De Elon Musk a Xi Jinping, los estados se preparan para una nueva batalla por la natalidad
El natalismo ha resucitado con fuerza en todo el globo. De China a Estados Unidos pasando por Hungría e Irán, los gobiernos prueban nuevas y viejas recetas para tener más hijos
"El colapso de la población (mundial) debido a las bajas tasas de nacimientos es un riesgo mucho mayor para la civilización que el calentamiento global". La frase es de Elon Musk y está fechada en agosto de 2022. Pocos días después de la victoria de Donald Trump, el dueño de Tesla, SpaceX y X/Twitter volvía a escribir en su red social: "En vez de enseñar a tener miedo al embarazo, deberíamos enseñar el miedo a quedarte sin hijos".
La diferencia esencial entre ambos mensajes es que, cuando publicó el primero, Musk era tan solo el hombre más rico del mundo. Desde noviembre es, también, uno de los hombres más influyentes del planeta, con línea directa con el Despacho Oval y un ministerio de nueva creación con el que aspira a meter baza en los temas clave para el futuro de Estados Unidos. Su obsesión con el tema es una de las señales más visibles de cómo las ideas pronatalistas están recuperando la influencia que tuvieron en el pasado. Pero en un contexto muy diferente.
Gobiernos y partidos de todo signo en varias regiones del mundo están incorporando y evolucionando viejas aspiraciones natalistas en sus programas políticos. Los casos se cuentan por decenas. Algunos desde la crítica cultural ("la sociedad está enferma"), otros desde la económica ("es imposible sostenerse sin hijos") y otros como alternativa a la inmigración masiva ("hay que mantener la identidad"). De Donald Trump a Xi Jinping, de las democracias del Este de Europa al régimen de los ayatolás en Irán, de Italia a Japón, el natalismo vuelve a estar de moda.
Moldear el número de hijos según las necesidades de la nación ha sido una tentación recurrente a lo largo de la historia. Como recuerda el demógrafo del CSIC Julio Pérez, se ha intentado hacer con el palo y con la zanahoria. Con experimentos represivos y también redistributivos, tanto para aumentar como para disminuir el número de nacimientos. En la Rumanía de Ceaucescu se prohibió el aborto y todas las barreras anticonceptivas fueron perseguidas, sometiendo a las mujeres en edad fértil a revisiones ginecológicas obligatorias. En la India de Indira Gandhi se practicó la esterilización forzosa en masa. La propia creación del estado del bienestar europeo se defendió con argumentos natalistas, bajo la premisa de que un pueblo más sano y menos angustiado se reproduciría más rápido.
Algunos de estos experimentos tuvieron consecuencias catastróficas para las sociedades donde se implantaron y los líderes que las ordenaron. Otros contribuyeron a elevar la calidad de vida de la población. Lo que nadie consiguió es un impacto significativo y sostenido en las tasas de natalidad. Las mujeres rumanas tardaron poco menos de un año en aprender a evadir los controles, mientras que el estado del bienestar sí logró incrementar la población, pero no por aumento de nacimientos, sino por una menor mortalidad y una mayor esperanza de vida. Cuando el Partido Comunista Chino decretó el fin de la política del hijo único, las tasas de fecundidad no solo no aumentaron, sino que se desplomaron todavía más.
En cualquier caso, la aspiración es legítima porque el problema es real. Aunque el colapso del que habla Musk es una descripción exagerada, es cierto que la Humanidad se acerca a su pico de población tras una dramática aceleración en la caída de las tasas de fecundidad durante los últimos 50 años. Es algo de lo que ha hablado con reiteración el economista Jesús Fernández Villaverde en las páginas de este periódico. Si las previsiones se cumplen, en las próximas décadas el planeta entrará en una meseta demográfica antes adentrarse un inédito descenso de nuestra especie. En paralelo, el aumento de la esperanza de vida retorcerá la pirámide poblacional con un exceso de ancianos para una endeble base de jóvenes. Esa transición, conocida como invierno demográfico, salpicará todos los aspectos de nuestras sociedades (políticos, económicos, culturales) y supondrá un desafío casi existencial para muchos países.
La fijación de Musk no es producto de una de esas singularidades estadounidenses. El país norteamericano tiene una tasa de fertilidad (el promedio de hijos que tendría una mujer durante su vida si se mantiene la natalidad actual) de 1,7 hijos por mujer, cada vez más lejos del llamado nivel de reemplazo o de equilibrio de 2,1 hijos por mujer (la tasa global estaría en unos 2,3 hijos por mujer). Hay casos mucho más extremos, especialmente en algunos países de Asia y Europa. En España, la tasa es de 1,2 y en Corea del Sur ya sería inferior a 1,0. Actualmente, más de la mitad de los países y territorios están por debajo de los niveles de reemplazo y en absolutamente todos, los nacimientos han descendido vertiginosamente desde mediados del siglo pasado.
