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Así ve Trump el mundo: hoy se inaugura un nuevo / viejo orden mundial
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Regreso al imperialismo del s. XIX

Así ve Trump el mundo: hoy se inaugura un nuevo / viejo orden mundial

Olvida el S.XXI, saluda al XIX. Si el mundo es un juego de “suma cero”, en cada transacción hay ganadores y perdedores. Por eso le molestan a Donald Trump los déficits comerciales

Foto: Así ve Trump el mundo. (EC Diseño)
Así ve Trump el mundo. (EC Diseño)
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Con el mundo entero mirando a la capital de Estados Unidos, donde está a punto de empezar oficialmente una presidencia que determinará buena parte de nuestro futuro, quizás lo más útil sea mirar al pasado, al siglo XIX. Esa época de ferrocarriles, corsés, relojes de bolsillo, bigotes frondosos y, sobre todo, nacionalismos. La época previa a los organismos multilaterales y a la Carta de las Naciones Unidas; la época previa a la hegemonía liberal y a la pasión por el comercio y el mestizaje. La época de la ley del más fuerte y de repartirse el mapa con escuadra y cartabón.

Si bien los instintos aislacionistas de Donald Trump, su predilección por los aranceles y su visible desdén hacia los socios europeos y las organizaciones internacionales siempre han estado claros, sus ambiciones territoriales respecto a Groenlandia o al Canal de Panamá, donde no ha descartado utilizar la fuerza militar, son la señal definitiva de que un orden se acaba y otro empieza: los estadounidenses volverán a sus esencias pre-1945. Y con ellos, forzosamente, el resto del planeta.

"Lo que estamos viendo y oyendo nos retrotrae al 98, pero no a 1998, sino a 1898, a la guerra hispano-norteamericana, que concluyó con la anexión de Cuba y Puerto Rico. Y aún antes, a 1846-48, a la guerra entre México y EEUU", dice una fuente diplomática española, desde un país de la Unión Europea. "Es decir, al siglo XIX, como si los efectos de las dos guerras mundiales hubieran quedado amortizados".

Las declaraciones de Trump cogieron a muchos por sorpresa y fueron despreciadas como mera fanfarronería, Trump es Trump. Usa la exageración para intimidar y luego negociar, etc. Pero lo cierto es que su deseo de absorber, también, Canadá, sumado a su actitud indiferente o altanera hacia Europa, tienen una larga historia y entroncan a la perfección con aquella máxima del presidente James Monroe de 1823, "América para los americanos". Un eslogan que significaba dos cosas: uno, que EEUU tiene que desentenderse de la vieja, vetusta y autocrática Europa. Y dos, que los europeos tampoco tienen derecho a meterse en los asuntos del resto de países americanos, una potestad que se reserva el Gobierno estadounidense.

Foto: Ilustración: EC Diseño
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La Doctrina Monroe gozó de buena salud durante generaciones. Estados Unidos nunca se mostró tímido a la hora de anexionarse parte de México, adquirir Alaska, decapitar gobiernos en Guatemala, República Dominicana o Cuba, y, en resumen, cuidar con la espada y con la billetera sus intereses en el "patio trasero". El factor de la indiferencia hacia Europa, sin embargo, se desmoronó con las guerras mundiales.

Pero no murió del todo. La Doctrina Monroe se mantuvo vigente con otra etiqueta, "America First", que despreciaba las relaciones transatlánticas, al tiempo que mantenía el expansionismo por el hemisferio occidental. El candidato a las primarias republicanas de 1996, Pat Buchanan, considerado como un "proto-Trump", escribió un artículo en 1990 defendiendo la anexión de parte de Canadá. Se titulaba "Sueño Americano: Absorber la mayor parte de Canadá", que, según decía, era posible dividir y conquistar aprovechando el desafío soberanista de la provincia de Quebec.

Así que, como apunta el periodista canadiense Jeet Heer, que ha recopilado algunas referencias recientes a estos sueños expansionistas de EEUU, no es del todo correcto llamar a Donald Trump "aislacionista". Ya que, en lo que respecta al continente americano, el magnate republicano se toma la libertad de señalar y exigir los territorios que le interesan. Como si fuera un presidente decimonónico.

El mero hecho de verbalizar estas apetencias va mucho más allá de la política interna de EEUU. Que Donald Trump haya dicho "necesitar" Groenlandia por motivos de "seguridad nacional" y se refiera a Canadá como el estado número 51, significa que el país garante del orden global forjado en 1945, basado, entre otras cosas, en el derecho a la soberanía nacional y en la idea de que anexionarse territorios vecinos es bárbaro y anticuado, planea quebrantar ese mismo orden: las reglas escritas por sus propios líderes, y atesoradas en la ONU, cuya sede está en Estados Unidos.

