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Buscando a media Siria en los sótanos de las cárceles de Al Asad: "No están aquí, están muertos"
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Una de las múltiples prisiones de tortura

Buscando a media Siria en los sótanos de las cárceles de Al Asad: "No están aquí, están muertos"

Los sirios buscan, desesperados, celdas en el subsuelo, pero el Gobierno rebelde les dice que no hay

Foto: Una mujer frente al Hospital Al-Mujtahid, donde identifican a los cadáveres. (EFE/Hasan Belal)
Una mujer frente al Hospital Al-Mujtahid, donde identifican a los cadáveres. (EFE/Hasan Belal)
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“A Sednaya se venía a morir”, dice en señal de bienvenida Yamal, que custodia con un compañero el acceso a esta cárcel al norte de Damasco. El hombre, de 60 años, ha sido testigo del viraje hacia la represión de la dinastía Al Asad. Y, por primera vez desde que se inauguró en 1986, viene contento a este edificio con forma de hélice en el que el gobierno de Bashar acabó con la vida de al menos 30.000 personas, según organizaciones de derechos humanos.

Yamal se apoya en un muro recién pintado con el verde, el blanco y el negro de la bandera de los rebeldes. “Los detenidos son el dolor del alma y la cuna de la victoria”, reza en rojo un graffiti oficial del nuevo gobierno del país. Por delante pasa un tropel de combatientes islamistas, ancianos, niños, mujeres con velo, sin velo, trabajadores de corbata y otros tantos tipos imaginables en la miscelánea que es Siria. Algunos vienen de Damasco, otros de Idlib, de Raqqa, de Deir ez-Zor, de Alepo, de Daraa…

Todos entran en el mayor presidio del país con la esperanza de encontrar a sus allegados. Muchos no lo han conseguido desde que la Organización Tahrir el-Sham (HTS) liberó la cárcel la noche del pasado sábado. Por eso, la euforia de los primeros rescates abre paso a la desesperación de quienes no dan con los suyos. Ahora, la esperanza de la mayoría reside en que Sednaya esconda en el subsuelo celdas completamente selladas a las que los equipos de rescate no hayan logrado acceder hasta el momento.

Sin embargo, a medida que pasan las horas, el optimismo de poder encontrar a los suyos se va desvaneciendo. Los números son claros: la ONU estima que más de 100.000 personas están desaparecidas en Siria, de las que se cree que una gran parte puede haber muerto. Una realidad que ha sido confirmada por el responsable de la Red Siria de Derechos Humanos, quien afirmó que es "casi seguro" que la gran mayoría de los desaparecidos han sido asesinados por el régimen de Al Asad. Conmovido hasta las lágrimas, y pidiendo disculpas a las familias, el responsable se quebró emocionalmente mientras reafirmaba esta trágica información durante una entrevista transmitida por un canal de televisión sirio.

Foto: Combatientes rebeldes posan mientras sostienen una bandera de la oposición siria en el interior de la Mezquita de los Omeyas. (Reuters/Amr Abdallah Dalsh)

Aun así, la ilusión de poder reencontrarse, al fin, con un ser querido hace creer en lo casi imposible. Howeida recorre ansiosa los sótanos de la prisión por tercer día consecutivo. “¡El tiempo se agota!”, grita entre lágrimas esta mujer de Idlib, que desde 2012 tiene a su marido en Sednaya. Como Howaida, muchos temen que, desde que los guardias huyeran de la cárcel y desactivaran los sistemas de ventilación, en estas supuestas celdas se esté acabando el oxígeno.

Encontrar vida en estas supuestas celdas es algo que también ha sido desmentido por los llamados cascos blancos, la defensa civil de la HTS que ahora gobierna Siria. Creen haber llegado a una conclusión después de registrar las instalaciones: no hay indicios de ninguna zona oculta o sellada en el subsuelo. En esta inspección, las nuevas autoridades dicen haberse servido de la ayuda de personas familiarizadas con el espacio y, también, de Turquía. La HTS ha ofrecido incluso una amnistía a los penitenciarios de Al Asad que ayudaran a identificar mazmorras secretas.

A miles de sirios no les basta esta respuesta, y siguen llegando en turba a Sednaya dispuestos a encontrar a los suyos, aunque sea por sus propios medios. En las oficinas de la cárcel, cientos de personas rastrean entre montañas de papel alguna mención del nombre de sus allegados. En los sótanos, hay quienes excavan con palas esperando llegar a un nuevo nivel del subsuelo. Otros se agolpan buscando que algún periodista publique las fotos de sus familiares. Todos se aferran a la idea de que sus desaparecidos siguen bajo tierra, aguantando la respiración, y no han sido quemados, ahorcados o triturados por Al Asad.

La Gobernación del Campo de Damasco, donde se encuentra Sednaya, también da por hecho que estas celdas aisladas existen. El lunes, hizo un llamamiento público a antiguos soldados y trabajadores de prisiones de Al Asad para que faciliten a los rebeldes “los códigos de las puertas electrónicas subterráneas”. A pesar de que la HTS no ha declarado tener acceso a ningún sistema de videovigilancia, el mensaje de la Gobernación del Campo de Damasco urgió a “liberar a los más de 100.000 detenidos que pueden verse desde los monitores de las cámaras de seguridad”. Los cascos blancos advierten contra la “desinformación y los rumores generalizados”, que solo pueden “agravar psicológicamente” el duelo de quienes no han encontrado a sus familiares.