Batalla global por los bebés
Dejando a un lado los experimentos de ingeniería social de algunos regímenes totalitarios, las vías de acción para fomentar la natalidad que se han explorado hasta el momento son siempre las mismas. El Estado puede ampliar la oferta de servicios públicos orientados a facilitar la crianza (guarderías, comedores, actividades extraescolares), legislar para mejorar la conciliación (bajas de paternidad/maternidad, jornadas laborales reducidas, etc) o incluso inyectar dinero a las familias, bien sea en forma de subsidios directos o como exenciones fiscales.
Francia es, seguramente, el país europeo con más tradición natalista en la teoría y en la práctica. Aun así, su tasa de fecundidad, que en algún momento de este siglo vivió un repunte propiciado por la llegada de inmigrantes africanos, es actualmente de 1,65, inferior a la de Estados Unidos. En los últimos años, los experimentos más ambiciosos han tenido lugar en el Este de Europa. Países que, con la caída del Muro de Berlín, sufrieron la tormenta demográfica perfecta: alta emigración y un desplome de la natalidad. Bulgaria, por ejemplo, ha perdido el 25% de su población desde 1985.
Naciones como Rusia, Polonia o Hungría declararon oficialmente la "crisis demográfica" y pusieron en marcha grandes proyectos con nombres tan rotundos como Maternidad Capital o Familia 500+. Se concedieron créditos fiscales, se crearon más plazas de preescolar y se ampliaron las bajas por maternidad. Todo acompañado de campañas de concienciación y un esfuerzo por hacer ver la descendencia como un deber patriótico. Los resultados han sido, hasta ahora, decepcionantes.
La Hungría de Orbán está destinando alrededor del 5% de su PIB a recortar el déficit de nacimientos. Allí, las mujeres con cuatro o más hijos están directamente exentas de pagar impuestos de por vida. Las parejas pueden optar a préstamos de 35.000 euros para empezar un proyecto familiar y no tienen que devolver el dinero si nacen tres o más hijos del mismo matrimonio. También se ofrecen ayudas para la compra de vivienda de hasta 35.000 euros y es el gobierno quien gestiona clínicas de fertilidad. A pesar de todo ello, la tasa de fecundidad apenas se ha incrementado unas décimas y, según los datos más recientes, estaría descendiendo otra vez.
El Familia 500+ polaco corrió una suerte similar. Lanzado en 2016, otorga 120 euros mensuales por cada hijo adicional a partir del primero. El programa cubre actualmente a más del 50% de los niños polacos, pero los resultados no han sido tampoco muy satisfactorios. Tras un ligero despegue inicial, la tasa de natalidad se encuentra en su nivel más bajo desde la Segunda Guerra Mundial.
Embarazos ideológicos
En buena parte de Europa, el fomento de la natalidad en los últimos años ha venido promovido por partidos y líderes de marcado acento conservador, nacionalista y/o religioso. Es el caso de Orban o Giorgia Meloni en Italia. En España, es Vox el partido que más trata el tema, vinculando el natalismo con la identidad nacional o sus ideas de familia tradicional. Sin embargo, apenas ha registrado el pasado mes de julio una proposición no de ley en la que se conforman con reconocer la crisis demográfica como tal.
"Probablemente, esa concepción de que el fomento de la natalidad es algo de conservadores es algo que está frenando este tipo de políticas y es una visión errada de la realidad. Hay que ayudar a la gente pueda llevar a cabo sus proyectos vitales y eso es liberador. Hay que romper ese cliché", reflexiona María Miyar, profesora de Sociología en la Uned. "Ahora estamos en un escenario distinto. No hay que forzar a la gente tener hijos bajo ningún concepto, ni ceder ningún derecho; pero sí ayudar a los que quieren tenerlos. Las estadísticas muestran que la baja fecundidad no es voluntaria".
Las políticas puestas en marcha en Asia no son muy diferentes. En China, por ejemplo, el Consejo de Estado emitió este año una directiva con 13 iniciativas específicas que buscan expandir los sistemas de cuidado infantil, mejorar los servicios de apoyo a la maternidad y promover un entorno social más favorable para las familias. Incluyen subsidios económicos, seguros de maternidad para trabajadoras rurales y empleadas con trabajos flexibles, y permisos parentales más amplios. Además, se han implementado programas para reducir los costos de vivienda, con incentivos como límites más altos para préstamos hipotecarios destinados a familias numerosas.
