China ya no es la que era: por qué Trump huele sangre en el motor industrial del planeta
Trump ha prometido elevar los aranceles hasta un 60% en esta ocasión, pero lo más importante es que China cuenta con una economía mucho más vulnerable que durante su primer mandato
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En 2018, Donald Trump rompió con décadas de consenso neoliberal en Occidente al lanzar una ofensiva comercial sin precedentes contra el motor industrial del mundo. Con aranceles de hasta el 25% sobre cientos de miles de millones de dólares en productos, el presidente republicano asestó un golpe para el que China estaba mejor preparada de lo que muchos en Washington anticipaban.
Siete años después, con un Trump recién instalado en la Casa Blanca, nadie duda que la estrategia de confrontación comercial de Estados Unidos contra Pekín va a volver con más fuerza que nunca. Sin embargo, el panorama ha cambiado drásticamente. No solo porque Trump ha prometido elevar los aranceles hasta un 60% en esta ocasión, sino porque China cuenta con una economía más frágil que antaño y, sobre todo, más dependiente que nunca de las exportaciones.
Hablar de la economía china siempre es un terreno resbaladizo, propenso a exageraciones y análisis precipitados. Los analistas occidentales han pronosticado su colapso en innumerables ocasiones, solo para ser desmentidos una y otra vez por la resiliencia del gigante asiático. Incluso en sus momentos de relativa debilidad, el país no ha dejado de aumentar su peso en el comercio global. Su recién reportada cifra de 5% de crecimiento económico anual puede ser modesta para los estándares chinos, pero sigue siendo una con la que los gobiernos europeos solo pueden soñar.
Y, sin embargo, esa innegable fortaleza también camufla fisuras cada vez más evidentes para quien está prestando atención. En 2018, China estaba inundando al planeta con sus exportaciones, contaba con un mercado de bienes raíces en auge, una demanda interna aún sólida y un margen fiscal considerable para maniobrar frente a los aranceles impuestos por Trump. A día de hoy, solo una de esas cuatro afirmaciones continúa siendo cierta.
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Durante años, el sector inmobiliario chino fue el motor del crecimiento, representando más de una cuarta parte del PIB y generando ingresos masivos para los gobiernos locales a través de la venta de terrenos. Sin embargo, el modelo comenzó a fracturarse con el sobreendeudamiento de las grandes promotoras, como Evergrande, y un exceso de oferta que dejó millones de viviendas vacías. Este colapso no solo ha arrastrado a las principales constructoras al borde de la quiebra, sino que también ha erosionado la confianza de los hogares, muchos de los cuales tienen sus ahorros atrapados en propiedades sin terminar.
A día de hoy, el sector inmobiliario chino se ha convertido en un lastre que arrastra consigo a las industrias vinculadas, como la del acero, el cemento y los electrodomésticos, generando un retroceso generalizado en el consumo interno del país y en la inversión local. De hecho, la demanda de la población china atraviesa su peor momento en décadas, a pesar de múltiples (aunque tímidos) intentos del Partido Comunista por estimular el consumo mediante subsidios, recortes de tasas de interés y programas que incentivan la renovación de automóviles. A día de hoy, el gasto de los hogares chinos se encuentra por debajo del 40% del PIB, 20 puntos porcentuales menos que el promedio mundial.
Como consecuencia de la crisis, el mercado interno de China se ha mostrado cada vez más incapaz de absorber la monstruosa oferta manufacturera del país, que no ha parado de crecer. En 2018, las empresas chinas representaban el 24% de la producción industrial global; en 2024, esa cifra subió al 27%. Ante los problemas económicos estructurales del país, el Gobierno de Xi Jinping ha realizado inversiones masivas en el desarrollo de sectores estratégicos como los vehículos eléctricos, los semiconductores y las infraestructuras renovables, cuyos productos han abarrotado los mercados internacionales. El año pasado, el país pulverizó todos los récords históricos con un superávit comercial de un billón de dólares.
