Es noticia
Un tardío Premio Nobel de la Paz para Hiroshima y Nagasaki
  1. Mundo
VOCES DE LOS HIBAKUSHA

Un tardío Premio Nobel de la Paz para Hiroshima y Nagasaki

La Asociación Nihon Hidakyo recibe el prestigioso galardón mundial reclamando que se elimine la amenaza nuclear que sufre el planeta

Foto: Llegada a los Premios Nobel de la Paz. (EFE/Amanda Pedersen)
Llegada a los Premios Nobel de la Paz. (EFE/Amanda Pedersen)

Las voces del recuerdo.

Los silencios. Los gritos de aquella mañana.

Una verdad tan incontestable, tan dura.

Incendio, calor, muerte.

Quien rememora, no olvida. A veces también suenan sirenas en pesadillas persistentes que se convierten en oscura letanía. Otra vez el avión, las bombas atómicas, esa luz deslumbrante. Testimonios de los hibakusha. Los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki. En 2025 se cumplirán 80 años de la tragedia nuclear.

Oslo abriga el Premio Nobel de la Paz y la ciudad, a cinco grados bajo cero, hierve de emoción con estas voces que no quieren apagarse. De media ya han alcanzado los 85 años. Dentro de una década apenas quedarán centenares. Y entonces muy pocos podrán recordar, ni podrán hablar, ni querrán hacerlo... porque el dolor no acaba.

Aunque ese dolor se transforma en paz cuando Terumi Tanaka, exactamente a las 13:34 minutos del martes 10 de diciembre, en el elegante hall del Ayuntamiento de Oslo, lanza su mensaje en nombre de la Asociación Nihon Hidankyo. Tanaka es hibakusha de Nagasaki, la ciudad olvidada. Nunca más Hiroshima. También nunca más Nagasaki.

Tanaka era un niño de 13 años el 9 de agosto de 1945. Lo cuenta en primera persona:

"Las muertes que presencié en aquel momento apenas podían describirse como muertes humanas. Había cientos de personas sufriendo en agonía, incapaces de recibir ningún tipo de atención médica. Tuve la firme convicción de que, incluso en la guerra, nunca se debe permitir que se produzcan semejantes matanzas y mutilaciones".

Foto: Las nubes de hongo en Hiroshima (izquierda) y Nagasaki (derecha). (George R. Caron)

Nihon Hidankyo nació en 1956. Como confederación de asociaciones de hibakusha, su lucha ha sido continua, pero el reconocimiento a su trabajo ha sido tardío. La Oficina Internacional de la Paz, organización dedicada al desarme y ganadora del Premio Nobel de la Paz en 1910, nominó a Nihon Hidankyo para el galardón en 1985. También en 1994. No hubo suerte. Tampoco en una tercera ocasión cuando el Organismo Internacional de Energía Atómica recibió el Premio Nobel en 2005. Entonces al menos se mencionó a la asociación japonesa por su labor contra la guerra nuclear.

Porque en la Tierra existen 4.000 cabezas nucleares listas para lanzarse en cualquier momento. Porque la amenaza de Putin es evidente contra Ucrania y porque también hay "amenaza de Israel contra el pueblo de Gaza", según Tanaka. Y avisa: "Los jóvenes necesitan realmente entender de qué tratan las armas nucleares. Creo que la gente no sabe exactamente lo que representan. Estamos poniendo todo nuestro esfuerzo porque no nos queda mucho tiempo de vida".

Foto: Acuerdo en materia de defensa entre Reino Unido y Alemania. (Europa Press/Jordan Pettit)

A Tanaka, a Toshiyuki Mimaki, copresidente de Nihon Hidankyo, y a una treintena de japoneses, la mayoría hibakusha, sentados en cuatro filas de la parte derecha de la ceremonia, se les veía esa cara de satisfacción de cierto deber cumplido, de tener una misión en la vida y de que su causa pueda ser escuchada, amplificada con un Premio Nobel. No quieren que se les compadezca, que se sienta pena por ellos, ni que las llamas que están en un mural del Ayuntamiento de Oslo y que se asemejan a las que sufrió el pueblo japonés puedan aparecer en sus vidas, ni en las de nadie. Que solo formen parte del pasado y que se aprenda la lección.

Alberto Cabezas, periodista especializado en migración y que trabajó casi una década en las delegaciones de la agencia Efe en Tokio y México, considera que otorgar a la confederación de hibakusha este premio "dignifica la lucha por los derechos humanos de las víctimas nucleares y alerta a la humanidad de que aquella tragedia no debe repetirse jamás".

En la ceremonia, contenida, de solo una hora de duración, con fanfarrias, violines, viola, violonchelo, vocalistas y música de Richard Strauss y del trío Mitsune, algunos supervivientes sacaban su móvil para fotografiar el momento. En el escenario sobresalen los tallos de la flor Itadori, también llamada "olmo resbaladizo japonés" que llegó a Europa en 1842, y que se extendió como planta ornamental en jardines. Otros supervivientes lloraban para sí mismos, con lágrimas escondidas en su alma.

La ceremonia, contenida, de solo una hora de duración, con fanfarrias, violines, viola, violonchelo, vocalistas y música de Strauss

Los periodistas japoneses, casi todos vestidos de oscuro y que son abrumadora mayoría en los informadores acreditados, toman posiciones en la balaustrada del ayuntamiento para captar buenas fotografías. Saben que están en un momento que recordarán siempre y también tienen presente, como dejó escrito Kenzaburo Oé en Cuadernos de Hiroshima, que la gran lección que se debe extraer del drama de Hiroshima "es la dignidad del hombre, tanto de los hombres y mujeres que murieron en aquel instante como de los supervivientes que sufrieron el impacto de la radiación en la piel".

