Londres siempre renace: la gran transformación de la metrópoli en el centro del mundo
Londres son muchos Londres juntos. La ciudad se ha convertido en la meca de las oportunidades, pero también en un monstruo con el coste de vida más alto de Europa y el octavo del mundo
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Cuando fui a Brixton a ver a los Mojinos Escozíos (los clásicos nunca mueren), mis amigos ingleses me miraron con estupor. El barrio del sur de Londres había sido bautizado como el "supermercado de crack abierto las 24 horas". Corría el año 2008. En el este, la central eléctrica de Battersea, en su momento icono de la era industrial, era solo una masa Art Deco de ladrillos decadente inmortalizada en el álbum de Pink Floyd. Por su parte, en King's Cross, los okupas tallaban esculturas gigantescas en sus fábricas abandonadas y las prostitutas salían al canal en busca de clientes.
Ahora en Brixton, gracias o por culpa de la gentrificación, hay que reservar con tiempo para tener mesa en los restaurantes gourmet que están al lado de las boutiques underground. La central de Battersea alberga la nueva sede de Apple y apartamentos de lujo con grandes terrazas mirando al Támesis. Y King's Cross se ha convertido en el nuevo Silicon Valley con los trabajadores de las oficinas de Google —un edificio de 330 metros de largo—, los del gigante farmacéutico AstraZeneca o los de Universal Music Group. Un apartamento de dos habitaciones en la zona ronda los 2 millones de libras. Los afortunados pueden ir andando a la estación de tren que une Londres con París.
La muerte en 1965 de Winston Churchill marcó el fin del imperio en decadencia. "La última vez que Londres será la capital del mundo", escribió Observer. Pero las últimas tres décadas de crecimiento han transformado a la metrópoli en una ciudad global por excelencia y un centro líder de cultura, finanzas y tecnología. La capital británica alberga alrededor de 9 millones de residentes, una expansión demográfica alimentada en gran medida por la inmigración. Y a pesar de la conmoción del Brexit, va camino de sumar dos millones más de habitantes para 2050.
Londres son muchos Londres juntos. Es una mezcla entre las mansiones y pisos de protección oficial que existen en cada distrito. Una fórmula ideada en teoría para evitar guetos, pero donde los residentes, como ocurre con las líneas paralelas, están juntos pero nunca llegan a cruzarse. Londres se ha convertido en la meca de las oportunidades, pero también en un monstruo con el coste de vida más alto de Europa y el octavo del mundo.
Londres es un sitio donde vayas como vayas nadie te mira en el metro, porque ya nada llama la atención. Pero también donde el transporte es puro caos y retrasos, con trenes cambiando sobre la marcha recorridos en la maraña de vías con distintos ramales inmortalizadas en plataformas sucias con ratones nocturnos.
Londres es el Big Ben y la cuna de los pubs. Aunque los más históricos están desapareciendo debido a los cambios en los hábitos de consumo de alcohol, la subida de alquileres y las nuevas regulaciones para combatir la obesidad, restringiendo los establecimientos de comida rápida.
Londres es cambio y al mismo tiempo una parada del reloj en el tiempo. Es la modernidad de la Tate y el Central Saint Martins. Pero también la tradición con los cambios de guardia del Palacio de Buckingham, los tocados Ascot o las casas victorianas con sus suelos de mosaico.
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Su evolución en las últimas dos décadas ha sido épica. Sin embargo, sigue manteniendo su condición de epicentro global. Literalmente. La hegemonía del Imperio Británico fue decisiva en 1884, cuando se estableció que el meridiano de Greenwich, encargado de definir los husos horarios, debía pasar por esta ciudad.
Durante gran parte del siglo XIX y principios del siglo XX, fue la ciudad más grande del mundo. La población alcanzó su pico con la víspera de la Segunda Guerra Mundial, con 8,6 millones de habitantes. Pero la guerra la dejó en ruinas. Los londinenses que no habían huido antes del bombardeo, que mató a 43.000 civiles y destruyó más de 70.000 edificios, huyeron del caos de la reconstrucción posterior. En el censo de 1981, el número de habitantes había descendido a tan solo 6,6 millones.
