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Todo lo que esperábamos escuchar pero que Trump no pronunció en su discurso
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China, solo dos veces

Todo lo que esperábamos escuchar pero que Trump no pronunció en su discurso

Si en Moscú, Tel Aviv, Kiev, Ottawa, Copenhague o Pekín los asesores del gobierno miraban en directo el discurso de Trump esperando una mención, pudieron respirar aliviados

Foto: Trump, durante la toma de posesión (Reuters/Kevin Lamarque)
Trump, durante la toma de posesión (Reuters/Kevin Lamarque)

Un discurso sobre Estados Unidos en el mundo, sin el mundo. El mensaje de Donald Trump en el púlpito de su investidura como presidente de EEUU ha sido uno centrado en el inicio de una "época dorada" para el país después de la "gran traición" de los últimos años: "EEUU reclamará su posición por derecho como la más grande, más poderosa y más respetada nación en la tierra". Después de una campaña electoral donde lo propio es atacar al contrario, los discursos de toma de posesión suelen ser más conciliadores, dirigidos a toda la nación, a unir, restañar heridas, gobernar para todos. Este no lo ha sido. Las caras de los demócratas presentes en la sala donde se ha celebrado el evento mientras Trump hablaba de la "gran traición" lo decían todo. Durante media hora, el mandatario ha desgranado un discurso con toda su declaración de intenciones, y lanzando una promesa de guerra migratoria, energética y comercial contra el mundo.

Eso sí, sin nombres propios. Aunque gran parte del discurso estaba dirigido hacia adentro, Estados Unidos que dibuja Trump vuelve hacia ese orden mundial del siglo XIX, el imperialismo mercantilista de los aranceles, de William McKinley y EEUU como la Nación Elegida con un "destino manifiesto".

"[...] Estableceremos un Servicio de Ingresos Externos para recolectar todos los aranceles e ingresos. Habrá cantidades masivas de dinero derramándose en nuestras arcas del tesoro viniendo de fuentes extranjeras. El Sueño Americano estará pronto de vuelta y prosperando como nunca antes", ha dicho en un momento del discurso, para seguir: "Y perseguiremos nuestro destino manifiesto hasta las estrellas (...) y plantar la bandera de barras y estrellas en el planeta Marte".

Si en Moscú, Tel Aviv, Kiev, Ottawa, Copenhague o Pekín los asesores del gobierno miraban en directo, como miles de otros ojos alrededor del mundo, el discurso de Trump esperando ansiosamente una mención, pudieron respirar aliviados. Por eso resulta interesante y muy revelador estudiar así las más llamativas ausencias del discurso, que mira al mundo, pero sin dar nombres del mundo. Con una frase inquietante: "Estados Unidos se considerará de nuevo a sí mismo como una nación creciente, una que [...] expande su territorio [...] y lleva nuestra bandera a nuevos y hermosos horizontes".

Foto: Un helicóptero que transporta a Joe Biden sobrevuela el Monumento a Lincoln tras la ceremonia de investidura de Donald Trump. (Reuters/Brendan McDermid)

De toda la lista de conflictos expansionistas que Trump lleva tanteando en los últimos meses desde que se le declaró ganador de las elecciones, al único que ha dedicado unas palabras específicas ha sido a México, para declarar que cambiarán el nombre de 'el Golfo de México' por 'el Golfo de América' (como se llama a sí mismo EEUU), y a Panamá, y para declarar que el EEUU bajo su mando "recuperará el Canal".

"El presidente McKinley hizo a nuestro país muy rico gracias a los aranceles y el talento. Era un empresario de talento natural y dio a Teddy Roosevelt [el presidente siguiente] el dinero para muchas de las grandes cosas que hizo, incluyendo el Canal de Panamá, que fue estúpidamente entregado al país de Panamá después de que Estados Unidos... Es decir, pensad que Estados Unidos gastó más dinero jamás gastado hasta entonces en un proyecto de infraestructuras y perdió 38.000 vidas [el número real es mucho menor] construyendo el Canal de Panamá", ha ido hilando Trump su discurso, para continuar:

"Hemos sido tratados muy mal por este estúpido regalo que nunca se debiera haber hecho, y las promesas que Panamá nos hizo se han roto. El propósito y espíritu de nuestro acuerdo ha sido completamente violado. A los barcos estadounidenses se les cobra desproporcionadamente, no se les trata justamente en ningún sentido o manera. Y eso incluye a la Marina estadounidense. Pero sobre todo, China opera el Canal de Panamá, y nosotros no se lo dimos a China, se lo dimos a Panamá y [ahora] lo recuperaremos".

