Dos mundos separados: por qué la cuna del 'apartheid' no es capaz de librarse de su maldición
La conversación en Sudáfrica no cambia con el asentamiento de la democracia. Hay ya una generación joven que el apartheid lo lee en los libros de historia, pero eso no se ha traducido en cambios entre clases sociales y colores
Henry, el conductor que nos lleva al aeropuerto es un veterano sudafricano blanco que participó con las tropas del Gobierno del apartheid en la guerra con Angola. Tiene un coche viejo, sucio y un aspecto muy descuidado. Saca pronto el tema político, como le sigue ocurriendo a muchos sudafricanos que viven en una trinchera que empieza en el color de su piel. De pronto, señala con el dedo un edificio en obras. Está a pocos kilómetros del aeropuerto de Johannesburgo. Es una mole con grúas por todas partes. “Ese edificio llevan levantándolo más de diez años. No acaba nunca, pero se ha comido muchos millones de rands en corruptelas. Ni les importa disimular que se roban todo ese dinero”, dice cabizbajo, rabioso.
Durante el camino ha sentido la necesidad de desfogarse. Unos kilómetros antes, al pasar por la barriada de Alexandra, mayoritariamente de población negra, suelta. “Ahí siguen viviendo miles de personas. En casas miserables, pero eso sí, todas tienen antenas de televisión digital”. ¿No ha mejorado nada la situación del país?, preguntamos. “Nada. Mis hijos se fueron a vivir fuera y yo, por desgracia, soy demasiado viejo para irme. Hasta la gente negra preparada y que tiene un buen nivel educativo huye. Este país lo tenía todo y lo han destruido”, suelta.
En ese todo se le olvida señalar que el 80% de la población no tenía libertad y vivía encerrada en bantustanes donde las autoridades metían a todo aquel que tuviera oscura la piel. Alexandra se convirtió definitivamente en un gueto en 1948, en los tiempos de ese “todo” que Henry presume y añora.
La conversación en Sudáfrica no cambia con el asentamiento de la democracia que acaba de cumplir 30 años. Hay ya una generación joven que el apartheid lo lee en los libros de historia, pero eso no se ha traducido en cambios entre clases sociales y colores. “¿Lleno?” “Lleno”. “¿Efectivo o tarjeta?”. “Tarjeta”. Espere, voy a preguntar. Regresa. “Su tarjeta es sudafricana o extranjera?”, insiste de nuevo el dependiente de una gasolinera “flaca” y gris del profundo Soweto.
“La tarjeta es extranjera”, indicamos. “Un momento”, señala el que se va a la caja, habla con el cajero y vuelve. “¿Qué tarjeta es?”. “Mastercard de BBVA”, le replicamos. “Ok. BBVA. No lo conocía”, se disculpa él. “Un segundo, voy a preguntar”. Va. Regresa. “Perdone, pero aquí no aceptamos tarjetas como la suya”. “Vaya, he pagado en todas las gasolineras del país con ella”, replicamos. Y él responde amablemente disculpándose: “Vaya a alguna de las gasolineras suyas, allí las aceptan”. Y en el "suyas" entendemos que la gasolinera en la que estamos está en otro país dentro de Sudáfrica. Se llaman igual, la bandera es la misma, pero pagan distinto.
Nada parece mejorar en Sudáfrica. Han pasado 30 años desde las primeras elecciones democráticas. Se ha logrado el objetivo principal de la libertad, pero ¿ha fracasado el objetivo de alcanzar un Estado de bienestar para los ciudadanos? “El segundo objetivo ha fracasado. Si bien los factores causales exógenos, como la crisis económica y las guerras globales, han contribuido, los factores endógenos son los principales responsables de este fracaso”, explica a El Confidencial Bheki Mngomezulu, director del Centro para el Avance del no racismo y la democracia de la Universidad Nelson Mandela.
El país tiene por primera vez en su historia un gobierno de coalición. El Congreso Nacional Africano ha pactado con sus enemigos de la Alianza Democrática, la formación liberal que vota mayoritariamente la población blanca, y dos formaciones menores. “Por primera vez tenemos esperanza. Al menos ahora el CNA no puede robar y corromper a su antojo. Son cuatro partidos que se vigilan entre todos”, señala Lydia, una mujer blanca dedicada a las importaciones que vive en Parkhurst, barrio adinerado de Johannesburgo. “Nace una nueva era para nuestro país en la que los partidos superen sus diferencias y trabajen juntos”, dijo el presidente Cyril Ramaphosa..