China just became the first country in history to record a trade surplus of 1$ trillion. pic.twitter.com/FCVMuOewlD
— Jostein Hauge (@haugejostein) January 13, 2025
En otras palabras, el crecimiento económico de China depende hoy en día mucho más de las exportaciones que antaño. “Desde 2021, China ha puesto el foco en las exportaciones de forma masiva, y ese crecimiento se produce cada vez más a expensas del resto de las economías basadas en exportación manufacturera del mundo”, señalaba recientemente en The New York Times Brad Setser, miembro senior del Council on Foreign Relations. Y esa es la principal razón por la que los aranceles adelantados por Trump amenazan con hacer mucho más daño que es 2018.
A la espera del golpe
China es plenamente consciente de esta vulnerabilidad y ha intentado reducir su dependencia en el mercado estadounidense para rebajar el golpe que supondrían nuevos aranceles. Durante los últimos años, las empresas chinas han expandido sus exportaciones hacia otros países, especialmente en el Sudeste Asiático. Sin embargo, según señala un análisis de Daniel H. Rosen, Reva Goujon y Logan Wright para la revista Foreign Affairs, gran parte de esta diversificación es superficial.
“Los productos chinos simplemente son enviados a estos países como punto intermedio antes de llegar a los mismos consumidores estadounidenses y europeos”, afirman los analistas. “Washington es consciente de este método de evasión de aranceles, y para evitarlo podría aprobar restricciones más duras, como la prohibición de importación de determinados productos”, agregan.
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La respuesta habitual de China a una guerra comercial de las dimensiones que planea el presidente estadounidense sería devaluar su moneda para mejorar aún más su competitividad y compensar los aranceles. Sin embargo, las autoridades chinas consideran hoy en día que un yuan fuerte es un imperativo político. Desde finales de 2023, Xi Jinping ha insistido en mantener la estabilidad de divisa, con visitas al Banco Popular de China y la Casa de la Moneda para enfatizar su importancia como símbolo de poder financiero y estabilidad económica del país.
El yuan, o renminbi (“moneda del pueblo”) ha perdido alrededor de un 11% de su valor frente al dólar desde 2018, en parte debido a los problemas estructurales ya descritos de la economía china. Aunque el Banco Popular de China ha permitido esta depreciación moderada en respuesta a las presiones del mercado, la mayoría de los expertos coinciden en que no permitirá una devaluación pronunciada. “En el futuro, es más probable un ajuste calibrado del yuan que un cambio abrupto”, señalaba a Bloomberg Wei Liang Chang, analista del DBS Bank.
Más allá de Estados Unidos
Pese a los problemas de la economía china, es probable que Pekín pueda encajar, al menos en el corto plazo, el golpe de una segunda presidencia del magnate estadounidense. Pero la mayor fuente de preocupación para la administración de Xi Jinping es que Trump no es un fenómeno aislado, sino el reflejo de un mundo cada vez más harto de un sistema económico del que China ha sido uno de principales beneficiarios.
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La Unión Europea y varias economías emergentes están endureciendo sus políticas económicas frente a China, a quien acusan de utilizar prácticas económicas desleales y subsidios masivos para dominar sectores estratégicos. En Europa, la imposición de aranceles de hasta el 45% sobre vehículos eléctricos chinos en 2024 marcó un punto de inflexión tras décadas de tolerancia con Pekín, y tanto India e Indonesia han intensificado recientemente las barreras comerciales para proteger sus propias industrias manufactureras frente a la competencia china.
Conforme el mercado chino ha perdido atractivo debido a su débil demanda interna, el coste económico de imponer aranceles al gigante asiático se ha ido reduciendo. En este contexto, las economías europeas enfrentan una doble presión para alinearse con Estados Unidos en la aplicación de medidas punitivas contra las exportaciones chinas. Por un lado, temen las posibles represalias de un presidente estadounidense acostumbrado a castigar a los aliados tradicionales de Washington. Por otro, los aranceles estadounidenses amenazan con desencadenar un efecto dominó, desviando una avalancha de productos chinos hacia sus propios mercados y poniendo en aún más aprietos a sus industrias locales. En 2018, Trump abrió el camino. En 2025, el resto del mundo parece más dispuesto que nunca a seguir sus pasos.
En 2018, Donald Trump rompió con décadas de consenso neoliberal en Occidente al lanzar una ofensiva comercial sin precedentes contra el motor industrial del mundo. Con aranceles de hasta el 25% sobre cientos de miles de millones de dólares en productos, el presidente republicano asestó un golpe para el que China estaba mejor preparada de lo que muchos en Washington anticipaban.