Rusia ya está encontrando su 'Plan B' después de perder Siria
Moscú sigue negociando con los sirios la posibilidad de mantener su soberanía en la base militar de Tartus, clave para sus ambiciones geopolíticas. Pero tampoco pierde el tiempo
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Hay mucho tráfico estos días sobre el cielo de Libia. Apenas 24 horas después de que el presidente sirio Bashar Al Asad abandonara Damasco rumbo a su exilio en Moscú, el Libyan Obserber, un pequeño periódico libio, titulaba así: "Varios de los oficiales del régimen de Asad aterrizan en Bengasi".
Era solo el primer vuelo de los que están aterrizando en el este de Libia, en un nivel de tráfico no visto desde hacía años y que ha desatado las elucubraciones.
Desde el 8 de diciembre, algo más de media docena de aviones de cargamento rusos han aterrizado en el este de Libia. Algunos volaban desde Siria, de la base de Hmeimim en Lataquia, otros desde Moscú o Minsk. Las rutas están disponibles en numerosos portales de seguimiento de tráfico aéreo. El cargo, en cambio, es más misterioso. Una fuente militar en la base aérea de Al Jadim, en el este de Libia, aseguraba al New York Times que se trataba de equipamiento militar.
Es mucho lo que Rusia ha perdido con la caída de Siria. La Siria de Asad era central para las ambiciones geopolíticas de Moscú; ofreciendo infraestructura militar crítica, acceso directo al Mediterráneo en forma del puerto de Tartus, base aérea para la logística de sus operaciones en África en Hmeimim, y sirviendo así como plataforma para proyectar su poder global. La espectacular y vertiginosa caída de Asad supone un golpe duro en forma de pérdida de prestigio y poder que supone, pero también en la parte más física y operativa al perder —al menos de momento, aunque se está negociando— sus bases militares en el país.
Rusia no puede permitirse más bajas en sus cartas geopolíticas, así que lo que nos demuestra este transporte de armamento es que ya está buscando un 'Plan B' por si la negociación con los rebeldes no saliera bien: Libia, a apenas 300 kilómetros de la costa europea y cuyo 'hombre fuerte' en el este, el general Jalifa Haftar, ya es uno de sus aliados.
Pero, como todos los planes alternativos y para irritación de Vladímir Putin, no es tan bueno como el original.
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Los caminos hacia la base militar rusa de Tartus y la ciudad costera de Lataquia ya están controlados por los rebeldes de Hayat Tahrir Al Sham (HTS). Los vídeos del momento en que las tropas islamistas entraban en ambas ciudades recogen a milicianos eufóricos. Algunos, porque por primera vez en su vida veían el mar abierto. Otros, porque conquistando Tartus y Lataquia han logrado llegar a la región más improbable de conquistar en Siria, casi más que Damasco: el mayor feudo del régimen, cuna de la minoría alauita de la que emanaba la dinastía de Al Asad, y sede de sedes del Ejército ruso, su valedor.
En este relevo, muchos echan de menos toparse con soldados rusos en los supermercados de Lataquia y Tartus. "Entiéndeme, son los que nos han dado seguridad durante los años que duró la guerra", cuenta Hussein, que vive entre ambas ciudades. Desde 1970, el padre de Bashar Al Asad, Hafez, concedió a los aliados soviéticos presencia para sus fuerzas especiales. En 2017, Vladímir Putin obtuvo de Bashar la renovación de la soberanía rusa del puerto y base militar de Tartus hasta 2066, que le daba acceso al Mediterráneo y donde atesoran buques de guerra, un número indeterminado de submarinos de propulsión nuclear, depósitos y cientos de soldados. En la base aérea de Hmeimim, que además de sostener su guerra en Siria servía de escala necesaria para sus operaciones en África, Moscú dispone de cazas, aviones de carga y sistemas de defensa antimisiles.
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Pero, en apenas dos semanas, esta presencia se ha desmoronado. El último intento del Ejército ruso de sostener a Asad frente a la ofensiva rebelde fue contra un puente entre las ciudades de Hama y Homs, con la idea de frenar el avance al sur por la carretera hacia Damasco. Ese flojo movimiento de un ejército ya saturado por la guerra en Ucrania no consiguió impedir la toma de Homs pocas horas más tarde. Dos semanas después, los coches siguen atravesando un puente que puede derribarse en cualquier momento. En la batalla final de la guerra, Rusia se limitó a evacuar a Bashar Al Asad a Moscú desde la base aérea de Hmeimim el mismo día que cayó Damasco.
Ahora, nadie sabe qué aguarda la nueva Siria para las únicas bases rusas en la región. Vídeos e imágenes de satélites, así como testimonios recogidos en el terreno, prueban que las tropas han abandonado muchas de sus posiciones en el país, y algunos estarían siendo evacuados. En el este, las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), de mayoría kurda, han bloqueado las instalaciones rusas más allá del Éufrates. Muchos tanques se han retirado del norte, de las montañas alauitas y de la base T4 cercana a Palmira.
