La 'factura' de la guerra en Gaza en cinco gráficos y tres historias: "La paz sirve al poder"
El alivio y la alegría se mezclan con el miedo a Israel, que sigue matando indiscriminadamente en los días previos al alto al fuego
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fe47%2F71e%2F870%2Fe4771e870595711fba7594f87de03ba8.jpg)
"Voy a volver a mi casa", anuncia Muhammad Abbas, doctor, desde Gaza. "Voy a quitar los escombros, voy a encontrar los cuerpos de mis padres y voy a darles un entierro digno".
La posibilidad del alto al fuego ha llenado de esperanza al pueblo gazatí durante la última semana. Después del primer anuncio, el miércoles, vino el alivio y la celebración. El jueves llegaron noticias de que el acuerdo estaba en peligro; Israel anunció que aún no estaba claro que fuera a seguir adelante. "Son muchos los políticos israelíes que quieren boicotearlo", explica Sahi H., exmiembro del Ejército israelí (IDF) y profesor en la Universidad de Tel Aviv. "Este alto al fuego no es humanitario, es político; sirve a una agenda específica de Estados Unidos y de ciertas élites israelíes".
El viernes llegaron noticias desde Catar afirmando que el acuerdo había sido firmado y que el alto al fuego entraría en vigor el domingo 19 de enero a las 12:15 horas, 470 días después del inicio de la invasión que ha devastado la Franja de Gaza.
El alivio y la alegría se mezclan con el miedo a Israel, que sigue bombardeando indiscriminadamente en los días previos al alto al fuego. "Mientras los niños gritaban de júbilo durante la noche del miércoles y los periodistas anunciaban las buenas noticias quitándose el chaleco antibalas y el casco, los misiles seguían cayendo", cuenta Muhammad. "Muchos murieron aquella noche. Personas que celebraban, como nosotros, haber sobrevivido hasta el final de este infierno".
"¿Cuántas personas morirán de aquí al domingo?"
"Las últimas horas van a ser las más difíciles", afirma Mohamed Imad, farmacéutico gazatí desde Egipto. Mohamed ha vivido el último año mandando mensajes de "buenas noches" a su familia, siendo consciente de que las posibilidades de no recibir uno de "buenos días" eran altas. Tiene solo 27 años y ya no le caben más pérdidas en el alma; ha perdido familiares, amigos y a su novia.
"Una noche estaba hablando con ella por teléfono", cuenta en un café a las orillas del Nilo. "De pronto se escuchó un ruido y la conexión se cortó. No pude contactar más ni con ella ni con su familia. Las horas de incertidumbre fueron una verdadera tortura hasta que alguien pudo acercarse a la casa y confirmar lo que temía: un misil israelí les había asesinado. No me cabe ya más duelo en el cuerpo. No me entra más miedo".
El miedo tiene un rol de protección; cuando uno vive en la muerte perpetua, sabe que el miedo ya no sirve de mucho. "Van asesinando a nuestros seres queridos y no podemos hacer nada. Ni siquiera enterrarlos", añade.
Pero el alto al fuego ha traído de vuelta la esperanza. "Es un motivo de alegría, al menos puedo soñar con que mis hijos sobrevivan. Podemos imaginar la posibilidad de reconstruir, podemos empezar a centrarnos en la acción y no en la mera supervivencia", explica Maher, enfermero en Rafah. "Si somos realistas, dudamos de que el alto al fuego se lleve a cabo hasta el final. De momento siguen los bombardeos y aún existe la posibilidad de que no alcancemos a vivir hasta el domingo. No podemos evitar preguntarnos cuántos de nosotros moriremos en estos tres días, o cuántas personas que celebraron el miércoles por la noche el fin de la guerra no llegarán a vivir la paz. Sin embargo, tenemos derecho a la felicidad, a celebrar, a agarrarnos a la esperanza por débil que sea. De la catástrofe ya nos encargaremos después, ya volveremos a nuestra fragilidad".
No todos son capaces de disfrutar el momento. El doctor Raed, que vivió en primera línea la matanza en el hospital de Al-Shifa, admite que no sabe cómo rehacer su vida. "A decir verdad, y que Alá me perdone, tenía la esperanza de acabar muriendo para reunirme con los míos", confiesa. "No soy capaz de sentir alegría, tampoco esperanza, y me siento culpable por ello, pero literalmente lo he perdido todo y ningún alto al fuego va a devolverme la posibilidad de vivir sin mis pérdidas, de vivir sin las imágenes de horror verdadero que tengo grabadas en la retina. Solo veo muerte".