"Lo recuperaremos". El comentario de Trump en el que puede ser uno de sus discursos más importante hasta la fecha es clave, especialmente en un contexto de que se trata de la única mención específica a un país. ¿Han leído las dos veces que menciona a China? Son las únicas. Hablaremos de eso algo más adelante.

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump, y el vicepresidente, JD Vance, durante la toma de posesión. (Reuters/Shawn Thew)

En declaraciones anteriores, Trump se había negado a descartar la conquista del Canal de Panamá incluso por las armas. Este lunes, el presidente de Panamá, José Raúl Mulino, se apresuró a lanzar un comunicado diciendo "rechazar completamente las palabras del presidente Donald Trump... El Canal es, y seguirá siendo, panameño".

Las palabras sobre Panamá van en la línea de lo que muchos analistas y diplomáticos (incluidos españoles) han ido señalando en los últimos días. Que es un error dibujar a Trump de aislacionista, ya que, al menos en lo que respecta al continente americano, el magnate republicano se toma la libertad de señalar y exigir los territorios que le interesan. Solo la amenaza de "recuperar" el Canal de Panamá (aunque luego no se lleve a cabo), significa que el país que se suponía garante del orden global basado en el derecho a la soberanía nacional no las considera tan importantes o vinculantes.

Pero, normalmente colocados en el mismo paquete de aspiraciones expansionistas, no ha mencionado a Canadá (a quien Trump llama "el estado 51"; el primer ministro saliente Justin Trudeau ha aprovechado el día para felicitarlo) ni a Groenlandia, región semiautónoma danesa que Trump ha afirmado "necesitar" por motivos de "seguridad nacional". Puede que no sea necesario mencionar específicamente a Groenlandia para ya haber presentado, como el experto vendedor que ha sido siempre Trump, su primera demanda —inasequible— antes de ir rebajando puestos en una negociación: hace apenas cinco días, el mandatario llamó por teléfono a la primera ministra de Dinamarca, Mette Frederiksen. La llamada, descrita por la periodista Anne Applebaum en The Atlantic, fue "dura" y puede llegar a ser descrita con el verbo "amenazar".

Mucho se especuló en Israel sobre qué tuvo que hacer Donald Trump para hacer a Netanyahu dar su brazo a torcer y que aceptara el alto el fuego. El primer ministro israelí, que lleva meses retrasando un acuerdo, haciendo cálculos más pensados en su permanencia en el poder que en verdaderamente acabar con la guerra, aceptó finalmente hace menos de una semana el pacto con Hamás tras una visita del emisario de Donald Trump, Steve Witkoff. La prensa israelí habló de "presión agresiva" en los titulares, pero en el texto... Nada. Circunstancias geopolíticas de distinto pelaje.

Foto: Benjamín Netanyahu interviene durante un debate sobre los rehenes.(Reuters)

Trump se apresuró a vanagloriarse del acuerdo en un mensaje en la red social X, pero Netanyahu, como ya hizo en numerosas ocasiones con Joe Biden, renegando de su palabra cuando el presidente estadounidense ya había anunciado este o aquel avance, estuvo a punto de volver a hacer descarrilar el acuerdo, retrasando varios días su firma e inventándose una última crisis con Hamás. Finalmente (y tras más presiones indeterminadas de Trump) todo salió bien, pero quizá por eso en su discurso, el mandatario solo ha hecho una referencia a los secuestrados, y nada a "acabar cuanto antes con la guerra en Oriente Medio".

"Mi legado que más me enorgullecerá será la de ser un hacedor de paz y unificador, eso es lo que quiero ser. Estoy orgulloso de decir que, desde ayer, un día antes de que asumiera el cargo, los rehenes de Oriente Medio están volviendo a casa con sus familias", ha dicho Trump. "Algunos de los ciegos seguidores del primer ministro [Netanyahu] están pasando por un doloroso proceso de sobriedad en estos días. Trump no es un admirador de Israel ni de Netanyahu. Actúa impulsado por una maraña de intereses, centrándose en posicionar a Estados Unidos dentro de un panorama estratégico global que cambia rápidamente, así como en cuidar su estatus y su prestigio personal", escribía el analista israelí Amos Harel en Haaretz.

