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Terremoto geopolítico en Siria: la victoria yihadista rompe el eje chií y pone patas arriba la región
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GUERRA CIVIL SIRIA

Terremoto geopolítico en Siria: la victoria yihadista rompe el eje chií y pone patas arriba la región

Solo un país, Turquía, tiene motivos para alegrarse de que un antiguo movimiento terrorista se adueñe del poder en Damasco. Para Irán y sus socios es un gran revés, y para Israel, EE UU y Europa la región se adentra en territorio desconocido

Foto: Rebeldes sirios en Homs.
Rebeldes sirios en Homs.
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Tras la caída en Siria del régimen de los Asad, instaurado hace más de medio siglo por Hafez Al Asad, padre de Bashar, solo se vislumbra una consecuencia geopolítica con nitidez: el llamado Eje de la Resistencia capitaneado por Irán está roto en Oriente Medio. Era un eje político, pero también militar, por el que transitaba la ayuda iraní a la milicia libanesa de Hezbolá.

Erigido por Teherán a partir de 2011, el Eje abarcaba al régimen de Siria —un país gobernado por una minoría religiosa afín a los chiíes iraníes— para acabar en Hezbolá, el movimiento político y militar hasta ahora hegemónico en Líbano. Irán ya había perdido este año su capacidad de disuasión frente a Israel, y ahora desaparece en Damasco uno de sus aliados, mientras el otro, Hezbolá, queda debilitado.

Irán puede, además, albergar el temor de que su vecino Irak, en el que los chiíes son también mayoría y gobiernan el país, resulte afectado por la desestabilización de Siria. "Irak teme una repetición del escenario de 2014 cuando el Estado Islámico [el rival yihadista de Al Qaeda] logró adueñarse de un 40% del territorio iraquí tras infiltrarse desde Siria", señalaba esta semana el diario "Al-Mada" de Bagdad. Los yihadistas son musulmanes suníes.

En Líbano, el otro vecino de Siria, la llegada al poder en Damasco de musulmanes suníes puede incitar a sus correligionarios, y también a la minoría cristiana, a intentar aprovechar la coyuntura para acabar con la hegemonía de Hezbolá. La milicia ya quedó debilitada por su largo enfrentamiento con Israel, al que puso fin el alto el fuego del 27 de noviembre.

Foto: Foto del expresidente Hafez al-Assad, padre de Bachar, en el aeropuerto de Hama. (Reuters)

Siria fue además el escenario donde se fraguó, a principios de la década pasada, la alianza entre Irán y Rusia, que lucharon juntos para defender al régimen de Bashar Al Asad al que los grupos yihadistas y kurdos intentaron derribar en una guerra civil que causó más de 350.000 muertos. Las dos potencias extranjeras y Hezbolá salvaron entonces al régimen.

Rusia también pierde a un amigo en Al Assad y, probablemente, una base naval en Tartous, en la costa mediterránea siria, y otra aérea en Hmeimim, cerca de Lataquia. En un desesperado intento de socorrer al presidente, la aviación rusa bombardeó a los rebeldes sirios, pero no logró detener su avance.

Israel debería, por tanto, alegrarse del gran revés sufrido por Irán, un enemigo con más peso que Hamás, y Estados Unidos también porque comparte contrincantes con el Estado hebreo. Si Hamás pudo, en octubre de 2023, lanzar su brutal ataque contra el sur de Israel fue porque contó con el apoyo de Teherán.

Foto: El líder islamista del Organismo de Liberación del Levante, Abu Mohamed al Jolani (EFE/Comandancia General del noroeste de Siria)

Más allá de la quiebra del eje chií, nada está, sin embargo, claro en Siria. La hipótesis más probable es que el país quede sumido en un caos algo parecido al que caracteriza a Libia desde la caída de Mohamar el Gadafi, en 2011, aunque en una región, Oriente Próximo, de mayor importancia geoestratégica que el norte de África.

En ese caos predominará, sin embargo, Hayat Tahrir al-Cham (Organización para la Liberación del Levante), que en su día estuvo, con otro nombre, afiliada a Al Qaeda, pero que ahora habría edulcorado su doctrina islamista. Su líder, Abu Mohamed Al-Jolani, aprendió el oficio de terrorista en Irak y después en Siria de la mano de los mejores "profesores", Abu Mussab al-Zarkaoui y Abubakr al-Baghddi. Son musulmanes suníes como la gran mayoría de la población de Siria, donde los alauíes, como el derrocado Asad, no suponen ni el 10%.

