Trece años de guerra y una semana de colapso: las claves de la caída de Bashar Al Asad
¿Cómo es posible que el régimen sirio haya colapsado tan rápido? La respuesta no es sencilla, pero hay algunos elementos que han jugado un papel esencial en este proceso
Hace apenas unos meses parecía que la victoria de Bashar Al Asad en la sangrienta guerra de Siria, de más de una década de duración, era un hecho incontestable. Los enemigos del régimen controlaban algunas áreas del país, sin duda, pero las líneas del frente llevaban años estáticas y nada hacía sospechar que estos adversarios tuviesen la capacidad de cambiar esta situación. El presidente sirio era invitado de nuevo a las capitales árabes, los estados vecinos reabrían sus embajadas en Damasco, y el mundo parecía resignado a este statu quo. Asad se sentía tan seguro que en octubre se atrevió a volver a bombardear la región noroeste de Idlib.
Como respuesta, el pasado 27 de noviembre una coalición de grupos insurgentes lanzó una ofensiva en tres puntos del norte del país que ha resultado imparable. Poco más de una semana después, los rebeldes entraban en el Palacio Presidencial en Damasco, sorprendiendo a propios y extraños y poniendo fin a 54 años de dictadura de la familia Asad, cuyo último exponente ha tenido que buscar refugio en Moscú.
¿Cómo es posible que el régimen sirio haya colapsado tan rápido? La respuesta no es sencilla, pero hay algunos elementos que han jugado un papel esencial en este proceso. Asad ha demostrado ser mucho más débil de lo que casi todo el mundo creía, y las claves de su caída son tanto internas como externas.
Sanciones y desgaste económico por la guerra
Quizá la guerra sea el elemento más obvio: 13 años de conflicto armado no pasan en balde, con el consiguiente desplome económico, la pérdida de capital humano y fuga de cerebros (con más de 12 millones de sirios convertidos en refugiados o desplazados internos), los enormes recursos quemados en la hoguera de los combates sin ningún retorno productivo… A todo ello se suma, además, el impacto de las sanciones internacionales, que bloqueaban la inversión extranjera en el país y dificultaban la reconstrucción de infraestructuras y la adquisición de suministros y piezas de reemplazo. En conjunto, el PIB de Siria cayó de los 252.500 millones de dólares en 2010 a unos 9.000 millones en los últimos años, empujando a más del 90% de los sirios por debajo del umbral de la pobreza extrema. La inflación creció más de un 300% a la vez que la divisa local, la lira, se depreciaba más de un 700%.
Corrupción y apropiación de recursos
Mientras la economía siria se hundía, los altos cargos del régimen se apropiaban de todos los recursos disponibles. Los Asad y sus amistades más cercanas no solo se hacían con la propiedad de todos los sectores importantes, como la telefonía o la construcción, sino que se dedicaron a robar grandes cantidades de la ayuda humanitaria enviada al país y a vender alimentos racionados en el mercado negro o a establecer negocios alternativos, como el cobro de sobornos a los familiares de los presos políticos para poder visitarlos o conseguir su liberación. También convirtieron Siria en un narcoestado, facturando gigantescas cantidades de captagon, cuyo tráfico estaba dirigido por Maher Al-Asad, el hermano menor de Bashar y líder de la 4ª División del Ejército, considerada la guardia pretoriana del régimen.
En un momento dado, Rami Makhlouf, primo hermano de los Asad, llegó a controlar el 60% de toda la economía de Siria. Pero al reducirse progresivamente el pastel, los Asad fueron acaparando más y más, llegando a lanzar una "campaña anticorrupción" que no era sino una operación encubierta para apropiarse de los activos de otros individuos importantes, incluido el propio Makhlouf.
Incapacidad de proporcionar servicios
Las condiciones de vida de la mayoría de los sirios se han ido degradando de forma galopante en los últimos años. Para 2022, el 60% vivía en condiciones de inseguridad alimentaria. Situaciones como los cortes energéticos, la falta de abastecimiento de agua corriente, la omnipresencia de la basura o la ausencia de servicios adecuados venían siendo la tónica general, no la excepción.
Esto ha ido provocando el estallido de nuevas protestas apolíticas contra la carestía, incluso en zonas donde supuestamente el apoyo al régimen era fuerte, especialmente durante el último año. Para muchos sirios, la presencia del estado solo era visible en un aspecto: la represión. En consecuencia, a la hora de la verdad, muy pocos sirios estaban dispuestos a dejarse matar por Asad.
Eficacia y preparación de los rebeldes
Al mismo tiempo, en otras zonas del país se producía el fenómeno contrario. Tanto los kurdos en el noreste apoyados por EEUU, como una coalición de grupos islamistas en el noroeste con respaldo turco trabajaban para desarrollar instituciones propias y dar servicio a la población en los territorios bajo su control, sin descuidar los aspectos militares y de seguridad. Y han sido estos últimos quienes han puesto en marcha el movimiento que ha acabado por derrocar a Assad. Bajo el liderazgo de Abu Mohamed Al-Jolani, la organización Hayat Tahrir Al-Sham (fusión de varias antiguas milicias yihadistas anteriormente vinculada por Al Qaeda, un pasado del que ahora busca desligarse) estableció en la región de Idlib el llamado Gobierno de Salvación de Siria, que hacía el papel de autoridad efectiva de la zona rebelde. Tras conquistar Alepo, HTS inmediatamente puso en práctica las mismas medidas que aplica en lo que llama las Áreas Liberadas, restableciendo los servicios y dando a entender que no había nada que temer por su parte.