A nivel local, las autoridades están siendo instadas a destinar recursos para construir centros de cuidado infantil y ofrecer ventajas fiscales para estos servicios. También se han propuesto medidas específicas para trabajadores con jornadas extensas, como programas de apoyo a través de nannies o familiares mayores. Es pronto para evaluar si las medidas han tenido algún efecto, pero las tasas de fertilidad chinas están en mínimos históricos y, aunque hay una disputa entre las cifras oficiales y otros estudios, en todas las estimaciones se sitúa muy por debajo de la tasa de reemplazo. Después de varios siglos a la cabeza, China dejó en 2023 de ser el país más poblado del mundo, puesto que ahora ocupa India.
Viejos y nuevos problemas
¿Qué está sucediendo? La transición demográfica es un fenómeno complejo y multifactorial, que lleva cocinándose décadas, puede que siglos. Podemos citar varios elementos instrumentales en el derrumbe de la natalidad, desde la transición global a sociedades y economías urbanas, la conquista de derechos políticos y laborales de las mujeres, los avances científicos en anticoncepción y esperanza de vida, o la cada vez menor presión social y religiosa para la reproducción.
Pero otros dos fenómenos más recientes están agudizando el problema; en algunos países, como España, a niveles extremos. El primero es que, tradicionalmente, los nacimientos habían mostrado una clara correlación positiva con el ciclo económico nacional. Pero esta vinculación se rompió después de la crisis financiera global de 2008. Pese a que a partir de 2013 comenzó a recuperarse la tasa de empleo, la fecundidad siguió cayendo y cerrará 2024 en mínimos históricos. El segundo es la evolución de las familias. Cada vez más individuos ya no es que se planteen tener hijos, es que no quieren o no consiguen una pareja que consideren óptima para tenerlos. Por primera vez en la historia, la familia tradicional ha dejado de ser la opción mayoritaria de convivencia en nuestro país.
"En España tenemos un problema muy grande de emparejamiento. Tradicionalmente, las parejas se han formado entre personas de nivel educativo y con aspiraciones socioeconómicas similares, o con los hombres en un mayor nivel educativo/económico. El hecho de que ahora haya más mujeres con estudios universitarios que hombres está contribuyendo a la brecha de soltería", explica Miyar, una idea desarrollada en los libros de Jon Birger.
La académica cita la Encuesta de Fecundidad de 2018, donde una de cada cuatro mujeres de entre 40-44 años sin hijos citaban como causa principal el no haber encontrado pareja adecuada. Este porcentaje superaba a las que decían que no los habían tenido porque no querían (un 20%). Esta circunstancia se ve refrendada por el auge de la hipogamia en España, la pareja donde el varón tiene menor nivel educativo que la mujer, según varios estudios y encuestas.
"También hay un estudio en Cataluña que comparan la oferta y la demanda en el mercado matrimonial, donde además de los estudios universitarios se incluyen los valores igualitarios y se encontró un déficit masculino que explica en buena medida este problema. Y esto es importante. Al final, el papel de la pareja es más relevante que la voluntad de tener hijos en el resultado final", agrega la experta.
Cifras alarmantes para escoger
"Si queremos financiar las pensiones debemos pensar en cómo tener más niños, no en abortar". Este no es Musk, sino el excandidato del Partido Popular, Pablo Casado, en febrero de 2019. Recién elegido presidente de los populares, el joven político se mostraba a favor de derogar la ley actual del aborto de 2010 y volver a la de supuestos de 1985. Habló de "invierno demográfico" y de "España vacía". Pero ni consiguió que el debate prendiera en la agenda pública, ni en sus propias filas, donde se habla de natalidad solo bajo la óptica de la política doméstica.
Y eso que en España hay cifras demográficas alarmantes para escoger. En 2023, el país cerró con un nuevo mínimo de 320.000 nacimientos (menos de 1.000 al día por primera vez). La natalidad acumula un desplome del 25% en la última década y los hijos de los inmigrantes ya suponen más de un tercio de los nacimientos en el país. En el último INE, ya hay siete provincias que pierden población.
Aunque las políticas tradicionales del natalismo tienen sus límites, eso no implica que no puedan sostener o hasta cierto punto elevar la tasa de nacimientos para suavizar la transición demográfica o ecualizarla con la migración. España destaca por la práctica ausencia de políticas de Estado diseñadas específicamente para incrementar la natalidad. Las medidas nacionales, autonómicas o locales lo hacen de forma colateral, en forma de dar peso al número de hijos en la solicitud de prestaciones sociales, ayudas para la vivienda o deducciones fiscales orientadas a las familias.
