Esta politóloga te explica por qué vivimos en la era de las "emocracias"
La experta analiza cómo las emociones dominan el debate público, por qué los populistas son los grandes beneficiados de esta tendencia y cómo los partidos tradicionales deben adaptarse si no quieren quedarse atrás
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En Europa, como en gran parte del mundo, vivimos en la era de las "emocracias", un término que combina los conceptos de emoción y democracia. En un contexto político marcado por la polarización, la crisis de los partidos tradicionales y el auge de actores populistas, las emociones han dejado de ser un complemento de la política para convertirse en su motor principal.
Así lo considera Catherine de Vries, decana de Asuntos Internacionales y catedrática de Ciencia Política en la Universidad Bocconi de Milán, es una de las voces más respetadas en el análisis del panorama político europeo. En entrevista con El Confidencial desde la Oficina del Parlamento Europeo en Madrid, donde participó en una mesa redonda y taller organizado por la Jean Monnet Partnership Spain, De Vries analiza cómo las emociones dominan el debate público, por qué los populistas son los grandes beneficiados de esta tendencia y cómo los partidos tradicionales deben adaptarse si no quieren quedarse atrás. Además, aborda las tensiones dentro de la Unión Europea, las consecuencias del regreso de Donald Trump y los nuevos equilibrios de poder en un continente que, cada vez más, mira hacia el sur y el este.
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PREGUNTA: Usted ha destacado un cambio fundamental en las democracias actuales, donde las emociones desempeñan un papel cada vez más central en los resultados electorales. Además, ha señalado que los votantes, en lugar de mantener una identificación firme con un partido, adoptan comportamientos más similares a los de un consumidor, dispuestos a cambiar su voto entre elecciones según las ofertas políticas. En su opinión, ¿qué partidos o actores políticos en Europa están mejor posicionados para capitalizar esta nueva dinámica?
RESPUESTA: Creo que los más beneficiados son los políticos populistas o aquellos que se definen como antisistema. Están siendo muy eficaces a la hora de captar el zeitgeist, el momento actual, y entender cómo adaptar su estilo político a los cambios sociales. Hoy, muchos votantes obtienen su información en redes sociales, donde los tiempos de atención son muy cortos y lo que atrae la atención es más el entretenimiento y los llamados a la emoción que los datos.
Estos populistas, tanto de izquierda como de derecha, llevan tiempo cosechando éxitos con estas estrategias. Por ejemplo, en España, vimos un gran resurgir de los partidos de izquierda antisistema durante la crisis financiera. En mi país, los Países Bajos, el Partido de Geert Wilders también ha tenido unos resultados espectaculares. Esto ocurrió, en gran medida, porque adaptaron su comunicación a las nuevas dinámicas online y redes sociales.
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P: ¿Cree que los partidos tradicionales pueden encontrar estrategias viables para adaptarse a estas tendencias? ¿O deben inevitablemente "bajar al fango" y adoptar tácticas similares para seguir siendo competitivos?
R: Estoy trabajando en un libro en este momento sobre las "emocracias" y la idea principal es que, para vencer a lo que denomino como demagogos populistas —estos emprendedores políticos que alimentan la retórica antiestablishment a través de un estilo de comunicación emocional— la única manera de derrotarlos es jugando a su propio juego. Es decir, aceptando que las emociones son una parte crucial de la política actual. Pensemos, por ejemplo, en alguien como Obama en Estados Unidos, quien supo canalizar gran parte de esto. De hecho, él mismo dice en sus memorias: "Me guste o no, la emoción es lo que mueve a las personas". Así que es lo que toca.
¿Pero cómo se pueden defender las posiciones políticas que uno considera imprescindibles para el sistema democrático al mismo tiempo que se utiliza un enfoque emocional? Creo que los partidos políticos tradicionales pueden lograrlo, pero la regla número uno debería ser que no convences a los votantes diciendo algo como "Mi política reduce la criminalidad en un 22%". Nadie piensa en el crimen de esa manera. Nadie camina por su barrio pensando "Oh, el crimen ha bajado un 22%". Necesitan adoptar otras formas de comunicar sus políticas, unas que incluyan el factora sentimental, no solo las evidencias.
P: ¿Cómo atender estas brechas entre percepción y realidad? Por ejemplo, las tasas de criminalidad que usted menciona, como las de homicidios, han disminuido considerablemente durante los últimos 30 años en la práctica totalidad de Europa, pero la percepción pública es muy diferente. ¿Se debe aceptar la visión de la opinión pública o intentar contrarrestarla de alguna manera?