"La implicación es terrible: si eres grande, puedes hacer en tu vecindario inmediato lo que te dé la gana", dice la fuente diplomática. "Si esta es la lógica subyacente, vanas esperanzas las de aquellos que piensan que Trump va a poner alguna cortapisa a que Putin termine consumando su voluntad en Ucrania (y, también, aunque aparezca contraintuitivo, China en Taiwán). Todas aquellas potencias regionales irredentistas que estén en el lado correcto respecto de Trump verán este desarrollo como un espaldarazo a sus veleidades territoriales, más o menos confesas".

Marruecos, Israel, Serbia

Ejemplos de estas "potencias regionales irredentistas" pueden ser Marruecos, con respecto al Sáhara; Israel, con respecto a Cisjordania; Serbia, con respecto a Kosovo, o incluso Hungría, con respecto a la región rumana del norte de Transilvania. "Puede que estemos abriendo una caja de Pandora que, por lo que se ve, las dos guerras mundiales del siglo pasado solo cerraron provisionalmente".

Más allá de que los designios de Trump encajen en las tendencias históricas estadounidenses, también dicen mucho acerca de su personalidad: de cómo ve el mundo. La palabra que se suele usar para describir su perspectiva es "transaccional", aunque también valen "pragmática" y, para los más críticos, "corrupta". Si el mundo es un juego de "suma cero", en cada transacción hay ganadores y perdedores. Por eso le molestan a Donald Trump los déficits comerciales: una señal de que alguien se está aprovechando de Estados Unidos, que él describió, en el anuncio de campaña original de 2015, como el "vertedero" de los problemas de otros países.

Un ejemplo reciente de su forma de operar es la llamada que mantuvo recientemente con la primera ministra de Dinamarca, Mette Frederiksen, una situación descrita por la periodista Anne Applebaum en The Atlantic. No sabemos el contenido exacto de la llamada, pero, según Applebaum, que llegó al día siguiente al país nórdico y entrevistó a varios de sus altos cargos, esta fue "dura" y puede ser descrita con el verbo "amenazar". La llamada trató sobre el futuro de Groenlandia.

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Dinamarca, recuerda la autora, es uno de los aliados más fiables de EEUU en Europa. Los daneses han dejado a Washington hacer y deshacer en Groenlandia, donde tienen una base militar en el extremo norte. Cuando EEUU fue atacado el 11 de septiembre de 2001, los daneses mandaron tropas a invadir Afganistán y luego Irak. Son socios fundadores de la OTAN y han participado en sus misiones. Varias corporaciones danesas, como Lego o Novo Nordisk, creadora de Ozempic, tienen negocios milmillonarios en EEUU. Elementos sólidos para una sólida amistad.

Pero Donald Trump no ve así las cosas. Él quiere Groenlandia, y su agresiva llamada a Frederiksen ha dejado a los daneses "confundidos". Su aliado estratégico más importante puede estar a punto de empezar a ejercer presión económica. Si, en el viejo mundo, esa presencia de Lego, Novo Nordisk y otras empresas en territorio norteamericano era una garantía de seguridad, ahora es lo contrario: un punto débil que Trump puede utilizar para retorcerle un brazo a Dinamarca.

"Es todo tan insólito, inesperado y bestial que nadie se atreve a mirar a la esfinge a los ojos", concluye la fuente diplomática. "En el fondo, la que puede que esté en el punto de mira de Trump y Putin, con convergencia de intereses, es la propia UE. Estos cuatro años venideros van a ser el verdadero bautismo de fuego del proyecto europeo, de lejos un tiempo mucho más peligroso de lo que fue la crisis del euro".

Con el mundo entero mirando a la capital de Estados Unidos, donde está a punto de empezar oficialmente una presidencia que determinará buena parte de nuestro futuro, quizás lo más útil sea mirar al pasado, al siglo XIX. Esa época de ferrocarriles, corsés, relojes de bolsillo, bigotes frondosos y, sobre todo, nacionalismos. La época previa a los organismos multilaterales y a la Carta de las Naciones Unidas; la época previa a la hegemonía liberal y a la pasión por el comercio y el mestizaje. La época de la ley del más fuerte y de repartirse el mapa con escuadra y cartabón.

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