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La primera prueba de fuego para los 'exyihadistas' sirios: ¿Navidad en paz para los cristianos?
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De romería por Alepo

La primera prueba de fuego para los 'exyihadistas' sirios: ¿Navidad en paz para los cristianos?

En ciudades de toda Siria se han celebrado festivales, conciertos y mercadillos navideños al aire libre en los últimos días sin ningún impedimento

Foto: Un hombre sirio vestido de Papá Noel camina junto a la bandera siria de las tres estrellas en un barrio predominantemente cristiano de Damasco. (Reuters/Amr Abdallah Dalsh)
Un hombre sirio vestido de Papá Noel camina junto a la bandera siria de las tres estrellas en un barrio predominantemente cristiano de Damasco. (Reuters/Amr Abdallah Dalsh)
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Los jóvenes de Idlib van ahora de romería. De la cuna de Tahrir el Sham (HTS) salen estos días decenas de motos con un destino inimaginable hace tres semanas: los barrios cristianos de Alepo. No van en son de guerra. En la puerta de una tienda de Aziziye les espera Joseph Fannoun, joyero, envuelto en una bufanda con los colores de la nueva Siria y con un Papá Noel de plástico a su lado.

“Nunca habían entrado tantos musulmanes en esta tienda”, bromea Fannoun, un personaje de la Alepo cristiana que estas navidades se ha convertido en sensación en toda Siria. Desde que los islamistas arrebataron la ciudad a Bashar Al Asad el 30 de noviembre, el comerciante se ha vuelto viral en redes sociales. “¡Por fin ha caído la dictadura sucia!”, celebra ante la cámara de uno de sus visitantes. “Ahora es el momento de que nos unamos todos. Aquel enfermo mental nos intentaba dividir, pero no lo consiguió”, declara con ímpetu a uno de los chavales que ha venido a grabarse un tiktok con él. Y apostilla: “¡Uno, uno, uno! ¡El pueblo sirio es uno!

El joyero cuenta a los muchachos: “[Al Asad] venía y me ofrecía coches, dinero y seguridad a cambio de que usara mi influencia en Alepo para apoyarlo. Me prometió que me convertiría en un Alí Babá”, dice, presumiendo de nunca haber caído en la trampa. En medio del baño de masas, Antuán Halabi, un vecino, me aparta y me pregunta: “Sabes quién es este tío, ¿no?”. Su testimonio y un reportaje de 2016 del Los Angeles Times me revelan el pasado de Fannoun: un firme defensor del régimen que, hace ocho navidades, celebraba con banderas de Hezbolá que el ejército de Al Asad hubiera echado a los rebeldes de la ciudad.

“No es el único, estamos todos asustados y cada uno lo lleva como puede”, dice Antuán. Este secretario del colegio armenio de Ashrafiye no culpa a Fannoun por intentar convencer a los ganadores de la guerra de que en realidad siempre estuvo con los rebeldes y, si no lo demostró antes, fue por temor a la represión del gobierno. “Los cristianos vivimos siempre bajo la protección de Al Asad. Ahora tenemos que demostrar que podemos seguir nuestra religión y querer un país democrático sin que eso nos convierta en partidarios del régimen”, cuenta Halabi. “[El gobierno] tampoco era perfecto, no me malinterpretes. Pero, como sirio, me estoy dando cuenta ahora de la mentira en la que hemos vivido todos estos años”, reconoce. “He visto los vídeos de las morgues, las historias de Sednaya. Es indefendible”, opina.

placeholder Joseph Fannoun junto a una estatua de Papá Noel. (M. F.)
Joseph Fannoun junto a una estatua de Papá Noel. (M. F.)

Igual que el joyero de Aziziye está ocupado estas navidades atendiendo a jóvenes tiktokeros que quieren amplificar el mensaje de que los cristianos de Siria no se sienten amenazados, muchos partidarios de la HTS han insistido en la buena reacción de los no musulmanes a la caída del régimen. El día que los islamistas tomaron Alepo, circuló con éxito por las redes el vídeo de una señora del barrio de Suleimaniye que, en nombre de la comunidad cristiana de Alepo, hablaba pletórica de que “los chicos” —la HTS— habían liberado la ciudad.

Antuán cree que aquellos vídeos reflejan con genuinidad la euforia que sintieron los cristianos alepinos tras “la peor noche desde que empezó la guerra”. “Tuvimos mucho miedo, no pudimos dormir, pero por la mañana todo se esclareció: vimos que los combatientes estaban bien organizados, eran respetuosos y se estaban poniendo a repartir pan por los barrios de Alepo. Nos relajamos bastante”, confiesa.

Foto: Rebeldes sirios en Homs.

Desde que llegó al poder, la HTS ha reiterado que respetará las minorías religiosas que, además del cristianismo, componen Siria: drusos, alauitas, kurdos, chiíes... Sin embargo, las distintas facciones islamistas con las que ha contado esta escisión de Al Qaeda para ‘liberar’ las principales ciudades del país ya han dado algún problema. El 30 de noviembre, el mismo día que los rebeldes tomaron Alepo, un miliciano derribó a patadas un árbol de Navidad cerca de la joyería de Fannoun. El 18 de diciembre, varios hombres armados abrieron fuego contra una iglesia grecortodoxa de Hamá, intentaron destruir una cruz y destrozaron las lápidas de un cementerio. En Bab Touma, un barrio cristiano de Damasco, estas fiestas en vez de villancicos suenan canciones yihadistas con las que los combatientes buscan marcar territorio.

