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Arrollados por la ametralladora Trump, los demócratas intentan frenar sus medidas en los tribunales
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La batalla más cruenta

Arrollados por la ametralladora Trump, los demócratas intentan frenar sus medidas en los tribunales

Más de una veintena de estados han presentado demandas contra una orden ejecutiva que limita la nacionalidad estadounidense, mientras que los sindicatos luchan contra la persecución contra funcionarios

Foto: El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. (REUTERS/Carlos Barria)
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. (REUTERS/Carlos Barria)
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Donald Trump es hoy más fuerte que nunca, como resulta evidente por la amplitud de la coalición que tiene a sus espaldas, por la experiencia gestora, por un Tribunal Supremo favorable y por una oposición que finalmente ha comprendido el alcance y la profundidad del fenómeno Trump. Tras unas primeras 24 horas en las que el magnate ha entrado en un frenesí de órdenes ejecutivas —más de un centenar, que van desde deportaciones masivas incluso en colegios a bloqueos de fondos para programas energéticos, pasando por inversiones en IA de hasta 500.000 millones de dólares—, su segundo día de vuelta en el cargo ha estado marcado por los primeros conatos de desafío: ya se han presentado múltiples demandas judiciales contra su andanada de órdenes ejecutivas.

Este martes, fiscales generales de al menos 22 estados y dos ciudades (las demócratas San Francisco y Washington D.C.) impugnaron la orden ejecutiva de Trump por la daba los primeros pasos para acabar con el ius soli, es decir, que nacer en suelo americano te hace estadounidense automáticamente, aunque tus padres sean inmigrantes. Una de las raíces de la nación americana, hija de la inmigración naturalizada, y recogida en la 14ª enmienda. La orden de Trump, enmarcada en toda una batería de medidas antiinmigratorias, declaraba que los niños nacidos de inmigrantes indocumentados no serán tratados como ciudadanos, así como algunos casos de hijos de mujeres legalmente en el país, como estudiantes extranjeros o turistas.

Este intento de Trump de limitar la ciudadanía estadounidense por derecho de nacimiento es "extraordinario y extremo", según el fiscal de Nueva Jersey, Matthew J. Platkin, uno de la veintena de denunciantes. "Los presidentes son poderosos, pero él no es un rey. No puede reescribir la Constitución de un plumazo", declaró.

Paralelamente, el sindicato que representa a unos 50.000 funcionarios del gobierno federal, una de las bestias negras de su última campaña, una suerte de estado profundo a quienes culpa de muchos de los males de un gobierno central anquilosado e incompetente, lleno de manzanas podridas, también ha presentado otra demanda. El objetivo en este caso es la orden ejecutiva recién firmada por Trump por la que se facilita el despido de miles de trabajadores federales, la conocida como "Anexo F", y que ayudaría al mandatario a librarse del "cáncer causado por la Administración Biden".

Foto: Ursula von der Leyen, durante su discurso en Davos. (EFE/Michael Buholzer)

Otro sindicato distinto, la Federación Americana de Empleados Gubernamentales, también ha presentado una demanda contra DOGE, el Departamento de Eficiencia Gubernamental, por sus siglas en inglés, asegurando que esta suerte de ministerio, liderado por Elon Musk, incumple varias leyes que regulan los departamentos de estado y comités de la Administración estadounidense.

Es pronto para asegurar si alguna de estas demandas tendrán éxito, pero ya deja claro el camino que están tomando los demócratas y otra oposición a Trump: velado mucho de su poder político, la batalla será en los tribunales; más cruenta. Y la velocidad en el primer movimiento es clave, porque el exmagnate también se conoce estos tejemanejes: en las primeras 48 horas de mandato, Trump ha presentado ya tres nuevos líderes interinos de fiscalías federales en dos de los estados más importantes, dos en Nueva York y uno en Washington.

Habitualmente, el proceso de renovación de los fiscales federales puede llevar hasta meses, y ha de pasar por el Senado. Que Trump haya seleccionado ya a tres fiscales interinos, uno de ellos Ed Martin, un abogado activista trumpista que supervisó más de 1.500 procesos de acusados por la toma del Capitolio el 6 de enero, implica la importancia que se le está dando desde la Administración Trump a esa primera línea del frente de batalla con los demócratas.

Pero realmente hay otra gran diferencia con el contexto de 2017: el país y el mundo que hereda son más inestables que hace ocho años, lo cual le planteará a Trump más desafíos. Y más oportunidades para ver de qué esta hecho.

