La pelota (de nuevo) en el tejado de Macron: destitución salvaje a su elegido y vuelta a empezar
La moción de censura de la izquierda obtiene el respaldo de la mayoría de los diputados, entre ellos los de la extrema derecha, y provoca un serio revés al presidente francés
Francia se ha convertido en la nueva Italia y el mejor escenario para ver su teatro político (bastante caótico) es la Asamblea Nacional. El Parlamento francés vivió este miércoles una de sus sesiones más tensas de esta legislatura que arrancó durante el verano, tras las elecciones anticipadas del 7 de julio. Concluyó con un resultado tan excepcional como previsible: el voto a favor de la moción de censura de la coalición de izquierdas del Nuevo Frente Popular (NFP) contra el Gobierno del conservador Michel Barnier. Como consecuencia, el hasta ahora primer ministro ha presentado este jueves su dimisión a Emmanuel Macron, quien la ha aceptado y le ha pedido que siga ocupándose de los asuntos corrientes hasta el nombramiento de un sustituto, ha indicado el Elíseo.
La Cámara Baja ha forzado la caída del Ejecutivo por primera vez desde 1962. Hasta 331 votos a favor diputados —el umbral de la mayoría absoluta se sitúa en 289—, entre ellos los de la extrema derecha de la Reagrupación Nacional (RN), votaron a favor de la caída del Ejecutivo de Barnier, nombrado en septiembre. La suerte estaba echada desde el lunes cuando la ultraderechista Marine Le Pen confirmó que respaldaría la moción de censura de su partido, pero también la de la izquierda. Ambos textos han sido presentados en respuesta a la adopción de la parte de los presupuestos dedicada a la Seguridad Social a través del 49.3, un polémico decreto que sirve para aprobar una ley sin una votación parlamentaria.
A diferencia de España, en Francia el éxito de una moción no supone la investidura de un Ejecutivo alternativo de aquellos que la presentan. La censura de Barnier abre un escenario político incierto. Las miradas ya están puestas sobre el presidente Emmanuel Macron, cuya dimisión piden cada vez más representantes, incluidos alguno del centro y de la derecha tradicional. Esta crisis gubernamental también resulta sinónima de incertidumbre económica y financiera. Se desconoce qué sucederá con los presupuestos de 2025 de un país que registrará este año un déficit público superior al 6%.
“Esta realidad” de las arcas públicas “continuará independientemente de cuál sea el Gobierno”, advirtió Barnier desde el estrado, siendo el último en intervenir en el debate. “He intentado afrontarla y no desaparecerá si vamos encadenando las mociones de censura”, añadió sobre el espectro de una inestabilidad estructural. “Dejad de decir que después de vosotros vendrá el diluvio. El caos ya lo tenemos aquí, tanto político, económico como social”, había asegurado unas horas antes en el hemiciclo el diputado Éric Coquerel, de la Francia Insumisa (afines a Sumar o Podemos), que fue el primero en presentar el texto de censura de la izquierda.
“La sorpresa del primer ministro”
Este momento “representa el final de un Gobierno efímero y de apariencias”, insistió Le Pen. La líder de la derecha radical justificó su alianza circunstancial con el NFP, compuesto por los insumisos, socialistas, verdes y los comunistas, como “una herramienta para evitar la adopción de un presupuesto tóxico”.
La derecha radical sufrió el 7 de julio una derrota en las urnas. Los sondeos la daban como favorita, pero al final terminó tercera por detrás de la izquierda — vencedora por la mínima de esos comicios — y los partidos afines a Macron. Sin embargo, la voluntad del presidente de mantener las riendas gubernamentales y, en menor medida, la incapacidad de las formaciones progresistas para tejer acuerdos propiciaron el nombramiento de Barnier. El veterano mandatario, de 73 años, configuró un Ejecutivo de coalición entre el centro-derecha macronista y Los Republicanos (LR, derecha), que solo contaba con el apoyo de 212 diputados. Y dependía de los humores, de un imprevisible lepenismo.
Curiosamente, el exnegociador europeo del Brexit, quien había ejercido antes como ministro y comisario europeo, ha pecado de ingenuo al creerse la promesa que le hizo Le Pen el 8 de octubre de “ejercer una oposición constructiva”. Ese día ya se debatió una moción de censura de la izquierda, pero no fructificó al no contar con el voto favorable de la extrema derecha. No obstante, la líder ultra ha desgarrado en las últimas semanas su disfraz de corderito. Un cambio de posición que cogió con el pie cambiado a Barnier. “Hasta ayer (lunes), el primer ministro no creía que RN apostaría por la censura”, explicó a la Agencia France-Presse una fuente cercana al mandatario.