Horas después, durante una ronda inagotable en la que firmó más de 100 órdenes ejecutivas, Trump anunció la revocación de las sanciones impuestas por la administración Biden a colonos extremistas israelíes en Cisjordania, eliminando medidas que afectaban a 33 individuos y entidades acusadas de violencia contra palestinos y activistas israelíes. Trump también se mostró escéptico respecto a la implementación del alto el fuego entre Israel y Hamás, calificando a Gaza como “un sitio de demolición masiva" que debía ser reconstruido de forma "fundamentalmente diferente".

Sobre guerras sí que habló Trump —"mediremos nuestro éxito no solo por las batallas que ganemos, sino por las guerras que acabemos, y quizá más importante, las guerras en las que nunca entramos"; "nuestro poder parará todas las guerras y traerá un nuevo espíritu de unidad a un mundo que ha sido violento y totalmente impredecible"—, y podemos leer entre líneas. Pero quizá sí que esperábamos al menos una mención a Ucrania, la guerra que echó por tierra mucho de los statu quo del mundo como lo conocíamos y que Trump se aseguró que acabaría "en 24 horas".

Por supuesto, ya sabíamos que lo de las 24 horas no iba a ser tal: las últimas filtraciones recogidas por prensa como el diario FT apuntan a que el propio Trump ha ido ampliando su estimación temporal... Además de que firmar una paz entre Ucrania y Rusia no es tan sencillo como forzar el alto el fuego de Israel y Hamás: Ucrania tiene mucho más que negociar. Las referencias de Trump a la guerra se limitaron a un breve comentario durante su firma de órdenes ejecutivas en el que afirmó que "Putin está destruyendo Rusia" y que el presidente ruso debía firmar un acuerdo con el ucraniano, Volodímir Zelenski. "Zelenski quiere un acuerdo", sentenció.

Foto: Ilustración: EC Diseño
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Argemino Barro. Washington DC Ilustración: EC Diseño

Pero, como ya vimos en el primer mandato de Trump, las guerras pueden también ser comerciales. En 2018, Donald Trump rompió con décadas de consenso neoliberal en Occidente al lanzar una ofensiva de aranceles de hasta el 25% sobre cientos de productos chinos. Este año, aunque habla de "enriquecer a los estadounidenses" y "llenar las arcas" con miles de millones de dólares cobrados a países extranjeros, no se menciona a China más que en el pequeño fragmento del Canal de Panamá. Este nuevo capítulo de la guerra comercial será, sin duda, distinto, y el detalle que más lo demuestra es que el equipo de Trump invitó, en un movimiento inédito, al presidente Xi Jinping a la ceremonia. Xi declinó la inusual invitación, pero envió en su lugar al vicepresidente Han Zheng.

No habló de enemigos... pero tampoco de aliados. EEUU tiene que desentenderse de la vieja y vetusta Europa, que solo interesa para pasar la factura de los aranceles que financiarán el sueño americano. Los aliados clásicos del EEUU del siglo XX son los que ahora lo miran con mayor temor, según una última encuesta del think tank European Council of Foreing Relations. En ese mundo del orden liberal y la soberanía, las relaciones interconectadas que dejaba la globalización impedían una guerra abierta. Ahora, como bien está probando en sus carnes Dinamarca, hacen que sea más fácil torcer el brazo y amenazar. Dentro de la gravedad, algunas capitales en Europa habrán respirado tranquilas de salir del discurso indemnes. Como decían tres grandes pesos pesados de ese orden liberal tal y como lo hemos conocido, que ya está en retirada: "Evitar entrar en pánico y no hacer estupideces". O, como la decisión que han tomado diplomáticos británicos, cuyo gobierno está especialmente en el ojo del huracán Elon Musk, mejor ni siquiera mencionarlo.

Un discurso sobre Estados Unidos en el mundo, sin el mundo. El mensaje de Donald Trump en el púlpito de su investidura como presidente de EEUU ha sido uno centrado en el inicio de una "época dorada" para el país después de la "gran traición" de los últimos años: "EEUU reclamará su posición por derecho como la más grande, más poderosa y más respetada nación en la tierra". Después de una campaña electoral donde lo propio es atacar al contrario, los discursos de toma de posesión suelen ser más conciliadores, dirigidos a toda la nación, a unir, restañar heridas, gobernar para todos. Este no lo ha sido. Las caras de los demócratas presentes en la sala donde se ha celebrado el evento mientras Trump hablaba de la "gran traición" lo decían todo. Durante media hora, el mandatario ha desgranado un discurso con toda su declaración de intenciones, y lanzando una promesa de guerra migratoria, energética y comercial contra el mundo.

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