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump, y el vicepresidente, JD Vance, durante la toma de posesión. (Reuters/Shawn Thew)

Como han argumentado sus críticos, por ejemplo David Frum, que estuvo a cargo de escribirle los discursos al presidente George W. Bush, Trump ha sido un “presidente de buenos tiempos”. “En 2017 Trump heredó una economía fuerte, bajos tipos de interés y una situación internacional generalmente estable”, escribe Frum. “Trump lidió con la gran crisis de su primer mandato, el covid, con pensamiento fantasioso: con promesas de que la pandemia desaparecería sola, promoviendo curas mágicas y de bajo coste. Y sigue siendo el mismo, sólo que más viejo”.

Al mismo tiempo, si algo ha hecho Trump en estos últimos diez años, ha sido sorprender y pulverizar muchas de las desdeñosas percepciones que representantes de la élite de Washington, como Frum, tenían de él. ¿Cómo responderá ante los problemas que, esta vez, le reparan el paisaje doméstico y global?

Trump ya no debe ocuparse de esos largos y, al final, soñolientos conflictos de Irak y Afganistán: las guerras más largas de la historia de Estados Unidos. Pero ahora tiene, en plena frontera de la OTAN, la conflagración europea más destructiva desde la Segunda Guerra Mundial. Los puentes con Rusia están rotos, y esta amaga continuamente con recurrir al arma nuclear y con golpear allí donde haga falta. Las tensiones en Europa van creciendo y Trump ha prometido cauterizar esta herida.

Foto: Vista exterior de un concesionario de Tesla. (Getty)

El nuevo presidente, que se autocalificó de “pacificador” pero no mencionó a Ucrania en su discurso inaugural, ha ampliado el plazo barajado para alcanzar una solución dialogada a la guerra: de 24 horas a seis meses. Como de momento se reserva sus posibles cartas, no se sabe cuál será exactamente la estrategia para sentar a las distintas partes a la mesa de negociación.

China, el adversario "más capaz del mundo"

El instrumento de presión a Ucrania está claro: detener la ayuda militar. Pero, ¿cómo presionar a Rusia? El nuevo enviado especial de Trump a Ucrania, el teniente general retirado Keith Kellogg, había dicho en un informe publicado el pasado junio que, si Vladímir Putin no se dignaba a hablar, EEUU llenaría Ucrania de armas.

Uno de los problemas es que, según alertan desde hace tiempo varias voces del Pentágono, los arsenales militares de EEUU no son como los que había en la Guerra Fría. Se están agotando. Sobre todo a la vista de que pueden encenderse nuevas guerras en el mundo en las que EEUU quiera tener algo que decir.

Foto: Retrato del vigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, William McKinley. (EFE/Lenin Nolly)

“Con algunos de los Patriot que se han usado, algunos de los misiles aire-aire que se han usado, estamos reduciendo las existencias, y decir que no sería deshonesto”, declaró a la agencia Reuters el almirante Samuel Paparo. “Inherentemente, esto impone un coste en la capacidad de EEUU para responder en la región indo-pacífica, que es el escenario más estresante para la cantidad y calidad de las municiones, ya que la República Popular de China es el adversario potencial más capaz del mundo”.

Desde la Administración Trump se dice, como ha hecho el secretario de Estado, Marco Rubio, que ambas partes tendrán que ceder. Pero ese es el grado de precisión que, por ahora, está disponible. El otro conflicto que pondrá a prueba las capacidades negociadoras de Trump es el de Oriente Medio, donde la guerra entre Hamas e Israel, que ha llevado a la destrucción indiscriminada de la Franja de Gaza, ha llevado a intervenciones israelíes en Líbano y una anexión de territorio sirio.

A estos desafíos, más el de Irán y más el de China, se suman esos nuevos frentes abiertos por el propio Trump en las últimas semanas: Groenlandia, Canadá y el Canal de Panamá. Por ahora en el terreno de la retórica. A diferencia de Ucrania, el Canal de Panamá sí que tuvo un hueco en el discurso de la jura presidencia. Trump alegó falsamente que este había pasado a manos chinas, y prometió recuperarlo. A diferencia de en el primer mandato, donde no explicitó, más allá de una broma sobre Groenlandia, estas ambiciones territoriales pueden acabar siendo testimonio de sus habilidades o de lo contrario.

placeholder Donald Trump pronuncia un discurso sobre las infraestructuras de IA en la sala Roosevelt de la Casa Blanca en Washington, EE.UU. (REUTERS/Carlos Barria)
Donald Trump pronuncia un discurso sobre las infraestructuras de IA en la sala Roosevelt de la Casa Blanca en Washington, EE.UU. (REUTERS/Carlos Barria)

Como decía Frum, la situación dentro de las fronteras estadounidenses no es tan suave como la de 2017. Cuando Donald Trump se sentó por primera vez detrás de la Resolute Desk del Despacho Oval, Estados Unidos continuaba la lenta pero apacible recuperación económica posterior a la Gran Recesión. El paro estaba en el 4,7%, el PIB ganaba velocidad, los tipos de interés estaban bajos y la inflación ni se inmutaba. La deuda federal era del 75% y el déficit comercial del 0,7%. Lo que es más importante, al menos para la salud psicológica de los consumidores: una docena de huevos costaba 1,81 dólares de media, según los datos del Departamento de Trabajo.