Sin embargo, en la década de 1980 se produjo un auge demográfico y la creciente prosperidad combinada con el aumento de la inmigración ha dado lugar una vez más a un aumento de la población. El número de habitantes ahora ronda los 9 millones, según el último censo de 2021, lo que representa un aumento del 16,4% respecto al de 2011.
Es significativamente más diverso que Inglaterra en su conjunto. El 46% de los londinenses se identifican como negros o pertenecen a minorías étnicas, una cifra que contrasta notablemente con el 14% registrado en el resto de Inglaterra. Además, el 41% de los habitantes de la ciudad nacieron fuera del Reino Unido, principalmente en países ajenos a la Unión Europea. Se calcula que en la metrópoli se hablan más de 300 idiomas. El grupo religioso más numeroso son los cristianos, que representan el 40,7% de la población. Los musulmanes son el 15%.
El Londres post-Brexit
Sadiq Khan, hijo de inmigrantes paquistaníes y quinto de ocho hermanos, se convirtió en el primer alcalde musulmán en 2016. Para entonces, el crecimiento de la ciudad era el doble del resto del Reino Unido. Khan venció a Zac Goldsmith, el blanco y millonario candidato de los conservadores. Londres tradicionalmente ha sido laborista. Aunque Boris Johnson supuso una excepción, en todos los sentidos.
De todos sus momentos épicos, quizá uno de los más recordados es cuando quedó colgando de una tirolina mientras promocionaba los Juegos Olímpicos de 2012, que consiguieron revitalizar una de las zonas más pobres del este. Hoy la villa olímpica donde dormían 17.000 competidores, alberga a casi 3.000 apartamentos. La mitad de las unidades se alquilan a precio de mercado, la otra mitad son viviendas de protección oficial.
La alcaldía supuso para Boris el primer gran escaparate para su asalto a Downing Street. Y su transformación posterior a rockstar de la causa euroescéptica para el Brexit hizo el resto. Ay, el Brexit.
Si bien los votantes de Londres se opusieron abrumadoramente a abandonar la UE, la votación en el resto del Reino Unido reflejó una reacción negativa contra la inmigración y un resentimiento por el hecho de que la prosperidad no se hubiera extendido al resto del país. Londres tal vez no pueda competir con el nivel de crecimiento de las megaciudades de Asia y África —Lagos, Nigeria reciben 70 nuevos residentes por hora, frente a los nueve de Londres— pero eso sigue siendo alrededor de 70.000 al año, el crecimiento que el Plan de Londres de Khan anticipa hasta mediados de siglo.
Según el análisis de Greater London Authority (la administración que gobierna la ciudad), el valor bruto agregado de Londres fue un 6,2% (o 32.000 millones de libras) más bajo en 2019 de lo que hubiera sido si el Reino Unido hubiera votado permanecer en la UE en 2016. Esto representa una pérdida de casi 9.500 libras en ingresos para cada hogar de la capital.
Con todo, el Brexit no ha supuesto el éxodo en la City que muchos vaticinaron. Desde el Big Bang de 1986 —cuando la industria de servicios financieros se desreguló— Londres rivaliza con Tokio y Nueva York. La salida de la UE no ha cambiado las cosas. A la capital británica le ayuda el hecho de que no hay un rival obvio. París, Dublín, Ámsterdam y Frankfurt tienen industrias de servicios financieros, pero ninguna tiene la gama de activos ni las fortalezas históricas de Londres, empezando por la lengua materna. El inglés es el idioma universal. Las conexiones comerciales, establecidas cuando el imperio británico dominaba una cuarta parte del mundo, están arraigadas en su ADN y le dan una ventaja, especialmente en Asia, sobre los posibles competidores europeos.
Lo nuevo y lo viejo
La City, que sufrió importantes daños durante los bombardeos de la II Guerra Mundial, es, paradójicamente, el distrito más antiguo y más nuevo del centro de Londres al mismo tiempo. El acero y cristal modernistas se alzan sobre iglesias barrocas, mercados victorianos y oficinas eduardianas de piedra caliza, todas construidas sobre antiguos asentamientos romanos.