Tahrir el Sham no ha tardado en condenar muchos de estos incidentes. El nuevo Gobierno de la Salvación de Ahmed el Sharaa amonestó al miliciano que atacó el árbol de Navidad el mismo 30 de noviembre y reparó los daños. “Por ahora, se están comportando”, cuenta a este diario Efraím Maalouli, arzobispo metropolitano griego ortodoxo de Alepo. “Lo único que me preocupa es que la policía no está aún completamente desplegada. Si hay nuevos ataques, vamos a tener que defendernos por nuestros propios medios. Por eso, estamos incrementando la seguridad en las iglesias”, explica. A diferencia de su diócesis, el obispo Andrew Bahhi de la Iglesia Ortodoxa Siríaca de San Jorge sí ha recomendado a los fieles que estas fiestas vistan con modestia, que mantengan las imágenes cristianas en el interior de los templos y que eviten el habitual reparto de caramelos en la calle.

Foto: Escolares caminan por una calle de Idlib, ciudad del noroeste de Siria donde Hayat Tahrir al-Sham (HTS) había mantenido una administración en el momento en que los frentes de la guerra civil siria estaban congelados. (Reuters/Umit Bektas)

En ciudades como Maaloula, Jaramana, Tartús o Damasco no han hecho mucho caso a estas indicaciones. En todas ellas se han celebrado festivales, conciertos y mercadillos navideños al aire libre en los últimos días sin ningún impedimento. En la capital, la noche del 21 de diciembre cientos de personas festejaron la Navidad con actuaciones musicales, alcohol y banderas de la nueva Siria. “No podemos permitirnos quedarnos en casa, beber a escondidas y abandonar nuestras tradiciones”, dice Zeina, una damascena de 27 años. “Esto es política, y necesitamos salir estas navidades para que [los islamistas] sepan que existimos y somos sirios también”.

En Alepo, Antuán confía en que queda mucho para que esta ciudad “se convierta en Idlib”. “Aquí hemos convivido sin problema en todo momento. Nuestros musulmanes no son muy cerrados, tienen valores muy distintos a los de los yihadistas. Mis amigos son todos musulmanes, y estoy convencido de que no se van a radicalizar de esa manera”, asegura. Pero este secretario de colegio, que también reconoce que prefiere la “estabilidad” de antes, él y su familia ya tienen un plan de acción en caso de que las cosas no vayan como él espera. Es la misma estrategia que han seguido miles de sirios en los últimos años: emigrar.

A lo largo de casi 14 años de guerra civil, la población cristiana de Alepo descendió de 300.000 a solo 25.000 personas. Esta comunidad constituía alrededor del 10% de la población siria antes de la guerra, pero ahora representa menos del 2%. De 1,5 millones en 2011, pasaron a ser sólo 300.000 en 2022. Entre las razones, además del impacto de un conflicto que ha dejado más de 13 millones de refugiados en total, está la persecución de distintos grupos islamistas a cristianos que viven a lo largo y ancho de la geografía siria.

“Estamos definiendo los límites. No vamos a marcharnos de Siria si prohíben el alcohol. Pero si nos forzaran a cubrirnos el pelo, a convertirnos o a dejar de salir solas, nos iremos volando. Por ahora los islamistas se están portando, pero tenemos las maletas hechas por si acaso”, dice la mujer de Antuán, directora de la escuela. El matrimonio no se plantea tratar de cambiar el rumbo de su país a través de la política: “Somos minoría, y tenemos todas las de perder. Como dijo Jesucristo: si nos dan una bofetada, ponemos la otra mejilla”, dice el secretario. “La política en este país no sirve más que para causar guerras. Probablemente es lo que pase: los musulmanes se enfrentarán entre ellos, y nosotros nos acabaremos yendo”, pronostica la directora, con su pasaporte armenio en la mano.

Desde el festival navideño de Damasco, Zeina lamenta que esa sea la opción preferida de muchos sirios. “Este régimen nos ha acostumbrado al miedo, y sobre todo los mayores no han probado la libertad. Pero yéndose, callándose, escondiéndose… ¡No se soluciona nada!”, exclama. Y sentencia: “Es el momento de actuar. Si la gente tiene miedo, es el momento de bajar a la calle y decirlo. Si la gente teme un país en el que no se pueda celebrar la Navidad, lo que hay que hacer es salir a celebrarla. Si no actuamos ya, seguiremos condenados al fracaso”.

Los jóvenes de Idlib van ahora de romería. De la cuna de Tahrir el Sham (HTS) salen estos días decenas de motos con un destino inimaginable hace tres semanas: los barrios cristianos de Alepo. No van en son de guerra. En la puerta de una tienda de Aziziye les espera Joseph Fannoun, joyero, envuelto en una bufanda con los colores de la nueva Siria y con un Papá Noel de plástico a su lado.

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