El desencanto de la población con el sagrado CNA es ya manifiesto. Ha perdido cuatro millones de votos de los obtenidos en 2019 en los comicios recientes. Ramaphosa reconocía el 19 de julio pasado que muchas cosas no se han hecho bien. En los últimos 15 años, la economía más industrializada de África “apenas ha crecido” y “el desempleo, la pobreza y la desigualdad (siguen)... extremadamente altos”, admitió el mandatario.
El paso del campo a la ciudad sigue siendo una perenne autopista de miseria para los sudafricanos. “Muchos de los desafíos en los centros urbanos, como la delincuencia, la suciedad, la proliferación de asentamientos informales, etc., son causados por la incapacidad del gobierno para proporcionar servicios básicos y crear empleos en las zonas rurales. Las insoportables condiciones de vida en las zonas rurales obligan a la gente a migrar a las ciudades, donde no cuentan con servicios. En consecuencia, la infraestructura urbana colapsa y luego estallan todos los demás desafíos”, explica Mngomezulu.
¿Y por qué un país que goza de magníficas infraestructuras, desde luego incomparables con todas las que tienen los países de su entorno, no termina de arrancar? Los avances que se observan son ínfimos. Unicef cifra en “un 23% los niños que viven en pobreza extrema”, ese eufemismo de las instituciones internacionales para dividir pobres de pobrísimos. “La población que vive en extrema pobreza ha pasado de los 16,7 millones de 2016 a los 18,1 de 2023”, afirma la web Statista.
Eso hace tambalear para algunos la obra de Mandela. ¿Se equivocó o fue injusto el plan de Mandela de pasar página sin devolver las tierras y riqueza a la población negra? “Al extraer lecciones de otros países africanos, se suponía que Mandela debía poner a los negros en primer lugar, ya que habían estado oprimidos durante décadas. Sin embargo, sus manos estaban atadas por la “cláusula del ocaso” y la Constitución Provisional de 1993. A diferencia de otros países africanos donde se tomaron decisiones firmes en el momento de la independencia, Mandela no pudo hacer lo mismo porque Sudáfrica tenía un acuerdo negociado en el que no había ningún ganador y ningún perdedor. Por eso se mantuvieron muchas leyes de apartheid contra la voluntad de la mayoría negra. La reconciliación fue el factor determinante”, recuerda Mngomezulu.
Mandela se sorprendería de comprobar que pese a ser su figura aún venerada por la mayor parte de la población, su obra recibe críticas
Mandela quizá se sorprendería de comprobar que pese a ser su figura aún venerada por la mayor parte de la población sudafricana, su obra recibe crecientes críticas. “Yo no pertenezco a la religión llamada Mandela”, declaró Julius Malema, líder del Economic Freedom Fighters, que desliza ataques y elogios sobre una figura histórica de talla internacional. “Tengo una relación de amor y oído hacia él”, declaraba en el reciente 10 aniversario de su muerte Sihle Lonzi, líder del ala estudiantil de la formación radical.
La fórmula de Mandela quizá no haya funcionado, pero desde luego la fórmula que implementaron los países del entorno, no atados de manos como recordaba Mngomezulu, tampoco. Mozambique o Zimbabue, donde sí hubo un requisamiento de tierras y riquezas, enfrentan problemas estructurales de estancamiento económico muy superiores a los de Sudáfrica que, al menos, conserva estructuras de producción industrial, agrícola y servicios. El problema es el desigual reparto de la 40 economía por PIB del planeta según el FMI.
Las consecuencias del apartheid
¿Seguir hablando 30 años después del apartheid como el gran problema de Sudáfrica es señalar el foco o una cortina de humo para eludir la responsabilidad de gobiernos democráticos que no han sabido llevar bienestar e igualdad a los ciudadanos? “Cualquier análisis de los desafíos de Sudáfrica sería erróneo si no tuviera en cuenta el apartheid, pero es igualmente cierto que los dirigentes negros que asumieron el poder en 1994 le han fallado al pueblo de este país”, explica Mngomezulu.