En estas circunstancias, los recortes de impuestos y las desregulaciones de Donald Trump supusieron un vigoroso impulso a los diferentes indicadores económicos. El crecimiento ganó fuerza, igual que el consumo, la contratación y los salarios. Y todo dejando los precios como estaban. Sus políticas arancelarias fueron limitadas y progresivas: empezaron con un 25% y un 10% a las importaciones de acero y aluminio respectivamente, en 2018, y después fue ampliándolas sensiblemente.

Ocho años después, la situación no es particularmente dramática: el desempleo es algo menor y el PIB crece con fuerza, pero luego hay una serie de luces rojas. La deuda federal casi se ha duplicado: ha pasado de 20 billones (trillions) de dólares a más de 36 billones: un 96% del PIB. El déficit federal, que es la diferencia entre lo que ingresará y gastará este año el Gobierno federal, es de 1,9 billones de dólares.

Foto: Donald Trump Jr. junto con Jorgen Boassen en su visita a Nuuk, Groenlandia. (Reuters/Emil Stach Ritzau Scanpix)

La docena de huevos ya no cuesta menos de dos dólares, sino más del doble: 4,15. Un recordatorio de que, si bien la inflación se ha enfriado hasta el 2,9%, las drásticas subidas acumuladas entre 2021 y 2023 siguen pesando como una losa en millones de hogares. Posiblemente, una de las razones dominantes del retorno de Trump.

A su favor está la aparente suerte que ha tenido, en muchos sentidos: en 2017 ganó las elecciones sin tener el voto popular, por ese estrecho margen, fino como la página de una Biblia, en Michigan, Pensilvania y Wisconsin. En 2020 perdió, pero se las ha apañado para reescribir la historia de aquellos años. Según él, y sus seguidores pueden aceptarlo o dejarlo correr, las elecciones las ganó, pero se las robaron, y los 1.500 sediciosos que trataron de impedir, de forma violenta, el certificado de los resultados, no son criminales, sino “rehenes” y “patriotas”, hoy, indultados.

Y ahora Trump está de vuelta más reforzado. Su “exilio” político le ha librado de tener que recuperar el país, desde el punto de vista sanitario y económico, del golpe de la pandemia. Eso lo ha hecho Biden. En este periodo Trump ha cultivado amplias y jugosas alianzas, y sus aliados ultraconservadores han tenido tiempo de meditar y desarrollar los mismos decretos que Trump ha firmado en las últimas horas.

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump, en el Despacho Oval. (Reuters/ Carlos Barria).

Mientras tanto, los demócratas han sido devorados no sólo por la inflación y las crisis de Ucrania y Oriente Medio, sino por la propia terquedad de Joe Biden, empeñado en ser candidato de nuevo pese a los visibilísimos efectos de la edad. Políticamente hablando, el presidente, y el partido, se dispararon en el pie y llegaron a las elecciones cojeando, liderados por una candidata políticamente antipática.

A Trump, además, quisieron matarlo, pero Dios, como dijo durante su discurso de investidura, lo impidió. Quería que Trump brindara a este país elegido una nueva “Edad de Oro”. Estos cuatro años tendrá espacio para demostrarlo.

Donald Trump es hoy más fuerte que nunca, como resulta evidente por la amplitud de la coalición que tiene a sus espaldas, por la experiencia gestora, por un Tribunal Supremo favorable y por una oposición que finalmente ha comprendido el alcance y la profundidad del fenómeno Trump. Tras unas primeras 24 horas en las que el magnate ha entrado en un frenesí de órdenes ejecutivas —más de un centenar, que van desde deportaciones masivas incluso en colegios a bloqueos de fondos para programas energéticos, pasando por inversiones en IA de hasta 500.000 millones de dólares—, su segundo día de vuelta en el cargo ha estado marcado por los primeros conatos de desafío: ya se han presentado múltiples demandas judiciales contra su andanada de órdenes ejecutivas.

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