Cuando las ciudades comenzaron a construir rascacielos en la década de 1880, Londres se desmarcó. Los londinenses ni siquiera los llaman así. El término preferido es "edificios altos", es decir, de al menos 20 pisos. El Gherkin de la City cambió la mentalidad. Se construyó a pesar de las objeciones de la comunidad, reemplazando un edificio histórico que había sido dañado por un atentado del IRA en 1992 y que muchos querían reconstruir. Hoy es tan querido y reconocible como el Big Ben.
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Otros, sin embargo, han sido notables debacles estéticas y prácticas, en particular el Walkie-Talkie, que en 2013 tuvo que ser recubierto. El diseño cóncavo de la fachada atrapaba los rayos del sol convirtiendo todo su alrededor en un horno con capacidad para derretir las carrocerías de los coches, doblar las ruedas de las bicicletas y convertir la calle de Eastcheap en una auténtica sartén donde, sin exagerar, se podían cocinar huevos fritos.
Aunque el conjunto de edificios altos se encuentra a cierta distancia de la cercana cúpula de la Catedral de San Pablo, una joya poco común en el paisaje urbano de Londres, existe una preocupación razonable (como la hay en Nueva York) de que más torres bloqueen aún más las vistas.
Que se lo digan si no a los vecinos de los edificios de cristal de Neo Bankside que compraron en 2013 sus apartamentos por más de dos millones de libras para encontrarse solo tres años más tarde a turistas metidos prácticamente en sus salones y habitaciones. La ampliación de la Tate Modern, el museo de arte contemporáneo más importante de Europa, abrió una plataforma en lo alto de la estructura que ofrecía una panorámica de 360 grados de la ciudad. Y lo hacía además gratis. ¡Gratis en Londres! La escasa distancia con las viviendas —apenas 34 metros— violaba completamente la privacidad de los residentes, que finalmente el año pasado consiguieron una orden judicial que obliga a la galería a cerrar partes de la plataforma.
No obstante, en 2030, el distrito financiero de la City habrá creado una nueva generación de rascacielos. Se prevé que la Milla Cuadrada tenga un total de 11 nuevas torres, la más alta de las cuales se extenderá más que cualquiera de las existentes. Juntas, convertirán lo que actualmente es un conjunto algo disperso y errático en una zona compacta, casi en forma de cuadrícula.
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Aunque algunos de los bancos más importantes del mundo, como Citigroup y HSBC, tienen ya sus oficinas en Canary Wharf. El muelle donde antiguamente se descargaban frutas y verduras del Mediterráneo, formado por un meandro del Támesis, se convirtió en una nueva City a partir de 1987. El rascacielos de 244 metros de altura en One Canada Square, coronado por una pirámide, fue la primera torre que se alzó sobre los muelles en 1990. Fue el edificio más alto del Reino Unido durante dos décadas hasta que fue superado por el Shard en 2010.
Opulencia y desigualdad
El centro de Londres suele verse como una isla para turistas, oligarcas rusos ausentes y príncipes saudíes que pasan solo unas semanas al año en sus propiedades multimillonarias. Jenkins, expresidente del National Trust, considera que Londres se está convirtiendo más en un mercado de inversión que en un lugar donde la gente vive de verdad. "Quieren invertir su dinero en ella y marcharse, como si la ciudad se hubiera convertido en un banco", afirma. "Estas torres de apartamentos de lujo son simplemente bloques de oro".
La familia real qatarí posee más propiedades inmobiliarias en Londres que la propia familia real británica, con una cartera de iconos típicamente británicos que incluye Harrods y Claridge's, la mayor parte del Shard, la antigua embajada de Estados Unidos en Grosvenor Square (que reabrirá como un hotel de lujo), el 20% del aeropuerto de Heathrow y una parte de Canary Wharf.