Entre los dolientes, existe el consenso de que en Sednaya sigue habiendo mazmorras sin descubrir. Pero las pruebas no van más allá de que varias personas alegan haber escuchado voces desde la planta más baja del edificio. “Mi hermano estuvo aquí ayer y escuchó a alguien gritar ayuda”, dice Maher, un joven de 21 años que merodea la zona con sus amigos.

Foto: Miembros de las fuerzas democráticas sirias (SDF) dirigidas por los kurdos hacen un gesto en Deir al-Zor. (Reuters/Orhan Qereman)
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Maher nos pide que invitemos a equipos de rescate españoles a venir a Damasco para rescatar a los posibles atrapados antes de que sea demasiado tarde. En las redes sociales, activistas y plataformas sirias secundan este llamamiento. Por ahora, en Sednaya solo se ve a la Cruz Roja Suiza. Elena Grammatica, una cooperante italiana que forma parte en el terreno de esta misión, explica que la función de su organización se limita a ayudar a los familiares a ponerse en contacto con los liberados y proveerles de asistencia médica y ropa.

Si existen estas celdas, desde luego no albergan a los seres queridos de todos los que buscan indicios en Sednaya. El aislamiento no sería el único método de tortura usado por el gobierno de Al Asad en esta cárcel. En una de las instancias, la gente pasa en fila al lado de una prensa hidráulica como si se tratara de un museo. Muchos están convencidos de que el régimen se sirvió de la máquina para aplastar los cuerpos y hacerlos más fáciles de desechar. A escasos metros, un hombre recita una lista de nombres de personas que se cree que han sido ahorcadas. A su lado, se exhiben cuerdas manchadas de un marrón que bien podría ser sangre seca.

En una habitación mínima de Sednaya, Qásem* revela cómo sufrió agresiones sexuales por parte de los correccionales. “Nos sacaban por la mañana totalmente desnudos de este cuarto, en el que dormíamos 60 personas de pie. Primero nos pegaban cien azotes, que con los cien de la tarde y los cien de la noche se convertían en 300”, cuenta este anciano de Alepo. Pero, algunos días, la cosa no acababa ahí. “En el mismo sitio, nos metían tubos de metal por el culo y los empujaban hasta que nos golpeara el estómago desde dentro. Luego, al director de la cárcel, en concreto, le gustaba darme patadas en los testículos. Desde que salí de aquí en 2013 quedé impotente”, revela.

"Además de las cárceles, los hospitales han sido cómplices en la gestión de los cadáveres"

Los horrores de Sednaya han torturado durante cuatro décadas a todo un país, especialmente desde la revolución de 2011 que desembocó en guerra civil. En los calabozos de esta prisión murieron líderes y combatientes de las facciones islamistas que buscaban derrocar el gobierno de Al Asad. Pero también ciudadanos de a pie, familiares de personas involucradas en la oposición y, según se ha hallado en los últimos días, niños y bebés. Jaled, de la ciudad de Hama, denuncia que su hermano sufrió una detención arbitraria en 2012 que, hasta la fecha, lo mantiene desaparecido: “Estábamos regresando del médico, vinieron y lo cogieron delante de mí. Nunca he sabido el porqué”, cuenta.

Pero, además de Sednaya, el régimen sirio ha reproducido las mismas tácticas de represión en una infinidad de prisiones repartidas por todo el país. Algunas casi tan grandes como esta, otras tan improbables como una copistería, según una fuente local de Alex Simon, codirector de la red de investigación Synaps. Además de las cárceles, los hospitales han sido cómplices en la gestión de los cadáveres. En la clínica damasquina de Harasta, se han descubierto esta semana cadáveres envueltos en sudarios blancos manchados de sangre apilados en el interior de una cámara frigorífica.

La Siria pos-Bashar al Asad lo tendrá difícil para reparar los horrores a los que asistimos esta semana por primera vez. Una de las razones es que apenas hay archivo de las ejecuciones del régimen. “Un comandante podía establecer centros de detención en lugares tan inesperados como el sótano de una imprenta, y sin informar a sus superiores. Las ejecuciones se llevaban a cabo sin que el aparato de seguridad ni siquiera lo llegara a saber”, cuenta Simon. Por ello, encontrar a alguien en concreto dentro del sistema penitenciario sirio puede ser, con o sin celdas subterráneas, misión imposible.

“A Sednaya se venía a morir”, dice en señal de bienvenida Yamal, que custodia con un compañero el acceso a esta cárcel al norte de Damasco. El hombre, de 60 años, ha sido testigo del viraje hacia la represión de la dinastía Al Asad. Y, por primera vez desde que se inauguró en 1986, viene contento a este edificio con forma de hélice en el que el gobierno de Bashar acabó con la vida de al menos 30.000 personas, según organizaciones de derechos humanos.

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