Al-Jolani también creó una academia militar en Idlib para entrenar a los insurgentes en técnicas de guerra moderna, mejorando significativamente su efectividad en el campo de batalla, e introdujo innovaciones como el uso de drones de fabricación propia, que han tenido resultados asombrosos en esta ofensiva. El conjunto de todo ello ha contribuido a debilitar la voluntad de resistencia de muchos en el bando gubernamental.
Cambios geopolíticos y debilidad de los aliados de Asad
Tal vez el factor esencial en este proceso haya sido el tiempo: 2024 no es 2012 ni 2015, y en estos años el mundo ha cambiado bastante. Si en aquellos momentos la intervención de los aliados de Asad como Irán, Hizbulá y Rusia sirvió para compensar las dificultades del régimen en las trincheras y revertir los avances de la insurgencia hasta otorgarle una victoria casi total, en esta ocasión ninguno de ellos estaba en condiciones de acudir al rescate. El ejército ruso, absorbido por su propia guerra en Ucrania, carecía de las capacidades necesarias para montar una contraofensiva como la que se requería en Siria.
Además, la operación israelí en el Líbano ha diezmado los mandos intermedios y altos de Hizbulá, y se calcula que ha logrado destruir el 80% de los arsenales de esta organización. Israel también ha expuesto la debilidad de Irán, mostrando su disposición a derribar los aviones enviados por Teherán con refuerzos y obligándoles a dar media vuelta. Del mismo modo, las tropas iraníes en el este de Siria y las milicias chiíes movilizadas desde Irak, organizadas en columnas de vehículos terrestres, se convirtieron en un blanco fácil para los bombardeos aéreos de EEUU, que se la tenía guardada por el hostigamiento constante a las tropas norteamericanas desplegadas en ambos países en estos años. Tras una sola jornada de ataques estadounidenses desde el aire, estos convoyes renunciaron a participar en la defensa de Asad. De golpe, el régimen se había quedado sin respaldo internacional.
La arrogancia de Asad
Cuando Kofi Annan se disponía a encontrarse con Bashar Al Asad en 2012, el experto en Oriente Medio Peter Harling escribió para el entonces secretario general de la ONU un memorándum preparatorio sobre la personalidad del presidente sirio, algunos extractos de los cuales ha hecho públicos ahora. Según Harling, Assad "malinterpreta y desprecia su sociedad; introduce una mentalidad de nuevo rico; teme a las figuras fuertes y empodera a las débiles; microgestiona en lugar de delegar; y nunca busca acuerdos, ya sea en una posición de fuerza o de debilidad".
Esto explica el comportamiento del líder sirio en estos años, actuado de un modo que en último término ha supuesto su perdición. Hastiados por la prolongación del conflicto y el problema que suponen los millones de refugiados, los países vecinos habían iniciado ya un proceso de normalización de la Siria de Asad, reintegrándole en la Liga Árabe. Italia acababa de anunciar un acuerdo con el régimen para repatriar a sirios, que otros países europeos esperaban replicar. El broche final habría sido el restablecimiento de relaciones plenas con Turquía, el país que más había hecho por apoyar a la insurgencia. Y ahí fue donde Bashar erró el cálculo: no solo se mostró intransigente durante todas las conversaciones con el gobierno turco, negándose a hacer cualquier concesión hacia la oposición siria, sino que, con respaldo ruso, inició una nueva campaña de bombardeos en Idlib que amenazaba con provocar una nueva ola de refugiados hacia territorio turco. Ankara dijo basta, dando luz verde a una ofensiva rebelde con la que esperaban obligar a Asad a hacer concesiones en la mesa de negociación, pero que ha ganado tracción propia y ha terminado con su derrocamiento.
Quizá uno de los pocos que fue capaz de ver la verdadera debilidad de Asad fue el propio Al-Jolani, quien hace apenas unos días, tras la toma de Alepo, concedió una entrevista a la cadena estadounidense CNN en la que dijo: "Las semillas de la derrota del régimen han estado siempre en su interior. Los iraníes intentaron revivir el régimen, haciéndole ganar tiempo, y luego los rusos intentaron también levantarlo. Pero la verdad sigue siendo la misma: este régimen está muerto". Menos de una semana después, los acontecimientos le daban la razón.
Hace apenas unos meses parecía que la victoria de Bashar Al Asad en la sangrienta guerra de Siria, de más de una década de duración, era un hecho incontestable. Los enemigos del régimen controlaban algunas áreas del país, sin duda, pero las líneas del frente llevaban años estáticas y nada hacía sospechar que estos adversarios tuviesen la capacidad de cambiar esta situación. El presidente sirio era invitado de nuevo a las capitales árabes, los estados vecinos reabrían sus embajadas en Damasco, y el mundo parecía resignado a este statu quo. Asad se sentía tan seguro que en octubre se atrevió a volver a bombardear la región noroeste de Idlib.
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