevos de oro", añadió.

Si las petroleras de EEUU deciden aumentar o reducir su producción, dependerá casi exclusivamente de la rentabilidad del mercado, no de las órdenes políticas. Y actualmente, el precio del petróleo West Texas Intermediate (WTI) ronda los 75 dólares por barril, un nivel que está por debajo de los 84 dólares necesarios para justificar una expansión significativa de las perforaciones, según un reciente estudio de la Reserva Federal de Kansas City. No por nada, la Administración de Información Energética de Estados Unidos (EIA), el organismo de estadística y de análisis en el Departamento de Energía, prevé que la producción, lejos de crecer, se estanque durante los próximos años.

Después de décadas de volatilidad en los precios del crudo y numerosas quiebras en el sector, lo que los inversores buscan es ganancias estables en forma de dividendos y recompras de acciones, dejando poco margen para el crecimiento desenfrenado que busca Trump. Esto se refleja en los planes de petroleras como Chevron, que ya ha anunciado una reducción en su presupuesto para 2025, y ConocoPhillips, que también ha confirmado recortes significativos en sus gastos operativos anuales. "Aunque la nueva administración es muy favorable hacia la energía... no vemos un cambio significativo en los niveles de actividad en el futuro", dijo David Schorlemer, director financiero de ProPetro, este viernes al Financial Times.

Un sector con fecha de caducidad

La producción de esquisto en Estados Unidos, que fue el motor del auge petrolero mediante el fracking de la última década, enfrenta ahora desafíos estructurales. Muchos de los pozos más productivos del "oro líquido" ansiado por Trump ya han sido explotados y las empresas han pasado de una mentalidad expansiva a una estrategia centrada en la eficiencia operativa, con avances tecnológicos que les permiten extraer más crudo con menos recursos, pero que también limitan el ritmo de crecimiento.

Las fusiones y adquisiciones en el sector también han cambiado el panorama competitivo. Hace una década, los pequeños productores independientes, conocidos como "wildcatters", lideraban la innovación y la exploración en el sector. Hoy en día, grandes compañías como ExxonMobil han absorbido a productores más pequeños, consolidando el mercado y reduciendo el número de actores dispuestos a asumir riesgos en nuevas perforaciones.

Foto: El petróleo en 2025. (Pixabay)

Trump busca abrir nuevas oportunidades para estas compañías ofreciendo permisos para perforar en áreas antaño protegidas de Alaska, como las tierras salvajes del Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico. Sin embargo, estas iniciativas no han generado mucho interés en la industria, debido a los enormes costos iniciales que implica operar en estas regiones remotas y ambientalmente sensibles. Prueba de ello es una reciente subasta de concesiones de petróleo y gas, llevada a cabo por la administración Biden a petición del Congreso, que no logró atraer postores.

Y en el ámbito internacional, las políticas energéticas del nuevo inquilino de la Casa Blanca se enfrentan al desafío estructural de una demanda con fecha de caducidad debido a la transición global encabezada por la Unión Europea y, sobre todo, China. Mientras Estados Unidos apuesta por un retorno triunfal de los combustibles fósiles, el gigante asiático avanza con decisión hacia las energías renovables y los vehículos eléctricos. Para 2034, se prevé que los automóviles que no consumen gasolina representen el 66% de las ventas en el mercado chino. Y dado que Pekín es, de lejos, el mayor importador de crudo del mundo, más le vale a Trump echar cuentas.

Después del "Make America Great Again" y el "You're fired!", Donald Trump ha popularizado otro eslogan para completar su podio de frases célebres: "Drill, baby, drill". El presidente republicano ha vuelto a la Casa Blanca reiterando este lema (copiado del exlíder del Partido Republicano Michael Steele) hasta la saciedad y con el deseo manifiesto de "desatar el dominio energético" de Estados Unidos a nivel global. Uno en el que el petróleo y el gas, dos recursos con los que el país cuenta a patadas, están llamados a jugar un papel protagonista. Para ello, el mandatario declaró una "emergencia energética" inmediatamente después de su inauguración y firmó una larga lista de órdenes ejecutivas destinadas a facilitar la explotación de hidrocarburos en el país.

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