La imagen de las carreteras sirias era desmoralizadora para el mayor aliado del régimen: en su repliegue, las tropas de Putin dejaban a pie de carretera camiones Shilka y tanques BMP-1 y T-55 —de producción rusa— con los que el ejército regular de Al Asad acababa de perder 54 años en el poder.
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En la costa alauita, las imágenes por satélite ofrecidas el 17 de diciembre por Maxar, una empresa estadounidense de tecnología espacial, sugieren que Rusia habría retirado su radar marítimo-superficial y aéreo costero Monolit-B de su emplazamiento fijo. Esta semana, la fragata Almirante Grigorovich y el petrolero Vyazma repostaban en alta mar en lugar de la base naval de Tartús, según fuentes de código abierto. Más tarde, el Vyazma atracó en el puerto de Argel.
Pese al tráfico aéreo, no hay pruebas todavía de que los buques de guerra rusos hayan abandonado ya la base, ni rumbo a casa, ni rumbo a un nuevo despliegue en Libia. "Moscú está transfiriendo sus recursos de la base siria de Tartus a Libia. No es algo bueno. Barcos y submarinos rusos en el Mediterráneo siempre son algo de lo que preocuparse, y más aún si en vez de estar a 1.000 kilómetros de distancia, están a dos pasos de nosotros", aseguraba el ministro de Defensa italiano, Guido Crosetto, al medio italiano La Reppubblica. En la misma línea, un funcionario de Defensa estadounidense sin identificar aseguró a la CNN que Moscú ya habría empezado a movilizar sus activos navales rumbo a Libia. "Moscú ha aumentado su presión sobre el comandante del Ejército Nacional Libio, Jalifa Haftar, para asegurar a Rusia derechos sobre el puerto de Bengasi", afirmó. No hay, sin embargo, pruebas públicas de seguimiento de tráfico marítimo que lo aseguren todavía.
Desde el día que cayó Al Asad, Moscú ha manifestado su interés por conservar sus bases aéreas y marítimas en la Siria de la HTS, y ha negociado con los rebeldes.
Parece que estas fuerzas tampoco están cerradas a negociar con el ejército que los bombardeó durante años. Obeida Arnaout, portavoz del departamento político del gobierno de transición, aseguró que Rusia "puede reconsiderar sus intereses y tomar la iniciativa para acercarse a la nueva administración y demostrar que no tienen animosidad hacia el pueblo sirio y que la era del régimen finalmente terminó".
Por lo que cuenta a este diario un miembro de la shura —consejo— militar del nuevo gobierno, la presencia de las bases rusas en Siria "depende de su respuesta al nuevo Estado sirio. Si encontramos una respuesta positiva, intereses comunes y respeto mutuo, puede haber una nueva página en el trato con Rusia", asegura. Según Nanar Hawach, analista principal sobre Siria del International Crisis Group, la colaboración entre Putin y las nuevas autoridades sirias ya existe de facto: "Rusia está actuando actualmente bajo la protección de la HTS. Hay unidades del grupo dedicadas a vigilar los convoyes rusos que se dirigen a las bases navales y aéreas", explicó Hawach a Deutsche Welle.
"Si encontramos una respuesta positiva, intereses comunes y respeto mutuo, puede haber una nueva página en el trato con Rusia"
"[Pero] ya nunca podrán vivir con el mismo nivel de comodidad, seguridad y confianza que antes. Van a tener problemas para garantizar su propia logística, electricidad, agua, alimentos. Todo eso se ha perdido ahora", apostilla por su parte Jalel Harchaoui, analista en Libia del Royal United Services Institute for Defense and Security Studies (RUSI).
En sus negociaciones, Putin se escuda en que la razón para mantener sus aviones en Lataquia y buques en Tartús es el apoyo que Moscú puede ofrecer en la lucha contra el Estado Islámico. Mijaíl Bogdanov, viceministro de Exteriores, confirmó la semana pasada que había establecido "contacto directo" con el comité político de la HTS con el fin de unir fuerzas para eliminar los últimos dominios del Estado Islámico en Siria. Sin embargo, parece que Rusia tiene competencia en este propósito: desde el 8 de diciembre, Estados Unidos ha prometido que asumirá un papel protagonista en la cruzada contra estos terroristas. Los hechos ya hablan: este viernes, Washington aseguró haber asesinado al líder del grupo armado en Siria. Pocos días antes, el Pentágono anunció que las 900 tropas estadounidenses en el país se incrementarán a 2.000.
Si todo sale mal... una salida no tan buena
Así, Moscú ha tenido que mirar las cartas que posee. "Rusia estará haciendo ofertas a la nueva coalición Siria para mantener cualquier presencia como su primera prioridad. Si esto falla, intentará solidificar sus acuerdos con Libia y Sudán, como una solución parcial en la región", afirma Dara Massicot, investigadora del centro Carnegie Endowment for International Peace experta en Rusia y asuntos de Defensa.