Por la tarde o más bien de noche, con Oslo viviendo sin luz solar a las 16 horas, el Centro Nobel de la Paz acogía la llamada de los hibakusha. Este centro, inaugurado en 2005, es una antigua estación de tren situada frente al Ayuntamiento. Se encuentra decorado en su interior con grullas de la paz y recuerdos de anteriores premiados. Está a punto de inaugurarse la exposición Un mensaje a la humanidad.

Se recogen testimonios en dos libros encuadernados con letra mecanográfica: Testigos de aquellos dos días. También hay una instalación con un millar de triángulos de madera en el que están inscritas en tinta negra el lugar, la distancia del hipocentro de la bomba al lugar donde vivían, el género y su edad. Se llama Kigumi y está compuesta por dos piezas de madera unidas sin clavos ni tornillos. La madera es cedro japonés (Sugi) procedente de las montañas situadas al oeste de la ciudad de Hiroshima. Simboliza la conexión humana, la solidaridad, la empatía y la unidad.

Hiroshima 2.0 km. Hombre. 28 años. Nagasaki 3.0 km. Mujer. Nueve años. Y así 998 triángulos más. El audio de ocho de las historias de estos testigos se encuentra disponible en noruego, inglés y japonés.

Alejandra Méndez, natural de Costa Rica, ha aprendido en apenas unas semanas la historia de Hiroshima y Nagasaki. Antes sabía muy poco o casi nada. Ahora es casi una experta. Trabaja en el museo como diseñadora de exposiciones y enseña la muestra con gestos y cortesía clásica nipona. Contrataron a Antoine d'Agata (Marsella, 1961), fotógrafo de la agencia Magnum desde 1998, para que visitara Hiroshima y Tokio el pasado mes de noviembre. Los retratos del artista enseñan una nueva — otra — mirada de los hibakusha. Le asombra la esperanza que tienen en el futuro.

Allí estaba mostrando en un cuaderno su vida, cómo sobrevivió a la bomba de Nagasaki, el superviviente Yagyukentaro, con una identificación a la altura del pecho que enseñaba su apellido. Tiene un bigote blanco, aún no nevado del todo. Viste un gorro de lana gris, chaleco marrón, chaqueta de cuadros y una camisa de tono rojo, blanco y azul marino. Sus manos son gruesas y lleva una tirita entre dos dedos. Su reloj parece de cuarzo y sobre un fondo negro se ven todos los números.

En el exterior se está preparando la procesión de antorchas que llegará hasta el Grand Hotel, donde se alojan los más destacados miembros de la Nihon Hidankyo. Al lado, en una plaza situada frente a un mercado navideño sacado de una película del catálogo de Netflix, un grupo de refugiados ucranianos grita "¡Muerte a los enemigos!". Es Putin, claro. "¡Gloria a Ucrania, gloria a los soldados!". También cantan, delante del Parlamento de Noruega, el himno nacional ucraniano. Terrorism has russian citizenship, clama el cartel de un hombre de unos 60 años con perilla blanca que asoma entre su anorak negro mientras sujeta las banderas de Ucrania y de Noruega.

Foto: Recreación de una bomba nuclear lista para ser detonada (Freepik)

Oslo, cuya temperatura no ha subido esta semana de los cero grados y en algunos momentos llegaba a los -7, luce banderolas de paz en sus calles, que están animadas en un trajín de compras, de personal que desafía el frío ocupando terrazas y de atardeceres que representan un puzzle de naranjas y verdes con vistas a los fiordos.

El sufrimiento de los hibakusha también se puede observar en obras de arte. Y no solo en El Grito, de Munch, cuyas tres de las cuatro versiones que existen se abren como compuertas en un periodo prefijado, sino en otras composiciones que en apariencia no guardan relación con Hiroshima ni con Nagasaki.

Un detalle. Una niña. Unos ojos.

Sophie es la protagonista del cuadro Madre muerta con niña. Lleva un vestido rojo, similar al color de una de las salas centrales de la cuarta planta del Museo Munch. Sufre el dolor del corazón, inocente, por su madre, que acaba de morir en la cama. Sophie, hermana del artista, tenía entonces seis años y Munch la pintó así, con aquel trágico recuerdo familiar. El miércoles 11 de diciembre, a las 11:14 horas, un padre de unos 35 años cuenta a su hija, de similar edad a Sophie, y también con un vestido rojo, qué es la muerte. Quizá algún día esa niña de rubio nórdico, atenta a todo, comprenda la explicación de la obra de 1889:

"¿Cómo nos relacionamos con la muerte? Los cuadros de Munch no solo giran en torno a las personas que mueren, sino también a los que se quedan atrás. La muerte es profundamente personal y también puede experimentarse a través de los ojos de un niño. En la época de Munch, era habitual morir en casa, rodeado de amigos, vecinos y familiares".

Los ojos de Sophie, azules, también sufrieron la misma sorpresa con terror que el hibakusha Tanaka. Oslo y Nagasaki se abrazan en duelo. Lloran las muertes, saben perdonar y solo quieren paz.

Las voces del recuerdo.

Japón
El redactor recomienda