Todo lo que Rusia pierde en Siria: su joya militar del Mediterráneo y el mejor puente aéreo
La Siria de Asad era central para las ambiciones geopolíticas de Moscú, ofreciendo infraestructura militar crítica, acceso directo al Mediterráneo y sirviendo como plataforma para proyectar poder global
Bashar al Asad ha caído. El terremoto de la ofensiva rebelde ha dado la vuelta al tablero sirio, pero las réplicas llegan hasta Moscú, uno de sus principales aliados. El colapso de su régimen en Siria supone, así, un golpe significativo a la influencia de Rusia en Oriente Medio.
La Siria de Asad era central para las ambiciones geopolíticas de Moscú, ofreciendo infraestructura militar crítica, acceso directo al Mediterráneo y sirviendo como plataforma para proyectar poder global. A la espera de ver cómo se construye la relación con el nuevo gobierno que nazca de la toma de Damasco por parte de los rebeldes islamistas y la relación que elijan mantener con Rusia, es mucho lo que Moscú pierde con la caída de Asad.
En un comunicado oficial del domingo, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia confirmó la decisión de Asad de "dimitir y abandonar el país" tras dar instrucciones para un "traspaso pacífico del poder". Aclaró además que Rusia no participó en las negociaciones que llevaron a la salida de Asad, que llegó la noche del domingo a su exilio en Rusia con su familia, pero que "está en contacto con todas las facciones de la oposición siria" e hizo un "fuerte llamado" a "todas las partes involucradas" para que se abstuvieran de usar la violencia y resolvieran todos los problemas por medios políticos. Hasta la noche del domingo, el Kremlin permaneció en silencio sobre las implicaciones más amplias de la debacle de su principal aliado en Oriente Medio.
La intervención de Rusia en Siria comenzó en 2015, cuando el régimen de Asad había perdido una parte significativa del territorio ante la ofensiva del Estado Islámico (Daesh), y fue vital para sostenerlo. En aquel entonces, Rusia lidiaba con las sanciones occidentales impuestas tras la anexión de Crimea y la guerra en Dombás.
Para el presidente Putin, esta intervención demostró que Rusia no estaba aislada y que aún tenía la capacidad de ejercer influencia más allá de su esfera tradicional de los países exsoviéticos. A lo largo de los años, los ataques aéreos rusos y el apoyo militar directo ayudaron al descabalado Ejército sirio a recuperar el control de gran parte del país.
La mayoría de las operaciones fueron aéreas (en septiembre de 2022, la Red Siria pro Derechos Humanos estimó que Rusia había cometido más de 360 masacres en el país, utilizando armas ilegales como fósforo blanco y municiones de racimo). El entonces ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, afirmó que Siria servía como "campo de pruebas para todas las últimas armas rusas". Pero también se mandó soldados sobre el terreno: la mayoría, tropas del contratista militar privado Wagner, pero también soldados rusos. El propio Vladímir Putin afirmó que "más del 85% de los comandantes del Ejército ruso ganaron experiencia de combate en Siria". Eso sin contar todas las armas que Rusia vendió en la región.
En diciembre de 2017, el jefe del Estado Mayor General de Rusia, Valery Gerasimov, declaró que "el territorio de Siria ha sido completamente liberado de los terroristas y todos los grupos militantes del ISIS han sido destruidos". A pesar de las victorias militares, Rusia se vio atrapada en un conflicto interminable, con un régimen que, aunque apoyado por Moscú, no fue capaz de consolidar su autoridad ni garantizar una solución política estable. Como le pasó a Occidente en Afganistán con la vertiginosa reconquista talibán, esta ofensiva habría significado un lustro perdido y una trampa: en cuanto sales del país, las fuerzas que apoyabas son arrolladas por los rebeldes que parecían contenidos, si no acabados.
Por qué Rusia no pudo ayudar a Asad
A finales de noviembre, los rebeldes anti-Asad lanzaron una inesperada y gran ofensiva, tomando el control de ciudades clave en cuestión de días, como Alepo, Hama, Homs y, finalmente, la capital Damasco. El ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergey Lavrov, declaró que Rusia "estaba tratando de hacer todo lo posible para evitar que los terroristas prevalecieran, aunque ellos mismos afirmen no serlo".
A pesar de estos esfuerzos, los (pocos) ataques aéreos rusos resultaron ineficaces, ya que el Ejército sirio estaba desorganizado y reacio a luchar. Con los insurgentes avanzando, se realizaron cambios de personal en el comando militar ruso: el teniente general Sergey Kisel, a cargo del contingente ruso en Siria, fue reemplazado por el general de división Alexander Chayko, conocido por su participación en las operaciones de combate cerca de Kiev. Sin embargo, los recursos disponibles de Rusia eran limitados. Según la BBC, aproximadamente 7.500 efectivos rusos permanecían en Siria en marzo de 2024.
La Flota del Mar Negro, que ahora se encuentra principalmente en el puerto de Novorossysk en el mar Negro, no pudo intervenir en Siria, ya que Turquía cerró el estrecho del Bósforo a los buques de guerra rusos al inicio de la guerra en Ucrania.
Los riesgos para Rusia
La caída del régimen de Asad es un golpe severo al estatus de gran potencia de Rusia. Después de haber invertido recursos considerables para mantener el régimen, estos esfuerzos han sido en gran parte deshechos en cuestión de semanas. “Con seguridad, la influencia de Rusia sobre la situación en Siria y Oriente Medio en su conjunto será menor que la que tenía hasta este momento”, afirma Marianna Belenkaya, analista rusa en Oriente Medio, a El Confidencial.
