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Scheng…¿qué? El año en el que el miedo a la inmigración rompió el sueño más europeo
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Scheng…¿qué? El año en el que el miedo a la inmigración rompió el sueño más europeo

La zona de libre circulación sufre enormes tensiones internas desde la crisis migratoria de 2015 y 2016, de la que nunca se ha llegado a recuperar. Durante este 2024, muchos países volvieron a reintroducir controles

Foto: Un soldado monta guardia junto a la valla de la frontera bielorruso-polaca en el bosque cercano a Bialowieza (Polonia). (Reuters/Kacper Pempel)
Un soldado monta guardia junto a la valla de la frontera bielorruso-polaca en el bosque cercano a Bialowieza (Polonia). (Reuters/Kacper Pempel)

Cuando a mediados de septiembre, poco después del atentado de Solingen y en mitad de un calendario electoral en el que la extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD) apuntaba alto, el Gobierno alemán decidió reintroducir controles en todas las fronteras del país, hubo una cierta sensación de incomodidad, aunque tampoco un clamor contra la medida, salvo en algunas capitales, como Varsovia. ¿Por qué, si técnicamente la UE es un espacio sin controles fronterizos internos? ¿No es esa precisamente la idea del espacio Schengen? La respuesta es sencilla: el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Francia también extendió hace meses los controles fronterizos que ya impuso en mayo, con la excusa principal de los Juegos Olímpicos de París, y después los Paralímpicos. Pero el Gobierno francés señalaba a otros motivos para hacer controles: "el atentado de Moscú del 22 de marzo de 2024 reivindicado por el Estado Islámico, la presión migratoria constante en las fronteras exteriores Schengen, el aumento significativo de los cruces irregulares especialmente desde Turquía y el norte de África, la presión sobre el sistema de acogida". Así se lee en el archivo de "Notificaciones del restablecimiento temporal de los controles fronterizos".

Además de Francia y Alemania, hay otros Estados miembros con controles fronterizos: son Italia, Austria, Suecia, Dinamarca, Eslovenia y Noruega, que aunque no es miembro de la UE, sí que está en Schengen. La mayoría de estos controles, que hay que justificar según el Código de fronteras Schengen (CFS), se han establecido por cuestiones migratorias. La Comisión Europea recuerda que la reintroducción de controles fronterizos "debe aplicarse como medida de último recurso, en situaciones excepcionales, y debe respetar el principio de proporcionalidad", y aunque Bruselas evita ser demasiado crítica con las capitales, sí que desliza el mensaje de que no se está cumpliendo con el espíritu de la norma.

Foto: Reunión previa entre el grupo de países más duros en migración, junto con Von der Leyen, presidenta de la Comisión. (EFE/EPA/Zoltan Fischer))

Muchas veces los controles fronterizos se establecen ante determinados eventos puntuales que no están relacionados con la inmigración, pero se aprovecha para extenderlos de manera exagerada en el tiempo. Es el caso esloveno, que el 22 de junio de este año estableció controles fronterizos con Croacia y Hungría usando la Eurocopa del pasado verano como motivo, a pesar de que no se celebró ningún partido en Eslovenia (ni en territorio croata ni húngaro) y los controles se extendieron hasta el 21 de diciembre, cinco meses después de que terminara la Eurocopa.

Un debate envenenado

En la capital comunitaria lo que se asume es que Schengen está pagando la factura de un problema migratorio que cada vez ocupa más espacio en los debates públicos nacionales, y que de hecho ha provocado que toda la UE se mueva hacia la derecha, como demostró el Consejo Europeo de octubre, donde los jefes de Estado y de Gobierno discutieron la idea italiana de instalar centros de deportación fuera del territorio comunitario. Los controles alemanes se introdujeron precisamente para ayudar a los socialdemócratas del SPD a intentar mantenerse a flote en las elecciones en algunos länder del este del país.

En el caso francés, el ahora defenestrado Gobierno de Michel Barnier, con una situación crítica en la Asamblea Nacional, buscaba endurecer su discurso migratorio con la esperanza de debilitar a Reagrupación Nacional, el partido liderado por Marine Le Pen y su delfín, Jordan Bardella, y que aspira a conquistar el Elíseo en 2027 con la inmigración en el centro de su discurso.

Foto: El primer ministro francés, Michel Barnier, abandona la tribuna tras pronunciar un discurso durante la moción de censura contra su Gobierno. (EFE/Yoan Valat)

En marzo de 2025, los acuerdos de Schengen, la pequeña localidad de Luxemburgo en los que se acordaron, cumplirán 30 años. Desde entonces ha sufrido tres grandes crisis, todas ellas en la última década: en 2015, con la crisis migratoria que hizo que millones de solicitantes de asilo entraran en la UE, en 2020 por el coronavirus, que provocó un cerrojazo generalizado en las fronteras internas, y actualmente, aunque las raíces de los actuales controles se hundan hasta la crisis migratoria de 2015 y los atentados terroristas de 2015 y 2016.

En realidad, ni Francia ni Alemania han recibido un importante incremento de solicitantes de asilo en los últimos tiempos que justifiquen, a priori, los nuevos controles. Pero sus medidas muestran algunas de las costuras europeas respecto al debate migratorio: el primero es la vinculación de inmigración con delincuencia, una idea totalmente rechazada hace diez años, en la última crisis migratoria, y defendida solamente por los sectores más derechistas, pero que ahora es asumida por gran parte del arco político, y la segunda son los famosos "movimientos secundarios".

Esto es cuando un solicitante de asilo, que suele llegar a países de primera línea, como España, Italia o Grecia, se traslada a otro Estado miembro de la UE. Cuando se discutió el Pacto de Migración y Asilo durante más de una década, los países que no estaban en primera línea ponían el énfasis en los movimientos secundarios, mientras que los socios mediterráneos pedían solidaridad para gestionar los flujos migratorios.

Foto: El líder del partido alemán Unión Cristianodemócrata (CDU), Friedrich Merz. (Reuters/Liesa Johannssen)
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Con una retórica cada vez más agresiva contra los migrantes y unas elecciones alemanas en el horizonte, donde Friedrich Merz parece destinado a convertirse en el próximo canciller con un giro a la derecha de la CDU, los retrocesos en la zona Schengen no parecen cerca de resolverse. Si 2024 marcó el año en que el sueño europeo se quebró, 2025 podría ser la puntilla.

Cuando a mediados de septiembre, poco después del atentado de Solingen y en mitad de un calendario electoral en el que la extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD) apuntaba alto, el Gobierno alemán decidió reintroducir controles en todas las fronteras del país, hubo una cierta sensación de incomodidad, aunque tampoco un clamor contra la medida, salvo en algunas capitales, como Varsovia. ¿Por qué, si técnicamente la UE es un espacio sin controles fronterizos internos? ¿No es esa precisamente la idea del espacio Schengen? La respuesta es sencilla: el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

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