“Lo más sorprendente en este epílogo es la sorpresa del primer ministro”, recordó Le Pen con cierta malicia durante el debate. Por un lado, su apuesta por la censura ha coincidido con la petición de la Fiscalía de inhabilitarla a efectos inmediatos durante cinco años en el juicio por una trama de falsos asistentes en el Parlamento Europeo, con la que la extrema derecha malversó 4 millones de euros. “En Francia, los fiscales dependen jerárquicamente del Ministerio de Justicia y quizás la dirigente de RN se esperaba una petición de pena más laxista”, explica el politólogo Christophe Bouillaud, profesor en Sciences Po Grenoble.
Por el otro, la posición de Le Pen se debe a la hostilidad creciente por parte de sus votantes contra el Ejecutivo, quien impulsaba los recortes más duros (una reducción de 40.000 millones del gasto público) desde que Macron llegó al Elíseo en 2017. El 67% de ellos desea una censura, mientras que la media en el país es del 54%, según un sondeo reciente. La opinión pública ha empujado las oposiciones hacia la censura. Una tendencia que no ha modificado el discurso gubernamental, algo alarmista, advirtiendo sobre las consecuencias económicas de la inestabilidad.
¿Hacia un rápido nombramiento por parte de Macron?
“La censura supondrá que la deuda aumente de manera descontrolada en un momento en que Francia es menos creíble que Grecia”, afirmó en el hemiciclo Laurent Wauquiez, presidente del grupo parlamentario de LR. Lo dijo refiriéndose a la situación del país en los mercados. Debido al elevado déficit y la inestabilidad, acentuada por la temeraria decisión de Macron de convocar elecciones anticipadas, la prima de riesgo francesa resulta superior a la de la mayoría de los países del sur de Europa. Se sitúa, sin embargo, en unos 90 puntos, es decir, claramente por debajo de los 500 que superó España hace una década en los peores momentos de la crisis del euro.
De hecho, la principal incertidumbre que asecha el país es la política. El modelo presidencialista de la Quinta República ofrece un amplio margen de maniobra a Macron a la hora de elegir al futuro primer ministro. Incluso podría nombrar una segunda vez a Barnier, aunque el veterano mandatario reconoció que eso “no tendría mucho sentido”. El presidente se ganó durante los últimos años la reputación de lento a la hora de tomar decisiones de este estilo —tardó hasta dos meses este verano antes de nombrar a un responsable del Ejecutivo—, pero ahora no le interesa demorarse tanto. Eso solo reforzaría la presión de aquellos que piden su dimisión.
Varios medios franceses apuntan que podría nombrar al sustituto de Barnier antes del 15 de diciembre, incluso esta misma semana antes de la reapertura de Notre-Dame el 7. Varios nombres circulan entre los futuribles aspirantes a Matignon. Entre ellos, se encuentra el del ministro del Interior, Bruno Retailleau, quien encarna una derecha más dura que la de Barnier. También se habla del ministro de Defensa, Sébastien Lecornu, muy cercano a Macron y supuestamente con buenas relaciones con Le Pen, tras haber cenado con ella la pasada primavera en un encuentro secreto. O incluso del centrista François Bayrou o el conservador François Baroin.
A pesar de que la izquierda impulsó el texto de censura exitoso, cotiza a la baja la posibilidad de que el presidente nombre a un primer ministro progresista, aunque no se puede descartar ningún escenario. Si Macron insiste en su apuesta de dejar las riendas gubernamentales en manos de la derecha, favorecerá una oposición frontal por parte del NFP. Y asumirá el mismo riesgo que con Barnier: jugar a la ruleta rusa con Le Pen.
Francia se ha convertido en la nueva Italia y el mejor escenario para ver su teatro político (bastante caótico) es la Asamblea Nacional. El Parlamento francés vivió este miércoles una de sus sesiones más tensas de esta legislatura que arrancó durante el verano, tras las elecciones anticipadas del 7 de julio. Concluyó con un resultado tan excepcional como previsible: el voto a favor de la moción de censura de la coalición de izquierdas del Nuevo Frente Popular (NFP) contra el Gobierno del conservador Michel Barnier. Como consecuencia, el hasta ahora primer ministro ha presentado este jueves su dimisión a Emmanuel Macron, quien la ha aceptado y le ha pedido que siga ocupándose de los asuntos corrientes hasta el nombramiento de un sustituto, ha indicado el Elíseo.