Por ahora esos herederos de Al Qaeda muestran una relativa tolerancia, inimaginable por parte de su antigua organización o de sus rivales del Estado Islámico. Han circulado por redes sociales vídeos de misas celebradas en iglesias de Alepo, la primera gran ciudad que conquistaron. En otras imágenes se ve a yihadistas acercarse en la calle a mujeres cristianas que no llevan el hijab tapándoles el cabello, a las que manifiestan su respeto por su religión.

¿Pura propaganda? Es lo que deben de pensar los ministros ruso e iraní de Asuntos Exteriores, Sergei Lavrov y Abbas Araghchi, que en la cumbre de Doha, de este fin de semana, tacharon de "terroristas" a los enemigos de El Asad. Lo son "aunque afirmen no ser terroristas", insistió Lavrov ante la prensa.

El grupo yihadista llevaba cuatro años atrincherado en la provincia de Idlib, en el noroeste de Siria, el único feudo que le quedaba tras sus derrotas militares en la década pasada. De pronto, el 29 de octubre, poco después del alto el fuego entre Hezbolá e Israel, se lanzaron a la conquista del país mal armado, pero con drones. En menos de diez días tomaron Damasco.

Su marcha casi triunfal, frente a un ejército regular que se desmoronó porque ya no contaba con el respaldo de Hezbolá, obtuvo la luz verde, quizás incluso el aliento, de Recep Tayyip Erdogan, el presidente de Turquía, según todos los analistas y académicos con conocimiento de la región. El Ejército turco ocupa ya una franja de territorio sirio a lo largo de la frontera común.

Foto: Protesta contra las indicaciones de Turquía sobre una posible reconciliación con Siria. (EFE/Bilal al Hammoud)

Los motivos del visto bueno que dio Erdogan son múltiples. Abarcan desde su pésima relación con Al Asad hasta su empeño en mandar de vuelta a Siria a los 3,3 millones de refugiados que acoge en Turquía pasando por su deseo de que los yihadistas acaben con la milicia del Partido de la Unión Democrática, los kurdos afincados en Rojava, en el noreste del país. El momento es propicio si, además, Donald Trump cumple su anuncio de retirarse a sus fuerzas (900 soldados) de esa zona. A ojos de Erdogan los kurdos de Siria son como una extensión de su gran enemigo, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán.

¿Qué influencia ejerce Erdogan sobre los yihadistas a las órdenes de Abu Mohamed Al-Jolani? ¿Seguirá manteniendo su ascendiente o, al ser ya dueña de Damasco, Hayat Tahrir al-Cham rechazará la tutela turca y volverá a sus viejos demonios? De ser así, Israel y EE UU, y no digamos ya Europa, no tendrían motivos para alegrarse. Todos están a la espera de que Erdogan explique cómo vislumbra el futuro de Siria.

Los yihadistas no están bien pertrechados y su discurso nunca ha sido especialmente antiisraelí. Se convertirán en un peligro, sobre todo para Israel, si recuperan las armas químicas que debía aún poseer Bashar Al Asad y son capaces de utilizarlas. La hipótesis ha sido ya recogida por la prensa israelí citando a fuentes de inteligencia.

También serán una amenaza si, como sucedió hace diez años, el territorio que controlan se convierte en un centro de operaciones donde se planean atentados que se perpetrarán allende sus fronteras, en Europa. Bastaría incluso con que sean una mera fuente de inspiración para jóvenes radicalizados en Europa. Fue el Estado Islámico implantado en Siria e Irak el que activó a distancia el virus terrorista en los jóvenes que, en agosto de 2017, asesinaron a 16 personas entre Barcelona y Cambrils.

Tras la caída en Siria del régimen de los Asad, instaurado hace más de medio siglo por Hafez Al Asad, padre de Bashar, solo se vislumbra una consecuencia geopolítica con nitidez: el llamado Eje de la Resistencia capitaneado por Irán está roto en Oriente Medio. Era un eje político, pero también militar, por el que transitaba la ayuda iraní a la milicia libanesa de Hezbolá.

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