Este hombre señala el gran drama italiano: es un país viejo, y hay poco margen para evitar la decadencia estructural
Si Italia es un país viejo, eso significa que es también en declive. Y no solo a nivel de población. Es un país en decadencia estructural
El año pasado causó gran revuelo. No todo el mundo define a los italianos como “sonámbulos, ciegos a los presagios”. Pero él, que acumula 60 años siendo el hombre detrás de las encuestas socioeconómicas de uno de los institutos de investigación más importantes del país, no es hombre cualquiera. Giuseppe De Rita es el primer verdadero empresario que tuvo Italia en el arte de comprender la sociedad y bautizar sus fenómenos con nombres nuevos y asombrosos. Censis, el Instituto de Investigación Nacional Socioeconómico, es su creación. “Italia crece sobre sí misma y trae consigo sus ilusiones y sus vicios”, dice, en entrevista con El Confidencial. “En el fondo nada sale mal y todo sale mal”.
La pregunta es siempre igual desde 1964, año de fundación del instituto: ¿En qué país se convertirá Italia dentro de un cuarto de siglo? ¿Y qué país es ya ahora? En principio, un país viejuno. “Los italianos son incapaces de reaccionar ante dinámicas estructurales que anuncian resultados desastrosos”, dice el expresidente del CNEL (Consejo Nacional de Economía y del Trabajo). El lugar donde toma forma la gran crisis italiana es la demografía. Los pocos nacimientos, cada vez menos, y el creciente número de personas mayores plantean dudas claras sobre la estabilidad del sistema social. Pensiones y seguridad social, por ejemplo. Pero junto al tema de la población, otras cuestiones no parecen menos relevantes. Vinculada al problema demográfico está la dinámica migratoria. A pesar de lo que la gente piensa, Italia sigue siendo un país de emigración más que de inmigración. Ha perdido y está perdiendo un número significativo de ciudadanos que se trasladan al extranjero y entre ellos muchos jóvenes titulados.
Brecha abierta desde los años noventa
Si Italia es un país viejo, eso significa que es también en declive. Y no solo a nivel de población. Es un país en decadencia estructural. Así ha sido desde principios de los años 90, tanto en relación con su desempeño desde la posguerra como en comparación con los países más avanzados. Esta brecha (en ingresos producidos, en productividad, en competitividad, en modernización infraestructural y tecnológica, en el funcionamiento de la burocracia y la justicia) se acentuó con las crisis de 2008 y 2011. Y luego con la pandemia. En un país donde los techos de los colegios se vienen abajo, los trenes colapsan, el sistema informático del ministerio de Interior se ve afectado por acceso no autorizados, las obras por el Jubileo 2025 en Roma no están acabadas (y esto es solo lo que se lee en la prensa nacional en los últimos días), se entiende por qué Giuseppe De Rita habla de “estado de suspensión: una flotación que ha durado demasiado”, explica.
Una metáfora física de la decadencia italiana, por ejemplo, fue el colapso del puente Morandi en Génova. Como la mayoría de las infraestructuras del país, fue construido en los años 60, cuando Italia vivía el llamado milagro económico. Y así se quedó. Sin seguimiento hasta que en 2018 se derrumbó, llevándose 43 vidas. Lo mismo pasa con los pueblos inundados de Emilia-Romaña o las vías de tren en Sicilia. En este contexto, el salvavidas que mantuvo a flote el país fue la resiliencia del sistema industrial, o más bien de una parte de él, que ha sido capaz de producir exportaciones a un nivel excepcional (según Sace en 2023 las exportaciones alcanzaron los 660 mil millones). El Made in Italy parece lo único que sigue funcionando. ¿Pero hasta cuando, si también las empresas italianas son adquiridas por estados y fondos extranjeros?