Por otro lado, el colapso del régimen de Asad significa que Rusia ya no cargará con lo que se había convertido en un conflicto largo y estancado. "El proceso de regulación política llegó a un punto muerto, ya que Asad no estaba dispuesto a moverse en ninguna dirección", afirma Belenkaya. Los recursos de Rusia habían sido completamente absorbidos por la guerra en Ucrania. "Siria necesitaba inversiones significativas: Rusia no tiene ese dinero", añade la experta.
“Se cierra oficialmente la época en la que Rusia era responsable de toda Siria", concluyó el blogger militar ruso Rybar, uno de los más reconocidos de la esfera de analistas-bloggeros militares rusos. “No funcionó; la apuesta estaba sobre un cobarde que traicionó a su país”, añadió en referencia a Asad. El humor es oscuro entre estos analistas, que lamentan las pérdidas y establecen paralelismos con lo que podría pasar en Ucrania.
Puerto de Tartus, base en Latakia
El colapso del régimen de Asad también tiene importantes consecuencias militares y estratégicas para Moscú, ya que el futuro de los activos clave de Rusia en Siria—particularmente la base aérea de Khmeimim, en la provincia de Latakia, y el puerto naval de Tartus—está en duda.
Tartus es el único centro militar de Rusia en el Mediterráneo, mientras que Khmeimim sirve como un centro logístico crucial para las operaciones rusas en el continente africano. Una suerte de puente aéreo necesario para la mayoría de sus operaciones en los países del Sahel. Rusia tiene derecho a usar estas bases hasta 2066 bajo un acuerdo con Siria, pero con el régimen de Asad ahora caído, el futuro de estas instalaciones es incierto. Según algunos reportes sin confirmar, los rebeldes sirios habrían ofrecido una ventana de tiempo a Moscú para evacuar su presencia militar en ambas bases.
Según el analista militar David Gendelman, Rusia podría perder su único punto de apoyo en el mar Mediterráneo y en Oriente Medio, junto con "toda la influencia política y militar que se había ganado en los últimos nueve años". La ubicación de Tartus era estatégica: en el extremo más alejado del Mediterráneo Oriental, daba acceso a una zona con la menor presencia marítima de la OTAN (más concentrado en el Mediterráneo Occidental y Central) en la zona. Operar en Tartus implicaba que Rusia podía proyectar su poder marítimo en el Mediterráneo con las menores interferencias posibles de la OTAN. La cercanía al canal de Suez también daba a Rusia la carta de amenazar el transporte marítimo civil, así como la vía para trasladar fuerzas al mar Rojo y el océano Índico, para cooperar con Sudán e Irán. Desde Tartus salían también los buques de guerra rusos que proporcionaban escolta a los barcos que transportaban combustible y equipo militar entre Rusia y Siria, un convoy conocido popularmente como el Syrian Express.
El puerto de Tartus albergaba cinco buques de guerra rusos y un submarino, incluidos dos fragatas de clase Gorshkov, una fragata de clase Grigorovich, dos buques auxiliares—Yelnya y Vyazma—y el submarino Novorossiysk. Para el 3 de diciembre, todos los barcos rusos habían salido del puerto. El ministro de Exteriores de Rusia, Sergey Lavrov, negó que la retirada estuviera relacionada con la situación deteriorada en el país, atribuyéndola en cambio a ejercicios programados en el este del Mediterráneo. El 6 de diciembre, cuatro de los seis buques habían regresado al puerto, según imágenes satelitales. El domingo, el Ministerio declaró que las bases rusas "están en alta preparación para el combate" y aseguró que "en este momento, no hay ninguna amenaza seria para su seguridad". Unas horas más tarde, se reportó que los rebeldes anti-Asad habían entrado en Tartus.
Lo más probable es que el destino de la presencia militar continua de Rusia en Siria sea determinado por el nuevo gobierno sirio. "Este asunto no está dentro de mi competencia; será decidido en el próximo periodo por las nuevas autoridades", dijo el primer ministro sirio, Muhammad Ghazi al-Jalali, en una entrevista con Al Arabiya.
Según la analista Belenkaya, la cuestión de si Rusia mantendrá sus bases militares en Siria depende de si Moscú puede llegar a un acuerdo con Hayat Tahrir al-Sham (HTS), el principal grupo insurgente. "HTS ha mostrado disposición para colaborar con diversas fuerzas, incluida Rusia", dijo Belenkaya, añadiendo que HTS ve a Rusia como un contrapeso a Turquía, Estados Unidos y otras potencias regionales.
"Si el nuevo gobierno sirio pide a los rusos que se evacuen, es difícil imaginar que los rusos no cumplan con la solicitud", dijo el analista militar David Gendelman a El Confidencial.
Otra preocupación para Moscú es que la caída del régimen de Assad podría provocar un aumento en la actividad terrorista. La intervención de Rusia en Siria fue en parte motivada por el deseo de combatir a los extremistas islámicos, muchos de los cuales provenían de la región del Cáucaso Norte de Rusia y de las antiguas repúblicas soviéticas, lo que representaba una amenaza directa para la seguridad de Rusia.
Con la caída del régimen de Asad, esta amenaza podría resurgir. “Los terroristas y extremistas de todo tipo, incluidos los provenientes de los países de la CEI, que han adquirido experiencia en combate, probablemente querrán regresar a países más viables económicamente, con la posibilidad de reubicarse en Rusia”, advirtió el bloguero militar Rybar. Después del sangriento atentado en el Crocus Hall, esta amenaza no se puede tomar a la ligera.
Bashar al Asad ha caído. El terremoto de la ofensiva rebelde ha dado la vuelta al tablero sirio, pero las réplicas llegan hasta Moscú, uno de sus principales aliados. El colapso de su régimen en Siria supone, así, un golpe significativo a la influencia de Rusia en Oriente Medio.
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