En Gaza, las horas pasan entre la emoción, la incertidumbre y el agotamiento, y, mientras tanto, Israel no da tregua: 101 personas, incluidos 27 niños, han sido asesinadas en ataques israelíes desde el anuncio del acuerdo de alto al fuego el miércoles 15 de enero. Lejos de anticipar la paz, Israel parece intensificar su ofensiva. "Tratan de causar el mayor daño posible antes de la retirada", explica Mohamed Imad. "Faltan tres días hasta el domingo, pero vamos a vivirlos como si fueran tres años".
"¿Es el fin de la guerra?"
El domingo cesará el bombardeo. La cuestión es si cambiarán las políticas de opresión, la ocupación ilegal de tierras palestinas, si se liberará a todas las personas secuestradas injustificadamente, y si se acabará con la violencia institucional y estructural.
"No hace falta ser un experto en política internacional para enfrentar este alto al fuego con cautela", afirma Sahi H. "¿Es el fin de la guerra? Bueno, no hay más que volver a las repetidas violaciones del alto al fuego en el Líbano para ser conscientes de la fragilidad del acuerdo. De hecho, el modo en el que Israel crea incertidumbre en un momento de tensión solo refuerza la inseguridad y nos hace ser conscientes del contexto político tan inestable en el que nos encontramos. Un buen líder trataría de que los pueblos sobrellevaran las siguientes horas en calma y con paz. Netanyahu no es un líder, es un psicópata".
La posibilidad de que el acuerdo se viole es real. Desde el principio, Israel ha dejado abierta esta puerta: varios miembros de su gabinete han insistido en ello, en reanudar la guerra una vez finalizado el intercambio de rehenes. Hay que tener en cuenta, también, el contexto en el que se alcanza un alto al fuego que podía haberse aceptado en julio de 2024. Las condiciones desde entonces apenas han cambiado; lo que han cambiado son los intereses de los actores internacionales. "Da miedo reconocer que la paz es solo un mecanismo más para servir al poder", afirma Sahi H.
"Palestina no es libre, pero vamos a poder descansar".
La escala de devastación en Gaza es descomunal. Se calcula que un 92% de los hogares en la Franja están destruidos, la infraestructura sanitaria es inexistente, no hay escuelas ni profesores, no hay agua potable y el impacto psicológico es inmensurable. "Se detiene el asesinato indiscriminado", reflexiona Mohamed Imad. "Ahora empieza un conflicto con las necesidades de la vida. Mi familia, como tantas, lo ha perdido todo. ¿Dónde van a vivir? ¿Cómo será el gobierno? ¿Y la educación? ¿Seremos capaces de reconstruir todo un sistema que garantice un futuro digno para nuestros niños? ¿Habrá psicólogos suficientes sobre el terreno? ¿Y médicos?"
Desde Israel, la reconstrucción es también moral. "Es difícil ser israelí después del genocidio en Gaza", admite Sahi H., que dejó las Fuerzas de Defensa Israelíes después de ser testigo de la barbarie que se llevaba a cabo contra los palestinos. "La comunidad internacional va a tener que enfrentarse asimismo a cuestiones legales, a la obligación de poner bajo crítica el Derecho Humanitario Internacional, a revisar el lenguaje de guerra y su categorización. Nos hemos visto sobrepasados por un nuevo tipo de conflicto, cuyo campo de batalla ha sido también el virtual y el dialéctico, y que ha dado paso a un genocidio despiadado. Hemos fallado a nivel global estos 470 días y solo espero que podamos crear las herramientas necesarias para manejar un alto al fuego duradero y efectivo", concluye.
Un alto al fuego que, si se cumple, no borra la matanza. Sin embargo, abre un espacio al luto, al entierro de los muertos, a la posibilidad de la reconstrucción. Palestina aún no es libre, pero Gaza finalmente va a poder dormir sin despedirse para siempre de sus seres queridos cada noche. "Y eso, por ahora, es motivo de alegría", dice Mohamed Imad. "Espero poder volver a casa, aun sabiendo que ya no existe. Al fin y al cabo, el hogar es el abrazo de mis padres, no los escombros".
"Voy a volver a mi casa", anuncia Muhammad Abbas, doctor, desde Gaza. "Voy a quitar los escombros, voy a encontrar los cuerpos de mis padres y voy a darles un entierro digno".