En verano, por ejemplo, Tim, la mayor compañía de telecomunicaciones de Italia, vendió parte de su red de infraestructuras a un consorcio liderado por el fondo estadounidense KKR, tras la aprobación del gobierno de Meloni. “Es la suma de los problemas psicológicos de los empresarios”, afirma De Rita, “un impulso egocéntrico e individualista que define el país”. De hecho, según el sociólogo romano, hace falta un “objetivo preciso de futuro”. Una ambición, una esperanza que podrá implicar, si no a todos, al menos a una gran parte de la población. Pero el problema surge precisamente aquí: porque la sociedad ya no es capaz de percibir el futuro “como un desafío que hay que afrontar colectivamente”. Todo es simplemente personal, individual. Incluyendo la política.
El declive de la política
A partir de 2000, el crecimiento del PIB italiano se ha estancado, considerando que las tres recesiones que se han sucedido en este cuarto de siglo han sido absorbidas por repuntes posteriores. En los últimos años, el crecimiento ha sido más sustancial (+4% en 2022, +0,9% el año pasado), sobre todo gracias a la "droga" de los bonus, como el popular Superbonus de la construcción (el sector se ha desarrollado más de un 10%), que, sin embargo, ha pesado demasiado sobre el presupuesto estatal.
Pero el efecto se fue debilitando progresivamente, hasta el punto de que la tasa de crecimiento se sitúa en un 0,4%, en el tercer trimestre de 2024. “Consecuencia de un programa político trágico: la política de los bonus para crear consenso electoral es deplorable”, dice De Rita. Y es que el declive actual tiene mucho que ver con el declive político. Como subraya el presidente Censis, hemos asistido a una progresiva disolución de partidos que eran también escuelas de pensamiento y de formación política, sustituidos por partidos basados en el nombre de una persona, de los que Berlusconi fue el ejemplo más llamativo. La ideología se sustituye por intereses personales y la búsqueda de consensos a través de favores a empresarios, artesanos, pequeños profesionales, taxistas, balnearios u otros lobbies.
Se trata de una política que impidió una lucha seria contra la evasión fiscal (hoy el 45% de los italianos, según el último report de Itinerari Previdenzali, no tiene oficialmente una renta) y la aprobación de una ley sobre conflictos de intereses o competencia. Los partidos o movimientos progresistas nunca han logrado frenar esta deriva política. “Se ha perdido la capacidad de hacer resumen. Es decir, hay una ausencia de pensamiento político y cultural muy preocupante. No hay un programa, unas perspectivas que pueda dar a los italianos un objetivo futuro”, apunta el sociólogo. La falta de una clase dominante “real” se convierte en nada más que uno de los efectos más evidentes del individualismo exacerbado. “La clase media nunca se convirtió en burguesía: no lo logramos. Pasolini siempre lo dijo: el italiano nunca será burgués, seguirá siendo pequeño burgués”. En cambio, la política se hace “con sujetos colectivos”. Del pensamiento y del diálogo, Italia ha pasado a la opinión. La política, la sociedad, quizás incluso los intelectuales: todo es evanescente para De Rita.
¿Cómo salir de ahí entonces? Está claro que, más allá de sus juicios sobre la primera ministra Giorgia Meloni, para el sociólogo no será una sola persona o un solo gobierno, a corto plazo, lo que representará un salvavidas. Se necesita una política madura, un estado maduro. Y un despertador para los sonámbulos.
El año pasado causó gran revuelo. No todo el mundo define a los italianos como “sonámbulos, ciegos a los presagios”. Pero él, que acumula 60 años siendo el hombre detrás de las encuestas socioeconómicas de uno de los institutos de investigación más importantes del país, no es hombre cualquiera. Giuseppe De Rita es el primer verdadero empresario que tuvo Italia en el arte de comprender la sociedad y bautizar sus fenómenos con nombres nuevos y asombrosos. Censis, el Instituto de Investigación Nacional Socioeconómico, es su creación. “Italia crece sobre sí misma y trae consigo sus ilusiones y sus vicios”, dice, en entrevista con El Confidencial. “En el fondo nada sale mal y todo sale mal”.
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