Estados Unidos es solo el último ejemplo: si gobiernas un país, pon las barbas a remojar
La caída de los demócratas estadounidenses es solo el último ejemplo de una tendencia global implacable: los ciudadanos están rechazando cada vez más a sus gobiernos, sin importar su ideología o historial
Hubo un tiempo en el que uno de los mayores factores a tener en unas elecciones de Estados Unidos era la conocida incumbency, que en español podríamos traducir como titularidad. La idea era que el presidente, por el mero hecho de serlo, contaba con una ventaja automática frente a su rival en las urnas. Se consideraba que la posición aportaba una "aura" de autoridad, experiencia y legitimidad que lo hacía más atractivo frente al otro candidato. Esta teoría no carecía de respaldo: entre 1936 y 2019, 11 de los 14 presidentes que intentaron un segundo mandato lograron la reelección
Sin embargo, los dos últimos ciclos políticos de Estados Unidos parecen haber cambiado la tendencia hasta el punto de que la titularidad está empezando a ser considerada como una carga. La polarización extrema, la desconfianza hacia el sistema político y una ciudadanía en perpetuo estado de insatisfacción con sus líderes han hecho que el cambio sea la mejor promesa que un candidato puede hacer a los votantes.
El Donald Trump que perdió en 2020 no es fundamentalmente diferente al que ganó el pasado martes, pero mientras Joe Biden prometía una ruptura cuatro años atrás, Kamala Harris solo pudo ofrecer continuidad. Y un vistazo al mundo de hoy en día revela que la continuidad es kriptonita electoral.
La caída de los demócratas estadounidenses es solo el último ejemplo de una tendencia global implacable: los ciudadanos están rechazando cada vez más a sus gobiernos, sin importar su ideología o historial. En 2024, el año con el mayor volumen de elecciones en la historia, más personas acudieron a las urnas que nunca antes. Y en casi todo el mundo, los votantes enviaron el mismo mensaje a los partidos gobernantes: es hora de un cambio.
Este año, el Reino Unido ha dado a los tories la mayor derrota de su historia; Francia ha dejado al partido de Emmanuel Macron en minoría tanto en las elecciones europeas como en las legislativas; en Portugal, los socialistas han perdido el control del Gobierno tras casi una década y en Austria, el partido de centroderecha ÖVP fue desplazado al segundo puesto por el ultraderechista FPÖ.
Incluso aquellos estados donde el cambio de gobierno no estaba sobre la mesa los votantes dieron enormes muestras de rechazo. En la India de Narendra Modi, el líder más popular entre las 20 mayores economías del planeta, su partido (el BJP) perdió la mayoría parlamentaria; en Sudáfrica, el gobernante Congreso Nacional Africano (ANC) obtuvo su peor resultado desde el fin del apartheid y en Japón, el Partido Liberal Democrático, que ha gobernado casi ininterrumpidamente desde 1955, dijo adiós a su mayoría en la cámara baja del parlamento.
Las principales excepciones que han logrado salvarse de esta tendencia han sido México, con el traspaso de poder de Andrés López Obrador a Claudia Sheinbaum, y El Salvador, donde Daniel Bukele continúa con su liderazgo indiscutible del país.
Pese a estos dos casos, John Burn-Murdoch, analista para el Financial Times, publicaba este miércoles en la red social X un dato que muestra la magnitud del fenómeno. “No es solo la primera vez desde la Segunda Guerra Mundial que todos los partidos en el poder en los países desarrollados pierden porcentaje de votos (...) es, esencialmente, la primera vez en la historia de la democracia”, afirmaba.
We’re going to hear lots of stories about which people, policies and rhetoric are to blame for the Democrats’ defeat.
— John Burn-Murdoch (@jburnmurdoch) November 7, 2024
Some of those stories may even be true!
But an underrated factor is that 2024 was an absolutely horrendous year for incumbents around the world 👇 pic.twitter.com/7iuPQFs31o
El gran telón de fondo en esta racha negativa para los partidos gobernantes es, por supuesto, la inflación. Aunque las tasas están ahora relativamente cerca de volver a la normalidad, los precios de bienes y servicios básicos siguen siendo altos en comparación con niveles anteriores, y los votantes responsabilizan a sus gobiernos de no encontrar respuestas efectivas. En algunos casos, el foco es el coste de la cesta de la compra; en otros, la vivienda, la gasolina o la posibilidad de adquirir un coche. Pero la mayoría de los votantes del mundo, al comparar su situación actual con la de hace cuatro años, lanzan la misma expresión de indignación: “¿Has visto estos precios?”.
Los ciudadanos también parecen menos dispuestos a aceptar excusas, como el hecho de que de la inflación se trate, a la vista queda, de un problema global. En un contexto de creciente desigualdad y desconfianza en la capacidad de los políticos para resolver problemas estructurales, los votantes están buscando cambios inmediatos y sancionando a los partidos que consideran responsables de su insatisfacción.
De vuelta a Estados Unidos, tres encuestas de salida revelaron que al menos un 70% de los estadounidenses estaban insatisfechos con la dirección del país. Aunque estas encuestas todavía se basan en datos preliminares, todas capturan la misma tendencia. A pesar de ser un expresidente, Trump logró posicionarse como el candidato del cambio, y los votantes lo premiaron por ello. Es uno de los factores clave que explica por qué su mejora frente a los resultados de 2020 fue tan uniforme entre todas las regiones y grupos demográficos.
Un vistazo a los gobiernos de los países que enfrentarán elecciones próximamente no augura que esta tendencia esté cerca de detenerse. En Alemania, donde la coalición de gobierno colapsó este miércoles, los socialdemócratas, verdes y liberales que la integran se enfrentan a una probable debacle en las urnas. En Canadá, el primer ministro Justin Trudeau mantiene una tasa de popularidad por debajo del 30% y las encuestas prevén una ventaja de 19 puntos para los conservadores frente a su partido liberal.
Ninguno de estos gobiernos está libre de culpas ni responsabilidades, y cada uno cuenta con fallos particulares que sus ciudadanos buscan castigar. Sin embargo, cuando la gran mayoría de los votantes, en casi todos los países, parecen profundamente descontento con la gestión de sus líderes, resulta inevitable cuestionarse si el problema trasciende las fronteras nacionales. Es posible que los demócratas hayan cometido errores tanto en su gestión como en su mensaje de campaña, y, al mismo tiempo, también es posible que estuvieran condenados a perder desde el principio.
Hubo un tiempo en el que uno de los mayores factores a tener en unas elecciones de Estados Unidos era la conocida incumbency, que en español podríamos traducir como titularidad. La idea era que el presidente, por el mero hecho de serlo, contaba con una ventaja automática frente a su rival en las urnas. Se consideraba que la posición aportaba una "aura" de autoridad, experiencia y legitimidad que lo hacía más atractivo frente al otro candidato. Esta teoría no carecía de respaldo: entre 1936 y 2019, 11 de los 14 presidentes que intentaron un segundo mandato lograron la reelección
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