Entre la población blanca se ha extendido el mantra de que son ellos ahora los que sufren racismo. “Nos tenemos que ir porque no quedan ayudas ni oportunidades para nosotros. Hay una especie de apartheid ahora contra los blancos”, manifiesta Lydia. Hay cerca de un millón de blancos sudafricanos que han decidido desde la llegada de la democracia dejar su tierra.
“Nos tenemos que ir porque no quedan ayudas ni oportunidades para nosotros. Hay una especie de apartheid ahora contra los blancos”
“El 65% de los altos ejecutivos del país son blancos”, afirmaba un estudio publicado en 2021. En el informe, la autora, Tabea Kabinde, recordaba que menos del 10% de la población sudafricana es blanca. El entonces ministro de Trabajo, Thulas Nxesi, calificó al conocer esos datos de “inaceptables” y habló de dar “una respuesta urgente”.
“Si bien la decisión de reconciliar la nación fue correcta, el error fue mantener el status quo con los blancos controlando la economía del país mientras los negros controlan la política. Políticas como Acción Afirmativa y el Empoderamiento Económico Negro estaban destinadas a cerrar la brecha entre blancos y negros. Lamentablemente, sólo las élites negras han ascendido en la escala”, explica el director de la Universidad Nelson Mandela.
Sudáfrica, mientras, intenta atraer las inversiones extranjeras y convertirse en el primer país africano que finalmente despega económicamente. El actual gobierno de coalición parece que ha avivado el interés de inversores internacionales que en los últimos años estaban vendiendo sus activos en el país. Desde 1994, que no había, señala un informe del Standard Bank, esa cierta euforia en invertir en Sudáfrica. “Ahora se deben implementar las reformas necesarias”, advierte la institución financiera.
¿Hay esperanza? Hay cambios sí, pero casi imperceptibles
Pero las reformas e inversiones son una cosa y la calle es otra. El desempleo sigue creciendo y en el segundo semestre de 2024 ha alcanzado el 33,5%. Eso coloca a Sudáfrica como el país con mayor tasa de paro del planeta, aunque sea dos puntos por debajo de su record de 2021 donde alcanzó el 35,3%.
¿Hay esperanza? Hay cambios sí, pero casi imperceptibles y siempre con esa dualidad sudafricana. Una escena de septiembre pasado en el famoso Parque Nacional Kruger la explica. En el campamento de Letaba, en la zona de visitantes diarios, hay personas, incluso algunos colegios, que comen sus bocadillos en la zona recreativa. Algunos, incluso, hacen una barbacoa con alimentos que han traído de casa. No hay bar ni máquina expendedora allí, así que todos comen y beben lo que portan. Y todos, el cien por cien, comparten el color de piel negro. Una buena señal para un emblemático parque donde hace unos años la casi única población negra que se veía eran rangers o los camareros y limpiadores de los alojamientos.
Sin embargo, el optimismo de la escena se difumina algo cuando tras una pasarela se llega al restaurante bar. Reformado, lujoso, presume de sus nuevas sillas de mimbre y su carta con algunos buenos vinos. Ahí también la escena es monocolor, pero más clara. Todos los clientes sin excepción, turistas y locales, son blancos que pagan por un servicio de restauración con vistas al río y la sabana.
Esos dos mundos son Sudáfrica. Ahora están desde luego más cerca de lo que estaban en 1994 o 2014, ya comparten al menos Parque, pero aún siguen separados por una pasarela que divide el país en dos colores que apenas se mezclan siquiera para comer. ¿Lo harán alguna vez?
Henry, el conductor que nos lleva al aeropuerto es un veterano sudafricano blanco que participó con las tropas del Gobierno del apartheid en la guerra con Angola. Tiene un coche viejo, sucio y un aspecto muy descuidado. Saca pronto el tema político, como le sigue ocurriendo a muchos sudafricanos que viven en una trinchera que empieza en el color de su piel. De pronto, señala con el dedo un edificio en obras. Está a pocos kilómetros del aeropuerto de Johannesburgo. Es una mole con grúas por todas partes. “Ese edificio llevan levantándolo más de diez años. No acaba nunca, pero se ha comido muchos millones de rands en corruptelas. Ni les importa disimular que se roban todo ese dinero”, dice cabizbajo, rabioso.
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