"Las ayudas directas no funcionan tan bien como facilitar la vida de las familias, especialmente en la gestión del tiempo. Hay que tener en cuenta que han cambiado las exigencias y expectativas de la crianza. Ahora son muy altas, parece que hay que tener súperhijos, lo que hace muy difícil compatibilizar la familia con el trabajo", abunda Miyar, especialista en flujos migratorios e integración laboral en el centro de análisis Funcas.
¿El auge del tecnonatalismo?
La obsesión de Musk, padre de al menos 12 hijos de tres mujeres diferentes, le llevó a donar de manera anónima 10 millones de dólares a la Universidad de Texas para fundar un grupo de investigación sobre las implicaciones de la baja natalidad. Pero no está solo en su cruzada por disparar los embarazos en su país. En Silicon Valley, una pléyade de multimillonarios y emprendedores tecnológicos —los llamados tech bros— se ha unido a esta corriente (¿o moda?) para alumbrar sus propias soluciones al inminente déficit de bebés: el tecnonatalismo. Una apuesta por emplear el potencial disruptor de la tecnología para fomentar, optimizar y controlar los procesos reproductivos. Y hacer una millonada en el camino.
Mientras el pronatalismo tradicional se centra en los incentivos políticos y económicos clásicos, desde la restricción al aborto a las ayudas directas; el tecnonatalismo busca soluciones tecnológicas a lo que identifica como los obstáculos para tener hijos, desde mejorar la fertilidad y alargar la etapa reproductiva, a asistir en la crianza e incluso diseñar genéticamente tu descendencia.
Entre los nombres propios se encuentra lo más granado del emprendimiento estadounidense, incluyendo Peter Thiel (cofundador de Paypal y Palantir y early investor en unicornios como Facebook, SpaceX, Airbnb o Bitcoin), Sam Altman (CEO de OpenAI), Brian Armstrong (CEO de Coinbase), Vitalik Buterin (cofundador de Ethereum) y Nicole Shanahan (accionistas de Google y exesposa de su cofundador Sergey Brin), entre otros. El dinero está fluyendo hacia start-ups que ofrecen desde servicios de fertilidad a servicios a cribado genético de alta tecnología como Orchid, que —en teoría— permitirá a los padres analizar el genoma de los embriones para detectar más de 1.200 enfermedades potenciales y cómo proceder ante los resultados (aunque hay mucho escepticismo en torno a este proyecto).
Y, por supuesto, la ahora ubicua inteligencia artificial para analizar la salud del bebé, recomendar tratamientos e incluso predecir la probabilidad de tener descendientes sanos a partir de embriones específicos. Pero también se están buscando vías para profundizar la tercerización de la crianza en máquinas y robots, desde la enseñanza, la compañía y la vigilancia, a la asistencia doméstica o sanitaria.
Las ambiciones del tecnonatalismo van más allá de las limitaciones tecnológicas (y éticas) del momento. Los más convencidos siguen de cerca los avances tecnológicos para crear úteros artificiales, desarrollados para asegurar la supervivencia de bebés prematuros, con los que se podría llegar a lograr una gestación completa fuera del cuerpo humano. También las investigaciones de vitro gametogénesis (IVG), para crear óvulos y esperma viable a partir de cualquier fuente de ADN disponible.
Algunos de estos tecnopaladines inscriben sus esfuerzos en la corriente filosófica denominada altruismo efectivo —muy popular entre los emprendedores norteamericanos—, que enfatiza el uso de la eficiencia y la razón para maximizar el impacto positivo de sus acciones con horizontes a largo plazo. Pero también están viendo las cantidades sustanciales de fondos y tecnología que empieza a mover el sector, con inversiones por 800 millones en 2022, según la consultora PitchBook.
Los críticos advierten del potencial eugenésico de estas prácticas, que convierten a los bebés en una suerte de materia prima sujeta a optimización genética. De hecho, argumentan, el coste y la complejidad de todo este tinglado puede acabar alienando a las parejas e individuos que buscaban tener descendencia. "Si los hijos se convierten en otro objeto de lujo —uno cada vez más caro— en el que los adultos deben invertir, entonces no debería sorprendernos si los movimientos pronatalistas acaban deprimiendo aún más las tasas de natalidad en el largo plazo", escribió Emma Waters en un artículo para The Heritage Foundation, un think tank conservador estadounidense.
"El colapso de la población (mundial) debido a las bajas tasas de nacimientos es un riesgo mucho mayor para la civilización que el calentamiento global". La frase es de Elon Musk y está fechada en agosto de 2022. Pocos días después de la victoria de Donald Trump, el dueño de Tesla, SpaceX y X/Twitter volvía a escribir en su red social: "En vez de enseñar a tener miedo al embarazo, deberíamos enseñar el miedo a quedarte sin hijos".
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