Dinamarca no quiere oír hablar de Trump, pero ha dejado a EEUU campar a sus anchas en Groenlandia
En Copenhague reina el desconcierto ante el choque con el republicano tras haber cuidado con especial atención el vínculo con Washington. En ocasiones, asumiendo costes y consecuencias para la población de la isla
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El ansia expansionista de Donald Trump ha tenido una respuesta clara por parte del gobierno danés: “Groenlandia no está en venta”. Solo los groenlandeses pueden “decidir y definir” su propio futuro, ha asegurado la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, quien —según publica el Financial Times— mantuvo la pasada semana una tensa y acalorada conversación telefónica con el presidente de EEUU. Sin embargo, ese puñetazo sobre la mesa de la socialdemócrata no ha sido la actitud que históricamente ha mantenido Copenhague respecto a la presencia estadounidense en Groenlandia, donde ha dejado que las tropas hagan y deshagan sin apenas control durante décadas.
La llamada "fue horrorosa", según explicó una de las fuentes que cita el diario. “Antes era difícil tomárselo en serio. Pero ahora es grave y potencialmente muy peligroso”, insistió. Otra persona con conocimiento de la conversación, que duró unos 45 minutos, explicó a la publicación británica que “la intención fue muy clara” y no quedó lugar a dudas de que "quieren" la isla ártica.
Políticos daneses a derecha e izquierda coinciden en que la crisis por el control de la isla es una de las más serias que ha atravesado su relación con Washington. El ministro de Exteriores, Lars Løkke Rasmussen, la ha calificado como “la más grave que ha tenido Dinamarca en muchas, muchas generaciones”.
Tan solo un día después de la toma de posesión de Donald Trump, Frederiksen reunió a los líderes de todos los partidos para analizar cómo abordar la situación, especialmente después de que el mandatario asegurara en su regreso al Despacho Oval que Dinamarca “acabará cumpliendo”. La sensación general es que “los próximos cuatro años serán difíciles”, expresaba a la salida del encuentro la líder de la izquierda verde, Pia Olsen Dyhr, que insistía en que “Trump tiene que entender que el destino de Groenlandia está determinado por los groenlandeses”.
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Menos diplomático fue este miércoles un eurodiputado danés de la ultraderecha, que en una de sus intervenciones en Estrasburgo respondió con un “señor Trump, váyase a la mierda” al presidente republicano.
El enorme desconcierto que reina en Copenhague a la hora de abordar la situación viene precedido por el mimo y cuidado con el que, durante décadas, ha gestionado la relación con Estados Unidos. Especialmente, en todo lo relacionado con la presencia de sus tropas en Groenlandia, una nación constituyente con autogobierno desde 1979, pero de cuya defensa y política exterior se sigue encargando Dinamarca.
Copenhague siempre ha jugado la “carta groenlandesa” en su relación con Washington al otorgarle libre acceso a la isla para contar con una posición más favorable con el Gobierno, explicaba en uno de sus últimos artículos Maria Ackrén, profesora de Ciencia Política de la universidad de Groenlandia. “Dinamarca considera a Estados Unidos como un aliado muy cercano en lo que se refiere a las políticas de defensa y seguridad y eso también le ha permitido ser uno de los miembros fundadores de la OTAN”, añade Ackrén en conversación con El Confidencial.
Costes, cesiones y desplazamientos forzosos
En ocasiones, el cuidado de esta relación incluso le ha salido a pagar a Dinamarca. En concreto, 24 millones de euros. Ese es el presupuesto que el Gobierno danés se comprometió a gastar en 2018 para hacerse cargo de la limpieza de residuos, en algunos casos contaminantes, que el ejército estadounidense había ido dejando a su paso. De esta manera, los daneses tuvieron que afrontar todo el coste de retirar desechos de todo tipo, desde productos químicos y barriles oxidados a vehículos abandonados o pistas de aterrizaje en desuso, que las tropas habían abandonado en ubicaciones que ya no usaban desde la Guerra Fría.
Y todo ello sin críticas a Estados Unidos. Cuando el ministro de Medio Ambiente que firmó el pacto, Esben Lunde Larsen, fue preguntado por quién debería realmente asumir el coste de la limpieza, reconoció que “la responsabilidad es importante”, pero dejó claro que lo que allí se sellaba era “un acuerdo entre las autoridades danesas y groenlandesas”. “Y no vamos a ir más allá”, atajó. La estimación que entonces barajaba la parte danesa era que había entre 20 y 25 ubicaciones que los estadounidenses habían abandonado y que requerían limpieza.
Incluso la propia presencia de Estados Unidos en Groenlandia es una cesión de Dinamarca ante la imposibilidad de oponerse a su salida tras la Segunda Guerra Mundial, explica a este periódico Ulrik Pram Gad, investigador del Instituto Danés para Estudios Internacionales. Las tropas estadounidenses llegaron a la estratégica isla cuando Dinamarca había sido invadida por los alemanes y la conexión se había cortado.
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Fue el embajador danés en Washington quien se autoproclamó representante oficial mientras los nazis controlaban su país y dio permiso a Estados Unidos para llegar a Groenlandia. “Tras la guerra, la única manera que encontró Dinamarca de retener la soberanía formal fue dejar la soberanía militar a Estados Unidos”, apunta Gad.