R: Creo que este fenómeno está ligado a cómo ciertos partidos populistas han sabido aprovechar cambios demográficos y la inmigración para afirmar que estas personas "traen crimen". En su versión más extrema, basta con recordar la retórica incendiaria de Trump sobre los inmigrantes mexicanos. Estas narrativas se han convertido en herramientas extremadamente eficaces para estos partidos, una verdadera fórmula mágica para conectar con los votantes.
Para combatir esta brecha entre percepción y realidad —no solo en el crimen— es crucial equilibrar emoción y hechos, como defendía Aristóteles. Es necesario reconocer las quejas de las personas, sean reales o percibidas, con un lenguaje emotivo y, al mismo tiempo, proponer soluciones políticas claras. Hoy en día, mucha gente siente que la política tradicional ha perdido el control ante problemas como la inflación, la inmigración o el cambio climático. Los partidos suelen fallar al ir directamente a la solución cuando, en realidad, lo primero que la gente busca es que sus problemas sean reconocidos y validados. Una especie de terapia política.
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P: Usted ha llamado la atención sobre el retorno del discurso euroescéptico. Hoy en día vemos dos enfoques muy distintos al respecto. Por un lado, una postura de choque y confrontación, ejemplificada por figuras como el húngaro Viktor Orbán; por el otro, una estrategia de cooperación y de intentar transformar la UE desde dentro, como la de Giorgia Meloni en Italia. ¿Qué enfoque cree que está destinado a ganar más tracción?
Creo que esta es la pregunta del millón. Si la Comisión o algún político tuviera la respuesta, estaría encantado de escucharla. Lo podemos analizar de dos maneras. Meloni, por ejemplo, ha demostrado que su idea de reforzar el poder y el control de Italia puede ir de la mano con una participación más activa en Europa. Ha optado por una estrategia de reforma desde dentro, alejándose de la postura más extrema de su compañero de coalición, Matteo Salvini. También hay que considerar las respuestas de la UE. Programas como Next Generation EU han sido bien recibidos en países del sur, como España e Italia, algo muy diferente a lo que ocurrió en la crisis financiera. Además, el fracaso del Brexit ha dejado claro que abandonar la UE no es una solución atractiva.
Sin embargo, lo realmente decisivo puede venir desde fuera de Europa. Me refiero a Estados Unidos y al regreso de Donald Trump. Trump promueve una visión transaccional de "mi país contra el resto", mucho más alineada con el conflicto que con la cooperación. Esto podría influir en partidos de la derecha europea, que podrían verse tentados a seguir ese modelo, especialmente si Trump ofrece alternativas más ventajosas a nivel bilateral. Meloni ha entendido que para tener éxito necesita cooperar con Europa, pero si Trump ofrece un "salvavidas" a los más rupturistas, la situación podría cambiar. Creo que, en última instancia, el rumbo dependerá más de factores internacionales que de la propia UE.
"Un ministro holandés ha sugerido firmar acuerdos bilaterales con Trump, lo cual plantea una amenaza seria al funcionamiento de la UE"
P: ¿Cree que hay un riesgo de una ruptura en el bloque entre los gobiernos afines a Trump y los que no?
R: La dinámica de los partidos ideológicamente afines a Trump cambia muchos cuando están en el gobierno respecto a cuando están en la oposición. En el gobierno, los líderes enfrentan dilemas estratégicos y tienen la responsabilidad de garantizar la prosperidad económica de sus ciudadanos. Eso les obliga a negociar siempre dentro del marco europeo, coordinándose con otros países. Sin embargo, en la oposición, apoyar a Trump puede ser electoralmente beneficioso, dada la simpatía con la que cuenta entre sus votantes.
Pero el riesgo es grande. Por ejemplo, en mi país, Países Bajos, un ministro sugirió recientemente que se podrían firmar acuerdos bilaterales con Trump, lo cual plantea una amenaza seria al funcionamiento de la UE. La Unión Europea se basa en el cumplimiento de un marco común, y la gran pregunta es qué sucede si algunos países deciden no respetarlo.
P: La victoria de Trump también trae consigo, por enésima vez, la cuestión de la autonomía estratégica de Europa. Me llamó la atención una encuesta reciente de la que usted se ha hecho eco y que muestra que una mayoría creciente de europeos, el 63%, cree que la UE debería trazar su propio rumbo separado de Estados Unidos. Sin embargo, este cambio en la opinión pública (era apenas un 25% en 2017) aún no se ha reflejado en las políticas de la UE. ¿Cuáles son los principales factores que frenan esta transformación?