Tartus es el único centro de reparación y reabastecimiento de Rusia en el Mediterráneo, mientras, paralelamente, ha servido de punto de escala para que sus contratistas militares entren y salgan de África. Si lo pierden, Libia se convierte en quizá la mejor opción: 1.700 kilómetros de costa en el Mediterráneo Central y posición en el norte de África para sus operaciones en el Sahel.
Rusia ya tiene trabajo hecho en Libia. Tras la caída de Muammar Gadafi, Libia se enzarzó en una guerra que, tras más de diez años de luchas y con el Estado Islámico de por medio, acabó con el país dividido. En el oeste, en Trípoli, se levanta a contrapié el Gobierno de Unidad Nacional (GNU), reconocido por Naciones Unidas y que logró sostenerse gracias a las milicias apoyadas por Turquía. El GNU, liderado por Abdul Hamid Dbeibeh, tiene poco o casi ningún poder en el este, donde el Parlamento alternativo se apoya en el poder de las armas del Ejército Nacional Libio liderado por el general Jalifa Haftar. Es en este octogenario general, que una vez tuvo aspiraciones de hacerse con Libia entera y llegó a tocar con su Ejército las puertas de Trípoli, en quien Rusia tiene su aliado. Después de todo, ya le habían apoyado antes en la guerra libia.
"Rusia está trasladando material a Libia porque Libia ya es un centro establecido para ellos. Es una medida racional de Rusia", afirma Tarek Megerisi, investigador del European Council on Foreign Relations (ECFR). Con el aumento de las operaciones de contratistas militares rusos como Wagner (y, tras la muerte de Yevgeni Prigozhin, Africa Corps), Rusia ya había aumentado su presencia en Libia desplazando vehículos acorazados, camiones militares y equipo en general. Según las últimas cifras disponibles antes de la caída de Bashar Al Asad, se estimaba la presencia de unos 1.200-1.500 en Libia, frente a los alrededor de 900 el año pasado.
Así, los vuelos de estas dos semanas a Libia "probablemente están creando las condiciones para que Rusia mitigue o reemplace su dependencia de las bases sirias, mejorando las posiciones rusas en Libia", recogía un informe publicado el pasado jueves por el American Enterprise Institute.
Pero la relación con Haftar no es tan buena como lo era con los Asad. Aunque es indiscutible el apoyo que Rusia ofreció al líder libio durante los años de guerra contra las autoridades del oeste del país, nunca fue el suficiente para Haftar, obsesionado con las defensas antiaéreas rusas y otros juguetes militares que protegieran sus tropas de los ataques con drones facilitados por Turquía. Putin nunca le negó el saludo, pero hicieron falta años de que Haftar llamara una y otra vez a su puerta para oficializar la relación. Paralelamente, son muchos los reportes a lo largo de estos años que hablan de que Haftar no está contento con la actitud de los rusos, que no respetarían su autoridad. No significa, sin embargo, que Haftar dejara de necesitarlos.
"Si Rusia establece una base en Tobruk, la OTAN lo verá como un gesto totalmente descarado, la pregunta será: ¿tomarán medidas?"
"Los rusos dependen ahora más de Libia, lo que le da a Haftar una posición más fuerte", apunta en esa línea Megerisi. Sobre todo cuando Haftar, que desertó del Ejército libio en tiempos de Gadafi para el exilio en EEUU antes de regresar a África, ha jugado cartas tanto con Rusia como con Occidente, para evitar ser demasiado dependiente de uno u otro. Además de EEUU, cuyo objetivo ha sido siempre impedir la creación de una base militar rusa en Siria a las puertas de la OTAN, algunos países como Francia o Italia, pese a que oficialmente apoyan al GNU, mantuvieron relaciones con él.
Así, abrir los brazos a una Rusia que acaba de sufrir un terrible golpe reputacional sobre su capacidad de sostener regímenes no es tampoco lo más tentador para Haftar. En los últimos cuatro años, Libia se ha mantenido en un delicado equilibrio militar que ha impedido grandes batallas entre facciones, sostenidas una y otra por poderes internacionales en una suerte de guerra mundial (Turquía por un lado, Rusia, Emiratos Árabes Unidos y Egipto por otro) congelada. La caída de Bashar al Asad en Siria y, sobre todo, si finalmente Haftar acepta unas bases militares rusas, podría desequilibrar la balanza y lanzar de nuevo al país hacia la guerra abierta.
"Si Rusia establece una base en Tobruk, tanto la OTAN como EEUU lo verán como un gesto totalmente descarado, y una señal de que Haftar ya ni siquiera finge escuchar a Occidente", concluye Harchaoui. "¿La gran pregunta entonces será: tomarán medidas?".
Hay mucho tráfico estos días sobre el cielo de Libia. Apenas 24 horas después de que el presidente sirio Bashar Al Asad abandonara Damasco rumbo a su exilio en Moscú, el Libyan Obserber, un pequeño periódico libio, titulaba así: "Varios de los oficiales del régimen de Asad aterrizan en Bengasi".