“Durante la Segunda Guerra Mundial, la presencia de Estados Unidos se sintió como una bocanada de aire fresco frente a la administración colonial danesa”, explica. Pero todo cambió con “la expansión durante la Guerra Fría”, advierte el investigador. A principios de la década de 1950, Washington demandó ampliar la Base Espacial Pituffik, antes conocida como Base Aérea de Thule, en el noroeste de la isla. Esto suponía el desplazamiento forzoso de más de 100 miembros de una tribu indígena que llevaba siglos establecida en el área. Dinamarca no se opuso y aceptó la solicitud. De esta manera, en cuestión de unos pocos días obligó a la población a abandonar su hogar e instalarse a 130 kilómetros de distancia sin opción de retorno.
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Riesgo nuclear
A la vez, el uso que Estados Unidos ha dado a esta base ha supuesto un dilema para Copenhague desde hace décadas. Pituffik fue, desde el inicio de la Guerra Fría, parte de la estrategia de defensa estadounidense basada en armas nucleares, a la vez que la doctrina danesa no permite este tipo de armamento en su suelo durante tiempos de paz. ¿La solución? Como Groenlandia no es suelo danés, la política danesa no se aplicó. Dinamarca no protestó por los posibles usos nucleares que se daban a esta base, sin que nunca haya quedado claro hasta qué punto conocía los planes estadounidenses al respecto, especialmente entre los años 50 y los 60.
Entre esos planes destaca la construcción secreta de Camp Century, una auténtica ciudad bajo el hielo que oficialmente solo era una instalación científica pero que contaba con su propio reactor nuclear portátil y a la que se pretendía trasladar hasta 600 cabezas nucleares para poder responder a un eventual ataque del bloque soviético. Sin embargo, solo seis años después, EEUU abandonó esta estrategia, ya que descubrió que la capa de hielo no era lo suficiente estable estructuralmente como para albergar misiles. Pese a ello, no se llevó los residuos nucleares generados y aún hoy siguen allí.
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Además, en 1968, un bombardero B-52 del ejército estadounidense se estrelló cerca de la base Pituffik cuando transportaba varias bombas de hidrógeno, lo que liberó varios kilos de plutonio en un área de varios kilómetros cuadrados. El viento extendió las partículas a más de siete kilómetros de la zona del impacto.
A día de hoy, todavía no se ha recuperado parte de una de las bombas de hidrógenos perdida. Análisis de muestras recogidas a principios de los 2000 mostraron que aún había restos de plutonio en la zona, un área que la población inuit que fue desplazada forzosamente aún utilizaba para actividades de caza.
Pese a estos graves incidentes y las intenciones de Trump, Dinamarca sigue necesitando a Estados Unidos para la defensa de la isla. “El Comando del Ártico, que son las tropas danesas instaladas en Nuuk no tienen suficiente equipo y material para poder defender Groenlandia de un eventual ataque y esta es simplemente la realidad”, sentencia la investigadora Maria Ackrén. “Solo hay unos pocos barcos, que también tienen que encargarse de los servicios de guardia costera, puesto que no hay guardia costera como tal en Groenlandia. La mayor parte del equipo está anticuado y no se puede llevar a cabo una vigilancia adecuada ni defender el vasto territorio”.
“Estados Unidos se ha quejado en los últimos años de que la vigilancia aérea y submarina en el este de Groenlandia es menos que satisfactoria dado el incremento de la actividad rusa. El Parlamento danés ha asignado algunos fondos para este propósito, pero por ahora poco se ha materializado”, señala por su parte el investigador del Instituto Danés para Estudios Internacionales, Ulrik Pram Gad.
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El propio ministro de Defensa danés ha reconocido estas carencias. Troels Lund Poulsen aseguró hace unos días que el problema ha sido “una falta de prioridades en los diferentes gobiernos durante muchos años”, ya que los mismos barcos que se mandaron hace 40 años para tareas de vigilancia son los mismos que siguen navegando esas aguas.
Sin embargo, aunque Dinamarca mejore la defensa del territorio, difícilmente apagará el reavivado debate sobre la independencia de Groenlandia y su relación con Estados Unidos. “Creo que el futuro traerá más negociaciones sobre todo el ámbito del Reino de Dinamarca y podríamos ver emerger un nuevo modelo. Trump ha comenzado un proceso, que ha obligado a Dinamarca a tomar en serio a Groenlandia y en el que Dinamarca necesita plantearse cuidadosamente qué quiere realmente”, apunta Ackrén. Pero advierte: “Groenlandia no se convertirá en un estado estadounidense, puesto que eso solo sería cambiar de una potencia colonial a otra y no es lo que los groenlandeses quieren. Ellos quieren ser independientes”.
El ansia expansionista de Donald Trump ha tenido una respuesta clara por parte del gobierno danés: “Groenlandia no está en venta”. Solo los groenlandeses pueden “decidir y definir” su propio futuro, ha asegurado la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, quien —según publica el Financial Times— mantuvo la pasada semana una tensa y acalorada conversación telefónica con el presidente de EEUU. Sin embargo, ese puñetazo sobre la mesa de la socialdemócrata no ha sido la actitud que históricamente ha mantenido Copenhague respecto a la presencia estadounidense en Groenlandia, donde ha dejado que las tropas hagan y deshagan sin apenas control durante décadas.