R: La parálisis se debe, en esencia, a modelos económicos muy diferentes. En países como Países Bajos, Suecia o Austria, una política industrial común se ve con escepticismo, mientras que en Francia y, más recientemente, en Alemania, está más aceptada. Pero en materia de defensa, ahora vemos propuestas muy interesantes, como fondos europeos de defensa e incluso eurobonos, algo que Dinamarca y países como Finlandia o Suecia, recientemente incorporados a la OTAN, podrían aceptar al percibir a Rusia como una amenaza real. Antes, el llamado grupo frugal temía las repercusiones en los mercados y rechazaba la intervención estatal. Pero la presión externa es ahora tan intensa que muchas de estas barreras podrían diluirse.
El plan que se está filtrando desde la Comisión también es interesante porque parece voluntario: permitiría la participación de países como Reino Unido y Noruega. Esto lo hace más viable que un Next Generation EU 2.0, difícil de vender a audiencias en países como Países Bajos o Alemania.
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P: Las elecciones europeas de 2024 reflejan cómo la creciente polarización política ha llegado al Europarlamento, como quedó patente en el reciente y tenso intento de bloqueo a Teresa Ribera en su nombramiento como vicepresidenta. Es difícil ser optimista respecto a la posibilidad de formar el consenso suficiente para aprobar reformas. ¿Cree que existen razones para la esperanza o nos dirigimos hacia cierta parálisis en la gobernanza de la UE?
R: Es cierto que la política nacional influye cada vez más en la europea, como vimos con la situación de Teresa Ribera en España. Además, en ese caso, miembros del propio partido de Von der Leyen priorizaron los intereses nacionales frente al apoyo a la Comisión. Tradicionalmente, la gobernanza europea ha dependido de grandes coaliciones: Socialdemócratas, Populares, Liberales y Verdes. Sin embargo, ahora existe la posibilidad de mayorías alternativas, como ocurrió con la resolución sobre Venezuela, donde una alianza entre la derecha y el centro sirvió para reconocer a Edmundo González como presidente.
La regla tradicional ha sido que si el Parlamento Europeo y el Consejo están divididos, la Comisión tiende a ser débil. Sin embargo, Von der Leyen ha recibido una valoración bastante positiva durante su primer mandato y cuenta con una gran visibilidad entre la opinión pública europea. Si hay algún presidente o alguna Comisión capaz de sortear esta situación, probablemente sea ella. El gran interrogante, eso sí, sigue siendo cómo logrará maniobrar entre la fragmentación del Consejo —donde los gobiernos tienen inclinaciones políticas distintas— y la fragmentación del Parlamento Europeo, agravada por la polarización nacional que influye en la política comunitaria.
P: Para concluir, tanto Francia y Alemania están atravesando momentos de parálisis política y económica. Jacques Chirac decía: “Cuando Francia y Alemania avanzan, toda Europa avanza; cuando no lo hacen, se detiene”. ¿Cuánto le preocupa la debilidad del eje franco-alemán?
R: Es cierto que la parálisis de Francia y Alemania plantea un problema. En Alemania, la complejidad de la coalición de gobierno ha ralentizado la toma de decisiones y está por ver el resultado de las próximas elecciones, mientras que en Francia, Macron se encuentra debilitado, lo que limita su capacidad de liderazgo.
Sin embargo, desde mi perspectiva —y puede que otros piensen diferente— esto no es necesariamente malo. La UE ya no es un club exclusivamente de Europa Occidental; el centro de gravedad se ha desplazado hacia el sur y el este. Esto significa que otros países, como España, Italia o Polonia, podrían asumir un papel más activo. Esta diversificación podría fortalecer a la Unión, porque depender únicamente del eje franco-alemán deja a Europa vulnerable cuando estos países no logran ponerse de acuerdo. La clave será ver si otras coaliciones flexibles emergen y logran avanzar en áreas estratégicas.
En Europa, como en gran parte del mundo, vivimos en la era de las "emocracias", un término que combina los conceptos de emoción y democracia. En un contexto político marcado por la polarización, la crisis de los partidos tradicionales y el auge de actores populistas, las emociones han dejado de ser un complemento de la política para convertirse en su motor principal.