Cuando el Sha de Irán fue derrocado, su primer puerto de escala fue Londres. Cuando los nigerianos ganaron dinero con el petróleo, compraron en Londres. Cuando los indios ganaron dinero con los nigerianos, compraron en Londres. Cuando cayó el Muro de Berlín, los rusos compraron en Londres y ahora lo están haciendo los chinos.
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El proyecto Nine Elms, que se extiende a lo largo de 200 hectáreas a lo largo del Támesis, se considera, con razón o sin ella, un lugar lleno de esas pilas de cuentas bancarias. Se ganó el nombre de Dubai-on-Thames después de que la primera ronda de apartamentos se vendiera en 2021 principalmente a compradores extranjeros atraídos, entre otros lujos, por la primera "piscina en el cielo" del mundo, que une los tejados de edificios gemelos de apartamentos millonarios.
Londres es opulencia. Pero también miseria. Según un análisis de la Social Metrics Commission, alrededor de 2,5 millones de londinenses viven en la pobreza. En el año anterior a la pandemia, el 29% de los londinenses (casi uno de cada tres) se consideraban "en situación de pobreza", en comparación con el promedio del Reino Unido del 21%. Cerca del 50% de los londinenses que se encuentra en esta situación tiene trabajo. Pero los salarios no alcanzan para llegar a fin de mes, poner todos los días comida en el plato y ni mucho menos comprar una casa.
La proporción de viviendas en alquiler privado en la capital ha pasado del 35,9 % en 2011 al 48,3 % en 2021. El salario medio es de 44,370 libras. El precio medio de la vivienda es 729,004 libras.
Los hogares con pareja -sin hijos- han pasado del 19,7% en 2011 al 22,8 % en 2021. La ciudad sin niños no es una distopía, es la nueva realidad. La potencia política y económica del Reino Unido está expulsando a las familias y se está quedando sin colegios. La natalidad ha llegado a su mínimo histórico. En 2022, nacieron 106.696 bebés, un 3,8% menos que el año anterior y un 17% menos que los 134.186 nacimientos registrados en 2012.
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Con uno de los costes por cuidado infantil más altos del mundo desarrollado (por encima incluso de Estados Unidos) y uno de los subsidios públicos más bajos de Europa por baja por maternidad, el propio Londres se ha convertido en mejor método anticonceptivo. La media que hay que pagar por la guardería es de 15.000 libras al año, según la última encuesta de la ONG Coram. El equivalente al 44% del salario promedio de los trabajadores a tiempo completo.
En definitiva, quitando a los superricos, en Londres viven los que quieren desarrollar su carrera profesional, no los que aspiran a tener una familia. La pirámide social muestra que la población en edad de trabajar representa el 68,8%. La edad promedio del londinense fue de 35,9 años en 2022.
No es de sorprender que la racha de prosperidad haya llegado con los habituales dolores de cabeza urbanos y, a medida que han ido empeorando, muchos se preguntan si su gran ciudad está perdiendo su atractivo. El tráfico es terrible. La contaminación del aire es tan mala que dos millones de londinenses viven con niveles ilegales de aire tóxico, según la agencia de inventario de emisiones. La crisis de vivienda obliga incluso a los profesionales bien pagados a hacer las maletas y mudarse en busca de suburbios asequibles donde pueda vivir una familia.
Pero a los londinenses les gusta hablar de la resistencia duradera de su metrópoli. Sobrevivió a la peste, al Gran Incendio de 1666, al Blitz de la Segunda Guerra Mundial y al Brexit. Londres siempre renace.
Cuando fui a Brixton a ver a los Mojinos Escozíos (los clásicos nunca mueren), mis amigos ingleses me miraron con estupor. El barrio del sur de Londres había sido bautizado como el "supermercado de crack abierto las 24 horas". Corría el año 2008. En el este, la central eléctrica de Battersea, en su momento icono de la era industrial, era solo una masa Art Deco de ladrillos decadente inmortalizada en el álbum de Pink Floyd. Por su parte, en King's Cross, los okupas tallaban esculturas gigantescas en sus fábricas abandonadas y las prostitutas salían al canal en busca de clientes.